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miércoles, 24 de abril de 2013

El farsante asistido


 
EDILIO PEÑA |  EL UNIVERSAL

El Derecho en las dictaduras busca separarse de la ética para convertirse en ley. En su nuevo orden jurídico, no habrá de ser la ética la que prevalecerá, sino la conveniencia que simule a la ética. La mentira debe fingir la verdad. Todos los poderes del Estado trabajarán en función de ese objetivo que  instituye la farsa. En Venezuela se abonó ese sendero arbitrario al convertir las acciones delictivas del Gobierno en ley, independientemente de que la Constitución las prohibía. Hugo Chávez inauguró esa modalidad con decretos que realizaba en medio de arrebatos verbales, y los destinatarios de sus violaciones -partidarios como adversarios- parecían acostumbrarse a esa manera tan particular de violar el Estado de Derecho.

Nadie pudo contener a esa "figura ridícula" –como lo denominara Mario Vargas Llosa–, porque hasta de los referendos, ésta se burló, o cuando los perdía, presa de la ira y la envidia, arremetía contra la imagen de algún cuadro del palacio de Miraflores. La propia Asamblea Nacional le dio poderes habilitantes ilimitados, que anulaban el Poder Legislativo. La razón o la excusa para otorgárselos, lo justificó un desastre natural que se hacía necesario para activar el socorro del Estado. Ese absurdo inimaginable, soportado por la mentira, fue impuesto al país como parte del Derecho, y de nuevo, el hecho se convirtió en ley para desmantelar el Estado democrático venezolano. Hugo Chávez no sólo fue el primer presidente que más mentiras dijo en la historia republicana, sino el que más se sintió orgulloso de ellas. Eso lo hizo el fenómeno político más impúdico, mordaz y terrible de la América Latina. Sin embargo, Chávez sería superado por su heredero político, Nicolás Maduro, pocos meses después de su fallecimiento. Aunque el doble siempre resulta ser la mascarada más burda y torpe de la mentira, destinado a hacer metástasis en un tiempo más corto.

La voluntad popular venezolana ha sido arrebatada por el árbitro –CNE– de las elecciones presidenciales, al negarse a contar el cien por ciento de los votos emitidos en el sufragio reciente. A pesar que ambos candidatos, accedieron a tal fin, para despejar  sombras que habían oscurecido el proceso electoral. El ventajismo oficial y más de tres mil delitos electorales, son parte de esas sombras. Pero, repentinamente, la presidenta del CNE se precipitó a juramentar al candidato oficialista como Presidente de la República, y éste, violentando el pacto que ante sus seguidores y los medios de comunicación había hecho público, obvió la exigencia moral con la cual se había comprometido. Fue cuando se quitó la máscara, para mostrar, nuevamente, al pesado y deleznable mentiroso. En ese acto de proclamación, el candidato oficialista no sólo se convertía en presidente ilegítimo de Venezuela, sino que le daba continuidad al delito de haber sido presidente encargado sin merecerlo, así como a la grave irregularidad de haberse postulado como candidato presidencial, cuando  tampoco le correspondía.

Sala Constitucional del TSJ aclara que Nicolás Maduro puede ser candidato sin separarse del cargo
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El origen de esta violación al Estado de Derecho, comenzó cuando el Tribunal Supremo de Justicia estimó innecesario la juramentación del presidente elegido el 7 de octubre del 2012 por hallarse gravemente enfermo, pero una vez muerto éste, el Tribunal Supremo colocó en el cargo de la alta magistratura al Vicepresidente de la República, y no al presidente de la Asamblea Nacional  a quien le correspondía por ley y derecho. Fue cuando la mentira había comenzado a convertirse en farsa y desparpajo.

Para restituir el Estado de Derecho desde la verdad, Henrique Capriles, líder de la oposición venezolana, ha establecido una hoja de ruta con la cual ha convocado a toda Venezuela. En estos días, lo hemos visto crecer con genio táctico y estratégico. No sólo cuenta con la mitad de las mayorías, sino que la otra mitad ha comenzado a sumarse a su causa. Lo inédito es que miembros de los propios servicios de inteligencia y de la Fuerza Armada, le facilitan información para que sortee los obstáculos tramposos del régimen de facto.
En cambio, el farsante de Miraflores, se extravía en la desmesura, y consulta  por no saber cómo conducirse con esa investidura que no le pertenece. Por su parte, Raúl Castro, apuesta a romper esa hoja de ruta propuesta por Capriles para que Venezuela derive hacia una guerra civil. Porque este viejo zorro sabe que en el mundo ya se le agotaron aquellos países a quien chulear; a cambio de pobreza, violencia y mentira que es lo único que exporta Cuba como Estado. Por eso apura, a que en Venezuela se instale la mentira no sólo en la política, también en el modo existencial del venezolano. Esa aberración que obliga a creer a la mayoría de los cubanos, que viven en la isla de la felicidad, mientras oyen canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.
edilio2@yahoo.com
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