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sábado, 2 de abril de 2011

No paz mundial sin "Pax Americana"

No paz mundial sin "Pax Americana"
por: Alfredo M. Cepero

El período de ochocientos años de historia en que el Imperio Romano de Occidente dominó la mayor parte del mundo civilizado ha sido bautizado por numerosos historiadores como Pax Romana. Esa paz—impuesta muchas veces por la fuerza de las armas sobre tribus beligerantes y anacrónicas—trajo consigo progresos en ingeniería, cultura, urbanística, comercio y ordenamiento jurídico que elevaron la calidad de vida de los residentes del imperio. Esto no quiere decir que aquel imperio fuera perfecto ni que el uso de la fuerza sea el único instrumento para preservar la paz. Quiere decir que no hay progreso sin orden ni hay orden sin instituciones y hombres que tengan la capacidad y la decisión de restablecerlo cuando las reglas de convivencia son violadas por elementos disociadores.


Todos sabemos adonde fue a parar el imperio romano. Después de todo, ochocientos años son capaces de producir desgaste en la más perfecta de las organizaciones. Por otra parte, el vacío dejado por Roma ha sido llenado a través de los tiempos por organizaciones, sistemas y centros de influencia que, sin identificarse como imperios, han creado condiciones para la preservación de la paz y la promoción del progreso. Es así como, dando un inmenso salto adelante, llegamos al fenómeno creado en 1776 en la ciudad de Filadelfia y bautizado como Estados Unidos de América.


Aquellas 13 colonias discrepantes tuvieron la habilidad de superar diferencias y de consolidar un sistema de libertad individual, democracia política y prosperidad económica sin precedentes en la historia de la humanidad. Muy pronto la nueva nación comprendió que, si quería preservar su integridad y consolidar sus progresos, tenía que participar activamente en los acontecimientos mundiales. Así surgió en 1823 la Doctrina Monroe, por la cual se rechazaba cualquier intento de las potencias europeas de influir en los destinos del continente americano.


Andando el tiempo, esta política se encaminó a ejercer influencia en otras regiones del mundo para promover estabilidad y progreso en beneficio de muchos incluyendo de los propios Estados Unidos. No tenemos dudas de que su nombre mas apropiado es el de Pax Americana. No importa que existan diferencias de estructuras y procedimientos entre la Roma Imperial y el Washington del Siglo XXI ni que el calificativo de imperio sea utilizado como parte de su retórica por personajes de la catadura de los Chávez o los Castro. Los Estados Unidos no son un imperio pero han sido por más de un siglo la única potencia con capacidad para preservar la paz mundial frente a terroristas y tiranos. Y prueba al canto.


Entre 1890 y el 2011, los Estados Unidos llevaron a cabo 130 intervenciones militares o paramilitares alrededor del mundo, entre ellas la Primera y la Segunda Guerra Mundial en que salvaron del totalitarismo y la barbarie a 400 millones de europeos. Finalizadas las hostilidades, pusieron en marcha en 1947 el llamado Marshall Plan cuyo presupuesto de 12,000 millones de dólares contribuyó a la restauración de una devastada Europa, incluyendo a sus antiguos enemigos alemanes. Y en contraste con el insaciable imperio soviético, los Estados Unidos no se adjudicaron una sola pulgada de territorio ajeno.


Por otra parte, los niveles de prosperidad alcanzados por la sociedad norteamericana han creado un contraste con otras sociedades menos desarrolladas que han expuesto a este país al odio y la hostilidad de fanáticos de ideologías políticas y de creencias religiosas dominadas por elementos radicales.


Con sólo el 5 por ciento de la población del mundo los Estados Unidos consumen el 25 por ciento de la producción petrolera mundial. El ingreso anual de un norteamericano es seis veces el de un mexicano, un colombiano, un venezolano o un argentino. Y no lo comparemos con los de un cubano bajo la tiranía castrista para no incurrir en una total aberración estadística. La máxima expresión de ese odio visceral fue el brutal ataque contra las Torres Gemelas del Centro Mundial de Comercio de Nueva York el 11 de septiembre del 2001.


La verdad incontrovertible es que los Estados Unidos tienen que aceptar la realidad de un mundo ambivalente que esta poblado por amigos y por enemigos. Su supervivencia como potencia mundial demanda la habilidad de premiar la lealtad de los primeros y confrontar con firmeza a los segundos. Sobre todo, estar conscientes de que la indecisión y el apaciguamiento son interpretados como debilidades por los fanáticos determinados a erradicar de la faz de la Tierra nuestra civilización judeo-cristiana.


Como ejemplos de hombres que supieron aplicar esta fórmula de manera simple y directa están Teddy Roosevelt con su: “Habla suave y carga un buen garrote”, Harry Truman con su: “El cubo se detiene aquí” y Ronald Reagan con su: “Mi estrategia para la guerra fría es: ‘Nosotros ganamos, ellos pierden”. Con estos hombres no había lugar para la equivocación y los malvados se comportaron como monjitas de clausura, con el perdón desde luego de las monjitas. Roosevelt arremetió contra la Loma de San Juan y ayudó a expulsar a los españoles de Cuba, Truman paró en firme la agresión de China Comunista contra Corea del Sur y Reagan puso fin a siete décadas de barbarie comunista en Europa.


Por desgracia, no todos los presidentes norteamericanos han compartido este punto de vista o tenido los pantalones para aplicar esta política. Los tres ejemplos más notorios han sido Kennedy, Carter y Obama. Los tres comparten características tales como: altos niveles académicos, egos desproporcionados, partidarios de grandes aparatos de gobierno, lentos en la toma de decisiones, desconfianza de los militares, búsqueda de aprobación internacional y escepticismo en cuanto a la condición excepcional de la nación norteamericana. Los dos últimos, Obama y Carter, fueron galardonados con el Premio Nobel de la Paz, precisamente por su falta de lealtad a los valores tradicionales de la sociedad norteamericana.


Aunque lo niegue una prensa sin pudor ni equilibrio que sigue parcializada con sus ídolos de la izquierda, el saldo de los dos primeros, Kennedy y Carter, fue desastroso para esta nación. La cobardía y traición de Kennedy en la invasión de Girón condujo primero a la Crisis de los Cohetes de Octubre de 1962 y produjo más tarde un saldo de 50,000 jóvenes norteamericanos muertos en las selvas de Vietnam del Sur.


El legado de Carter, cuyo embajador en Naciones Unidas, Andrew Young, llegó a decir que las tropas castristas habían llevado estabilidad a Angola, fue igualmente nefasto. Gracias a este inveterado aspirante a pastor religioso, los sandinistas se apoderaron de Nicaragua, Torrijos recibió el regalo del Canal de Panamá y los mulas se adueñaron de Irán no solo para hacerse de una gigantesca fuente de petróleo sino para amenazar al mundo con un holocausto nuclear. Y todavía este vejete miserable sigue apadrinando a los Chavez, a los Castro y a cuanto delincuente jure destruir a los Estados Unidos.


En cuanto a Obama, es aterrador pensar que todavía le quedan dos años a su período presidencial. Su política internacional ha sido tan contraria a los intereses norteamericanos como la doméstica. Ha respondido con lentitud e indecisión a la crisis en el mundo árabe. Su endeble coalición en el caso de Libia se le ha venido abajo con China, Rusia y hasta Brasil pidiendo en la ONU que cesen las hostilidades, Francia, Alemania e Inglaterra discrepando en cuanto a quien tendrá control de la operación dentro de la OTAN y la Liga Arabe dando marcha atrás en el plan que había aprobado la víspera. Y Obama, bien gracias. Pasando el cubo al que hacía referencia Truman y renuente a asumir responsabilidad.


Así y todo, el mundo sigue mirando hacia Washington para la solución de estos conflictos. Y si los Estados Unidos quieren seguir siendo faro de libertad y centro de poder global su pueblo tiene que elegir un nuevo presidente en el 2012. Alguien con las convicciones y el coraje de administrar la Pax Americana para beneficio tanto de los Estados Unidos como de un mundo urgido de ayuda en la lucha contra los bárbaros del siglo XXI.


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