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viernes, 13 de mayo de 2011

Vargas Llosa: Lloro por ti y por Perú

Por Alfredo M Cepero Director de www.lanuevanacion.com
En uno de sus recientes y brillantes artículos, titulado “Sí lloro por ti Argentina”, Mario Vargas Llosa destacaba el contraste entre los progresos culturales, tecnológicos y económicos de la Argentina de mediados del Siglo XX y las venalidades y demagogias de su clase política. De su trabajo se concluye que el conflicto había restado prestigio internacional y retrasado el desarrollo de la otrora gran potencia latinoamericana. Inspirado en su sugestivo título yo he escogido el titulo para el mío. Porque, como en el caso de la Argentina, en la decisión de Vargas Llosa de apoyar a Ollanta frente a Keiko en la segunda vuelta pautada para el 5 de junio, hay elementos que contrastan en forma inexplicable y perturbadora con la trayectoria de un hombre que ha dedicado su vida a la defensa de la libertad y de la democracia.

Es precisamente esa trayectoria la que casi me inhibe de escribir este artículo. Porque agradezco inmensamente a Vargas Llosa que cuando García Márquez, José Saramago, Adolfo Pérez Esquivel y otros mercaderes de la pluma se hincaban de rodillas ante la tiranía castrista él ponía el prestigio de su ejecutoria y de su pluma al servicio de la libertad de Cuba. Pero quien pretenda que lo respeten y, sobre todo, respetarse a sí mismo tiene que expresar con claridad su pensamiento y llamar a las cosas por su nombre.

Por eso decimos que nuestro admirado Vargas Llosa esta cometiendo un gravísimo error con su apoyo a Ollanta Humala. En su país se está librando un nuevo Ayacucho en que será decidido no solo el destino del Perú sino el futuro de la libertad y la democracia en América y Vargas Llosa no puede darse el lujo de mantenerse ajeno a esa batalla. Y mucho menos poner su inmenso prestigio al servicio del candidato de Hugo Chávez y de los hermanos Castro.

En declaraciones recientes, el escritor dijo que escoger entre Ollanta y Keiko era como “escoger entre el cáncer y el sida”. Ya que estamos jugando con metáforas yo diría que una mejor comparación sería como escoger entre el purgatorio y el infierno. Del primero se sale (Keiko), como salieron los peruanos de su padre, en el segundo (Ollanta) los peruanos podrían permanecer por muchos años como nos ha pasado a los cubanos y les está pasando a los venezolanos.

Pero, seamos específicos y pasemos revista a las características de Ollanta y de Keiko para ver que podemos esperar de ellos. Un triunfo de Ollanta traería consigo un cambio radical en los mecanismos de la democracia y en las instituciones republicanas, desde la economía, la educación y la libertad de prensa hasta enmiendas constitucionales encaminadas a perpetuarse en el poder. Un control absoluto del estado que podría o no llamarse Socialismo del Siglo XXI pero que ahogaría de todos modos la libertad individual y la iniciativa privada.

El estado totalitario con sus secuelas de miseria, abuso y corrupción. El mismo totalitarismo de Cuba y Venezuela que han implantado quienes, además de sus maestros, son sus ídolos, sus fuentes de financiamiento y sus espíritus gemelos. No nos quepa duda alguna de que Humala es Castro y es Chávez porque tiene todos los ingredientes de demagogia y de resentimiento de los dos personajes. Mientras mas lo niegue menos se lo debemos creer porque es importante tener presente que los dictadores solapados consideran la mentira como un arma lícita en la lucha por el poder.

Y hablando de fuentes de financiamiento, ¿de donde vienen los fondos que con tanto desenfado gasta Humala en su campaña política? El financiamiento de Humala por Chávez ha sido ampliamente documentado por datos en la computadora de Raúl Reyes y por declaraciones del expresidentes Alejandro Toledo quién afirmó que, en la campaña presidencial del 2006, Humala recibió más de 6 millones de dólares de su padrino venezolano. En la campaña actual se han ofrecido detalles sobre pagos recibidos por la esposa de Humala de corporaciones pertenecientes al estado venezolano y el IBOPE reveló recientemente que Humala había gastado seis millones de soles en publicidad, el doble de lo que el candidato había declarado previamente ante la Junta Nacional de Elecciones.

Por otra parte, un triunfo de este personaje daría marcha atrás a los progresos económicos del Perú en la última década bajo una lúcida política de respeto de las libertades públicas, de estímulo de la propiedad privada y de promoción de la libre empresa. Según las Naciones Unidas, en los últimos tres años, el Perú ha experimentado un crecimiento de más del 9 por ciento anual en el Producto Interno Bruto. Su ingreso por habitante ha superado los $5,000 y, en el 2008, sus exportaciones superaron a las importaciones en 11,000 millones de dólares. Una balanza comercial favorable que desearían muchos de sus vecinos latinoamericanos.

¿Y cual sería el panorama ante un triunfo de Keiko Fujimore? Es muy probable que su administración refleje muchas de las medidas y orientaciones políticas del gobierno de su padre. Pondrá sin dudas énfasis en cuestiones de seguridad, tendrá mano firme en sus relaciones con las organizaciones sindicales y de la sociedad civil así como tratará de fortalecer el poder ejecutivo frente a los demás poderes del estado. Aceptemos incluso que presida sobre un gobierno con tendencias autocráticas. Pero hay una gran distancia entre un presidente autócrata limitado a su periodo constitucional y un fanático totalitario con aspiraciones de perpetuidad. Y el principal atractivo de Keiko es que su formación y su conducta indican que mantendrá las políticas neoliberales que han producido el milagro peruano de la última década.

Por desgracia, todo parece indicar que Vargas Llosa adoptó su decisión de apoyar a Humala sin tomar en cuenta razonamientos de esta naturaleza. Me temo que su animosidad hacia el viejo Fujimore haya enturbiado su razonamiento y esté castigando a la hija para vengar la derrota que le propinó el padre en las elecciones presidenciales de 1990. Pero, cuando se juega el destino de la patria y la felicidad de su pueblo, los hombres tenemos que dominar nuestras pasiones y saltar por encima de nuestras miserias.

Además, considerando su experiencia y su talento, Vargas Llosa debe saber que la política no es la ciencia de lo perfecto sino el arte de lo posible. Que las boletas electorales nos ofrecen un número limitado de candidatos quienes, en contadas ocasiones, reúnen la totalidad de las cualidades que deseamos en nuestros gobernantes. Muchas veces las opciones están limitadas en seleccionar el menor de dos males. Y ese podría ser el caso de las actuales elecciones peruanas a la luz del razonamiento de Vargas Llosa.

Con su talento, su popularidad y su Nobel, Vargas Llosa goza de mayor estima que cualquier presidente del mundo y que todos los reyes, emires y jeques del mundo árabe. Puede reconocer errores sin perder estatura. Todavía está a tiempo de recapacitar y, si no desea apoyar a Keiko, por lo menos mantenerse alejado de la contienda. De demostrar que su vocación de demócrata y su corazón de patriota son aún mas grandes que su inmenso talento literario y que su esposa Patricia estaba equivocada cuando le dijo: “Mario tu solo sirves para escribir”.

Tomado de:
http://www.lanuevanacion.com

sábado, 2 de abril de 2011

No paz mundial sin "Pax Americana"

No paz mundial sin "Pax Americana"
por: Alfredo M. Cepero

El período de ochocientos años de historia en que el Imperio Romano de Occidente dominó la mayor parte del mundo civilizado ha sido bautizado por numerosos historiadores como Pax Romana. Esa paz—impuesta muchas veces por la fuerza de las armas sobre tribus beligerantes y anacrónicas—trajo consigo progresos en ingeniería, cultura, urbanística, comercio y ordenamiento jurídico que elevaron la calidad de vida de los residentes del imperio. Esto no quiere decir que aquel imperio fuera perfecto ni que el uso de la fuerza sea el único instrumento para preservar la paz. Quiere decir que no hay progreso sin orden ni hay orden sin instituciones y hombres que tengan la capacidad y la decisión de restablecerlo cuando las reglas de convivencia son violadas por elementos disociadores.


Todos sabemos adonde fue a parar el imperio romano. Después de todo, ochocientos años son capaces de producir desgaste en la más perfecta de las organizaciones. Por otra parte, el vacío dejado por Roma ha sido llenado a través de los tiempos por organizaciones, sistemas y centros de influencia que, sin identificarse como imperios, han creado condiciones para la preservación de la paz y la promoción del progreso. Es así como, dando un inmenso salto adelante, llegamos al fenómeno creado en 1776 en la ciudad de Filadelfia y bautizado como Estados Unidos de América.


Aquellas 13 colonias discrepantes tuvieron la habilidad de superar diferencias y de consolidar un sistema de libertad individual, democracia política y prosperidad económica sin precedentes en la historia de la humanidad. Muy pronto la nueva nación comprendió que, si quería preservar su integridad y consolidar sus progresos, tenía que participar activamente en los acontecimientos mundiales. Así surgió en 1823 la Doctrina Monroe, por la cual se rechazaba cualquier intento de las potencias europeas de influir en los destinos del continente americano.


Andando el tiempo, esta política se encaminó a ejercer influencia en otras regiones del mundo para promover estabilidad y progreso en beneficio de muchos incluyendo de los propios Estados Unidos. No tenemos dudas de que su nombre mas apropiado es el de Pax Americana. No importa que existan diferencias de estructuras y procedimientos entre la Roma Imperial y el Washington del Siglo XXI ni que el calificativo de imperio sea utilizado como parte de su retórica por personajes de la catadura de los Chávez o los Castro. Los Estados Unidos no son un imperio pero han sido por más de un siglo la única potencia con capacidad para preservar la paz mundial frente a terroristas y tiranos. Y prueba al canto.


Entre 1890 y el 2011, los Estados Unidos llevaron a cabo 130 intervenciones militares o paramilitares alrededor del mundo, entre ellas la Primera y la Segunda Guerra Mundial en que salvaron del totalitarismo y la barbarie a 400 millones de europeos. Finalizadas las hostilidades, pusieron en marcha en 1947 el llamado Marshall Plan cuyo presupuesto de 12,000 millones de dólares contribuyó a la restauración de una devastada Europa, incluyendo a sus antiguos enemigos alemanes. Y en contraste con el insaciable imperio soviético, los Estados Unidos no se adjudicaron una sola pulgada de territorio ajeno.


Por otra parte, los niveles de prosperidad alcanzados por la sociedad norteamericana han creado un contraste con otras sociedades menos desarrolladas que han expuesto a este país al odio y la hostilidad de fanáticos de ideologías políticas y de creencias religiosas dominadas por elementos radicales.


Con sólo el 5 por ciento de la población del mundo los Estados Unidos consumen el 25 por ciento de la producción petrolera mundial. El ingreso anual de un norteamericano es seis veces el de un mexicano, un colombiano, un venezolano o un argentino. Y no lo comparemos con los de un cubano bajo la tiranía castrista para no incurrir en una total aberración estadística. La máxima expresión de ese odio visceral fue el brutal ataque contra las Torres Gemelas del Centro Mundial de Comercio de Nueva York el 11 de septiembre del 2001.


La verdad incontrovertible es que los Estados Unidos tienen que aceptar la realidad de un mundo ambivalente que esta poblado por amigos y por enemigos. Su supervivencia como potencia mundial demanda la habilidad de premiar la lealtad de los primeros y confrontar con firmeza a los segundos. Sobre todo, estar conscientes de que la indecisión y el apaciguamiento son interpretados como debilidades por los fanáticos determinados a erradicar de la faz de la Tierra nuestra civilización judeo-cristiana.


Como ejemplos de hombres que supieron aplicar esta fórmula de manera simple y directa están Teddy Roosevelt con su: “Habla suave y carga un buen garrote”, Harry Truman con su: “El cubo se detiene aquí” y Ronald Reagan con su: “Mi estrategia para la guerra fría es: ‘Nosotros ganamos, ellos pierden”. Con estos hombres no había lugar para la equivocación y los malvados se comportaron como monjitas de clausura, con el perdón desde luego de las monjitas. Roosevelt arremetió contra la Loma de San Juan y ayudó a expulsar a los españoles de Cuba, Truman paró en firme la agresión de China Comunista contra Corea del Sur y Reagan puso fin a siete décadas de barbarie comunista en Europa.


Por desgracia, no todos los presidentes norteamericanos han compartido este punto de vista o tenido los pantalones para aplicar esta política. Los tres ejemplos más notorios han sido Kennedy, Carter y Obama. Los tres comparten características tales como: altos niveles académicos, egos desproporcionados, partidarios de grandes aparatos de gobierno, lentos en la toma de decisiones, desconfianza de los militares, búsqueda de aprobación internacional y escepticismo en cuanto a la condición excepcional de la nación norteamericana. Los dos últimos, Obama y Carter, fueron galardonados con el Premio Nobel de la Paz, precisamente por su falta de lealtad a los valores tradicionales de la sociedad norteamericana.


Aunque lo niegue una prensa sin pudor ni equilibrio que sigue parcializada con sus ídolos de la izquierda, el saldo de los dos primeros, Kennedy y Carter, fue desastroso para esta nación. La cobardía y traición de Kennedy en la invasión de Girón condujo primero a la Crisis de los Cohetes de Octubre de 1962 y produjo más tarde un saldo de 50,000 jóvenes norteamericanos muertos en las selvas de Vietnam del Sur.


El legado de Carter, cuyo embajador en Naciones Unidas, Andrew Young, llegó a decir que las tropas castristas habían llevado estabilidad a Angola, fue igualmente nefasto. Gracias a este inveterado aspirante a pastor religioso, los sandinistas se apoderaron de Nicaragua, Torrijos recibió el regalo del Canal de Panamá y los mulas se adueñaron de Irán no solo para hacerse de una gigantesca fuente de petróleo sino para amenazar al mundo con un holocausto nuclear. Y todavía este vejete miserable sigue apadrinando a los Chavez, a los Castro y a cuanto delincuente jure destruir a los Estados Unidos.


En cuanto a Obama, es aterrador pensar que todavía le quedan dos años a su período presidencial. Su política internacional ha sido tan contraria a los intereses norteamericanos como la doméstica. Ha respondido con lentitud e indecisión a la crisis en el mundo árabe. Su endeble coalición en el caso de Libia se le ha venido abajo con China, Rusia y hasta Brasil pidiendo en la ONU que cesen las hostilidades, Francia, Alemania e Inglaterra discrepando en cuanto a quien tendrá control de la operación dentro de la OTAN y la Liga Arabe dando marcha atrás en el plan que había aprobado la víspera. Y Obama, bien gracias. Pasando el cubo al que hacía referencia Truman y renuente a asumir responsabilidad.


Así y todo, el mundo sigue mirando hacia Washington para la solución de estos conflictos. Y si los Estados Unidos quieren seguir siendo faro de libertad y centro de poder global su pueblo tiene que elegir un nuevo presidente en el 2012. Alguien con las convicciones y el coraje de administrar la Pax Americana para beneficio tanto de los Estados Unidos como de un mundo urgido de ayuda en la lucha contra los bárbaros del siglo XXI.


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