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martes, 14 de junio de 2011

Para los que aún se atreven a decir que "Soñar no cuesta nada"


"Dicen que soñar no cuesta nada"
Nota:
El siguiente relato está basado en una triste historia ocurrida en mi pueblo a finales de la década de 1990 y primeros años del siglo XXI.He cambiado los nombres de los protagonistas y algunos lugares que pueden comprometer sus identidades.

"Algunos dicen que soñar no cuesta nada. Quizás sea por eso que Yusimí se pasa todo el tiempo soñando con irse al extranjero .
Nació a finales de los años 80 en un pueblito de campo, un batey cerca de lo que hace cinco décadas fuera un productivo central azucarero, en la provincia de Holguín. Su llegada al mundo fue celebrada con mucha alegría. La pequeña llenó de ilusiones a toda la familia, la sentían como la llegada de la esperanza, de la bendición divina, en medio de tantos quebrantos.

Yusimí pasó sus primeros años correteando por los patios de las casas de sus abuelos, persiguiendo tomeguines, lagartijas, y cuanto animalito por allí pasara, a veces huyendo de las hormigas y otras gritando a todo pulmón por el terror que le producían las ratas que por allí rondaban.

El destino o la mala suerte hizo que creciera sin hermanitos, y muy lejos de sus primitos, quienes desde muy temprano emigraron con sus padres a otras provincias. Tal vez por esa soledad, o por la gran imaginación propia de los niños del campo que crecen alejados del mundanal ruido de las ciudades, de los parques, de la TV, o por las historias de hadas, princesas y duendes que sus abuelas le contaban, ella siempre se sintió princesa, aunque anduviera con los pies descalzos y la cabeza rapada para evitar los piojos que llenaban las paredes del aula en su escuelita perdida en el monte.
Yusimí, como muchas otras niñas cubanas, creció libre de prejuicios morales y con muchas lagunas en cuanto a comportamiento social. Un buen día le llegó la adolescencia y con ella el destino de estudiar en una escuela en el campo. Con doce años y la pubertad a flor de piel, cruzó por primera vez el gran pasillo aéreo de la escuela donde cursaría los estudios de la enseñanza media.

En la escuela conoció a Wilfredo, el profe de matemáticas que le enseñó, no los números y las ecuaciones que nunca le interesaron, sino algo totalmente nuevo, fácil y divertido que nunca antes había imaginado que existiera: El sexo sin sentimientos, el que brota con furia respondiendo a los instintos que conducen al placer, y aunque se sea una niña y todo parezca extraño en los inicios, con la práctica diaria y con el tiempo se va volviendo hábito refrescante, enajenante costumbre que aligera la cotidianidad y la carencia de otras cosas.
En esa asignatura del sexo por la libre, en poco tiempo la muchachita llegó a ser una alumna muy aventajada, favorecida por el medio y por los impulsos desenfrenados que provocan las hormonas revueltas en el período de la adolescencia. Becada en una escuela cubana en el campo, como todas sus compañeritas de estudios, y como todas las que han estudiado en ese tipo de centro educativo donde se ha formado al hombre nuevo cubano, no tenía que rendirle cuentas de sus actos lascivos a nadie. Ni a sus padres, ni a sus maestros, ni a los dirigentes les interesaba saber qué hacían los jóvenes adolescentes por las noches, cuando se quedaban solos en sus albergues.

Con solo doce años, la linda Yusimí tenía sexo con cualquiera y en cualquier lugar de la escuela; en el albergue, en un aula, en una oficina, en la enfermería, debajo de las escaleras o hasta en el monte; sobre la hierba de los campos de cítricos en una noche de verano, o sobre la colchoneta sucia de su destartalada litera en las tardes de lluvia.
Cuando cursaba el octavo grado, una noche invernal tuvo sexo, en el local de la cátedra de historia, con su profesor, Clemente Hidalgo, un joven recién graduado del Pedagógico de La Habana enviado "al monte" a cumplir con el servicio social.

El profe, entusiasmado con la chiquilla, le aseguró que ella era mejor, en las artes del placer carnal, que la misma reina Cleopatra. Un cumplido que muchos ya le habían hecho en otros términos, pero esa forma tan elegante de su profe de historia antigua comparándola con la reina egipcia, sembró en ella algo especial, algo así como una forma de sentirse segura, triunfante, con su autoestima por encima de la media. Una relación muy especial nació de aquel encuentro furtivo.
El profe Clemente se hizo amigo de sus padres. Poco a poco se fue ganando a toda la familia. Cuando les hablaba de las ventajas de vivir en la capital, nadie lo tomaba como un fanfarrón engreído, sino que más bien despertaba en ellos cierta admiración, cierto respeto, cierta envidia sana y un gran deseo de viajar a ver qué tan maravilloso era ese lejano mundo capitalino donde había de todo: luces, música, lujos, tiendas en las que se puede comprar cualquier cosa, hasta productos hechos en USA. Esa admiración fue captada y aprovechada por el joven maestro quien comenzó a hablarles de las oportunidades y posibilidades que tenían los padres de Yusimí para mudarse para La Habana.

El tema de la mudada se hizo recurrente, pero los miedos se presentaban a diario, sobre todo cada vez que se escuchaban las historias y los regresos forzados de otros vecinos orientales que se habían ido para la capital en busca de una vida mejor dentro del propio país. Lo que más preocupaba a los padres de Yusimí, era que si se iban para allá, los devolvieran al barrio vergonzosamente escoltados por la policía capitalina, que para colmo de males , está compuesta fundamentalmente por hombres y mujeres tan orientales como ellos mismos.

Clemente no cejaba en su empeño de convencerlos para que se fueran de allí si en realidad deseaban un porvenir mejor. Les aclaró que si las "cosas se hacían bien " a ellos no les aplicarían la ley de la ilegalidad y de la deportación forzada, impuesta a los procedentes del interior del país cuando se trasladan para la capital sin tener los documentos requeridos legalmente para demostrar que poseen un lugar donde vivir en la capital. El profe continuamente les aconsejaba que confiaran en él argumentándoles que:
_ "Con los contactos que tengo en La Habana y con dinero, todo se puede resolver".

Habló tenazmente con ellos hasta que logró convencerlos con sus argumentos. Con gran optismo les hablaba del talento de la niña "privilegiada". El les garantizaba que todo saldría bien y que al final, terminarían agradeciéndole lo que estaba haciendo por ellos. Estaba seguro que sería una buena oportunidad para que todos se aliviaran un poco de la pobreza que los rodeaba . Al finalizar el curso, “el profe” se llevó a Yusimí para La Habana, con el permiso y la bendición de los padres y de los abuelos.

Poco tiempo después Clemente se paseaba por La Habana con toda la “elegancia” que distingue al nuevo tipo de proxeneta cubano; su pecho resplandecía con el brillo de las gruesas cadenas doradas que colgaban de su cuello. Se había comprado un carro, un Chevrolet de los años 50 remodelado por cuarta o quinta vez, pintado de negro y con algunas piezas plateadas muy brillosas que provocaban la envidia de cualquiera en la Isla. Los dólares, los euros y los chavitos fluían por todas partes, gracias a las dotes naturales y extraordinarias de la linda guajirita convertida en capitalina, gallinita de oro de sus padres y del maestro.

Con 16 años Yusimí se sentía triunfante, había logrado lo que siempre había deseado: la felicidad y la prosperidad económica para sus padres. Los tenía con ella para que no les faltara nada. Ellos a su vez se sentían muy orgullosos de su hija. Gracias a ella y a sus amigos, poseían un apartamento pequeño en la zona del viejo Vedado. Un turista italiano había comprado el pequeño apartamento – que luego pasó a nombre de la “niña”- a una señora cubana, descendiente de asturianos, que se iba del país definitivamente.

Dicha señora, ayudada por la jefa de la Dirección de Viviendas de La Ciudad de La Habana, violando las leyes establecidas, les vendió el apartamento por una pequeña suma de euros. Legalmente todo quedó resuelto en los documentos oficiales como un caso de permuta "humanitaria", de una casa destartalada en un batey en un pueblo perdido en el interior de Oriente, por un apartamento en el Vedado. Maravillas del socialismo cubano que hace posible los sueños de una campesina de vivir en La Habana gracias a la moneda dura que tiene la magia y el don supremo de violar las leyes absurdas, abrir las puertas cerradas y tumbar las murallas para burlarse de todos...
Yusimí se mira al espejo, se ve atractiva. Sabe que es muy bella y muy sensual. Lo siente en su piel cuando la miran los ojos seductores y hambrientos de placer de los vecinos y de los transeúntes cuando se pasea por las calles de la capital cubana en busca de clientes. Su cuerpo esbelto y curvilíneo, su pelo largo, sus ojazos negros y la cadencia de sus caderas al caminar por las viejas y mugrientas calles de La Habana Vieja, le quitan la respiración a cualquier hombre a cualquier hora del día o de la noche cuando cuando la ven pasar como una reina, en su ir y venir en busca de los “amigos” extranjeros.

Clemente se le ha convertido en un estorbo, ya no soporta que se quede con la mayor parte del dinero que ella gana acostándose con los viejos extranjeros que le insinúan muchas veces que no era a ella precisamente a la que buscaban. Yusimí ya no es una ingenua niña. Bien sabe que la mayoría de los turistas que visitan la isla caribeña donde nació y creció, prefieren a las niñas con caritas de ángeles y ojos asustados. Hace años que ella perdió la candidez y la inocencia propia de las princesas del campo.
A pesar de toda la bonanza económica que la rodea,Yusimí no logra olvidar el hambre y la miseria que vivió en el batey de su infancia, pero, está cansada de los tantos cuerpos sin rostros que han dormido con ella en los tantos hoteles exclusivos para turistas extranjeros que circundan los cayos y playas de Cuba, trofeos de los tantos logros de la revolución castrista...
Con su pensamiento inmerso en cálculos y plazas, calle arriba, calle abajo, se pasea Yusimí acariciando el sueño de lograr un día de estos ablandarle el corazón a un buen turista, aunque sea un viejo muerto de hambre, para que se case con ella y se la lleve al extranjero."
Esperanza E Serrano

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