En estos días ha comenzado a circular entre los católicos cubanos una
carta muy crítica con el gobierno de la isla y con la actitud de la Iglesia
Católica Cubana, que cinco jóvenes del Movimiento Cristiano Liberación
(MCL) hicieron llegar al Santo Padre a través de la familia del
destacado líder opositor Oswaldo Payá.
Los firmantes son jóvenes católicos de entre 24 y 29 años, egresados de distintos centros de Educación Superior de Cuba.
“El temor es ridículo, y puede servir de arma a los enemigos de la libertad”.
Venerable P. Félix Varela
Su Santidad, Papa Francisco:
Nos dirigimos a usted con sumo respeto, cariño y agradecidos por el tiempo que ha destinado a leer esta carta.
Somos jóvenes católicos cubanos que cada día hacemos el intento de
responder a los clamores que brotan y salpican nuestra conciencia desde
la áspera realidad de nuestra Cuba amadísima. Desde los albores de
nuestra juventud ingresamos a las filas del Movimiento Cristiano
Liberación (MCL), un movimiento cívico - pacífico que inspirado en el
humanismo cristiano y en los principios de la Doctrina Social de la
Iglesia, ha buscado por más de 25 años la liberación que Cuba quiere y
necesita.
Amamos a la Iglesia, hemos crecido en sus predios bajo
el influjo de la espiritualidad ignaciana. Por tal razón acudimos a
Usted con la intención de manifestarle nuestro dolor y preocupación por
cómo algunos Obispos cubanos rodeados de laicos pro-oficialistas, entre
otros con particulares privilegios, se pronuncian y actúan a nombre de
la Iglesia ante el drama humano que hemos vivido los cubanos por más de
medio siglo.
Cada vez más espacios eclesiales derivan en una
caricatura de lo plural, para serlo sólo en el sustrato de fondo y el
denominador común de legitimar al gobierno, de pedir más votos de
confianza para la junta político-militar que gobierna dictando y esperar
que el nuevo ¨líder¨ sucesor en la dinastía de los hermanos Castro
enmiende los ¨errores justificados¨ de 55 años de desgobierno y un país
devastado, en la omisión cómplice a las diarias violaciones a los
derecho humanos y las acciones represivas despóticas e impunes de la
Seguridad del Estado contra la oposición pacífica, en mendigar tímidas
reformas sin transparencia y así poder nadar en todas las aguas, en la
indefinición y el lenguaje confuso que decora y maquilla para no llamar
claras realidades por su nombre, y aun así auto presentarse como
auténticos practicantes del diálogo y tendedores de puentes.
Quizás haya que recordarles a nuestros pastores que tanto para dialogar
como para mediar se requiere identidad clara e indispensable autonomía
para poder expresarla sin ambages en la búsqueda colegiada de la verdad
con los otros, apertura y reconocimiento a todas las partes, dosis
adecuadas de moderación, pero con transparencia, rigor y respeto por la
verdad. Y esto, en una dictadura enquistada en más de cinco décadas de
absolutismo, siempre cuesta, y solo lo hacen bien quienes logran superar
los miedos conquistando la libertad interior en el absoluto
desprendimiento de no tener nada que proteger y nada que ambicionar.
Los que conocemos desde dentro y bastamente la realidad de la Iglesia
en Cuba, sabemos que desde los salones del Palacio Apostólico habanero
se establece el rejuego político y las prácticas excluyentes de la
Iglesia, y que su confusa política sin carácter ni constancia, de tira y
encoje, de coqueteos e intercambio de guiños, de la peor diplomacia
consistente en sacrificar la integridad de la verdad llana y desnuda
dicha con el único presupuesto del debido respeto para sustituirla por
elogios forzados a fin de darse el permiso de una crítica que ni
siquiera toca fondo, y así mantener el equilibrio en la balanza, tiene
el sello del ilustre purpurado que lo habita. Está atada a los mismos
temores, presiones, chantajes, compromisos, sentido del límite,
protección de intereses y pactos tácitos o explícitos, que marcan su
relación actual con el Estado, cuyo timonel ha sido, durante décadas, el
cardenal Ortega.
Sujetos a los vaivenes de esta complejísima
relación, la precaria autonomía de las publicaciones católicas y los
centros de formación al servicio de laicos y consagrados, está mucho más
allá de la presumible buena voluntad de sus realizadores y los
convierte en voceros no ya del Arzobispo, sino de quien domina en
aquella relación, los mismos que permiten que sigan existiendo y
circulando, mientras no sobrepase el umbral de tolerancia o en última
instancia, deje de servir, a la larga, a sus denostables propósitos. La
disyuntiva es clara: o se enajenan de la realidad proscribiendo el tema
socio-político como un tabú, en un país donde nada es apolítico, sino
más bien profundamente politizado e ideologizado, o reclaman insumos de
apoyo al Cambio-Fraude impulsado por el gobierno. ¿De qué pretenden
convencernos ahora? Si es el propio Raúl Castro el que habla de sus
propias reformas aclarando que son para más Socialismo, y los cubanos
sabemos muy bien qué significa eso. Además, ¿alguien nos ha preguntado
como ciudadanos, si lo que queremos hoy es más Socialismo? ¿Y cuál
Socialismo? ¿Cómo nos quieren convencer, a los cubanos que vivimos
dentro y fuera de Cuba sufriendo exclusiones y desventajas, que están
avanzando en la implementación de leyes que nos permitan reencontrarnos
como quisiéramos? ¿Que este marco actual de opresión, sin derechos ni
trasparencia, es el camino de la transición? ¿De cuál transición se
trata? La gradualidad sólo tiene sentido si hay perspectivas
trasparentes de libertad y derechos. No hablen más por el pueblo,
queremos que se alce y escuche nuestra propia voz. No basta con que Cuba
se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba: lo primero es que Cuba se
abra a los propios cubanos. Pactar con nuestros gobernantes, como han
hecho muchos gobiernos e instituciones democráticos, sin importar que
ellos no representen a la ciudadanía, es perpetuar la opresión.
Basta de decidir y pensar por mí e imponerme una ideología de Estado que
no me representa. Basta de obligarme a jugar la farsa política pasando
por encima de mis principios y condición de hombre libre, bajo la
amenaza de perderlo todo: estudios, trabajo, a veces la familia y los
amigos, también la libertad y hasta la vida. Por eso es el miedo el
principio rector de esta sociedad, el miedo y la mentira; y sostener una
sociedad de máscaras y simulación durante décadas crea hombres débiles,
esquivos, de verdades a medias, incapaces de hacerle frente y ponerle
nombre al mal que nos corroe por dentro. Así vivimos los cubanos.
Quisiéramos que la Iglesia que peregrina en Cuba se atreviera a echar
los mercaderes del templo, a los que en virtud de pactos tácitos
posponen el cuidado de la persona ante la significación abstracta de los
números. Quisiéramos una iglesia dispuesta a no aceptar como
privilegio, lo que se le debe reconocer a título de derecho, a cambio de
su silencio. Una iglesia que con su voz profética y su testimonio de
vida en la verdad en una sociedad carcomida por una cultura del miedo y
la mentira, comparta la cruz de la incomprensión, la soledad, la
humillación, las privaciones, las calumnias y persecuciones que sufrimos
los que nos hemos propuesto romper con el vicio del autoengaño devenido
en demencia colectiva. Una iglesia que no se ufane de tener sus bancos
saturados de cómoda mediocridad; de arrastrar multitudes tras imágenes
que no salvan, capaces de despertar poco más que epidérmicas devociones,
mientras lo más precioso de su identidad se diluye y licúa en una
seudo-religión de masas; de recuperar espacios e inmuebles para la
misión, para luego, con la confianza puesta más en los medios humanos
que en Dios y el oportunísimo esplendor de su mensaje, anunciar un
seudo-Evangelio privado de su contenido moral y social más iluminador
para nuestro pueblo, por ser considerado demasiado ¨subversivo¨ contra
el orden establecido. Una iglesia que remueva las conciencias
anestesiadas por el temor y la costumbre, ante la irracionalidad, la
disfuncionalidad y el absurdo impuestos por un longevo poder absoluto y
arbitrario, porque confronte a cada hombre invitándolo a contemplarse en
el espejo de la vida y obra de Jesús de Nazaret. Una iglesia que
volviendo a creer en el valor de la pobreza, de lo poco, lo pequeño, lo
gradual, lo débil, lo anónimo, ofrezca en sus comunidades pequeñas, pero
de cristianos coherentes y llenos de ardor, algo fascinantemente
diferente y poderosamente cautivador, y ya no más de lo mismo que pulula
en los ambientes viciados.
Esa iglesia, encarnada y solidaria,
la hemos tenido por años en las personas de algunos valientes y
excepcionales obispos, en incontables sacerdotes, religiosas y
misioneros, muchos de los cuales hemos visto partir con dolor:
desterrados, despedidos por obispos y superiores, o renunciando
voluntariamente antes de someterse a reglas pervertidas y pervertidoras.
Es esa iglesia menguante y en peligro de extinción la que ha obrado
auténticos milagros, gracias a la cual todavía jóvenes y familias como
nosotros optamos por permanecer, asumiendo peligros y privaciones,
resistiendo cada día la tentación de sumarnos al éxodo masivo de un
pueblo que huye en estampida a cualquier parte donde pueda tener una
vida más digna, un trabajo honrado, conocer la libertad, luchar por sus
sueños, aspirar a la prosperidad y a la felicidad. Esa Iglesia nos
reveló con su vida y no sólo con sus discursos, el significado profundo y
las implicaciones personales de los misterios centrales de nuestra fe:
la Encarnación, el Calvario, la Pascua, la Resurrección. En ella
advertimos cómo podíamos ser realmente sacerdotes, profetas y reyes.
Porque de esa iglesia aprendimos a buscar y desear la voluntad de Dios
como nuestro mayor tesoro, hoy todavía nos atrevemos a nadar contra
corriente desoyendo aun los consejos cercanos de voces amigas, a veces
susurradas en los propios templos y sacristías, incluso de quienes deben
hablar en nombre de Dios, hasta los gritos desesperados de nuestras
madres angustiosas, que nos imploran renunciar, huir, escapar, ocuparnos
solo de nosotros y de nuestras familias, con mil argumentos
incontestables desde el llano pragmatismo de los hechos y los cálculos
de fuerza, o componiendo acrobáticas argucias con supuestas razones de
fe que terminan desvaneciéndose a los pies del Crucificado. Porque esa
iglesia nos enseñó a creer contra toda evidencia y a esperar contra toda
esperanza, hoy nuestra vida quiere seguir siendo una respuesta a la
pregunta y a la llamada de Dios: ¿dónde están estos responsables?, para
continuar siendo, al menos, una voz en el desierto, una luz en la
oscuridad, un signo de esperanza, en medio de la aparente esterilidad, a
pesar del agobio y del cansancio. Porque los cubanos necesitamos la
ayuda de Jesús en la Cruz para mirar con amor estos cincuenta años donde
se nos ha oprimido psicológica y físicamente, y atrevernos a decir: ¡Ya
no más!
Los cubanos necesitamos una iglesia que nos ayude a
vencer el miedo. El miedo que es origen de la desidia y la desesperanza
que embarga a los jóvenes y a la sociedad en su conjunto. Necesitamos
una iglesia que nos ayude a dar los primeros pasos de la Liberación,
esos primeros pasos que siempre empiezan en la persona y terminan por
ser un grito más fuerte que uno mismo y que es preciso compartir.
Una iglesia servidora tiene que ser un espacio de libertad, donde la
reconciliación no se convierta en amnesia histórica disfrazada de bondad
de los justos. Tiene que ser el lugar de la libre expresión, no para
hacer política en el templo, sino para encontrar las palabras que
cuenten nuestra historia desde abajo, sin las cifras victoriosas,
intentando que la memoria sea reconstruida. Necesitamos una iglesia
Madre, que trabaje por la verdad sin ambigüedades, que no confunda el
amor a los enemigos con el oportunismo político. Una iglesia que nos
ayude a nombrar este dolor para ofrecerlo y actuar, sin que nos quiten
la voz.
¡Cuente con nosotros Santo Padre! ¡Dios lo bendiga y lo guarde! Un fuerte abrazo desde el Caribe,
Erick Alvarez Gil, 28 años,
Ingeniero en Telecomunicaciones y Electrónica, parroquia San Francisco de Paula.
Anabel Alpízar Ravelo, 29 años,
Licenciada en Comunicación Social, expulsada de su trabajo, capilla Jesús María.
Luis Alberto Mariño Fernández,
27 años, Licenciado en Composición Musical, parroquia Salvador del Mundo.
María de Lourdes Mariño Fernández,
29 años, Licenciada en Historia del Arte, parroquia Salvador del Mundo.
Manuel Robles Villamarín,
24 años, Técnico informático, expulsado de la universidad, parroquia Siervas de María.
Tomado de:
https://www.facebook.com/uncubano.libre/posts/362128933938795:0
Un Cubano Libre.