La Calzada de Diez de Octubre y el infierno
Cuando Benedicto XVI visitó Cuba alguien dijo que
si quería acercarse de verdad al pueblo cubano debería recorrer esa
calzada habanera.
Por supuesto, el Papa no lo hizo. Los jerarcas del castrismo no iban a someterlo a semejante espectáculo, pues Ratzinger palparía las carencias de los cubanos y el deplorable estado de una avenida, que antaño, por su belleza y bajo el nombre de Calzada de Jesús del Monte, conmoviera la pluma del gran poeta habanero Eliseo Diego.
No hay casa, comercio o edificio de esta populosa avenida capitalina que no esté necesitado —al menos— de pintura o que su fachada necesite ser restaurada de manera parcial o total. Las grandes mansiones de principios del siglo pasado, con variados y exuberantes estilos arquitectónicos, están todas en ruinas. Numerosos edificios de habitaciones se hallan apuntalados por peligro de derrumbe, y solo un milagro ha impedido que no se hayan desplomado a estas alturas.
Una inmensa cafetería que abarca casi por entero la extensión de una cuadra entre Goicuría y Patrocinio está cerrada desde hace años y necesitada de una reparación capital. A su vez, las pocas cafeterías privadas u otros pequeños comercios —vendedores de discos, joyeros y fosforeros— deben hacer sus ofertas en espacios muy reducidos o en condiciones de hacinamiento, y en casi todas las cafeterías no existe una silla y mesa para sentarse.
Muchas edificaciones y antiguas mansiones, fragmentadas en mil pedazos, son cuarterías donde malviven muchas familias de otras regiones del país, que han emigrado en las últimas décadas a la capital cubana en busca de una vida mejor.
En la calzada existen dos librerías, pero una de ellas, la Carlos J. Finlay, hace años permanece cerrada. Su puerta de cristal permite ver el estado del local: el polvo es dueño y señor del lugar, en medio de estantes, cajas y libros regados. A modo de exhibición está un ventilador muy viejo y roto, y —según una vecina— los ratones no dejan de hacer estragos en las casas aledañas.
Ante tamaño desastre el descontento popular se ha hecho notar y puede encontrarse, cerca de una unidad estatal en deplorables condiciones constructivas, un graffiti muy revelador, un grito de auxilio: "S.O.S Venezuela". Sin embargo, la mayor sorpresa de una caminata por esta avenida aparece en en la siguiente cuadra, en la esquina de Tamarindo y Diez de Octubre, en una pared muy sucia. Apenas perceptible por estar escrito a lápiz, puede leerse esta consigna impactante: "NO + CASTROS".
Que semejante frase permanezca allí a la vista de todo el mundo y no haya sido borrada solo tiene una explicación: para poder distinguirla hay que acercarse a pocos metros de la pared y, puesto que ese pedazo carece de acera, casi nadie se acerca. A todas luces, nadie del aparato gubernamental ha visto el cartel y lo ha mandado a borrar.
Cerca de allí existió el llamado Ten Cents, uno de los más florecientes comercios de esa avenida, pero de aquel centro comercial tan surtido ni rastro queda. En la actualidad el lugar carece de techo, y la estructura que está en pie solo admitiría ser demolida debido a su insalvable estado de deterioro. En la actualidad es un pequeño parqueo de autos que necesita la protección de dos custodios.
La olvidada belleza de esa calzada consistía en una inigualable combinación de variadísimos comercios de todo tipo con carteles lumínicos desplegados a gran altura, junto a suntuosas mansiones y edificios construidos en zonas elevadas en una zona geográfica que se caracteriza por su irregularidad y donde existen varias curvas.
La Calzada de Jesús del Monte murió junto al poeta que tanto la exaltó. La de Diez de Octubre (porque hasta el nombre de las calles cambió el castrismo) es una muestra del subdesarrollo más cruel. Una imagen viviente de un régimen que se resiste a morir y de sus habitantes que no logran prosperar. El infierno ha descendido a nuestra Isla. Basta solo asomarse a Diez de Octubre.
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Sociedad
Las entrecalles del carnaval
'El vestuario de algunas bailarinas parece
zurcido o hecho a retazo. La carroza sigue siendo arrastrada por el
tractor agrícola…'
"Laaa lala lala lá", canta alguien y dice: "Cuando pasen los de la FEU, tu vas a ver que bailamos", pero es mentira, los límites que marcan las cercas aleja demasiado al público del show. Además, no hay pantallas ni bocinas para compartir lo que sucede delante de las gradas. La máxima es esa: Si no pagas, no ves nada.
De la calle Marina hacia el Vedado. Ya el carnaval capitalino dejó atrás el Paseo del Prado y toda la zona centrohabanera. Lo señala un vecino que también hace notar la diferencia de luminarias: "¿No te das cuenta que de 23 pa'llá la luz es más blanca?"
El problema de la peste por todas partes le toca sufrirlo ahora a los vecinos del Vedado, los que no van al carnaval porque creen que todo es demasiado feo. Y no dejan de tener razón. El vestuario de algunas bailarinas parece zurcido o hecho a retazo. La carroza sigue siendo arrastrada por el tractor agrícola, y entre la tradición y los recortes económicos parecen haberse enquistados las ideas para diseños más contemporáneos.
Ríos de orina pasan bajo los pies de quienes se sientan a disfrutar de la oferta gastronómica: pan con lechón, con perro caliente, con hamburguesa, arroz con pollo frito, arroz frito, chicharritas, cerveza dispensada, cerveza enlatada.
La gente tiene ganas de bailar. Se le nota. Muchos se mueven y algunos hasta recuerdan que el antifaz o los disfraces son parte de esta fiesta. El resto parece disfrazado pero no lo está. Ostentan la moda de "me visto con lo que puedo o con lo que tengo" y el resultado casi siempre es grotesco.
El carnaval habanero es para muchos una pesadilla, para otros un desahogo. La Habana se vuelve un caos: transporte desviado, violencia, borrachos y quién sabe qué más.
Mientras, en las entrecalles esperan los patrulleros o los camiones de boinas negras, la brigada canina, las ambulancias y los bomberos, en espera de lo que todos sabremos que pasará: el ajuste de cuentas, el muerto del que no habla nadie, la "puñalá" de la que solo se queja el que la recibe, los golpes de todos contra todos si la temperatura sube demasiado.
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