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miércoles, 2 de enero de 2013

Entrevista a Miriam Celaya González: "Ninguna revolución nos ha hecho realmente libres.."

Una valiosa entrevista en la cual Miriam Celaya profundiza, de manera muy acertada, en la problematica cubana actual.
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"En la disidencia estamos acostumbrados a enjuiciar críticamente a los políticos, y eso está bien, pero existe una responsabilidad colectiva en los males de Cuba."
 Por Pablo Pascual Méndez Piña
LA HABANA, Cuba, enero, www.cubanet.org -La historia de la oposición anticastrista transcurre en paralelo con la historia de la represión dictatorial. Los nombres de los miles de procesados, fusilados, torturados, secuestrados, encarcelados, exiliados, depurados, marginados y perseguidos, jalonan hasta su final la novela de esta cruenta y prolongada tiranía. Pero existe una tercera dimensión: La de un pueblo que mira con incertidumbre hacia el viejo régimen -que aún se empeña en apuntalar su resquebrajado “edificio revolucionario”-, y hacia la oposición pacífica, la cual, para muchos, continúa debatiéndose entre la dispersión y la competencia por monopolizar el protagonismo.



Una misma realidad -según Ortega y Gasset- se quiebra en muchas realidades divergentes cuando es mirada desde puntos de vista distintos. Así que a través de consultas informales, hemos formulado siete interrogantes sobre la oposición, derivadas desde los análisis de un académico hasta los interesantes razonamientos de un barredor de calles.
En busca de allanar el camino hacia la compresión de esos diferentes puntos de vista, solicitamos la valiosa ayuda de Miriam Celaya González, Licenciada en Historia del Arte, ex investigadora del Departamento de Arqueología de la Academia de Ciencias de Cuba, periodista digital independiente, administradora del blog Sin EVAsión, y colaboradora regular de publicaciones como Diario de Cuba, Revista Voces, Convivencia y otros.
Miriam accedió amablemente a responder estas 7 interrogantes para Cubanet:
Cubanet: ¿Considera usted que nuestra disidencia permanece atorada en el pasado y fragmentada políticamente?
 
Miriam Celaya: No gusto de los arquetipos, por lo que asumiré que eso a lo que llamas “nuestra disidencia” es la totalidad del muy variado espectro formado por los grupos y partidos opositores de todas las denominaciones, los periodistas independientes y blogueros y otros muchos sectores de la sociedad civil independiente, también múltiple y diversa, toda vez que en ella se cuentan desde bibliotecarios independientes hasta artistas, escritores y animadores de muchos proyectos cívicos. Cuento también como disidencia a todos los cubanos que se sienten inconformes con el modelo político oficial -aunque no lo manifiesten abiertamente, ni estén vinculados a ninguno de los sectores antes mencionados-, y a las decenas de miles de emigrados, con independencia que se les llame “emigración económica” o “emigración política”, porque marcharse de Cuba equivale a rechazar de alguna manera el sistema sociopolítico y económico establecido. La disidencia no es un bloque monolítico y uniforme, así que no me parece adecuado establecer generalizaciones. Ahora bien, una parte de esa disidencia, en efecto, parece anclada en el pasado y evidencia un agotamiento de su discurso. Esto es natural porque -a diferencia de los sectores que basan su trabajo en los proyectos de corte cívico-, los proyectos políticos están obligados a promover alternativas de gobierno para superar los problemas de la nación en su conjunto, están más presionados por el tiempo y deben mostrar resultados en períodos razonables. Por ejemplo, mientras la labor del periodismo independiente es la de informar, denunciar, analizar, difundir, o la de las bibliotecas independientes y otros proyectos cívicos es directa o indirectamente favorecer la formación ciudadana, que son cuestiones permanentes e inagotables, los partidos políticos tienen la aspiración y la obligación de proponer alternativas viables para la realización de elecciones y cambiar el sistema político del país. De lo contrario, no serían partidos políticos. Cuando esas propuestas no surgen, no calan en amplios sectores o no provocan cambios, los partidos políticos se agotan. Hasta el momento no existen o no son visibles los partidos que ofrezcan una alternativa realizable en el enfrentamiento al poder dictatorial, por la naturaleza de la dictadura, pero también porque ha faltado madurez política en la oposición y porque una gran parte de ella -al igual que el propio gobierno al que se enfrenta- está lastrada por males seculares heredados de nuestra idiosincrasia y nuestra historia, como son el caudillismo, el mesianismo, y la inmediatez, entre otros. La fragmentación política yo no la veo como un problema. Toda sociedad democrática está políticamente fragmentada, y eso es saludable, porque permite la variedad de propuestas, la posibilidad de elegir entre ellas, y porque forzosamente los políticos deben competir entre sí, si aspiran a triunfar. Ahora bien, esta fragmentación no debe significar la descalificación del otro o de la otra propuesta, ni impedir las concertaciones y los consensos capaces de elaborar plataformas comunes para hacer frente a la autocracia gubernamental. Estos consensos, lamentablemente, aunque en la actualidad parecen estarse generando entre grupos más o menos numerosos, no se han consolidado, ni todavía constituyen una fuerte alternativa al poder.

CN: ¿La Demanda Ciudadana Por Otra Cuba no es una nueva versión del Proyecto Varela? ¿Hasta qué punto se pierde el tiempo al demandar a un régimen que hace oídos sordos a cualquier propuesta para democratizar el país?


MC: No creo que la Demanda Ciudadana sea una nueva versión del Proyecto Varela. Cada uno de esos proyectos tiene su propia función, y objetivos bien diferenciados. El Proyecto Varela fue el más conocido en su momento -en buena medida gracias a la difusión que logró a partir de la visita del ex presidente estadounidense James Carter a Cuba, quien lo mencionó en el Aula Magna de la Universidad de La Habana- y logró recabar un enorme número de firmas, labor en la que participaron muchos activistas, no solo del Movimiento Cristiano de Liberación, sino también de otros partidos políticos opositores. Pero el Proyecto Varela se amparaba en la propia Ley Electoral de este gobierno, de alguna manera legitimaba esa Ley, con independencia de que tuvo la virtud de atisbar sus grietas y tratar de aprovecharlas en beneficio de la democracia, lo cual es un gran mérito. De cualquier manera, debido a que se basaba en las leyes del propio gobierno cubano, este tuvo la capacidad de hacer el “contra-proyecto”, convocar a la ratificación del socialismo como modelo eterno y recabar ocho millones de firmas dentro de Cuba. La dictadura tiene la posibilidad de modificar o violar sus propias leyes, o simplemente ignorar las demandas legales, de manera que suele sacar ventaja de todo movimiento que trate de maniobrar a partir de las leyes que fueron creadas para perpetuar el poder dictatorial.
Otro aspecto, que pocos tienen en cuenta, es si solo variando el proceso electoral se podrían producir cambios significativos en Cuba. Personalmente, no lo creo. Pienso que lo primero que necesitamos es formar ciudadanos responsables, libres y aptos para asumir el reto de elegir libremente. Es una tarea de muy largo aliento, pero ineludible. El nuestro es un pueblo signado por el temor, la desconfianza y la orfandad cívica, problemas fuertemente acentuados a lo largo de más de medio siglo de poder totalitario. La sociedad carece de referentes democráticos y tampoco hubo arraigo de cultura cívica en los años de República que antecedieron al castrismo. Me atrevería a afirmar que si la semana próxima se realizaran elecciones libres en Cuba, la gente no tendría muy claro por quién votar, por más que el actual régimen esté agotado. Una sociedad huérfana de civismo no es precisamente el mejor escenario para elecciones, si se quiere lograr una democracia verdadera y estable. Magnificar la utilidad de las elecciones como vehículo para lograr la democracia en Cuba, me parece una ingenuidad política que tuvo el Proyecto Varela, y créeme que este criterio me ha traído enconados críticos hostiles entre los propios opositores, porque a fin de cuentas los cubanos, como ocurre con el gobierno, solemos vibrar en polos: si cuestionas algún proyecto disidente, eres “el enemigo”, “estás rompiendo la unidad” (que nunca ha existido), o “estás trabajando para el gobierno”. También ocurre que existe entre nosotros la tendencia a esperar soluciones rápidas o mágicas, sin esforzarnos mucho. Claro que sería menos fatigoso si nuestros numerosos y acuciantes problemas terminaran después de unas elecciones, pero esto no es realista. Después del castrismo y de las elecciones democráticas que algún día se realizarán, se iniciará una etapa de duro bregar si queremos consolidar una Cuba democrática, de eso no duda ningún político serio.
Otro es el caso de la Demanda Ciudadana, que se fundamenta sobre la existencia de Pactos internacionales, refrendados en la ONU, y que fueron firmados por el gobierno cubano. La dictadura no tiene la menor posibilidad de cambiar esos Pactos, por lo que de cierta forma está políticamente entrampada: o ratifica los Pactos que firmó, en febrero de 2008, con las consecuencias que se derivarían de una apertura a ciertas libertades dentro de la Isla, o queda expuesta la falta de voluntad política de este gobierno para cumplir con los compromisos internacionales contemplados de manera general en la Declaración Universal de Derechos Humanos, de la cual es signataria, y en particular en los Pactos. Esto implica un elevado costo político que, al parecer, el régimen está dispuesto a pagar, pero tiene consecuencias a mediano y largo plazo. La Demanda es también más amplia, más inclusiva que el Proyecto Varela, al abarcar todos los males que afligen a Cuba, porque no se ciñe al mero aspecto electoral.
Puesto en perspectiva, el Proyecto Varela fue más “práctico” e inmediato, mientras la Demanda Ciudadana es más bien simbólica, aunque resulta también más abarcadora y generaliza en aspectos que podrían dar al traste con el sistema si realmente se ratificaran esos Pactos. Por supuesto, no creo que el gobierno los vaya a ratificar, de ahí su carácter simbólico: una acción cuyo principal valor es demostrar la hipocresía del gobierno cubano y la orfandad cívica de este pueblo. Tanto el Proyecto Varela como la Demanda Ciudadana, con sus aciertos o limitaciones, son válidos en tanto apuestas por la democracia y como propuestas que se basan en presupuestos cívicos y no en ideologías. Cada una de estas acciones es hija del momento que les corresponde, si bien el Proyecto Varela fue más coyuntural, la Demanda Ciudadana, al basarse en acuerdos universales, tiene un carácter permanente. Pero en esencia, ninguno de estos dos proyectos constituye una fórmula mágica que encierre en sí el elíxir de la democracia, ni presuponen la única vía para horadar el muro de la dictadura. Ambos son pasos o propuestas parciales de un todo mucho más complejo.
En cuanto a si demandar al gobierno cubano, que hace oídos sordos, resulta una pérdida de tiempo, yo no lo creo. ¿Cuáles serían si no las alternativas? ¿Sublevaciones, violencia, lucha armada, terrorismo, guerra civil, emigrar todos? No. La violencia solo generaría mayor violencia en una sociedad cargada de rencores, ya muy fracturada y sesgada por la polarización de medio siglo de dictadura, huérfana de derechos, de civismo y de instituciones independientes o al menos autónomas. La violencia no es una opción: sería el fin de la nación cubana. Existen numerosos ejemplos de demuestran la superioridad de la resistencia cívica frente a la fuerza de la violencia. Ciertamente el camino cívico es más largo, pero la paz y la democracia se consolidan y sanan mejor las heridas y cicatrices. Hay que escapar de la tentación de las soluciones “rápidas y radicales”, porque los resultados son muy engañosos. El principal ejemplo lo tenemos en casa: en julio de 1953, se produjo un violento asalto a un cuartel del ejército constitucional; en diciembre de 1956, se inició una breve guerra de guerrillas; y en enero de 1959, la revolución tomó el poder por la fuerza. Bastaron menos de seis años para que una camarilla se adueñara del país, se entronizara en el poder y sostuviera, hasta hoy, por la fuerza de la represión y por la violencia: no tenemos ni paz ni democracia, y cada vez se abre más la brecha entre los poderosos y la sociedad en su conjunto, pese a que el proyecto revolucionario llegó a implicar en su momento a una gran mayoría de la población cubana.

CN: ¿Cree Ud. que el movimiento de oposición ofrece realmente una alternativa política para Cuba, o solo aspira a que el régimen introduzca cambios democráticos?

MC: Otra vez te digo que no me gusta partir de estereotipos. No existe un “movimiento de oposición en Cuba”, sino múltiples grupos opositores que no se inscriben en lo que pudiera llamarse un movimiento. Un movimiento, creo, debe contar al menos con esenciales mínimos, como una plataforma común, un programa o propuesta concertada, una estructura consensuada y cronogramas para el cumplimiento de ese programa. Eso no existe en Cuba. Sin embargo, sí creo que algunos proyectos de oposición tienen propuestas interesantes. La oposición no “espera que el régimen introduzca cambios democráticos”. Ninguna dictadura introduciría voluntariamente cambios que tarde o temprano la llevarían a la pérdida del poder político, y eso los opositores lo saben bien. Pese a todas las limitaciones, la oposición ha estado forzando a este gobierno para los cambios, al demostrar que en Cuba sí existen propuestas y sectores contrarios a éste, y al sostener una resistencia que ha estado creciendo y diversificándose en los últimos años.
En cuanto a si la oposición constituye una alternativa política al gobierno, no creo que hayamos conseguido eso, al menos no en la magnitud que necesitamos. Sin embargo, estamos asistiendo a un proceso interesante: en la actualidad, el gobierno conserva todo el poder, el ejército, la policía, las instituciones, los medios de difusión y la descalabrada economía, pero tampoco ofrece una alternativa para remontar la crisis. Las llamadas “reformas raulistas” y los obsoletos lineamientos resultantes del último congreso del PCC no pueden considerarse ni remotamente una alternativa. Más bien son una retórica del pasado, el canto de cisne del viejo poder guerrillero. El gobierno está políticamente agotado y resulta incapaz de renovarse. Esto podría suponer un escenario político favorable al surgimiento de alternativas desde la oposición. Tengo la impresión de que la disidencia se está renovando y enriqueciendo mientras el poder gubernamental solo se recicla e involuciona dentro de la misma casta y aproximadamente con las viejas recetas, apenas con algún retoque de ocasión. Es posible que en estas condiciones se produzca también una renovación de las alternativas de la disidencia y surjan nuevos líderes y nuevas propuestas, quizás alianzas y plataformas políticas interesantes. Hay que estar preparados por si ese “renacimiento opositor” (llamémosle así) se produce.

CN: Según encuestas informales, 7 de cada 10 consultados creen que la oposición representa la única esperanza de lograr cambios democráticos en Cuba. Pero, ¿no es hora de que le ofrezca al pueblo un programa político más sólido y coherente?

MC: Mira, las encuestas suelen ser veleidosas, sobre todo en un país donde las personas están acostumbradas a ocultar, o enmascarar, lo que realmente piensan. Por demás, las encuestas informales solo permiten aproximaciones igualmente informales a los fenómenos de que se trata. La mayoría de la gente común que conozco rehúsan la opinión o el compromiso político, hay una especie de displicencia: “A mí la política no me interesa”, dicen algunos, y con esto se sienten sabios y prudentes, o quizás creen que así se ponen a salvo de una realidad que nos asfixia a todos. No obstante, incluso para aquellos que no creen siquiera que la oposición constituya una esperanza para la democratización de Cuba, lo que sí está demostrado es que el gobierno agotó sus posibilidades y hoy es un freno a la esperanza. Hay quienes creen que cualquier cosa es mejor que este gobierno―lo cual, al menos en mi opinión, es también muy peligroso—, pero sí creo que en la oposición hay propuestas y figuras valiosas y es el sector que ha estado acogiendo y fomentando durante muchos años―con sus aciertos y desaciertos—los gérmenes de la futura democracia cubana. Claro que habrá otros sectores que se irán incorporando. Me alienta ver muchos rostros nuevos y jóvenes que tienen voz y criterios, que no piden permiso ni disculpas para expresar sus ideas y que no tienen compromiso histórico alguno con las viejas clases dirigentes. Jóvenes que se sienten capaces y libres, lo cual dista mucho del espíritu obediente y agradecido que pretendieron (y en muchos casos lograron) inculcar a generaciones anteriores. Creo que ellos traerán ideas valiosas que aportarán a la democracia, y también tributarán energía y esperanzas a esta Cuba agónica.
Para ofrecer un programa político sólido y coherente, es preciso que haya individuos políticos, es decir, ciudadanos. Tú preguntas si no es hora de que la oposición le ofrezca un programa político coherente al pueblo. Yo, por mi parte, creo que va siendo hora de que el pueblo sea capaz de exigir derechos y propuestas a los políticos, a los que están ahora y a los que vendrán después. En la disidencia estamos acostumbrados a enjuiciar críticamente a los políticos, y eso está bien, pero existe una responsabilidad colectiva en los males de Cuba. Existe una predisposición muy extendida que tiende a victimizar al pueblo, como si éste fuera una amorfa criatura subnormal: los pobres cubanos que sufren de una dictadura, el sufrido pueblo avasallado y aterrorizado bajo la bota de los tiranos, debe ser liberado. Pero victimizar a todo un pueblo es un principio mesiánico que apenas disimula una vanidad desmedida. Es, sobre todo, subestimarlo, dar por establecida su incapacidad para la toma de decisiones. Así que yo prefiero no adoptar posiciones condescendientes, y suelo devolver la pelota: cuando cualquier cubano me pregunta qué estamos haciendo los disidentes para cambiar las cosas, yo le pregunto a mi vez, “¿y qué estás haciendo tú?” Un sujeto que no cree en el sistema pero pertenece al CDR, paga el falso sindicato, asiste a las marchas y actos oficiales y vota en las llamadas elecciones, no tiene autoridad moral para exigir que otros cambien las cosas para él. Eso es sencillamente inmoral. Es decir, me parece que enfrentar a la gente a su propio espejo es una terapia de choque necesaria, por mal que pueda caer, porque en el fondo de mi conciencia estoy convencida de que nadie está suficientemente calificado para liberar a toda una nación cautiva, sea de un tirano o de sí misma.
En cuanto al porvenir, el programa político más promisorio podrá surgir en un momento cualquiera, quizás antes de lo que imaginamos, pero entonces deberemos tener los ciudadanos capaces de llevarlo a vías de hecho. No sería ningún logro tener un pueblo-rebaño que deja de acatar un viejo programa, de un arcaico partido obsoleto, para someterse mansamente a otro programa y a otro partido que eventualmente también envejecerán. Es preciso eliminar el síndrome del rebaño, hay que ayudar a transmitir a la gente el virus del ciudadano. Solo cuando los propios individuos libres sean los centinelas de la democracia los programas políticos tendrán valor y un sentido real. No sé si esto responde a tu pregunta.

CN: Seguimos creyendo en el apotegma de que “las revoluciones solo las hacen unos pocos”, ¿es posible que las mismas contrariedades de hace más de un siglo atrás, como el caudillismo y la tozudez política, sean los arrastres vernáculos que impiden la fundación de un proyecto de oposición política verdaderamente moderno?

MC: Pero es cierto que las revoluciones las hacen unos pocos, siempre ha sido así, porque las ideas que movilizan masas suelen surgir de élites. Mira la propia Historia de Cuba: un grupo de hacendados hizo estallar la Revolución de Yara, en 1868. Martí y un reducido grupo de patriotas fueron los animadores principales de la Revolución del 95. Y más tarde, Fidel Castro y una pandilla de revolucionarios, no solo sacaron del poder a Batista, sino que se apoderaron del país e instauraron la más larga dictadura de este Hemisferio. Fíjate si un grupo élite puede ser poderoso, que todavía están ahí: desgastados, ancianísimos y con la salud quebrantada, pero dominando férreamente a una población en la que más del 70% de los individuos nació después de 1959, es decir, que no participaron de la revolución ni le pidieron a nadie que la hiciera para ellos. Ninguna revolución nos ha hecho verdaderamente libres, ni nos ha deparado democracia. Para ser honesta debo decirte que no apruebo las revoluciones, tengo serias reservas con ellas en tanto procesos vertiginosos y generalmente violentos, con un alto poder destructivo, con una alta cuota de muerte y de dolor. Muchas veces constituyen más un retroceso que un progreso, y eso lo hemos experimentado en carne propia los cubanos. Prefiero apoyar una evolución gradual, concertada y pacífica, que formar parte de una revolución social.
En cuanto al caudillismo y la tozudez política, son arrastres vernáculos, que lastran la fundación de un proyecto político desde la oposición. También lastran al gobierno. Y te diría que hay otros arrastres, de los que casi nadie quiere hablar, pero están ahí, horadando las bases de casi todo y en el más profundo “yo” de muchos: el mesianismo (ya antes lo mencioné), la egolatría, la corrupción, el nepotismo, la falta de visión política, la incapacidad para asimilar la crítica, la irresponsabilidad cívica, la inmadurez… y quizás una docena de adornos más. Una de las limitaciones mayores que padecemos, es el desconocimiento de nuestra propia historia. Por ejemplo, ¿podrías creer que hay muchos opositores, incluyendo líderes, que desconocen cuántas constituciones han existido en Cuba? Y por si tamaña ignorancia no fuese suficiente, te espetan sin más ni más que eso ya pasó, que lo que importa es fundar una Cuba nueva y diferente. Es grave, porque alguien muy sabio dijo con mucho acierto que ignorar la historia conduce a repetir los errores del pasado, pero esa es la realidad nuestra. Hay quienes incluso irrespetan a los próceres fundadores hasta el desprecio. Mira, no se trata de rendir culto a la personalidad o magnificar al héroe por sobre el hombre, pero toda nación es heredera de una historia, o no es una nación. Nos falta arraigo, es la verdad.

CN: Sobre la influencia política de las naciones de occidente, como Estados Unidos y la Unión Europea, ¿hasta dónde cree que pueda resultar positiva para un nuevo enfoque de nuestra soberanía y democracia en particular?

MC: Creo que todo proceso político puede y debe asimilar las enseñanzas y experiencias positivas de otras naciones. Estamos en tiempos de globalización, y eso no solo es inevitable, sino que no tiene por qué ser negativo. Las influencias foráneas no significan necesariamente la renuncia a la soberanía, como lo demuestran numerosos procesos de la historia pasada y reciente. En particular los escenarios de la postguerra, después de la Segunda Guerra Mundial, con el nuevo mapa político mundial; el fin de la Guerra Fría y, más recientemente, los procesos de democratización que se han estado produciendo desde 2010 en el mundo árabe, entre otros, demuestran que la democracia en cada caso recibe influencias variadas y asume características autóctonas, a la vez que puede insertarse armónicamente en el panorama global. No existen democracias “puras”, ni soberanías sin influencias foráneas. De hecho, nunca han existido.
Ahora bien, Cuba es una nación de Occidente, de manera que la influencia de democracias de estilo occidental no solo son las más afines a nuestra propia idiosincrasia y cultura, sino también se acercan más a lo que aspira la mayoría de los cubanos. Por supuesto que los actuales paradigmas son las naciones más desarrolladas, EEUU y la Unión Europea, lo cual no debe excluir algunas experiencias interesantes en nuestra región y en otras partes del mundo. Estoy pensando, por ejemplo, en los avances que se han logrado en países como Brasil y los espacios de democracia que se han venido consolidando en Chile en las últimas décadas, por ponerte solo ejemplos.

CN: Si en Cuba se produjera un cambio brusco de régimen, ¿la oposición cubana estaría preparada para lidiar con las nuevas circunstancias? ¿Están aptos para gobernar el país? ¿Hay opositores presidenciables?

MC: Es una pregunta bastante difícil de responder en las circunstancias actuales, e imposible de agotar en un espacio reducido. Creo que sería mucho mejor propiciar un debate amplio con variedad de opiniones, pero trataré de pensar en voz alta, aun sabiendo que mi respuesta será incompleta e insuficiente. En mi opinión, por el momento no parece que vaya a producirse un cambio brusco de régimen en Cuba (aunque tampoco se puede descartar esa posibilidad). Todo indica que, en ausencia de instituciones y propuestas capaces de asumir todo el cambio, lo más adecuado sería establecer una mesa de diálogo entre el gobierno y los representantes de todo el espectro opositor y la sociedad civil alternative; pero esto es, sin dudas, una visión ideal. Estoy pensando que lo mejor sería algo así como lo ocurrido en Polonia, por ejemplo, un paradigma de la transición pacífica. El caso checo es otro ejemplo feliz, y el de España en su momento, ya algo distante en el tiempo. Claro que en esos casos existían sólidas estructuras cívicas contenidas en la propia cultura y tradición de esos pueblos, que no es nuestro caso. El gobierno cubano no se siente suficientemente presionado por la oposición como para reconocer en ella un interlocutor. Por otra parte, no quiere ceder un ápice en el poder, ni reconoce sus propias limitaciones, lo que alarga la agonía del régimen, pero también la nuestra. No obstante, aunque los cubanos ciertamente no tenemos un sindicato Solidaridad, tampoco podemos ignorar la presencia de una oposición pacífica que ha sido capaz de sostenerse a lo largo de muchos años, ni ignorar el surgimiento y crecimiento exponencial de muchos grupos de la sociedad civil independiente que son importantes actores del cambio y traen sus propias agendas. La Cuba de hoy no es igual a la de hace apenas cinco años, mucho menos a la de los años 90’.
En la actualidad estamos asistiendo a una realidad muy cambiante en Cuba. Algo ha comenzado a moverse y hay coyunturas que pueden transformar de momento todos los escenarios. Por ejemplo, ahora mismo la situación de salud del presidente venezolano puede marcar un cambio en cuanto a los subsidios petroleros de esa nación, que mantienen en el poder a la dictadura cubana. Un elemento por sí solo no determina los cambios, pero combinado con otros factores, como la crisis del sistema, la ausencia de un proyecto gubernamental viable, la desesperanza y falta de confianza en las estructuras y propuestas oficiales, sumado al aumento de los sectores inconformes, podría desembocar en una salida impredecible, tan frágil como eso puede resultar el tambaleante equilibrio del poder en la Isla. Por supuesto que no conocemos todas las cartas de esta complicada baraja y los pronósticos siempre son imprecisos cuando de política se trata, más aún en un país donde el secretismo es el signo de la “información” y la gente no tiene acceso a las comunicaciones y a la prensa, más allá de la oficialista.
Creo que, llegado el momento, la oposición―o al menos algunos sectores de ella— asumirán su papel. Habrá un auge de grupos opositores y veremos surgir numerosos partidos de las denominaciones más diversas, pero a mediano o largo plazo prevalecerán los más preparados y maduros, los más inclusivos y los que reciban mayor apoyo. Será un muy interesante escenario donde habrá también una gran lucha de intereses, será difícil y complejo, pero cuento con que existirá la libertad de expresión y de prensa, que jugará un papel protagónico en la formación y divulgación de la opinión ciudadana. Si los opositores están aptos o no para gobernar el país, está por verse, pero merecen la oportunidad de demostrarlo. Pienso que hay muchos líderes potenciales que no han emergido o no son visibles aún. En todo caso, creo que lo más importante será formar una nación apta, entonces tendremos políticos aptos.
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