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viernes, 9 de enero de 2015

Detrás de las performances


cartel cover 
 Por Miriam Celaya
LA HABANA, Cuba. — Durante los días finales del año 2014 y los primeros tres del 2015, han estado doblando las campanas por la artista Tania Bruguera y la ola de detenciones que despertó su anuncio de la performance El susurro de Tatlin #6, con el que pretendía ofrecer un minuto de libertad de expresión a los cubanos “de a pie” de la Isla, ante un micrófono abierto, en la mismísima Plaza “de la Revolución”.
Las autoridades respondieron con su violencia acostumbrada, deteniendo y arrojando a los calabozos a varias decenas de disidentes, entre activistas opositores, periodistas y otros miembros de la sociedad civil independiente, algunos de los cuales ni siquiera tenían la intención de participar del acto y fueron apresados solo por el delito de salir de sus casas en el día “equivocado”.
Los comentarios sobre el tema han pululado en los medios digitales. No podía ser menos tratándose de una reconocida y galardonada artista como Bruguera, con una prolífica trayectoria, aunque casi una total desconocida por los potenciales destinatarios de su performance.
Tania Bruguera, en fin, ha sufrido el mismo destino que los opositores y otros miembros de la sociedad civil independiente vienen enfrentando desde décadas atrás: la censura y represión del régimen, a la vez que la proverbial ignorancia –sea por desinformación o por abulia– de esos mismos “cubanos de a pie”. Así, se reafirma la imperiosa necesidad de poner al alcance de todos los cubanos la capacidad de información que les permita el empoderamiento cívico y la disposición para erigirse protagonista de los cambios.
¿Torpeza o intención?
Las razones de Tania Bruguera para la realización de su performance son harto conocidas y están más que justificadas. La represión orquestada por el gobierno cubano, en cambio, si bien predecible, resulta contraproducente en un momento en que debería esforzarse por ofrecer un rostro más tolerante.
El General-Presidente ha perdido una oportunidad de oro para anotarse un tanto ante la opinión pública internacional, haciendo gala de una torpeza tan escandalosa que solo se entendería si tuviera la deliberada intención de lanzar un desafío a las posiciones conciliadoras de Barack Obama y al mundo democrático en su conjunto.
Cualquier conocedor de la realidad cubana sabe que a la dictadura le hubiese resultado muy fácil aniquilar el “efecto Tatlin” y, de paso, hacer quedar en ridículo a la artista, utilizando sus métodos habituales. A saber, permitir que ésta montara su tribuna y sus micrófonos, controlar o impedir la entrada de los “contrarrevolucionarios” –probablemente los únicos cubanos que se hubiesen atrevido a ejercer la libertad de expresión públicamente y decir de viva voz sus opiniones y exigencias–, movilizar a sus militantes más fieles (y también a los militontos útiles) para llenar el espacio y hacerles tomar los micrófonos para lanzar las acostumbradas loas a la revolución y a sus líderes.
Incluso, podría haber utilizado a sus agentes infiltrados en las filas opositoras para ofrecer el “rostro rabioso” de los que quieren acabar con el paraíso socialista, haber simulado apoyo a la obra de Bruguera compartiendo el espacio de la Plaza con obras de La Colmenita, o celebrando simultáneamente cualquier otro “acto cultural” con la participación de los numerosos artistas que usualmente se prestan para tales casos. Con seguridad, hubiese sido un evento multitudinario y el General-Presidente hubiese demostrado al mundo, a la vez que la existencia de “la más auténtica y espontánea libertad de expresión del pueblo cubano”, la firme adhesión de éste a la revolución y a sus incuestionables conquistas.
Eligió, sin embargo, la brutalidad, con una desproporcionada reacción oficial que lanza señales equívocas, incongruentes con el clima de distensión que debería comenzar a respirarse con el entierro de las hachas de guerra después de medio siglo de confrontación con el enemigo natural de los pueblos. Pero, ¿realmente alguien esperaba otro resultado?
Detrás de las performances
No faltan quienes se preguntan, a raíz de los sucesos, si la performance de Tania Bruguera valió la pena, ya que fue ocasión para que se desatara la represión en unas fechas en que las tradiciones familiares son de celebración y paz. La respuesta a esto depende de los objetivos de la artista, no de la reacción del gobierno cubano. Si la intención era llamar la atención de la opinión pública internacional sobre el carácter dictatorial del régimen, el mero propósito tuvo éxito, y valió la pena. Pero el costo, a saber, la réplica represiva de las autoridades, es lo habitual en Cuba –como bien conoce la sociedad civil independiente de la Isla, con décadas de resistencia frontal contra el gobierno–, y la artista no es responsable de esto.
En otro orden, todo ejercicio cívico de derechos y la libre expresión valen la pena, sea éste una performance o sencillamente una práctica cotidiana, pero tampoco hay que magnificar los hechos ni atribuir a la tentativa de un evento artístico la capacidad de “entorpecer la normalización” de las relaciones entre Cuba y EE UU. Definitivamente, la tendencia al drama es uno de los males que arrastramos los cubanos y que nos convierte en miopes políticos.
Ahora bien, pretender que “los cubanos de a pie” –no los opositores “mercenarios” ni los desobedientes habituales– harían uso espontáneo de micrófonos abiertos en una plaza pública (y en particular en “esa” plaza) para hacer reclamos ciudadanos y exigir derechos al gobierno, es una ingenuidad, una utopía o una combinación de ambas cosas. La idea es bella y romántica, pero se distancia enormemente de la realidad. No idealicemos: que los cubanos comunes, sumergidos en la supervivencia, necesiten de espacios de libertad no significa que estén preparados para retar abiertamente al gobierno, en particular si después de las performances seguirán atados irremediablemente a esta cárcel insular. Se requiere mucho más para vencer el miedo a un minuto sobre una tribuna y ante un micrófono.
Un apresurado sondeo es suficiente para comprobar que los destinatarios del acto no se enteraron. De hecho, ni la propuesta artística ni la ola de detenciones asociada han trascendido a la opinión pública nacional.
Los habaneros que el pasado 30 de diciembre observaron el inusual despliegue policial en las áreas aledañas a la Plaza nunca supieron de qué se trataba, y probablemente tampoco le dieron mayor importancia. Hay que entenderlos: eran días de había feria agropecuaria y, para colmo, en muchos municipios se estaba distribuyendo el pollo “de población”.
No es cinismo, sino realismo. En materia de derechos, a los cubanos nos queda un largo camino por recorrer, que incluye –por cierto– superar la tentación de colocar sobre la mesa del despacho presidencial estadounidense las exigencias que tendrían que responder las autoridades de la Isla. Al menos tal es la opinión de esta cubana, para quien el ejercicio de la libertad de expresión ha sido siempre una práctica, no una performance.
 http://www.cubanet.org/opiniones/detras-de-las-performances/

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