Los consejos de Walesa, los tantos documentos y la pluralidad
que no debemos perder
Luis Cino Álvarez, Primavera Digital
Arroyo Naranjo, La Habana.- Han levantado una
tormenta de polémicas en la disidencia interna las recientes
declaraciones a Martí Noticias de Lech Walesa, en las que el
fundador y líder de Solidarnocz reprochó a los opositores
cubanos la falta de unidad.
Antes que ponernos patrioteramente ofendidos por la bienintencionada opinión de Walesa,
quien indudablemente es alguien que sabe de qué habla, y
dedicarnos a enumerar las muchas diferencias entre los casos de
Polonia y Cuba, sería preferible, dada la babélica incapacidad
de los opositores cubanos para ponernos de acuerdo siquiera en
los puntos que nos unen, aprovechar lo positivo que se pueda
derivarse de ello.
Los tradicionales hándicaps de la oposición
cubana, tales como la fragmentación, el individualismo, la
improvisación, la espontaneidad, han hecho mucho más difícil el
trabajo de los represores. Una oposición más unida hubiese sido
para la Seguridad del Estado más fácil de descabezar. Pero los
represores optaron por dividirnos. A costa de atizar las
diferencias y los bretes para tenernos dispersos y enfrentados,
la policía política se ha visto enfrascada en un rompecabezas en
el que sus jefes pasan tanto trabajo como sus adversarios para
seguir el hilo de las tramas creadas por sus infiltrados y
provocadores o de las que brotan entre los opositores por celos,
ansias de protagonismo, intolerancia, tentaciones autoritarias,
etc.
Pero más importante que eso, es la pluralidad
que ha alcanzado la oposición. Algo que no debemos perder de
vista ni sacrificar en aras de lograr a como dé lugar una unidad
para la que evidentemente no estamos preparados. Si hablamos de
personas que luchan por la democracia, es preferible buscar
consensos antes que unanimidades.
Muchas veces, algunas organizaciones del exilio
(que tampoco están exentas de la infiltración del G-2) para
adelanto de sus agendas, han provocado la fractura o duplicación
de proyectos que tenían resultados tangibles que mostrar. Ojala
las mismas agendas no lleven a unificar a como dé lugar.
La cuestión no es sacrificar o subordinar
proyectos que funcionan por otros que están en veremos, a ver si
resultan y qué sale de ellos. No necesariamente lo nuevo y lo
novedoso (o novelero) es lo mejor.
No es que apostemos por el malo o el regular
conocido (ya sabemos sus méritos, virtudes y también de la pata
que cojean) antes que por el bueno por conocer. La vida nos ha
enseñado a dudar de los tipos carismáticos, con condiciones
naturales de liderazgo. También de los demasiado valientes y de
labia fácil. Si vamos a buscar nuevos líderes, hay que tener
mucho cuidado en manos de quién nos ponemos. ¿Para qué nos hace
falta un Disidente en Jefe? ¿Y si nos pusimos fatales y
precisamente a ese, con leyenda y todo, lo sembró la Seguridad
del Estado?
Más que caudillos, necesitamos ciudadanos
responsables y políticamente maduros, capaces de hallar
soluciones mediante el consenso y el debate.
Cuando digo que no debemos perder la pluralidad,
no es que abogue por la olla de grillos paranoicos en que a
veces parece convertirse la oposición. Hablo de respeto,
comprensión y tolerancia.
Es lógico que estemos cansados de los tantos
documentos que periódicamente emiten determinados líderes
opositores. Del lenguaje populista como para complacer a todos y
la ingenuidad respecto a la posibilidad casi impracticable –al
menos por ahora- de desmontar la dictadura a partir de sus
propias leyes. Los mínimos resquicios que deja –más por descuido
que por buena fe- la "legalidad revolucionaria", no son como
para hacerse demasiadas ilusiones y creernos que la disidencia,
aun sin acabar de salir de los muros del ghetto y sin conquistar
las mentes y los corazones demasiado apáticos y asustados de la
población, está en capacidad de imponer condiciones al régimen.
¡Qué decir entonces de proyectos que dictan su ultimátum a la
dictadura como si las fuerzas rebeldes, luego de controlar
varias provincias del país, estuviesen a las puertas de La
Habana!
Para que los mandarines consideren seriamente la
posibilidad de soltar el poder, deben sentir antes al pueblo
rugir bien fuerte en las calles. Y no es con documentos y
conceptos políticos que resultan abstractos ante tanto agobio
cotidiano que se logrará la movilización popular.
Reunir en un proyecto a muchos de los más
importantes nombres de la oposición y la sociedad civil pudiera
resultar decisivo para conseguir la unidad, pero la experiencia
nos ha enseñado que por sí solas las firmas no bastan. Pronto
algunos de los firmantes empezarán a disentir de algunos puntos
y hasta de las comas, o a argumentar que no leyeron bien el
texto o que no están conformes con que su firma aparezca más
arriba, más abajo o junto a la de fulano o mengana...Luego
vendrá el regateo de méritos y la habitual sarta de insultos y
descalificaciones mutuas. Entre ellas, la más socorrida: la
acusación de que "el otro" trabaja para la Seguridad del Estado.
Me temo que pueda volver a ocurrir lo mismo a la
hora de armar concertaciones improvisadas y a la carrera, que se
repitan las historias de caciques y mamotretos destinados a la
prensa extranjera...
Más que imponernos una falsa unidad bajo dudosos
presupuestos, debemos buscar los puntos de concordancia y el
modo de que los diferentes proyectos se complementen. Si las
afinidades no son lo suficientemente fuertes para cohesionarnos,
mantengamos entonces el pluralismo. En definitiva, si estamos en
el camino de la democracia, debemos llegar a la meta en la mejor
forma posible.
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