El más reciente editorial de la revista Espacio Laical pone
nuevamente en la mesa de debate varios puntos de vital importancia sobre
el rumbo que debe tomar la transición cubana.
Primeramente, tenemos que decir que nos parece muy interesante que
las circunstancias actuales empujen a los actores políticos a expresar
públicamente sus posiciones. Se hace cada vez más difícil actuar “en lo
oscurito” en una era donde la información fluye y se filtra con tanta
facilidad. Este es un hecho que sin dudas sorprende a quienes se
acostumbraron a intervenir tras bambalinas.
Dentro del escenario actual tiene lugar un intenso cabildeo destinado
a lograr un relajamiento de la política del gobierno de EE UU hacia el
régimen de la Isla. Esta embestida ocurre a través de tres actores
diferentes. El primero es el Gobierno cubano, el segundo, la jerarquía
de la Iglesia Católica, y el tercero, algunos sectores del exilio.
Aunque varios analistas señalan el hecho como una coincidencia de
intereses, pensamos que resulta poco casual este frente de acción.
La preocupación de muchos activistas por el papel que está jugando la
jerarquía eclesiástica en este ajedrez político, ha ido acompañada de
denuncias en diferentes medios de prensa. Estas recriminaciones jamás
deben ser tomadas como un intento de golpear a la Iglesia cubana, como
se desea hacer ver por ciertos grupos, sino como una llamada de alerta
al papel que debe jugar esta institución y la preocupación de que pueda
ser convertida en rehén de unos intereses particulares.
El editorial de Espacio Laical no solo ha salido a resarcir varios
pasos en falso dados por miembros de su consejo editorial, sino también
“los tropiezos” del cardenal Jaime Ortega en su reciente viaje a EE UU.
No debemos perder de vista que ya en días pasados el periódico Granma
hacía una defensa del prelado, descalificando las críticas de sus
detractores.
El reciente cabildeo tiene un perfil muy bien definido y va destinado
a políticos opuestos al embargo, empresarios, grupos de estudio,
universidades, entre los que sobresalen Brookings Institution, Council
on Foreign Relations, Harvard University y CUNY. Curiosamente han
desfilado por los mismos espacios personas ligadas a los tres sectores
mencionados. Roberto Veiga, Jaime Ortega, Eusebio Leal, Arturo López
Levy, Carlos Saladrigas son algunos de ellos.
Dentro de la Isla no podemos obviar el repudio que generó la
conferencia sobre emigración cubana, realizada a principios de mayo y a
puertas cerradas, y de la que fueron excluidos activistas católicos como
Dagoberto Valdés y Oswaldo Payá, así como el académico Juan Antonio
Blanco, actualmente residente en Miami, a quién el gobierno cubano le
anunció que no lo dejaría entrar.
En días recientes un grupo de académicos norteamericanos y cubanos,
afiliados a las instituciones oficiales, se han pronunciado por la
aplicación de medidas que flexibilicen las relaciones entre ambas
naciones. En este escenario aparece un nuevo grupo llamado CAFE, en el
que sobresale Arturo López Levy, al que se le ve, no solo como parte del
equipo de Espacio Laical, sino también de las campañas en favor de los
cinco espías condenados en EE UU.
Resulta cuando menos sospechoso la sincronización de este frente: Iglesia Católica, Gobierno cubano y emigración complaciente.
Como explicó Carlos Saladrigas en su conferencia realizada en el
centro Félix Varela, es casi imposible que se produzca un cambio de
política de la administración Obama hacia la Isla en pleno año
electoral. Sin embargo, es evidente que esta estrategia apunta a que se
produzcan cambios en caso que el actual presidente fuera reelecto.
Como hemos referido anteriormente, el estado ruinoso del país y la
incierta situación de Hugo Chávez, entre otros factores adversos,
obligan a la elite gobernante a una búsqueda apresurada para solventar
su transmutación y en especial garantizar el futuro de sus herederos. La
pregunta es: ¿Cómo encaja Jaime Ortega en este plan?
En el editorial publicado por Espacio Laical hay varios aspectos a
señalar. El primero que consideramos importante es el protagonismo
político que le asigna a la Iglesia, afirmando que ésta ha sido quien ha
jugado el papel más activo en la construcción de una visión global para
los cambios en Cuba.
Lo que de plano ignora este editorial es que no es a la Iglesia a
quien le corresponde construir una alternativa de nación, eso le toca a
la sociedad civil. Por lo tanto resulta realmente sorprendente que este
grupo desee ocultar el trabajo que por años han realizado tantos actores
políticos, llegando a pagar con largas condenas y hasta con su vida el
compromiso asumido con la democratización de la Isla. La constante
referencia a su propia plataforma a título de solución única es, cuando
menos, ofensiva. Pero esto no es todo. ¿Cómo decir que desde la
oposición no hay un proyecto de nación? ¿Cómo asegurar que quienes
reclaman el fin de una dictadura carecen de legitimidad?
También resulta curiosa la vehemencia con que el Cardenal ha asumido
una tarea que le trasciende. Su papel cuando más debe ser el de
mediador, en caso de ganarse la confianza y el respeto de las partes en
conflicto, y no como activista totalmente parcializado.
El editorial de Espacio Laical pretende obviar un hecho crucial e
imposible de eludir y es que en nuestro país vivimos bajo una dictadura
que ya cumplió 53 años. Dictadura que ha sido manejada por el mismo
grupo desde aquel lejano 1959, dictadura que no admite renovación
ninguna y que obliga a su reemplazo por una democracia.
Otro de los argumentos manipuladores del editorial es el relacionado
con las sanciones económicas impuestas por el gobierno de EE UU al
Gobierno cubano. ¿Por qué tendríamos que repudiar que se sancione a un
Gobierno que no manifiesta ningún interés en mejorar las condiciones de
sus ciudadanos y en cambio no escatima recursos destinados al aparato
represivo?
¿Por qué tendríamos que apoyar que el Gobierno incremente aún más sus
deudas, sabiendo de antemano que ese dinero nunca se revertirá en un
desarrollo integral del país?
El tema del nacionalismo es otro punto curioso. ¿De qué soberanía
hablan cuando la economía actual ha sido mantenida a través de las
subvenciones externas y los cubanos hemos sido y seguimos siendo
discriminados en nuestra propia tierra?
Si bien, como plantea el editorial, en algún momento el Cardenal tuvo
una actitud digna ante injusticias cometidas, ¿por qué no hemos
escuchado nuevamente su voz ante las constantes violaciones de los
derechos humanos en la Isla? ¿Dónde estuvo cuando el asesinato de los
tres jóvenes después de una farsa judicial, cuando murieron Orlando
Zapata Tamayo, Wilfredo Soto y Wilman Villar?
¿Dónde estuvo su voz de denuncia durante la ola de arrestos en la
reciente visita del Papa a nuestro país? ¿Dónde está cuando se realizan
los cotidianos y despreciables actos de repudio en la Cuba actual?
Tenemos que aclararles a los autores de ese texto que hablar sin
contorsionismos de la realidad que se ha vivido y se vive en Cuba no es
odio. Llamar asesinos a los responsables principales de la muerte de
miles de cubanos no es prejuicio y mucho menos falta de inteligencia
política.
La inteligencia implica un acercamiento certero a la realidad, y la
realidad en Cuba ha sido y es cruda. Si bien el diálogo debe tener toda
la prioridad como vía de solución a nuestro prolongado conflicto, la
verdad no puede quedar a un lado si deseamos que ese diálogo sea
creíble.
La reconciliación no es incompatible con la justicia. Todo lo
contrario: para que exista reconciliación debe haber justicia. Eso sí,
no una justicia que devenga en circo, sino una justica que respete la
condición humana de cada individuo. Si la jerarquía eclesiástica habla
tan a la ligera, y con una visión falsa de reconciliación, no se debe
esperar otra cosa que el descrédito.
La Iglesia Católica pudiera estar llamada a jugar un papel
trascendente en la transición; pero eso solo será posible si se gana el
respeto y la confianza de todos aquellos que buscan una nación moderna y
democrática.
........
A continuación les dejo el Editorial de Espacio laical del que habla Antonio G Rodiles.
Desde
hace más de 30 años la Iglesia Católica en Cuba ha venido cincelando
una propuesta de diálogo entre todos los cubanos, como metodología
imprescindible para avanzar hacia una mayor concordia nacional. En estas
tres décadas la Iglesia ha pensado esta propuesta desde las
condiciones cambiantes del país. Así lo atestiguan la celebración de la
Reflexión Eclesial Cubana, la realización del Encuentro Nacional
Eclesial Cubano, la Carta Pastoral El amor todo lo espera, los
cientos de pronunciamientos de los Obispos cubanos, la labor
desplegada por el laicado desde varias publicaciones eclesiales, el
magisterio de los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI en nuestra
Patria, las muchas iniciativas de discernimiento compartido que han
abarcado a toda la geografía nacional, y el reciente diálogo de la
jerarquía de la Iglesia con el Gobierno cubano. Es posible afirmar que
en los escenarios cubanos no ha existido otro actor social que se haya
comprometido de forma tan radical en la construcción de una alternativa
global de cambios positivos para Cuba.
Una personalidad clave en este camino,
siempre crispado y zigzagueante, ha sido el cardenal Jaime Ortega,
arzobispo de La Habana. Teniendo claro que se trata de un camino largo,
y haciendo gala de la paciencia y la moderación que le son habituales,
el Cardenal se ha consagrado a la construcción de una hoja de ruta que
prefigura un camino de cambio gradual, pacífico, inclusivo, sin
traumas para el país. Él ha sido el artífice de la reconstrucción de las
estructuras pastorales y de los mecanismos de diálogo social y
político en la Arquidiócesis de La Habana. Las revistas y estructuras
pastorales le han permitido al Arzobispo desplegar una agenda de
diálogo amplia, en constante interacción con muchos ciudadanos,
intelectuales, académicos, grupos de la sociedad civil, otras
denominaciones religiosas, miembros del Gobierno cubano y del cuerpo
diplomático acreditado en nuestro país, la Santa Sede , gobiernos de
otros países, la Iglesia que peregrina en Cuba y en otras partes del
mundo, así como con actores sociales y políticos cubanos situados en el
exilio de Miami y en otras regiones del mundo. Todo ello lo ha llevado
a conseguir una posición de liderazgo que ha desbordado lo
estrictamente pastoral para convertirse en una propuesta de
transformación ordenada y gradual del orden nacional.
Esta gestión del cardenal Ortega nunca ha
representado una aceptación acrítica de lo mal hecho por las partes del
espectro nacional. Unas veces en público y otras en privado, ha
cuestionado el quehacer político opositor dentro y fuera de Cuba, que
suele caracterizarse por criticar, condenar e intentar aniquilar, sin
proyectos claros y universales para el destino de la nación. Desde su
amor indiscutible a Cuba libre y soberana, la Iglesia no puede comulgar
con proyectos monitoreados y acoplados, en muchos casos, a agendas
dictadas desde fuera de la Isla y sin un distanciamiento crítico claro
sobre las medidas de bloqueo contra nuestra Patria.
Por otra parte, desde
principios asentados en la Doctrina Social de la Iglesia , el cardenal
Ortega fue la única voz que, desde la Iglesia , condenó, sin ambages,
el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa y de otros oficiales de las
Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior, el hundimiento del
remolcador 13 de Marzo, los ataques del comandante Fidel Castro contra
monseñor Pedro Meurice y los llamados actos de repudio, entre otros
ejemplos. Además, ha tenido un protagonismo destacado en la preparación
de todos los documentos episcopales emitidos sobre la realidad del
país, y en especial en la preparación de la Carta Pastoral El amor todo lo espera
(acciones que hoy muchos quieren escamotearle). Asimismo, ha
intercedido anónimamente por la liberación de miles de presos políticos
y comunes que no forman parte de esta última oleada conocida
públicamente. (...) (Descargar artículo completo...)