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martes, 20 de julio de 2021

Estallido social en Cuba. Julio 11 2021.los cubanos gritan:Libertad

 


CAMINO A PUNTO CERO

Jorge Fernández Era

Periodista, escritor, editor y corrector. Vive en La Habana.

«Apagón testicular» pudiera llamársele a la tregua que nos ofrecen los que por sus glándulas genitales se encargan, cuando les sale de las ídem, de suprimirnos internet y hacernos más aburrida la existencia. Ayer hubo uno. Me dediqué a descargar y ver las decenas de videos que sobre las manifestaciones de la semana pasada pululan en las redes.

Colmé mi paciencia. Bajé de la azotea con deseos de ponerme un par de sandalias y lanzarme a la calle a protestar ante Etecsa y el Ministerio de Energía y Minas, cualquiera de los dos responsables de que nuestro presidente no haya tenido conexión en los últimos días o le fuera imposible cargar su celular ante la falta de fluido eléctrico en Punto Cero.

No puede haber otra razón para que el también primer secretario del Partido no viera a cinco policías encima de una azotea vapuleando a un joven después de reducirlo y arrojarlo al piso; a más de diez en una calle propinando patadas a otro muchacho que igualmente se encogía sobre el pavimento; a tantas avispas negras con su arsenal antimotines, clavando su aguijón en las entrañas del pueblo. Tampoco distinguió el inocente y despistado estadista que los palos no los portaba el pueblo, que las fotos y filmaciones revelan quiénes tomaron las plazas armados con maderos, pistolas, escudos, gas pimienta y lo que es peor: el beneplácito de las autoridades. Ahora qué importa si la entrega de la propiedad de las calles a los revolucionarios y la potestad de dar órdenes de ataque fueron prerrogativas ejercidas por el presidente antes o después de los disturbios: la bajeza estribó en legitimar la represión, en hacerse cómplice del crimen.

En mi expediente me inculparán algún día cogerla con Díaz-Canel. No soy yo el que desde tiempos inmemoriales les achaca a los presidentes el mal rumbo de las naciones, ahí está Granma para corroborarlo: Bolsonaro en Brasil, Luque en Colombia… Aquí no. Los ingratos que se manifestaron el otro día, y sus amos del norte, son los culpables ―nunca nuestro infatigable gobernante― de cuanto fardo pesado nos agobia.

Ninguna de las filmaciones antes descritas será vista en los medios de difusión masiva. Conviene que la opinión pública se permee del disfraz que destilan las horas de transmisión y la pulpa de papel que se derrocha para defender «la unidad, la paz y la solidaridad», en aras de «ponerle corazón» a la infamia. 

No hablará otra vez la miembro del Buró Político y directora del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, quien en la comparecencia matutina del 12 de julio apuntó: «Cuando yo veía ayer a las personas que promovieron esos disturbios me preguntaba [acá el chantaje discriminatorio y anticonstitucional] cuántos de ellos aquí en La Habana no están vacunados ya con Abdala, gratuitamente. Los vamos a seguir vacunando, yo estoy segura, pero creo que deberían detenerse, porque lo que provocaron, además de los disturbios, fue el riesgo de promover la situación epidémica que tenemos. Eso es un acto de irresponsabilidad individual muy grande, porque las personas vulnerables se nos mueren». Ella no reprochará las manifestaciones «espontáneas» y multitudinarias organizadas el 17 de julio, que tuvieron entre sus indiscutibles méritos la puesta a prueba de una cepa revolucionaria del virus, esa que eleva el espíritu combativo de las masas haciéndolas morir en brazos de la patria agradecida. 

Mucho menos se oirán en el Noticiero Nacional de Televisión cuestionamientos a la Agencia Prensa Latina, la del eslogan «A la distancia de un clic, la realidad de Cuba y el mundo». En la edición del sábado 17 del semanario internacional Orbe, primera después del estallido social del domingo 11 de julio, no se mencionan las revueltas en la Isla en una sola de sus dieciséis páginas. Era más importante darle relieve a las «Acciones contra disturbios» en Sudáfrica.

A aquellos que denuncian en las redes las golpizas propinadas por los agentes del (des)orden y publican nombres y apellidos de los jóvenes detenidos, les pido confíen en las palabras de la jefa de la Dirección General de Investigación Criminal del Ministerio del Interior, quien declaró en Hacemos Cuba: «El órgano al que representamos tiene la función de investigar los hechos delictivos y procesar a las personas que los cometen. En este proceso desarrollamos un conjunto de acciones investigativas de instrucción pericial y operativa para demostrar la consumación del hecho, en busca, con apego a la ley, de documentar, legalizar y presentar, tanto a la fiscalía como a los tribunales, toda la carga de pruebas necesarias que indique la participación de estas personas». Leo entre líneas que propinar puntapiés a personas desarmadas se ve horrible entre compañeros con arresto cuya función es el arresto, quienes aprobaron con sobresaliente la asignatura de Defensa Personal y están ahí para demostrar que somos la misma cosa ellos, nosotros, no para dar razón a aquel filósofo que sentenció: «Con uniforme, ciertos cobardes pasan por guerreros». Es de esperar que con apego a la ley los sentencien, no cabe en una Revolución de obreros y campesinos que haya un «pueblo uniformado» que machuque a los que se niegan a seguir el rumbo unido y verde de una sociedad.

A Leonardo Romero Negrín ―quien tuvo hace algunas semanas la osadía de portal un cartel que rezaba «Socialismo sí, represión no»― y a otros jóvenes los acusarán ―cual si lo hubiera previsto Sabina― «de ser quien habla en el país de los mudos, de ser el loco en el país de los cuerdos, de andar en el país de los cansados, de ser el sabio en el país de los necios, de ser el malo en el país de los buenos, de divertirse en el país de los serios, de estar libre en el país de los presos, de estar vivo en el país de los muertos, de ser gigante en el país de los enanos, de ser la voz que clama en el desierto».

Defiendan los verdugos esta oportunidad que les da su pueblo de sentarse a oír las voces que claman en el desierto, de no convertir a una sociedad que se autotituló «de hombres libres» en una inmensa celda atestada de presos, de no llevar a Cuba cuesta abajo hacia un punto cero de no retorno.

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