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sábado, 17 de julio de 2021

No, no son fake news.

 



¿FAKE NEWS?

Por Jorge Fernandez Era

Hay fake news cuando el presidente de la nación interviene ante su pueblo y habla de «calle para los revolucionarios», de que «la orden de combate está dada», y no tiene el coraje de reconocer su irresponsable y criminal llamado. De otra manera no se entiende el discurso conciliador de los últimos días, el no haber insistido en el apartheid callejero, en que el «periodista» Humberto López ―con la anuencia de Díaz-Canel― mutile la intervención del domingo y elimine aquel fragmento por el que se ha criticado a su defendido. Y que a las voces discordantes se les acuse de decir «lo que les da la gana», de «interpretación malintencionada de que se convocó a una guerra civil».

Hay fake news cuando el primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba declara que este país es «alérgico al odio», e ignora la cantidad de gente a los que se les ha jodido la vida por el solo hecho de pensar diferente. Olvida que hace cuarenta años se instigaron actos de repudio que hoy resurgen con fuerza inusitada, donde no solo se grita desaforadamente bajo el amparo de las fuerzas del orden, sino que se golpea, se veja, se trata a seres humanos como apestados, se les impide caminar libremente e incluso habitar la tierra que los vio nacer, donde se recurre al silencio y a la desinformación porque no hay cómo demostrar ―uno de tantos ejemplos― que la manifestación del domingo frente al Instituto Cubano de Radio y Televisión de varios artistas e intelectuales no fue pacífica ―como no lo fue, según ellos, la del 27 de noviembre frente al Ministerio de Cultura―, que el odio, la represión, la golpiza no vino del «pueblo combatiente», que esos muchachos no fueron tirados como basura sobre un camión y detenidos por el solo hecho de exigir quince minutos para expresarse en una televisión supuestamente pública.

Hay fake news cuando ―en muestra de odio, racismo y desprecio por esa parte del pueblo cubano que en inequívoca muestra de estallido social se manifestó en el país entero― se tilda a todos de delincuentes, desclasados, vándalos, mercenarios, vendepatrias y anexionistas, y se mete en el mismo saco a aquellos que inicialmente fueron calificados ―vaya paternalismo infame y discriminatorio― de «revolucionarios confundidos». A ninguno de estos últimos se les invita a los medios para que expliquen qué oscuro mecanismo les hizo desconocer a un Partido omnipresente que piensa por nosotros, nos arrulla y protege de influencias malignas.

Hay fake news cuando se repite hasta el cansancio que los sucesos no fueron espontáneos (si así fuera cabría exigir la renuncia en pleno del ministro del Interior y de la jefatura de la Seguridad del Estado, por no prevenir «lo que se cocinaba») o que la «escoria» se enseñoreó de nuestro espacio vital, cual «rezago del pasado capitalista».

Hay fake news cuando el ministro de Relaciones Exteriores, en una de las revelaciones más desfachatadas de hasta dónde puede llegar el cinismo, achaque el apagón digital a las dificultades económicas que sufre el país ante la intensificación del bloqueo norteamericano, cuando días antes el propio Gobierno apuntó, en un análisis del comportamiento de la economía en el primer semestre del año, que el sector de las telecomunicaciones ostentaba los mejores resultados. Las mentiras de Bruno Rodríguez Parrilla, el afán de no aceptar que le han cogido miedo al miedo, no hacen sino reafirmar que los timbales para defender los principios quedaron archivados en el oscuro almacén del Ministerio de Relaciones Exteriores, hace mucho representado por un Canciller de la Dignidad.

Hay fake news cuando miles y miles de cubanos protestaban el 11 de julio y el Noticiero del Mediodía de la Televisión Cubana y otras plataformas informativas afines no hicieron mención del asunto, ni siquiera para exaltar la «repuesta revolucionaria», y dieron a entender que en Cuba no pasaba nada. Cuando los medios solo resaltan los actos de vandalismo ―los mismos que han sido aplaudidos si acontecen allende las fronteras― y hacen mutis de multitudinarias protestas como la acontecida en los alrededores del monumento a Máximo Gómez en la entrada de la bahía, donde las imágenes hacen obvio no el desembarco de marines del ejército yanqui, sino de agentes que portan troncos nada improvisados ―ignorando el cuidado que, según Canel, se les exige para «evitar excesos»―, a la vez que otros les facilitaron el trabajo y encerraron en un cerco a los manifestantes.

Hay fake news cuando dirigentes, periodistas y analistas encubren las verdaderas causas de los acontecimientos. Nada se dice de un Ordenamiento que ha hecho más mísera la vida de los sectores humildes de la sociedad y que fue impuesto a Pepe Cojones después de aplazarse, de esperar «el momento más adecuado». Tampoco es importante que el asalto a las tiendas en moneda libremente convertible sea también resultado de los oídos sordos ante el repudio a la medida más impopular de los últimos años, esa que impone el dólar y niega la soberanía por la que tanto se ha luchado, que tira a mierda cualquier consigna que pondere la independencia defendida durante más de ciento cincuenta años. Tampoco se habla de que decisiones como la tomada hace menos de una semana de cancelar los aranceles a productos deficitarios, o la de hace muy poco de permitir que los campesinos dispongan de la carne y la leche de sus vacas, fueron reclamos durante un tiempo que se prolongó demasiado, y que solo el Estado, con su ofuscada predisposición a los cambios, pospuso sin que le temblara el pulso, precisamente por hacerse dueño incuestionable, indiscutible, absoluto, del pulso de los acontecimientos. Se acepta que la última zafra es una de las peores de la historia, pero no tienen la decencia de informar ―el populacho no está preparado para ello― a cuánto asciende la producción del último año. Esta masa inerte de gente desagradecida e incapaz no merece se le explique bajo qué concepto los principales rubros económicos están en manos de unas Fuerzas Armadas que no tienen por qué rendir cuentas a sus «soldados» de la labor «militar» que realizan ―tarea demasiado engorrosa para nosotros los civiles― y que esconde sabrá Dios cuántas sorpresas, ni qué salario devengan, cómo viven los que intentan convencernos de que el sacrificio de hoy es el fruto maduro de un mañana luminoso.

Hay fake news cuando los candidatos vacunales contra la covid son utilizados como propaganda para ocultar un sistema de salud que colapsó mucho antes de que apareciera la enfermedad y de que las políticas de Trump hicieran más precaria nuestra existencia, desde que se proclamara para el 2030 una sociedad próspera y sostenible que, con bloqueo y todo, ni Raúl ni Canel ni Marrero ni el Buró Político ni esa Asamblea Nacional que solo representa a los unánimes se han tomado el trabajo de explicar en qué consiste.

Hay fake news en una Revolución y un Socialismo cada vez más virtuales y alejados del alcance de la gente.


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