Pugnas dentro del Olimpo verdeolivo habrían frenado su marcha.
Miriam Celaya.LA HABANA, Cuba.- En la mañana de este 21 de diciembre de 2017 trascendió en los medios internacionales que “el Parlamento cubano” –cuyo rasgo más sobresaliente es no haber decidido absolutamente nada en más de 40 años de existencia– recién “ha decidido” prorrogar el mandato presidencial del general Raúl Castro hasta el próximo 19 de abril.
Las verdaderas razones para la toma de una decisión que implica otra promesa incumplida por parte del anciano General –quien se había comprometido a abandonar la Presidencia del país el 24 de febrero de 2018–, constituyen un misterio, habida cuenta que las supuestas dificultades introducidas en el proceso electoral por el huracán Irma, que azotó la Isla a principios de septiembre, constituyen un pretexto demasiado pueril para ser tomado en serio.
Pero, en todo caso, tampoco estamos frente a una situación excepcional. Es sabido que en Cuba cualquier disposición gubernamental, en especial las mejores y las más trascendentales, puede (y suele) ser postergada según se le antoje al demiurgo del Poder. Otras promesas anteriores del General, con un mayor efecto sobre la población, tales como la unificación monetaria, la disminución de los precios de los alimentos o la nueva Ley electoral, también fueron impunemente preteridas, sin explicación alguna.
No obstante, algunas señales apuntan que en el trasfondo de ese súbito cambio de fecha para la salida de Castro II de la Presidencia subyace la necesidad urgente de hacer ciertos reajustes en la maquinaria del Poder, a fin de asegurar los intereses propios y de sus beneficiarios, lo que refuerza la hipótesis de algunos analistas que sostienen la existencia de grietas significativas en la antaño estructura monolítica del PCC y de la cúpula a partir de supuestas pugnas entre los sectores más conservadores y ortodoxos (dizque “estalinistas” o “fidelistas”) y los más proclives a los seudo-cambios introducidos en la última década (“reformistas” o “raulistas”, les llaman). Pugnas que habrían surgido tras el forzoso retiro de Fidel Castro del gobierno, y profundizado a lo largo de los 11 años siguientes.
Quizás los raulistas estén librando una batalla estratégica a fin de garantizar la continuidad de los suyos al frente del país, y muy especialmente la salvaguarda de sus intereses económicos, así que todo deberá quedar atado y bien atado antes del traspaso de la presidencia a manos de un leal que no pertenece a la Generación Histórica, evitando imprevistos no deseados.
Lo sorprendente en realidad es la impresión de urgencia e inestabilidad que se transmite, al pretender consolidar en cuestión de tres meses algo que debieron lograr en una década, es decir, conjurar cualquier peligro, lo que a la vez desmiente el discurso de “unidad de todos los revolucionarios” esgrimido por la totalidad de los dirigentes y altos funcionarios entrevistados a pie de urnas durante los comicios municipales de noviembre último.
Desde luego, el estilo críptico de las (des)informaciones en Cuba obliga a descifrar claves ocultas, con el riesgo de interpretaciones erróneas e inexactitudes. Sin embargo, no parece casual que la información más importante publicada en la primera plana de la prensa oficial este jueves, 21 de diciembre de 2017, haya sido la celebración, en la jornada de la víspera, del IV Pleno del Comité Central (CC) del PCC –paralelo a los debates parlamentarios– en el marco del cual el Primer Secretario del Partido, Raúl Castro, anunció la celebración del próximo Pleno, que tendrá lugar en marzo de 20l8, un hecho que no puede menos que relacionarse con la cercana elección del nuevo Presidente cubano.
Cabe especular que ese próximo Pleno del CC del PCC podría ser, sobre todo, la ocasión introducida por el general-presidente y sus acólitos más fieles, no solo para “profundizar en las experiencias obtenidas durante el proceso de implementación de los Lineamientos, así como en la proyección de los años venideros”, según declara la prensa oficial, sino para fortalecer compromisos y apuntalar estratégicamente al que después será oficialmente “elegido” por el Consejo de Estado para ocupar la poltrona presidencial, y quizás también acordar secretamente entre la elite ideológica quién será el próximo Primer Secretario, a elegirse en el marco del VIII Congreso.
Pero los actuales apremios del raulismo, en un diciembre que ha tenido más prisas que pausas, no se circunscriben al plano político sino que comenzaron incidiendo sobre el plano económico. Apenas unos días atrás, el 13 de diciembre, entraron en vigor intempestivamente “nuevas normas jurídicas” sobre el sistema empresarial cubano.
En otras palabras, el “perfeccionamiento” iniciado experimentalmente por el general-presidente en la década de los 90’ del pasado siglo para (paulatinamente) metamorfosear a los altos mandos de su ejército en empresarios civiles –que hoy dirigen todos los renglones estratégicos de la economía del país– y más tarde refrendado en los Lineamientos, ahora quedaron legitimados en el cuerpo jurídico a través de decretos y decretos-leyes, lo que otorga al futuro Presidente una herramienta legal que no solo protege contra los reales o potenciales adversarios internos los cambios implementados hasta ahora por el general-presidente, sino que permitirá extender su alcance futuro en función de los intereses de la elite y sus favorecidos.
Pero más allá de toda especulación hay que reconocer que el panorama político cubano resulta cuando menos confuso. En cualquier otro país donde las características predominantes del gobierno sean los titubeos, los retrocesos, el incumplimiento de todas las promesas y, finalmente, la postergación de las elecciones presidenciales, la situación sería calificada como una “crisis política”. No así en Cuba. Al menos, no de manera explícita. Cuatro generaciones de cubanos en la Isla han sobrevivido por seis décadas bajo condiciones de dictadura, sufriendo crisis de todo tipo sin siquiera interiorizarlo así. ¿Cómo habrían de percibir las crisis que se dirimen en el seno del Olimpo verde olivo?
En cualquier caso, habrá que seguir de cerca los acontecimientos políticos que nos depare el 2018. Mientras, en medio de tanta turbidez algo queda claro: la proclamada unidad de la cúpula no es sino otro mito de una gerontocracia desgastada y caduca que hoy parece dudar incluso de la sobrevivencia de su sombrío legado
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