Por Dr. Eugenio Yáñez
Los acontecimientos de los últimos días relacionados con la salud del presidente venezolano Hugo Chávez han disparado muchas alarmas, tanto en Venezuela como en la prensa internacional.
Se repite casi axiomáticamente que esta enfermedad de Chávez y cualquier desenlace que pudiera apartarlo del poder pondría en juego la supervivencia misma del régimen cubano, que elabora apresuradamente un “Plan B” para lidiar con ese escenario.
Buena parte de la propaganda y la atención pública se concentra en los detalles del ahora Médico en Jefe para con el ilustre paciente bolivariano, se habla de tilapias que son criadas personalmente entre reflexión y reflexión, de cenas con corderitos, de diccionarios que son enviados a Chávez con el toque personal de Fidel Castro, de las desorganizadas manifestaciones de religiosidad y confusión del presidente venezolano. Pero esa cortina de humo “informática” no deja traslucir cómo es que el neocastrismo, con Raúl Castro y los generales cubanos, está manejando la situación estratégica que supone la enfermedad de Chávez.
Por otra parte, si algo ha demostrado el círculo de poder cercano a Chávez es que no va más allá de un patético coro de ineptos, por su absoluta incapacidad, desorganización, demagogia, falsedades, irresponsabilidad y falta de ética para elaborar mensajes coherentes, creíbles y movilizadores, capaces de orientar a los venezolanos y merecer legitimidad tanto en Venezuela como en el exterior. Con tales “dirigentes”, el futuro del chavismo sin Chávez parecería que debe durar menos que el clásico merengue en la puerta de un colegio.
Puede afirmarse que el razonamiento de la elaboración a la carrera de un supuesto “Plan B” por el régimen cubano para enfrentar todo lo que se derivaría de la situación actual es mesurado, y el sentido común indicaría que sería lo más apropiado teniendo en cuenta las circunstancias y sus posibles repercusiones.
Más aun si se tiene en cuenta que el poder chavista no es ni nunca ha sido una institución monolítica ni se basa en instituciones, sino en un caudillismo extremo, unipersonal, divisivo y polarizador, y donde no se conocen eventuales sucesores definidos, sino más bien una rebatiña “revolucionaria” a espaldas de los venezolanos, para poder quedarse con el premio gordo si faltara el comandante-presidente. Los presuntos herederos parecen desconocer, por otra parte, que sin la aprobación de La Habana sus posibilidades reales son iguales a cero.
Sin embargo, el razonamiento de que se ha tenido que elaborar por el neocastrismo, sobre la marcha y a la carrera, un supuesto plan de contingencia, no tiene en cuenta un factor fundamental que, sin embargo, debería estar presente en todos los análisis sobre Cuba, con independencia del tema de que se trate: Cuba no es un gobierno latinoamericano “típico”, ni tampoco una vulgar satrapía tercermundista.
El neocastrismo es un gobierno militar, organizado, previsor y coherente con relación a sus objetivos -no a los nuestros-, dirigido en estos momentos por quien durante casi medio siglo organizó y forjó sus actuales fuerzas armadas.
Alguien que, con independencia de la complejísima situación económica y social que atraviesa ahora mismo el país, ha demostrado en su gestión un mínimo de visión y raciocinio para mantenerse cinco años en el poder sin demasiados sobresaltos o situaciones que hayan puesto verdaderamente en peligro el control que ejerce la cúpula militar.
No hay que confundirse: Raúl Castro es cómplice de todos los caos y desastres gestados por su hermano mayor, pero también sabe perfectamente hasta dónde puede llegar con su “perfeccionamiento” del modelo económico, conoce las insuficiencias y peligros que conlleva, la mentalidad inmovilista de muchos “cuadros” partidistas, administrativos y gubernamentales, y todos los problemas que podrían derivarse del empantanamiento de su proyecto de reformas.
Tal limitado proyecto no es resultado de carencias intelectuales de sus funcionarios ni del desconocimiento por ellos de las ciencias económicas -aunque esto no significa sugerir que sean lumbreras ni mucho menos. La “actualización” es una decisión estratégica conciente y arriesgada, con la que se apuesta a conseguir el tiempo suficiente en el poder para tener la posibilidad de organizar la transición post-castrista desde un neocastrismo revitalizado y fortalecido, con una peculiar mezcla de actividades de mercado fuertemente reguladas por una omnipresente centralización estatal, y un sofisticado mecanismo represivo que no da muestras de debilitarse, pero sí de adaptarse a las nuevas realidades.
En otras palabras: la acción de Raúl Castro durante casi cinco años al frente del país -a pesar del lastre que representa la presencia de Fidel Castro- no ha dado muchas muestras de la improvisación y el caos que caracterizaron la gestión de su hermano mayor, sino, por el contrario, de acciones pensadas y planificadas con base en un objetivo muy claro y bien definido, al menos para él y su equipo, aunque no siempre lo podamos discernir desde el primer momento, lo que podrá ser discutible y discutido en sus alcances sociales, legitimidad moral y conveniencia para el país, pero que no debe ser ignorado o subestimado si se pretende mantener la coherencia en el análisis sobre las realidades cubanas.
Todo lo anterior tiene que ver con estas preguntas elementales que no siempre nos hemos sabido plantear a la hora de analizar las realidades cubanas: ¿es lógico que los militares que están en el poder trabajen sin planes de contingencia? ¿es lógico qué no se hayan planteado “variantes” y escenarios diferentes mirando hacia el futuro, cuando es algo que hacen diariamente en los ejercicios de preparación operativa y en las decisiones de los planes reales de defensa? ¿es lógico tener que improvisar cuando se presentan situaciones imprevistas, cuando la cultura del estamento militar en todas las épocas y todas partes del mundo es precisamente tener previstos todos los posibles escenarios para que no haya sorpresas y, por lo tanto, contar con alternativas?
No parece lógico que no haya habido previsiones y el consiguiente “Plan B” desde hace mucho tiempo. Raúl Castro y el verdadero poder -los “históricos” y los generales- sabían perfectamente, desde que tuvieron que hacerse cargo a la carrera de la dirección del país tras la grave enfermedad de Fidel Castro, que el suministro de petróleo venezolano a precios preferenciales -por no decir prácticamente regalado- dependía de la estabilidad de Hugo Chávez y su gobierno “bolivariano”, que no tenía ni la fortaleza ni la consolidación del régimen castrista.
De tal manera, continuaron la tarea -comenzada desde tiempos del Comandante en Jefe- de fortalecer al gobierno venezolano en los puntos más sensibles para su estabilidad -los servicios de seguridad y defensa- y además dónde Chávez tendría mejores oportunidades de ganar puntos populares a su favor con los servicios sociales: salud pública, educación y deportes.
Al contrario de lo que comúnmente se piensa superficialmente, que el régimen cubano solamente logra subsistir gracias al apoyo de Venezuela, se crearon las condiciones para que tuviera que ser el gobierno venezolano quien dependiera del apoyo cubano.
Estratégicamente, fue una decisión clave que casi nunca ha sido entendida del todo en muchos análisis, pues lejos de tener que estar el gobierno cubano a la deriva y rezando porque Hugo Chávez se pudiera mantener por largo tiempo en el poder, para que el régimen pudiera continuar recibiendo el generoso subsidio venezolano, el neocastrismo se concentró en estabilizar y garantizar el funcionamiento operativo de su “retaguardia” estratégica, consolidando al teniente coronel “bolivariano”.
Independientemente de las veleidades públicas sobre la solidaridad y la eterna hermandad de ambas naciones, tanto por parte de Ricardo Alarcón como de los ahora defenestrados Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, los verdaderos amarres para “Cubazuela” estuvieron a cargo de militares de alto nivel: los generales de Cuerpo de Ejército Abelardo Colomé Ibarra (“Furry”), Ministro del Interior, y Julio Casas Regueiro, entonces Viceministro primero de las Fuerzas Armadas y actualmente Ministro, así como el Contralmirante Julio César Gandarilla, jefe de la Contrainteligencia Militar.
Ellos tuvieron a su cargo el diseño e implementación de los servicios de seguridad “bolivarianos”, la reorganización de una nueva Fuerza Armada “bolivariana”, y la organización del entrenamiento operativo de los altos mandos militares venezolanos en la nueva doctrina militar “revolucionaria”.
Ese trabajo ha sido complementado en la actualidad por el General de División Leonardo Andollo, segundo jefe del Estado Mayor General y encargado en Cuba de los planes contra las sublevaciones populares que serían organizadas por “el imperialismo yanki”, quien ha asesorado a los militares venezolanos en esa tarea represiva.
LOS ESCENARIOS
¿Qué “variantes” y escenarios tiene que haber previsto el neocastrismo –analizados, discutidos y coordinados previamente con Hugo Chávez- en lo que podría llamarse el “teatro de operaciones” venezolano, para garantizar simultáneamente la estabilidad del gobierno cubano y de la “revolución bolivariana” en las disímiles circunstancias que pudieran presentarse?
Al menos cuatro:
§ Permanencia indefinida en el poder de un Hugo Chávez fortalecido y sin las “incómodas” limitaciones de una sólida democracia venezolana y un Estado de derecho funcional
§ Permanencia indefinida de Chávez en el poder en medio de continuas crisis económicas y sociales -inflación, inseguridad ciudadana, huelgas y protestas, descenso de los precios del petróleo en el mercado mundial, calamidades naturales, deslegitimación, gran presión de los opositores
§ Permanencia limitada y mucho más débil de Hugo Chávez en el poder por cualquier circunstancia, tales como enfermedad, tratamiento médico, incapacidad, accidente, avance arrollador de la oposición, o un nuevo “chavista” en el poder
§ Salida de Hugo Chávez y la “revolución bolivariana” del poder, por fallecimiento, enfermedad terminal, discapacidad, revuelta popular victoriosa, o pérdida de las elecciones sin posibilidad de un golpe de fuerza que las ignore.
Para cada uno de estos eventuales escenarios tienen que haberse previsto cuidadosamente variantes de actuación:
El primer escenario de la permanencia indefinida en el poder de un Hugo Chávez fortalecido y sin las “incómodas” limitaciones de una sólida democracia venezolana y un Estado de derecho funcional sería el ideal para el neocastrismo, pero aún así es evidente que el régimen cubano nunca lo dio por definitivo, permanente, estático o inamovible.
Son públicas las gestiones de acercamiento y el cuidadoso ajuste de las relaciones internacionales cubanas con diferentes países productores de petróleo en todo el mundo, muy pocos de los cuales se caracterizan por su carácter marcadamente democrático: Rusia, Brasil, Angola, Irán, Argelia, Libia, Guinea Ecuatorial, y varias relativamente pequeñas ex-repúblicas soviéticas.
Naturalmente, las circunstancias económicas en que se desarrollarían las relaciones comerciales con estos países suministradores alternativos serían mucho menos favorables que las que ofrece Hugo Chávez al régimen cubano, pero a pesar de eso sería una alternativa para impedir un brusco colapso para el poder de Raúl Castro.
En el segundo escenario, con Chávez en el poder en medio de una situación de crisis cada vez más crecientes en el país, podría seguirse contando con el suministro regular del petróleo, aunque tal vez otros campos de la “colaboración” venezolana se verían más limitados, pero de cualquier manera la labor de asesoría de los cubanos se concentraría en un mayor fortalecimiento y desarrollo de los servicios de seguridad y defensa, para garantizar que en cualquier circunstancia se mantenga en el poder la “revolución bolivariana” y continúen las excelentes relaciones intergubernamentales entre los dos países.
De igual forma, se acelerarían al máximo los trabajos comenzados de prospección y extracción de petróleo, tanto en tierra como en la cuenca submarina del Golfo de México.
Si bien es cierto que los resultados económicos de estos esfuerzos, por muy prominentes que sean, demorarían unos cinco años en comenzar a convertirse en dinero para las arcas del neocastrismo, no puede desconocerse que la potencialidad relativamente segura de la riqueza petrolera en territorio cubano podría permitirle al régimen algunas acciones de conjunto con capitales internacionales de riesgo, que le posibilitaría acceso, descontado por la prima de riesgo, claro está, a los futuros ingresos.
Seríamos demasiado ingenuos si consideramos que tal opción sería imposible de lograr si las circunstancias obligaran a decisiones de este tipo: al fin y al cabo, al neocastrismo no le interesa el futuro del país ni la suerte de los cubanos, sino su permanencia en el poder.
Sin dejar de atender las relaciones estratégicas con los eventuales suministradores de petróleo alternativo, ni la marcha acelerada de las exploraciones y prospecciones tanto en tierra como en el mar, este escenario de crisis venezolana con Chávez en el poder resulta, en cierto sentido, parecido al primero e ideal, con la diferencia de que el neocastrismo tendría que concentrar más atención y recursos -fundamentalmente humanos- en la represión sofisticada y neutralización de posibles alternativas de poder, incluso -y esto no debe desconocerse, porque es de extrema importancia- dentro de las mismas filas del chavismo.
El tercer escenario, de un Chávez mucho más limitado en el poder -tal vez forzado por las circunstancias a actuar más mesuradamente y sin desconocer olímpicamente las leyes y el Estado de derecho, como ha hecho hasta ahora- o de un nuevo “chavista” en el poder, sería mucho más complicado para el neocastrismo, pero no insuperable.
Y la variante de un nuevo “chavista” en el poder tiene que haberse analizado desde hace mucho tiempo con el mismo Chávez, para disponer de candidatos “aceptables” y a la vez con posibilidades reales de asumir el poder y mantenerse en él. Eso supondría que cualquier candidato a “la herencia” bolivariana tendría que contar con la aprobación de Hugo Chávez y el visto bueno de La Habana, sin alternativa, y que debe conocer perfectamente las reglas del juego con relación al papel y lugar de los cubanos en Venezuela, o estos se encargarán de que lo entienda explícita y rápidamente.
En esta situación jugaría un papel mucho más importante el trabajo de adoctrinamiento y propaganda sobre venezolanos y cubanos en el país, se endurecería la actuación de los “bolivarianos” y la polarización se extendería hasta los mayores extremos y circunstancias. El gobierno cubano debería poner mucho más énfasis que hasta ahora en la “protección” y “seguridad” de sus más de cuarenta mil trabajadores civiles en el país -fundamentalmente médicos, profesores y entrenadores deportivos, pero también los asesores civiles ubicados en prácticamente todas las instituciones- que hasta ahora son relativamente controlados por mecanismos tradicionales de contrainteligencia y control político, que en ese caso serían militarizados, como se hizo en Angola y Nicaragua.
Esa variante tiene que haber considerado una merma significativa en el monto de la colaboración de Venezuela en los sectores y rubros no petroleros (proyectos de alimentación, tecnología, salud, pesca, transporte, cultura, turismo, ganadería, agricultura, y empresas mixtas en industria, comunicaciones, transporte, y azúcar), y tal vez alguna disminución, quizás hasta el 50%, en los suministros petroleros, para ubicarse en las primeras cifras de colaboración petrolera: unos cincuenta y cinco mil barriles diarios.
Sería una situación más compleja y difícil, pero no para asustar demasiado a quienes ya previeron desde fines de los años ochenta del siglo pasado, cuando el “socialismo real” comenzó a desmerengarse y Hugo Chávez ni siquiera era conocido más allá de su familia y su cuartel, la llamada “opción cero” para el período especial, que suponía no recibir ninguna cantidad de petróleo de la Unión Soviética.
Ciertamente, las realidades de estos momentos son diferentes por muchas razones, pero no parece sensato considerar que quienes ya pasaron por una situación como esa y lograron mantenerse en el poder, a cambio de destrozar al país y “haitianizar” la sociedad cubana, no lo volverían a intentar.
Queda el cuarto escenario, el más complejo, que supondría la salida de Hugo Chávez y la “revolución bolivariana” del poder, por fallecimiento, enfermedad terminal, discapacidad, sublevación popular victoriosa o pérdida de las elecciones sin posibilidad de un golpe de fuerza que las ignore, es decir, el surgimiento de un gobierno post-chavista que pretenda retornar al Estado de derecho y la legalidad democrática en Venezuela y, por lo tanto, no se sienta comprometido con los mentores “revolucionarios” de La Habana y pretenda cortar la dependencia que Chávez le impuso a su país al aliarse tan estrechamente con el régimen castrista.
¿Qué podría suceder en un escenario como este?
El gobierno cubano no tendría más remedio que aceptar la realidad en caso de que Hugo Chávez y los suyos no estuvieran presentes o no puedan violentar la voluntad popular, aunque si intentaran hacerlo, en un caso como ese, de seguro que contarían con el apoyo del gobierno cubano.
El régimen podría manejar determinadas variables, desde intentar mantener el status quo de tiempos de Chávez -misión casi imposible, dicho así para no ser absolutos- hasta negociar diversas variantes de salida que no resultaran demasiado traumáticas para el poder cubano, como sería el corte inmediato y total de los suministros petroleros.
Esto supondría que nuevas autoridades democráticas venezolanas facilitarían al gobierno cubano la posibilidad de una retirada relativamente honrosa, escalonada y organizada, no de forma precipitada, como tuvieron que hacerlo en el Chile del general Pinochet el mismo día del derribo del presidente Salvador Allende.
¿Mucho pedir? De ninguna manera. Así ocurrió en la Nicaragua sandinista cuando ganó la presidencia la señora Violeta Chamorro con la Unión Nacional Opositora, y comenzó a desmantelar el fallido experimento del sandinismo: los gobernantes cubanos perdieron casi todo su protagonismo e influencia, pero no tuvieron que salir ni a la carrera ni expulsados. En definitiva, al enemigo en retirada, puente de plata.
¿Seremos tan ingenuos de pensar que el neocastrismo no ha previsto esta opción? ¿Es que no podrían incluso haber hablado de estos temas con opositores de Chávez que podrían ser eventuales poderes en el post-chavismo?
Atención: esto no se haría a espaldas del comandante-presidente bolivariano ni tendría por que ser así. Tal vez Chávez no lo entienda completamente o no le haga mucha gracia una situación como esa, pero el neocastrismo siempre alegaría razones de fuerza mayor, “de Estado” o de “la revolución”, para un pragmatismo concreto de este tipo.
¿Por qué tendrían que aceptar esta variante nuevas autoridades venezolanas? En términos morales, naturalmente, no sería lo mejor, pero cuando un gobierno, cualquiera que sea, tiene que negociar con los ocupantes de su país -y aquí se trata de más de cuarenta mil cubanos, muchos de ellos en posiciones estratégicas y sensibles- debe tener la visión y la flexibilidad para comprender que si los ocupantes “se atraviesan” en sus proyectos y programas de democratización, pueden haber consecuencias imprevisibles y resultados muy pocos deseados. Así ocurre con esos viejos guerrilleros cubanos, maestros de la subversión: tratar de acorralarlos es correr un grandísimo riesgo de inestabilidad.
“Nada personal, asunto de negocios”, diría el neocastrismo. “No nos hagan muy difícil el retirarnos”. “Naturalmente, queremos respetar la voluntad de los venezolanos, pero eso no puede ser a cambio de poner en peligro nuestra seguridad nacional”. “¿Por qué no se va a poder encontrar una solución mutuamente satisfactoria?”.
Para poder sacar hacia Cuba a más de cuarenta mil colaboradores civiles y quién sabe cuantos militares y funcionarios de “la seguridad”, se necesita determinado tiempo. ¿Qué tal un arreglo de que el nuevo gobierno legítimo de Venezuela mantenga el suministro de petróleo a los niveles actuales, pero a los precios del mercado mundial o tal vez un poco más barato (a crédito, por supuesto), a cambio de lo cual el gobierno cubano garantizaría no ser en manera alguna obstáculo a las nuevas autoridades venezolanas? Al fin y al cabo, somos latinoamericanos todos, los hijos de la misma Patria Grande, ¿no?
Sinceramente, un nuevo gobierno venezolano no chavista tendría que ser demasiado torpe y enajenado para no darle curso a una solución de ese tipo, que no sería ni la más justa ni la más decente, pero tal vez resultaría la más práctica y menos problemática.
La de Cuba no sería la única “herencia” preocupante que le dejaría el chavismo a nuevas autoridades venezolanas: tendrían que enfrentar también los préstamos e inversiones firmados por el gobierno “bolivariano” con China y Japón y garantizados con el petróleo venezolano, más todos los proyectos “solidarios” con los socios y aliados del ALBA. Se trata de compromisos muy difíciles de ignorar.
De manera que, lejos de creer que el neocastrismo anda corriendo pensando como se va a resolver la situación con la salud del presidente Hugo Chávez -factor que está mucho más allá de las posibilidades y las voluntades humanas- sería más sensato considerar que en estos momentos está actualizando -si es que no ha terminado todavía- sus planes de contingencia, eso que llaman en todas partes el “Plan B”.
Nada de lo anterior significa que el neocastrismo no corra peligro alguno con los actuales acontecimientos en Venezuela y la salud de Hugo Chávez, o que no deba preocuparse. El presidente venezolano padece de cáncer, aunque no se conozca públicamente su ubicación, alcance, grado de desarrollo y tratamiento específico. Un mal que en cualquier momento puede escapar al control de los más sofisticados controles, medicamentos y tecnologías, por lo que no puede descartarse un desenlace fatal, ni tampoco preverse un tiempo prudente para que se produjera. Pero, comoquiera que sea, el eventual final biológico de Hugo Chávez no significa automática y necesariamente el final del neocastrismo, ni mucho menos.
Considerar que la situación ha tomado por sorpresa a los poderes en La Habana no es realista. Independientemente de todas nuestras consideraciones morales y políticas sobre los valores éticos e ideológicos del neocastrismo, sería un grandísimo despiste considerar que sus principales personeros son tontos ni muchos menos, o que no están preparados para situaciones imprevistas.
Si se prepararon concienzudamente para el fallecimiento o una grave enfermedad del Comandante en Jefe, y han logrado capear el temporal durante cinco años, nada hace pensar que hubieran considerado a Hugo Chávez inmortal o eterno: esa sería, sin dudas, la única variante que nunca se analizó.
Tontos son quienes consideren que en esa camarilla cubana de ancianos y generales -al final son los mismos- no se piensa ni se analizan detalladamente los temas estratégicos, o que se vive improvisando.
Al menos, no será aquí, en Cubanálisis-El Think-Tank, donde se caiga en esa tontería.
tomado de: