Foto-reportaje José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba — Es de agradecer que un sujeto tan denso y tan falto de gracia como Silvio Rodríguez nos haga reír de vez en cuando. Hace poco, declaró al diario La Jornada, de México, que el pueblo cubano guardará rencor durante mucho tiempo a Estados Unidos por causa del embargo, que él llama bloqueo. “El sentimiento de tener un vecino egoísta que calcula y maltrata –dijo literalmente–, va a sobrevivir mucho después de los que padecimos directamente su maldad”.
A uno no le queda más que desconcertarse ante el modo en que ciertos representantes de la izquierda bistec de Cuba viven instalados cómodamente en la estratosfera, sin conocer lo que realmente piensa y siente la gente de su pueblo, pero sin que ello impida que se gasten la petulancia de hablar en su nombre.
Como tal vez algún día reconocerán los historiadores, el pueblo cubano es hoy más pro norteamericano que hace medio siglo. Es una realidad que escapa a los encasillamientos políticos, un fenómeno sui géneris que se ha producido a contracorriente del muy retorcido enfrentamiento ideológico que desde ambos lados (pero mucho más desde el poder en Cuba) se empeñó, durante decenios, en distanciarnos y en sembrar la descalificación y el odio previos como barrera.
Y cuando esto sea inevitablemente reconocido por los estudiosos, no me extrañaría que Fidel Castro quede en la historia como el mayor anexionista de los políticos cubanos, si no por los discursos, siempre hipócritas, al menos por los hechos.
Las previsiones de Fidel ante la historia parecen haber sido taimadas y enfermizas hasta un punto tal que cabe suponer que desee y aun que haya previsto un destino de fárrago e indigencia totales para Cuba, sólo con la esperanza de que cualquier comparación que establezcan los historiadores del futuro termine favoreciéndolo. Poco ha de importar que de las viejas ínfulas anexionistas de gobernantes estadounidenses no quede ya sino sombra en el recuerdo. Menos importa que nadie con dos micras de cerebro asuma hoy como seria la tesis de un presunto interés estadounidense por anexarse nuestra isla.
En cambio, todo indica que por nuestra parte, y sin que el socorrido “enemigo” mueva un dedo, estamos precipitándonos hacia un destino tal vez más nefasto que la anexión: la dependencia absoluta, a lo bestia, no por intención manifiesta y previamente planificada, sino por caída libre, bajo el peso gravitatorio de una sola disyuntiva, como ya ocurrió antes con la Unión Soviética.
¿Qué otro camino le quedaría a un país sin capacidad productiva, sin industria, con el campo en ruinas, con todas sus estructuras administrativas carcomidas por la corrupción, sin mercado interno, sin fuertes rubros de exportación, endeudada hasta la coronilla y habiendo perdido de raíz la cultura del trabajo y el espíritu de la competencia? Ese es el fruto neto de la labor anexionista de Fidel Castro.
Por lo demás, en lo que al pueblo cubano respecta, también los historiadores tendrán la ardua tarea de explicar cómo ha sido posible que por encima del implacable y ensañado adoctrinamiento que sufrimos en las escuelas, desde la más temprana edad, por encima de las más demenciales prohibiciones y represiones, nunca, ni por un minuto, a lo largo de varias generaciones, nuestra gente ha renunciado al creciente deseo de emigrar hacia los Estados Unidos, o a la preferencia por sus productos o a la atracción general por todo lo Made in USA.
Bastaría con un ejemplo, el más común y ordinario quizá, aunque suficiente para descalificar por sí solo la ridícula declaración de Silvio: A lo largo de varias décadas, en los almacenes de ropas y otros artículos de vestir, imperó aquí la orden dictatorial de prenderle candela a cualquier prenda importada que tuviese un adorno con la más simple alusión a la bandera estadounidense. Desde luego que los empleados de esos almacenes fingían quemar las prendas, aunque en realidad se las apropiaban para venderlas como pan caliente en las calles. Pero la orden existía, y aún existe, sin considerar siquiera la buena voluntad que quienes hacían donaciones gratuitas de ropas desde el exterior.
Exhibir públicamente cualquier adorno que pudiera ser tomado por la policía como “símbolo del enemigo”, configuró aquí un delito durante demasiado tiempo. Sin embargo, esta práctica ha sido una constante de nuestra moda, al menos en La Habana. Solapada en años anteriores, cuando no estrictamente oculta; hoy, cada vez más pública, gracias al comercio de ropa de los cuentapropistas.
La recusación, estúpida y salvaje contra esa práctica no ha cesado, pero sin duda los tiempos son otros. Mucha agua corrió por debajo del puente desde aquella época en que la gente vestía símbolos Made in USA sólo cuando iba a solicitar visa a la SINA, para lo cual los llevaban escondidos en carteras y mochilas con el plan de cambiarse de ropa previamente en la funeraria de Calzada y K.
José Hugo Fernández
Nota: Los libros de este autor pueden ser adquiridos en las siguientes direcciones: http://www.amazon.com/-/e/B003DYC1R0 y www.plazacontemporaneos.com
Su blog en: http://elvagonamarillo.blogspot.com.es/
......
"El mal gusto llega en paquetes semanales"
LA HABANA, Cuba.- Para el primer vicepresidente cubano, Miguel Díaz-Canel, las nuevas tecnologías permiten que las personas decidan individualmente qué consumir en términos de cultura, pero considera que es una falsa libertad porque el mercado y la publicidad les imponen un repertorio muy limitado, donde pocas veces los auténticos valores tienen cabida.
Por otro lado, Abel Prieto, ex ministro de Cultura, cree que hay un proyecto de reconquista cultural del mundo, y otros más específicos, de subversión contra Cuba. Cree también que prospera de una manera desenfrenada un culto a lo yanqui.
Para el funcionario, las nuevas tecnologías han sido portadoras de lo peor de esa cultura chatarra de la industria hegemónica del entretenimiento, entre ellas los programas Nuestra Belleza Latina y La Voz Kids, a los que se refirió como “mala cultura hispano-estadounidense”.
Si bien el actual asesor en temas culturales del presidente Raúl Castro alerta en no humillar a las personas que consumen dichos productos, no deja de dar a entender que se trata de un retroceso en los gustos de esas personas.
“Las instituciones somos responsables en una gran medida de que los gustos hayan retrocedido hasta ese punto. Tenemos que crear una producción cultural que sea realmente entretenida, atractiva, que tenga esas imágenes de alta calidad, que tenga gancho para la gente joven; pero sin vaciarla de sentido”, afirmó el funcionario en un artículo titulado “ Abel Prieto: Somos responsables de que los gustos culturales hayan retrocedido”, y publicado en el sitio digital Cubasí.
El funcionario no abunda en detalles sobre el origen del retroceso que menciona, no explica cómo o por qué se produjo. No hace alusión al hecho de que Cuba tuvo televisión comercial desde 1950, siendo –después de México y Brasil, que la tuvieron pocos meses antes- el tercer país de América Latina en lograrlo. Tampoco menciona que en 1959, cuando sus jefes tomaron el poder, la programación de la televisión cubana estaba entre las mejores del continente.
Tampoco ejemplifica Abel Prieto con qué contenido piensan realizar esa producción cultural de factura nacional destinada a salvarnos del mal gusto, sin que medie siempre la política y las cansona peroratas revolucionarias, y que a la vez logre enganchar al pueblo como lo hacen esos programas carentes de sentido y de buen gusto, según él.
Esos programas extranjeros se han esparcido como pólvora, y han tenido más aceptación que la mayoría de los producidos por la televisión cubana.
Los cubanos esperan con impaciencia los seriales televisivos, las novelas, y los documentales, cuando cada semana se distribuyen los llamados “paquetes”, una versión clandestina y compacta de lo que se ve “allá afuera” semana a semana. Quien no puede comprar el paquete de la semana lo obtiene de un amigo o familiar.
Para el gobierno se trata de una “operación de colonización cultural a gran escala”. El principal instrumento de dominio imperialista –según ellos- no es militar sino cultural e informativo, puesto que ha logrado que en todo el mundo prevalezcan de manera aplastante los patrones de su industria del entretenimiento.
La globalización actual, la extrema cercanía y los estrechos lazos culturales y familiares que nos unen con ese imperio del entretenimiento –que prevalece no solo en Cuba, sino prácticamente en todo el planeta- les hace imposible a los gobernantes cubanos combatir “la invasión” e imponer, como quisieran, su modelo estatal único de “buen gusto”, a imagen y semejanza de su único partido.
Los tiempos han cambiado y, por mucho que quiera, el Estado ya no puede impedir que cada cual vea en su casa los programas que desee. Por el momento, parece encaminar sus esfuerzos contra las personas que distribuyen los famosos “paquetes semanales”, fuente principal por donde adquiere el cubano ese “mal gusto” audiovisual que tanto preocupa al señor Prieto.
Julio Cesar Álvarez
Julio César Álvarez López (1968)
Graduado en 1990 de la Escuela Superior de Contrainteligencia Hermanos
Martínez Tamayo. Detenido en 1992 por colaborar con los Grupos de
Derechos Humanos y sancionado por un Tribunal Militar a 19 años, de los
que cumplió 16, siete de ellos en la Prisión de Máxima Severidad de
Camagüey.
Salió en libertad condicional en abril de 2008 y cursó estudios de
computación y fotografía digital en la iglesia San Juan Bosco. Sabe
Inglés y en la actualidad estudia Alemán. Reside en La Habana.
Ambos artículos los tomé de
http://www.cubanet.org/opiniones
LA HABANA, Cuba — Es de agradecer que un sujeto tan denso y tan falto de gracia como Silvio Rodríguez nos haga reír de vez en cuando. Hace poco, declaró al diario La Jornada, de México, que el pueblo cubano guardará rencor durante mucho tiempo a Estados Unidos por causa del embargo, que él llama bloqueo. “El sentimiento de tener un vecino egoísta que calcula y maltrata –dijo literalmente–, va a sobrevivir mucho después de los que padecimos directamente su maldad”.
A uno no le queda más que desconcertarse ante el modo en que ciertos representantes de la izquierda bistec de Cuba viven instalados cómodamente en la estratosfera, sin conocer lo que realmente piensa y siente la gente de su pueblo, pero sin que ello impida que se gasten la petulancia de hablar en su nombre.
Como tal vez algún día reconocerán los historiadores, el pueblo cubano es hoy más pro norteamericano que hace medio siglo. Es una realidad que escapa a los encasillamientos políticos, un fenómeno sui géneris que se ha producido a contracorriente del muy retorcido enfrentamiento ideológico que desde ambos lados (pero mucho más desde el poder en Cuba) se empeñó, durante decenios, en distanciarnos y en sembrar la descalificación y el odio previos como barrera.
Y cuando esto sea inevitablemente reconocido por los estudiosos, no me extrañaría que Fidel Castro quede en la historia como el mayor anexionista de los políticos cubanos, si no por los discursos, siempre hipócritas, al menos por los hechos.
Las previsiones de Fidel ante la historia parecen haber sido taimadas y enfermizas hasta un punto tal que cabe suponer que desee y aun que haya previsto un destino de fárrago e indigencia totales para Cuba, sólo con la esperanza de que cualquier comparación que establezcan los historiadores del futuro termine favoreciéndolo. Poco ha de importar que de las viejas ínfulas anexionistas de gobernantes estadounidenses no quede ya sino sombra en el recuerdo. Menos importa que nadie con dos micras de cerebro asuma hoy como seria la tesis de un presunto interés estadounidense por anexarse nuestra isla.
En cambio, todo indica que por nuestra parte, y sin que el socorrido “enemigo” mueva un dedo, estamos precipitándonos hacia un destino tal vez más nefasto que la anexión: la dependencia absoluta, a lo bestia, no por intención manifiesta y previamente planificada, sino por caída libre, bajo el peso gravitatorio de una sola disyuntiva, como ya ocurrió antes con la Unión Soviética.
¿Qué otro camino le quedaría a un país sin capacidad productiva, sin industria, con el campo en ruinas, con todas sus estructuras administrativas carcomidas por la corrupción, sin mercado interno, sin fuertes rubros de exportación, endeudada hasta la coronilla y habiendo perdido de raíz la cultura del trabajo y el espíritu de la competencia? Ese es el fruto neto de la labor anexionista de Fidel Castro.
Por lo demás, en lo que al pueblo cubano respecta, también los historiadores tendrán la ardua tarea de explicar cómo ha sido posible que por encima del implacable y ensañado adoctrinamiento que sufrimos en las escuelas, desde la más temprana edad, por encima de las más demenciales prohibiciones y represiones, nunca, ni por un minuto, a lo largo de varias generaciones, nuestra gente ha renunciado al creciente deseo de emigrar hacia los Estados Unidos, o a la preferencia por sus productos o a la atracción general por todo lo Made in USA.
Bastaría con un ejemplo, el más común y ordinario quizá, aunque suficiente para descalificar por sí solo la ridícula declaración de Silvio: A lo largo de varias décadas, en los almacenes de ropas y otros artículos de vestir, imperó aquí la orden dictatorial de prenderle candela a cualquier prenda importada que tuviese un adorno con la más simple alusión a la bandera estadounidense. Desde luego que los empleados de esos almacenes fingían quemar las prendas, aunque en realidad se las apropiaban para venderlas como pan caliente en las calles. Pero la orden existía, y aún existe, sin considerar siquiera la buena voluntad que quienes hacían donaciones gratuitas de ropas desde el exterior.
Exhibir públicamente cualquier adorno que pudiera ser tomado por la policía como “símbolo del enemigo”, configuró aquí un delito durante demasiado tiempo. Sin embargo, esta práctica ha sido una constante de nuestra moda, al menos en La Habana. Solapada en años anteriores, cuando no estrictamente oculta; hoy, cada vez más pública, gracias al comercio de ropa de los cuentapropistas.
La recusación, estúpida y salvaje contra esa práctica no ha cesado, pero sin duda los tiempos son otros. Mucha agua corrió por debajo del puente desde aquella época en que la gente vestía símbolos Made in USA sólo cuando iba a solicitar visa a la SINA, para lo cual los llevaban escondidos en carteras y mochilas con el plan de cambiarse de ropa previamente en la funeraria de Calzada y K.
José Hugo Fernández
Nota: Los libros de este autor pueden ser adquiridos en las siguientes direcciones: http://www.amazon.com/-/e/B003DYC1R0 y www.plazacontemporaneos.com
Su blog en: http://elvagonamarillo.blogspot.com.es/
......
"El mal gusto llega en paquetes semanales"
LA HABANA, Cuba.- Para el primer vicepresidente cubano, Miguel Díaz-Canel, las nuevas tecnologías permiten que las personas decidan individualmente qué consumir en términos de cultura, pero considera que es una falsa libertad porque el mercado y la publicidad les imponen un repertorio muy limitado, donde pocas veces los auténticos valores tienen cabida.
Por otro lado, Abel Prieto, ex ministro de Cultura, cree que hay un proyecto de reconquista cultural del mundo, y otros más específicos, de subversión contra Cuba. Cree también que prospera de una manera desenfrenada un culto a lo yanqui.
Para el funcionario, las nuevas tecnologías han sido portadoras de lo peor de esa cultura chatarra de la industria hegemónica del entretenimiento, entre ellas los programas Nuestra Belleza Latina y La Voz Kids, a los que se refirió como “mala cultura hispano-estadounidense”.
Si bien el actual asesor en temas culturales del presidente Raúl Castro alerta en no humillar a las personas que consumen dichos productos, no deja de dar a entender que se trata de un retroceso en los gustos de esas personas.
“Las instituciones somos responsables en una gran medida de que los gustos hayan retrocedido hasta ese punto. Tenemos que crear una producción cultural que sea realmente entretenida, atractiva, que tenga esas imágenes de alta calidad, que tenga gancho para la gente joven; pero sin vaciarla de sentido”, afirmó el funcionario en un artículo titulado “ Abel Prieto: Somos responsables de que los gustos culturales hayan retrocedido”, y publicado en el sitio digital Cubasí.
El funcionario no abunda en detalles sobre el origen del retroceso que menciona, no explica cómo o por qué se produjo. No hace alusión al hecho de que Cuba tuvo televisión comercial desde 1950, siendo –después de México y Brasil, que la tuvieron pocos meses antes- el tercer país de América Latina en lograrlo. Tampoco menciona que en 1959, cuando sus jefes tomaron el poder, la programación de la televisión cubana estaba entre las mejores del continente.
Tampoco ejemplifica Abel Prieto con qué contenido piensan realizar esa producción cultural de factura nacional destinada a salvarnos del mal gusto, sin que medie siempre la política y las cansona peroratas revolucionarias, y que a la vez logre enganchar al pueblo como lo hacen esos programas carentes de sentido y de buen gusto, según él.
Esos programas extranjeros se han esparcido como pólvora, y han tenido más aceptación que la mayoría de los producidos por la televisión cubana.
Los cubanos esperan con impaciencia los seriales televisivos, las novelas, y los documentales, cuando cada semana se distribuyen los llamados “paquetes”, una versión clandestina y compacta de lo que se ve “allá afuera” semana a semana. Quien no puede comprar el paquete de la semana lo obtiene de un amigo o familiar.
Para el gobierno se trata de una “operación de colonización cultural a gran escala”. El principal instrumento de dominio imperialista –según ellos- no es militar sino cultural e informativo, puesto que ha logrado que en todo el mundo prevalezcan de manera aplastante los patrones de su industria del entretenimiento.
La globalización actual, la extrema cercanía y los estrechos lazos culturales y familiares que nos unen con ese imperio del entretenimiento –que prevalece no solo en Cuba, sino prácticamente en todo el planeta- les hace imposible a los gobernantes cubanos combatir “la invasión” e imponer, como quisieran, su modelo estatal único de “buen gusto”, a imagen y semejanza de su único partido.
Los tiempos han cambiado y, por mucho que quiera, el Estado ya no puede impedir que cada cual vea en su casa los programas que desee. Por el momento, parece encaminar sus esfuerzos contra las personas que distribuyen los famosos “paquetes semanales”, fuente principal por donde adquiere el cubano ese “mal gusto” audiovisual que tanto preocupa al señor Prieto.
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