Cuando el desaliento se apodera de mi, tengo que escribir porque me muero, me asfixio, me consumo sin remedios. Válgame Diós que aprendí a leer y a escribir, y así, por lo menos, puedo darle salida a lo que siento, maltratando las teclas de mi fiel laptop, la misma que me ayuda a navegar, y a escaparme por este mundo tan incierto...
Desaliento.
Desde la oscura oquedad de mi agonía,
confieso que me ahogo, que me asusto,
que ya no vivo…
Desde allá hasta acá,
se sienten las huellas de los surtidores,
abastecedores de los sepultureros de la vida.
Sepultureros que imponen las notas de la no vida,
la no vida que cuaja en el cuaderno de silencios,
de las palabras perdidas, incapaces de nombrar
los absurdos de una historia construida a golpes,
con la tenacidad de las gigantes hormigas negras,
que juegan a devorar los andamios
de los recuerdos colgados en la luna.
Desde allá hasta acá, no existe la aurora,
ni los rayos del sol maduran los frutos,
ni las olas del mar besan las orillas,
deseosas de caricias y de manos amorosas.
Es un desierto enclavado en la pradera,
donde no hay cabida, ni sustento,
para los sueños de las noches de verano,
y el invierno es cada vez más largo,
más cruel, y no hay cobijas que amilanen
sus efectos, cuando pasa por estos lares
de distancias recorridas como un beso.
Un beso, uno de esos que caben en las manos
de un niño que se ha quedado dormido
en la puerta del colegio. En esa puerta
donde espera el regreso de los mayores
que no vienen, que lo han dejado solo,
a la deriva, para que crezca sin amparo,
y se haga fuerte, sin padrinos, sin fiestas,
sin regalos, sin mimos, sin canciones,
sin alas para volar a las alturas…
Desde esta oquedad donde me escondo,
confieso que la luz aquí no llega,
que la soledad es la única invitada de honor
en mi mesa, sin vinos, sin rosas...
Mi mesa que, a fuerza de goteras,
cubro con manteles blancos y manchas azules…
Manchas que delatan y gritan a los curiosos,
que no miren con esos ojos descompuestos,
que no siempre las cosas fueron de esta forma,
que hubo un entonces, un antes, un “yo me acuerdo”,
mezclado todo con un deseo insospechado, no confeso,
que se ha perdido en los tragantes de la noche,
y no hay jinetes que corran a su encuentro,
ni lunas con estrellas que alumbren el camino…
Desde acá también confieso que mis horas se acaban,
que el tiempo me ha robado la sonrisa,
que mis ojos se han quedado sin agua,
que están llenos de arena,
que mis pies no me llevan a la puerta de salida,
y que mis cansadas manos, no me alcanzan
para quitar de mis pupilas tanto polvo.
Esperanza E Serrano
Land O' Lakes, Fl,
Valgate Dios que aqprendiste a expresar lo que sientes!
ResponderEliminarQue hace el viejo Braulio
cantando en tu post,
un amor de sal?
Saludos
El otroBraulio
Mas que a escrivir aprendiste a dibujar palabras en el cursor de la brisa ,y nos llega hasta Atlanta con la esencia que solo un corazon tierno y una mente superior sabe crear .
ResponderEliminarHermoso poema , Braulio genial , me imagino que los besos de sal son el premio que recibe la novia en el puerto de su marinero al gregreso . Cariño y besos de este viejo Cubano que la admira inmensamente Medardo Ranulfo Rodriguez Ramirez.
No permitas que el desaliento te acapare. Sonríe siempre a la vida que es lo más preciado y la vida te compansará.
ResponderEliminarGracais amigos por sus visitas y comentarios.
ResponderEliminarArmienne, te confieso que tienes toda la razón, pero hay días que no puedo evitar sentirme desalentada.
My buen Ranulfo, gracias por tus lindas palabras, y ojalá que el cursor de la brisa también te lleve un poquito del gran cariño que siento por ti
Espe
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ResponderEliminarfitflop sandals
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