HACE FALTA UNA NUEVA CRUZADA.
Por Alfredo M. Cepero
"Ustedes
serán llevados
presos, y entregados a las autoridades para que los maltraten y los
maten. Todo el mundo los odiará por ser mis discípulos. Pero yo
salvaré a todos mis seguidores que confíen en mí hasta el final". Mateo
24:9-13
Desde
los inicios del cristianismo los cristianos fuimos advertidos de que
sufriríamos persecución y muerte a manos de quienes no pensaran y
actuaran como nosotros. La razón para ello no es que el mundo
sea pequeño para albergar a gentes de distintas ideas, religiones y
características humanas. Lo que ocurre es que el mundo nunca
será lo suficientemente grande para que en el mismo coexistan en forma
pacífica ideas y convicciones contradictorias. La razón
consiste en que la intolerancia y el fanatismo del hombre no permiten ni
aceptan competencia a la hora de imponer sus creencias y su modo de
vida. Y
así andamos desde que pusimos por primera vez nuestros pies sobre la
Tierra.
Pero
de todos esos conflictos, el que probablemente ha producido
más víctimas y miserias ha sido el centrado en la competencia alucinante
entre el islamismo y el cristianismo. No tengo la contabilidad
de las víctimas y no voy a buscarla porque existe la alta probabilidad
de que cualquier estadística esté viciada por la
parcialidad de la fuente que la proporcione.
De lo que no cabe dudas, es de que desde el Siglo VII los musulmanes
declararon una guerra a muerte a los cristianos en su carrera desenfrenada por el dominio del mundo. Tras
la muerte de Mahoma en el 632, un hombre que impuso su religión
por la fuerza, el Islam tuvo una expansión sorprendentemente rápida
durante alrededor de un siglo, favorecido en primera instancia por
la debilidad del Imperio Bizantino y ocupó todo el norte de África,
Irán, la parte meridional del Asia Central, el oeste del
subcontinente indio, España y el sur de Francia. La Hispania se
convirtió en el país de al-Ándalus durante ochocientos
años.
Esa
expansión del Islam se hizo según el principio de la guerra santa o Yihad, concepto también expresado por
Agustín de Hipona, según el cual sería justo combatir para la verdadera fe: el cristianismo para San Agustín, el islam
para Mahoma. Ahora bien, quede bien claro que, en los primeros siglos de la era cristiana, no hubo guerras de conquista llevadas
explícitamente en nombre de la fe cristiana pero sí las hubo en nombre de la fe islámica.
Por
lo tanto,
las Cruzadas no fueron una agresión gratuita contra el Islam sino la
respuesta a la beligerancia y la crueldad de los soldados de Mahoma.
Fueron expediciones emprendidas en cumplimiento de un solemne voto para
liberar los Lugares Santos de la dominación musulmana. Se libraron
durante un período de casi doscientos años, entre 1095 y 1291y se
iniciaron cuando el emperador bizantino Alejo I solicitó
protección para los cristianos de oriente al Papa Urbano II, quien en el
Concilio Clermont inició la predicación de la cruzada.
Al terminar su alocución con la frase del Evangelio «renuncia a ti mismo, toma tu cruz, y sígueme» (Mateo
16:24), la multitud, entusiasmada, manifestó ruidosamente su aprobación con el grito Deus lo vult, o Dios lo
quiere.
Ahora
bien, a pesar de tensiones
subyacentes y confrontaciones esporádicas, durante los siguientes siete
siglos cristianos y musulmanes vivieron en una relativa, aunque a veces
precaria coexistencia. Entonces Osama bin
Laden decidió matar
a casi 3000 norteamericanos con un ataque artero al Centro Mundial
de Comercio en Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. El odio
ancestral propulsó el resurgimiento de una nueva Yihad que ha puesto al
mundo
al borde del paroxismo. Ya nadie está seguro en los países donde
predomina el cristianismo. Si no que se le pregunten a esos europeos
que han abierto los brazos a una inmigración en la que se infiltran los
soldados fanáticos de Mahoma.
El presidente George W. Bush
entendió la naturaleza diabólica del terrorismo islámico y procedió a confrontarlo con sus mismas
armas. A pesar de errores iniciales en la conducción del conflicto, Bush
había ganado la guerra de Irak cuando entregó la presidencia al apaciguador Barack Obama. Un hombre que se negó a llamar a los
terroristas por su nombre y que se retiró apresuradamente del escenario de las hostilidades para cumplir una frívola promesa de
campaña.
En el vacío creado
por Obama surgió la serpiente de mil cabezas del terrorismo islámico, ahora con el nombre de ISIS. En un reportaje del rotativo El País, de España, fechado 19 de enero del año pasado, se informa que
"el conflicto entre el Gobierno y los
distintos grupos yihadistas en Irak está cebándose en los civiles, con un total de más de 18.800 víctimas mortales y otros
36.245 heridos entre enero de 2014 y octubre de 2015".
Por
otra
parte, la Lista de Observancia Mundial o World Watch List (WWL) de 2016,
publicada por el ministerio Puertas Abiertas, informa que la
persecución no solo ha incrementado, sino que se ha expandido en áreas
donde no había el mismo nivel, debido al extremismo
islámico. El informe de 2015 (tomado del 1 de noviembre 2013 a 31
octubre 2014) recogió un total de 4.344 cristianos muertos por su fe y
1.062 iglesias atacadas. Mientras que el del 2016 ( tomado del 1 de
noviembre de 2014 a 31 de octubre de 2015), dice que murieron 7.100
creyentes y
2.406 congregaciones fueron embestidas.
Otro factor que ha contribuido sin dudas a la radicalización de
millares de jóvenes musulmanes han sido las escuelas de adoctrinamiento (madrazas)
financiadas por Arabia Saudita. Quince de los atacantes del Centro Mundial de Comercio eran ciudadanos del Reino Saudita. La Casa de los Saud ha proporcionado apoyo
económico, político, religioso y mediático al terrorismo islámico durante el último cuarto de siglo. En 25
años los sauditas han gastado 87.000 millones de dólares en promover el terrorismo. En comparación, el Partido Comunista de la
URSS y su Komintern gastaron poco más de 7.000 millones de dólares para difundir su ideología en todo el mundo en los 70
años transcurridos entre 1921 y 1991. En los Estados Unidos, presidentes de ambos partidos han cerrado a los ojos ante esta vileza de
un supuesto aliado.
Otra
muestra
del terrorismo islámico ha sido el reciente ataque contra dos templos
coptos en Egipto donde fallecieron al menos 44 personas y más de
100 resultaron heridas. El presidente egipcio, Abdelfatah al Sisi,
declaró tres meses de estado de emergencia y pronunció un discurso
televisado en directo donde ordenó al Ejército la protección de las
instalaciones vitales en todas las provincias del
país. Acto seguido, citó a la principal autoridad musulmana del país,
Imán Ahmed Al-Tayeb, y le dijo que era necesario
moderar el discurso de los profesores religiosos en las universidades
musulmanas de Egipto.
El
presidente
cumplió su deber pero los coptos egipcios pidieron el auxilio de su
pastor, el Papa Francisco. Éste, sin embargo, se quedó corto.
El pontífice que critica el muro de Donald Trump no se atrevió a
denunciar los crímenes del terrorismo islámico. El
Imán Ahmed Al-Tayeb dejó bien claro a los emisarios de Francisco que "hablar del Islam de manera negativa era una línea
roja que no debía ser cruzada por el Vaticano". Y, según el diario egipcio Al-Watan (الوطن),
el Imán agregó que: "Las condenas sobre la violencia contra los
cristianos
coptos, deben ser articuladas sólo por el Presidente egipcio y por él
mismo como autoridad religiosa, no por el Papa". Y Francisco se
portó como un corderito.
Así
las cosas, la última esperanza parece ser el tan vituperado Donald
Trump. Un hombre con precarias credenciales religiosas que mostró
tendencias aislacionistas en su campaña presidencial pero que no se deja
intimidar por los enemigos de los Estados Unidos y de la libertad en
el mundo. Con sus recientes acciones militares contra el monstruo que
gasea niños en Siria y los terroristas de ISIS en Afganistán,
Donald Trump podría haber iniciado una nueva cruzada que nos libere del
terrorismo islámico utilizando sus mismas armas. La historia
muchas veces nos da sorpresas.
5-10-17
Por Alfredo M. Cepero
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