Una misma realidad -según Ortega y Gasset- se quiebra en muchas
realidades divergentes cuando es mirada desde puntos de vista distintos.
Así que a través de consultas informales, hemos formulado siete
interrogantes sobre la oposición, derivadas desde los análisis de un
académico hasta los interesantes razonamientos de un barredor de calles.
En busca de allanar el camino hacia la compresión de esos diferentes
puntos de vista, solicitamos la valiosa ayuda de Miriam Celaya González,
Licenciada en Historia del Arte, ex investigadora del Departamento de
Arqueología de la
Academia de Ciencias de Cuba, periodista digital independiente, administradora del blog
Sin EVAsión, y colaboradora regular de publicaciones como Diario de Cuba, Revista Voces, Convivencia y otros.
Miriam accedió amablemente a responder estas 7 interrogantes para Cubanet:
Cubanet: ¿Considera usted que nuestra disidencia permanece atorada en el pasado y fragmentada políticamente?
Miriam Celaya:
No gusto de los arquetipos, por lo que asumiré que eso a lo que llamas
“nuestra disidencia” es la totalidad del muy variado espectro formado
por los grupos y partidos opositores de todas las denominaciones, los
periodistas independientes y blogueros y otros muchos sectores de la
sociedad civil independiente, también múltiple y diversa, toda vez que
en ella se cuentan desde bibliotecarios independientes hasta artistas,
escritores y animadores de muchos proyectos cívicos. Cuento también como
disidencia a todos los cubanos que se sienten inconformes con el modelo
político oficial -aunque no lo manifiesten abiertamente, ni estén
vinculados a ninguno de los sectores antes mencionados-, y a las decenas
de miles de emigrados, con independencia que se les llame “emigración
económica” o “emigración política”, porque marcharse de Cuba equivale a
rechazar de alguna manera el sistema sociopolítico y económico
establecido. La disidencia no es un bloque monolítico y uniforme, así
que no me parece adecuado establecer generalizaciones. Ahora bien, una
parte de esa disidencia, en efecto, parece anclada en el pasado y
evidencia un agotamiento de su discurso. Esto es natural porque -a
diferencia de los sectores que basan su trabajo en los proyectos de
corte cívico-, los proyectos políticos están obligados a promover
alternativas de gobierno para superar los problemas de la nación en su
conjunto, están más presionados por el tiempo y deben mostrar resultados
en períodos razonables. Por ejemplo, mientras la labor del periodismo
independiente es la de informar, denunciar, analizar, difundir, o la de
las bibliotecas independientes y otros proyectos cívicos es directa o
indirectamente favorecer la formación ciudadana, que son cuestiones
permanentes e inagotables, los partidos políticos tienen la aspiración y
la obligación de proponer alternativas viables para la realización de
elecciones y cambiar el sistema político del país. De lo contrario, no
serían partidos políticos. Cuando esas propuestas no surgen, no calan en
amplios sectores o no provocan cambios, los partidos políticos se
agotan. Hasta el momento no existen o no son visibles los partidos que
ofrezcan una alternativa realizable en el enfrentamiento al poder
dictatorial, por la naturaleza de la dictadura, pero también porque ha
faltado madurez política en la oposición y porque una gran parte de ella
-al igual que el propio gobierno al que se enfrenta- está lastrada por
males seculares heredados de nuestra idiosincrasia y nuestra historia,
como son el caudillismo, el mesianismo, y la inmediatez, entre otros. La
fragmentación política yo no la veo como un problema. Toda sociedad
democrática está políticamente fragmentada, y eso es saludable, porque
permite la variedad de propuestas, la posibilidad de elegir entre ellas,
y porque forzosamente los políticos deben competir entre sí, si aspiran
a triunfar. Ahora bien, esta fragmentación no debe significar la
descalificación del otro o de la otra propuesta, ni impedir las
concertaciones y los consensos capaces de elaborar plataformas comunes
para hacer frente a la autocracia gubernamental. Estos consensos,
lamentablemente, aunque en la actualidad parecen estarse generando entre
grupos más o menos numerosos, no se han consolidado, ni todavía
constituyen una fuerte alternativa al poder.
CN: ¿La Demanda Ciudadana Por Otra Cuba no es una
nueva versión del Proyecto Varela? ¿Hasta qué punto se pierde el tiempo
al demandar a un régimen que hace oídos sordos a cualquier propuesta
para democratizar el país?
MC:
No creo que la Demanda Ciudadana sea una nueva versión del Proyecto
Varela. Cada uno de esos proyectos tiene su propia función, y objetivos
bien diferenciados. El Proyecto Varela fue el más conocido en su momento
-en buena medida gracias a la difusión que logró a partir de la visita
del ex presidente estadounidense James Carter a Cuba, quien lo mencionó
en el Aula Magna de la Universidad de La Habana- y logró recabar un
enorme número de firmas, labor en la que participaron muchos activistas,
no solo del Movimiento Cristiano de Liberación, sino también de otros
partidos políticos opositores. Pero el Proyecto Varela se amparaba en la
propia Ley Electoral de este gobierno, de alguna manera legitimaba esa
Ley, con independencia de que tuvo la virtud de atisbar sus grietas y
tratar de aprovecharlas en beneficio de la democracia, lo cual es un
gran mérito. De cualquier manera, debido a que se basaba en las leyes
del propio gobierno cubano, este tuvo la capacidad de hacer el
“contra-proyecto”, convocar a la ratificación del socialismo como modelo
eterno y recabar ocho millones de firmas dentro de Cuba. La dictadura
tiene la posibilidad de modificar o violar sus propias leyes, o
simplemente ignorar las demandas legales, de manera que suele sacar
ventaja de todo movimiento que trate de maniobrar a partir de las leyes
que fueron creadas para perpetuar el poder dictatorial.
Otro aspecto, que pocos tienen en cuenta, es si solo variando el
proceso electoral se podrían producir cambios significativos en Cuba.
Personalmente, no lo creo. Pienso que lo primero que necesitamos es
formar ciudadanos responsables, libres y aptos para asumir el reto de
elegir libremente. Es una tarea de muy largo aliento, pero ineludible.
El nuestro es un pueblo signado por el temor, la desconfianza y la
orfandad cívica, problemas fuertemente acentuados a lo largo de más de
medio siglo de poder totalitario. La sociedad carece de referentes
democráticos y tampoco hubo arraigo de cultura cívica en los años de
República que antecedieron al castrismo. Me atrevería a afirmar que si
la semana próxima se realizaran elecciones libres en Cuba, la gente no
tendría muy claro por quién votar, por más que el actual régimen esté
agotado. Una sociedad huérfana de civismo no es precisamente el mejor
escenario para elecciones, si se quiere lograr una democracia verdadera y
estable. Magnificar la utilidad de las elecciones como vehículo para
lograr la democracia en Cuba, me parece una ingenuidad política que tuvo
el Proyecto Varela, y créeme que este criterio me ha traído enconados
críticos hostiles entre los propios opositores, porque a fin de cuentas
los cubanos, como ocurre con el gobierno, solemos vibrar en polos: si
cuestionas algún proyecto disidente, eres “el enemigo”, “estás rompiendo
la unidad” (que nunca ha existido), o “estás trabajando para el
gobierno”. También ocurre que existe entre nosotros la tendencia a
esperar soluciones rápidas o mágicas, sin esforzarnos mucho. Claro que
sería menos fatigoso si nuestros numerosos y acuciantes problemas
terminaran después de unas elecciones, pero esto no es realista. Después
del castrismo y de las elecciones democráticas que algún día se
realizarán, se iniciará una etapa de duro bregar si queremos consolidar
una Cuba democrática, de eso no duda ningún político serio.
Otro
es el caso de la Demanda Ciudadana, que se fundamenta sobre la
existencia de Pactos internacionales, refrendados en la ONU, y que
fueron firmados por el gobierno cubano. La dictadura no tiene la menor
posibilidad de cambiar esos Pactos, por lo que de cierta forma está
políticamente entrampada: o ratifica los Pactos que firmó, en febrero de
2008, con las consecuencias que se derivarían de una apertura a ciertas
libertades dentro de la Isla, o queda expuesta la falta de voluntad
política de este gobierno para cumplir con los compromisos
internacionales contemplados de manera general en la Declaración
Universal de Derechos Humanos, de la cual es signataria, y en particular
en los Pactos. Esto implica un elevado costo político que, al parecer,
el régimen está dispuesto a pagar, pero tiene consecuencias a mediano y
largo plazo. La Demanda es también más amplia, más inclusiva que el
Proyecto Varela, al abarcar todos los males que afligen a Cuba, porque
no se ciñe al mero aspecto electoral.
Puesto en perspectiva, el Proyecto Varela fue más “práctico” e
inmediato, mientras la Demanda Ciudadana es más bien simbólica, aunque
resulta también más abarcadora y generaliza en aspectos que podrían dar
al traste con el sistema si realmente se ratificaran esos Pactos. Por
supuesto, no creo que el gobierno los vaya a ratificar, de ahí su
carácter simbólico: una acción cuyo principal valor es demostrar la
hipocresía del gobierno cubano y la orfandad cívica de este pueblo.
Tanto el Proyecto Varela como la Demanda Ciudadana, con sus aciertos o
limitaciones, son válidos en tanto apuestas por la democracia y como
propuestas que se basan en presupuestos cívicos y no en ideologías. Cada
una de estas acciones es hija del momento que les corresponde, si bien
el Proyecto Varela fue más coyuntural, la Demanda Ciudadana, al basarse
en acuerdos universales, tiene un carácter permanente. Pero en esencia,
ninguno de estos dos proyectos constituye una fórmula mágica que
encierre en sí el elíxir de la democracia, ni presuponen la única vía
para horadar el muro de la dictadura. Ambos son pasos o propuestas
parciales de un todo mucho más complejo.
En cuanto a si demandar al gobierno cubano, que hace oídos sordos,
resulta una pérdida de tiempo, yo no lo creo. ¿Cuáles serían si no las
alternativas? ¿Sublevaciones, violencia, lucha armada, terrorismo,
guerra civil, emigrar todos? No. La violencia solo generaría mayor
violencia en una sociedad cargada de rencores, ya muy fracturada y
sesgada por la polarización de medio siglo de dictadura, huérfana de
derechos, de civismo y de instituciones independientes o al menos
autónomas. La violencia no es una opción: sería el fin de la nación
cubana. Existen numerosos ejemplos de demuestran la superioridad de la
resistencia cívica frente a la fuerza de la violencia. Ciertamente el
camino cívico es más largo, pero la paz y la democracia se consolidan y
sanan mejor las heridas y cicatrices. Hay que escapar de la tentación de
las soluciones “rápidas y radicales”, porque los resultados son muy
engañosos. El principal ejemplo lo tenemos en casa: en julio de 1953, se
produjo un violento asalto a un cuartel del ejército constitucional; en
diciembre de 1956, se inició una breve guerra de guerrillas; y en enero
de 1959, la revolución tomó el poder por la fuerza. Bastaron menos de
seis años para que una camarilla se adueñara del país, se entronizara en
el poder y sostuviera, hasta hoy, por la fuerza de la represión y por
la violencia: no tenemos ni paz ni democracia, y cada vez se abre más la
brecha entre los poderosos y la sociedad en su conjunto, pese a que el
proyecto revolucionario llegó a implicar en su momento a una gran
mayoría de la población cubana.
CN: ¿Cree Ud. que el movimiento de oposición ofrece
realmente una alternativa política para Cuba, o solo aspira a que el
régimen introduzca cambios democráticos?
MC:
Otra vez te digo que no me gusta partir de estereotipos. No existe un
“movimiento de oposición en Cuba”, sino múltiples grupos opositores que
no se inscriben en lo que pudiera llamarse un movimiento. Un movimiento,
creo, debe contar al menos con esenciales mínimos, como una plataforma
común, un programa o propuesta concertada, una estructura consensuada y
cronogramas para el cumplimiento de ese programa. Eso no existe en Cuba.
Sin embargo, sí creo que algunos proyectos de oposición tienen
propuestas interesantes. La oposición no “espera que el régimen
introduzca cambios democráticos”. Ninguna dictadura introduciría
voluntariamente cambios que tarde o temprano la llevarían a la pérdida
del poder político, y eso los opositores lo saben bien. Pese a todas las
limitaciones, la oposición ha estado forzando a este gobierno para los
cambios, al demostrar que en Cuba sí existen propuestas y sectores
contrarios a éste, y al sostener una resistencia que ha estado creciendo
y diversificándose en los últimos años.
En cuanto a si la oposición constituye una alternativa política al
gobierno, no creo que hayamos conseguido eso, al menos no en la magnitud
que necesitamos. Sin embargo, estamos asistiendo a un proceso
interesante: en la actualidad, el gobierno conserva todo el poder, el
ejército, la policía, las instituciones, los medios de difusión y la
descalabrada economía, pero tampoco ofrece una alternativa para remontar
la crisis. Las llamadas “reformas raulistas” y los obsoletos
lineamientos resultantes del último congreso del PCC no pueden
considerarse ni remotamente una alternativa. Más bien son una retórica
del pasado, el canto de cisne del viejo poder guerrillero. El gobierno
está políticamente agotado y resulta incapaz de renovarse. Esto podría
suponer un escenario político favorable al surgimiento de alternativas
desde la oposición. Tengo la impresión de que la disidencia se está
renovando y enriqueciendo mientras el poder gubernamental solo se
recicla e involuciona dentro de la misma casta y aproximadamente con las
viejas recetas, apenas con algún retoque de ocasión. Es posible que en
estas condiciones se produzca también una renovación de las alternativas
de la disidencia y surjan nuevos líderes y nuevas propuestas, quizás
alianzas y plataformas políticas interesantes. Hay que estar preparados
por si ese “renacimiento opositor” (llamémosle así) se produce.
CN: Según encuestas informales, 7 de cada 10
consultados creen que la oposición representa la única esperanza de
lograr cambios democráticos en Cuba. Pero, ¿no es hora de que le ofrezca
al pueblo un programa político más sólido y coherente?
MC: Mira, las encuestas suelen ser veleidosas, sobre
todo en un país donde las personas están acostumbradas a ocultar, o
enmascarar, lo que realmente piensan. Por demás, las encuestas
informales solo permiten aproximaciones igualmente informales a los
fenómenos de que se trata. La mayoría de la gente común que conozco
rehúsan la opinión o el compromiso político, hay una especie de
displicencia: “A mí la política no me interesa”, dicen algunos, y con
esto se sienten sabios y prudentes, o quizás creen que así se ponen a
salvo de una realidad que nos asfixia a todos. No obstante, incluso para
aquellos que no creen siquiera que la oposición constituya una
esperanza para la democratización de Cuba, lo que sí está demostrado es
que el gobierno agotó sus posibilidades y hoy es un freno a la
esperanza. Hay quienes creen que cualquier cosa es mejor que este
gobierno―lo cual, al menos en mi opinión, es también muy peligroso—,
pero sí creo que en la oposición hay propuestas y figuras valiosas y es
el sector que ha estado acogiendo y fomentando durante muchos años―con
sus aciertos y desaciertos—los gérmenes de la futura democracia cubana.
Claro que habrá otros sectores que se irán incorporando. Me alienta ver
muchos rostros nuevos y jóvenes que tienen voz y criterios, que no piden
permiso ni disculpas para expresar sus ideas y que no tienen compromiso
histórico alguno con las viejas clases dirigentes. Jóvenes que se
sienten capaces y libres, lo cual dista mucho del espíritu obediente y
agradecido que pretendieron (y en muchos casos lograron) inculcar a
generaciones anteriores. Creo que ellos traerán ideas valiosas que
aportarán a la democracia, y también tributarán energía y esperanzas a
esta Cuba agónica.
Para
ofrecer un programa político sólido y coherente, es preciso que haya
individuos políticos, es decir, ciudadanos. Tú preguntas si no es hora
de que la oposición le ofrezca un programa político coherente al pueblo.
Yo, por mi parte, creo que va siendo hora de que el pueblo sea capaz de
exigir derechos y propuestas a los políticos, a los que están ahora y a
los que vendrán después.
En la disidencia estamos acostumbrados a
enjuiciar críticamente a los políticos, y eso está bien, pero existe una
responsabilidad colectiva en los males de Cuba. Existe una
predisposición muy extendida que tiende a victimizar al pueblo, como si
éste fuera una amorfa criatura subnormal: los pobres cubanos que
sufren de una dictadura, el sufrido pueblo avasallado y aterrorizado
bajo la bota de los tiranos, debe ser liberado. Pero victimizar a
todo un pueblo es un principio mesiánico que apenas disimula una vanidad
desmedida. Es, sobre todo, subestimarlo, dar por establecida su
incapacidad para la toma de decisiones. Así que yo prefiero no adoptar
posiciones condescendientes, y suelo devolver la pelota: cuando
cualquier cubano me pregunta qué estamos haciendo los disidentes para
cambiar las cosas, yo le pregunto a mi vez, “¿y qué estás haciendo tú?”
Un sujeto que no cree en el sistema pero pertenece al CDR, paga el falso
sindicato, asiste a las marchas y actos oficiales y vota en las
llamadas elecciones, no tiene autoridad moral para exigir que otros
cambien las cosas para él. Eso es sencillamente inmoral. Es decir, me
parece que enfrentar a la gente a su propio espejo es una terapia de
choque necesaria, por mal que pueda caer, porque en el fondo de mi
conciencia estoy convencida de que nadie está suficientemente calificado
para liberar a toda una nación cautiva, sea de un tirano o de sí misma.
En cuanto al porvenir, el programa político más promisorio podrá
surgir en un momento cualquiera, quizás antes de lo que imaginamos, pero
entonces deberemos tener los ciudadanos capaces de llevarlo a vías de
hecho. No sería ningún logro tener un pueblo-rebaño que deja de acatar
un viejo programa, de un arcaico partido obsoleto, para someterse
mansamente a otro programa y a otro partido que eventualmente también
envejecerán. Es preciso eliminar el síndrome del rebaño, hay que ayudar a
transmitir a la gente el virus del ciudadano. Solo cuando los propios
individuos libres sean los centinelas de la democracia los programas
políticos tendrán valor y un sentido real. No sé si esto responde a tu
pregunta.
CN: Seguimos creyendo en el apotegma de que “las
revoluciones solo las hacen unos pocos”, ¿es posible que las mismas
contrariedades de hace más de un siglo atrás, como el caudillismo y la
tozudez política, sean los arrastres vernáculos que impiden la fundación
de un proyecto de oposición política verdaderamente moderno?
MC: Pero es cierto que las revoluciones las hacen
unos pocos, siempre ha sido así, porque las ideas que movilizan masas
suelen surgir de élites. Mira la propia Historia de Cuba: un grupo de
hacendados hizo estallar la Revolución de Yara, en 1868. Martí y un
reducido grupo de patriotas fueron los animadores principales de la
Revolución del 95. Y más tarde, Fidel Castro
y una pandilla de revolucionarios, no solo sacaron del poder a Batista,
sino que se apoderaron del país e instauraron la más larga dictadura de
este Hemisferio. Fíjate si un grupo élite puede ser poderoso, que
todavía están ahí: desgastados, ancianísimos y con la salud quebrantada,
pero dominando férreamente a una población en la que más del 70% de los
individuos nació después de 1959, es decir, que no participaron de la
revolución ni le pidieron a nadie que la hiciera para ellos. Ninguna
revolución nos ha hecho verdaderamente libres, ni nos ha deparado
democracia. Para ser honesta debo decirte que no apruebo las
revoluciones, tengo serias reservas con ellas en tanto procesos
vertiginosos y generalmente violentos, con un alto poder destructivo,
con una alta cuota de muerte y de dolor. Muchas veces constituyen más un
retroceso que un progreso, y eso lo hemos experimentado en carne propia
los cubanos. Prefiero apoyar una evolución gradual, concertada y
pacífica, que formar parte de una revolución social.
En cuanto al caudillismo y la tozudez política, son arrastres
vernáculos, que lastran la fundación de un proyecto político desde la
oposición. También lastran al gobierno. Y te diría que hay otros
arrastres, de los que casi nadie quiere hablar, pero están ahí,
horadando las bases de casi todo y en el más profundo “yo” de muchos: el
mesianismo (ya antes lo mencioné), la egolatría, la corrupción, el
nepotismo, la falta de visión política, la incapacidad para asimilar la
crítica, la irresponsabilidad cívica, la inmadurez… y quizás una docena
de adornos más. Una de las limitaciones mayores que padecemos, es el
desconocimiento de nuestra propia historia. Por ejemplo, ¿podrías creer
que hay muchos opositores, incluyendo líderes, que desconocen cuántas
constituciones han existido en Cuba? Y por si tamaña ignorancia no fuese
suficiente, te espetan sin más ni más que eso ya pasó, que lo que
importa es fundar una Cuba nueva y diferente. Es grave, porque alguien
muy sabio dijo con mucho acierto que ignorar la historia conduce a
repetir los errores del pasado, pero esa es la realidad nuestra. Hay
quienes incluso irrespetan a los próceres fundadores hasta el desprecio.
Mira, no se trata de rendir culto a la personalidad o magnificar al
héroe por sobre el hombre, pero toda nación es heredera de una historia,
o no es una nación. Nos falta arraigo, es la verdad.
CN: Sobre la influencia política de las naciones de
occidente, como Estados Unidos y la Unión Europea, ¿hasta dónde cree que
pueda resultar positiva para un nuevo enfoque de nuestra soberanía y
democracia en particular?
MC: Creo que todo proceso político puede y debe
asimilar las enseñanzas y experiencias positivas de otras naciones.
Estamos en tiempos de globalización, y eso no solo es inevitable, sino
que no tiene por qué ser negativo. Las influencias foráneas no
significan necesariamente la renuncia a la soberanía, como lo demuestran
numerosos procesos de la historia pasada y reciente. En particular los
escenarios de la postguerra, después de la Segunda Guerra Mundial, con
el nuevo mapa político mundial; el fin de la Guerra Fría y, más
recientemente, los procesos de democratización que se han estado
produciendo desde 2010 en el mundo árabe, entre otros, demuestran que la
democracia en cada caso recibe influencias variadas y asume
características autóctonas, a la vez que puede insertarse armónicamente
en el panorama global. No existen democracias “puras”, ni soberanías sin
influencias foráneas. De hecho, nunca han existido.
Ahora bien, Cuba es una nación de Occidente, de manera que la
influencia de democracias de estilo occidental no solo son las más
afines a nuestra propia idiosincrasia y cultura, sino también se acercan
más a lo que aspira la mayoría de los cubanos. Por supuesto que los
actuales paradigmas son las naciones más desarrolladas, EEUU y la Unión
Europea, lo cual no debe excluir algunas experiencias interesantes en
nuestra región y en otras partes del mundo. Estoy pensando, por ejemplo,
en los avances que se han logrado en países como Brasil y los espacios
de democracia que se han venido consolidando en Chile en las últimas
décadas, por ponerte solo ejemplos.
CN: Si en Cuba se produjera un cambio brusco de
régimen, ¿la oposición cubana estaría preparada para lidiar con las
nuevas circunstancias? ¿Están aptos para gobernar el país? ¿Hay
opositores presidenciables?
MC: Es una pregunta bastante difícil de responder en
las circunstancias actuales, e imposible de agotar en un espacio
reducido. Creo que sería mucho mejor propiciar un debate amplio con
variedad de opiniones, pero trataré de pensar en voz alta, aun sabiendo
que mi respuesta será incompleta e insuficiente. En mi opinión, por el
momento no parece que vaya a producirse un cambio brusco de régimen en
Cuba (aunque tampoco se puede descartar esa posibilidad). Todo indica
que, en ausencia de instituciones y propuestas capaces de asumir todo el
cambio, lo más adecuado sería establecer una mesa de diálogo entre el
gobierno y los representantes de todo el espectro opositor y la sociedad
civil alternative; pero esto es, sin dudas, una visión ideal. Estoy
pensando que lo mejor sería algo así como lo ocurrido en Polonia, por
ejemplo, un paradigma de la transición pacífica. El caso checo es otro
ejemplo feliz, y el de España en su momento, ya algo distante en el
tiempo. Claro que en esos casos existían sólidas estructuras cívicas
contenidas en la propia cultura y tradición de esos pueblos, que no es
nuestro caso. El gobierno cubano no se siente suficientemente presionado
por la oposición como para reconocer en ella un interlocutor. Por otra
parte, no quiere ceder un ápice en el poder, ni reconoce sus propias
limitaciones, lo que alarga la agonía del régimen, pero también la
nuestra. No obstante, aunque los cubanos ciertamente no tenemos un
sindicato Solidaridad, tampoco podemos ignorar la presencia de una
oposición pacífica que ha sido capaz de sostenerse a lo largo de muchos
años, ni ignorar el surgimiento y crecimiento exponencial de muchos
grupos de la sociedad civil independiente que son importantes actores
del cambio y traen sus propias agendas. La Cuba de hoy no es igual a la
de hace apenas cinco años, mucho menos a la de los años 90’.
En la actualidad estamos asistiendo a una realidad muy cambiante en
Cuba. Algo ha comenzado a moverse y hay coyunturas que pueden
transformar de momento todos los escenarios. Por ejemplo, ahora mismo la
situación de salud del presidente venezolano puede marcar un cambio en
cuanto a los subsidios petroleros de esa nación, que mantienen en el
poder a la dictadura cubana. Un elemento por sí solo no determina los
cambios, pero combinado con otros factores, como la crisis del sistema,
la ausencia de un proyecto gubernamental viable, la desesperanza y falta
de confianza en las estructuras y propuestas oficiales, sumado al
aumento de los sectores inconformes, podría desembocar en una salida
impredecible, tan frágil como eso puede resultar el tambaleante
equilibrio del poder en la Isla. Por supuesto que no conocemos todas las
cartas de esta complicada baraja y los pronósticos siempre son
imprecisos cuando de política se trata, más aún en un país donde el
secretismo es el signo de la “información” y la gente no tiene acceso a
las comunicaciones y a la prensa, más allá de la oficialista.
Creo
que, llegado el momento, la oposición―o al menos algunos sectores de
ella— asumirán su papel. Habrá un auge de grupos opositores y veremos
surgir numerosos partidos de las denominaciones más diversas, pero a
mediano o largo plazo prevalecerán los más preparados y maduros, los más
inclusivos y los que reciban mayor apoyo. Será un muy interesante
escenario donde habrá también una gran lucha de intereses, será difícil y
complejo, pero cuento con que existirá la libertad de expresión y de
prensa, que jugará un papel protagónico en la formación y divulgación de
la opinión ciudadana. Si los opositores están aptos o no para gobernar
el país, está por verse, pero merecen la oportunidad de demostrarlo.
Pienso que hay muchos líderes potenciales que no han emergido o no son
visibles aún. En todo caso, creo que lo más importante será formar una
nación apta, entonces tendremos políticos aptos.
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