Por Lázaro Tirador Blanco
Es indudable que el presidente Barak Obama se encuentra bastante desconcertado ante el descalabro que ha sufrido el nivel de aceptación popular ante la gestión de su gobierno y el decrecimiento en los índices de credibilidad y popularidad que afectan al Partido Demócrata. Para todos es evidente que algo pasará en las inminentes elecciones de mitad de período y que ese algo será malo para el resto de la gestión demócrata y para las posibles aspiraciones de un segundo mandato del actual presidente norteamericano.
Esta apreciación no se refiere solamente a los indiscutibles problemas domésticos que enfrenta el gobierno de Obama, sino también a algunas de sus apreciaciones de los más candentes temas internacionales. En este caso me quiero referir su posición con respecto al régimen de Cuba y a la situación actual en nuestra sufrida Isla.
Recientemente ha expresado en una reunión con periodistas hispanos en la Casa Blanca: "Mi actitud sobre Cuba es que queremos continuar explorando las posibilidades de cambiar las relaciones [. . .] Pero antes de que demos más pasos queremos ver que el régimen de Castro es serio sobre diferentes formas de abordar la situación''.
Estas declaraciones dan a entender que el presidente Obama y su equipo no han entendido nunca y mucho menos las últimas maniobras del régimen castrista, sobre todo la manera en que éste utilizó las liberaciones de un numeroso grupo de prisioneros de conciencia que eran sometidos a injustas condenas y atropellos cotidianos, por la inducida mediación del entonces canciller español y de la desprestigiada jerarquía de la Iglesia Católica en La Habana.
Esa cortina de humo y ese golpe de efecto que el gobierno cubano lazó a la palestra internacional no fue más que una bien elaborada salida a la insostenible presión de la opinión pública de medio mundo, a favor de la inmediata liberación de los prisioneros políticos cubanos, que costó la vida a varios patriotas y puso en peligro las de muchos más, en diferentes acciones de protesta y cuyo caso más representativo fue la muerte por huelga de hambre del valiente patriota Orlando Zapata Tamayo.
El régimen utilizó en su maniobra a dos de sus socios y admiradores en la intensa labor supuestamente a favor de la paz en Cuba: el bailarín de turno de la zapatesca diplomacia española –el señor Miguel Ángel Moratinos- y el desprestigiado Cardenal de La Habana Jaime Ortega y Alamino. Todos sabemos que al final lo que realmente hizo Raúl Castro fue organizar una deportación inducida, con la que suponía quitarse de encima una buena parte de la presión internacional y darle un pequeño maquillaje de cambio a su truculenta política represiva, prolongación de la de su hermano. Al parecer el señor Obama se creyó el cuento y espera que sigan las señales de cambio.
¿Realmente el presidente Obama confía en que de la pandilla de los Castro puede salir algo positivo para el pueblo cubano? ¿Han sido inútiles casi de 52 años de sufrimiento para la familia cubana como para que todavía alguien espere algún real gesto de redención del dictador de turno?
¿Necesitará más pruebas el presidente Obama sobre la verdadera catadura moral del régimen? ¿Tendrá que explorar más en la desidia y maldad del sistema castrista? ¿Creerán realmente el actual presidente norteamericano y sus asesores que los tiranos de Cuba han sido serios y veraces alguna vez o lo podrán ser jamás?
Quizás esta simplista y despreocupada evaluación de la actitud de su gobierno con respecto al sufrimiento indecible del pueblo cubano, ante los ojos impasibles y a veces cómplices de una gran parte de la comunidad internacional –entre ellos la ONU y la OEA-, también la ha aplicado a su gestión de gobierno y esa sería parte de la explicación a la situación actual con la que enfrenta el presente período electoral norteamericano. La Historia –entre otras cosas- es justa y pasa la cuenta.
Quizás en lo adelante el gobierno norteamericano se dé cuenta de su compromiso histórico con la libertad del pueblo cubano y asuma otra actitud más radical y menos conciliadora. De todas maneras, como lo va a demostrar el inminente juicio del pueblo cubano contra los Castro y sus esbirros, la Historia no absuelve a los malditos tiranos de sus pueblos: los juzga y condena inevitablemente.
Y, ¡ay de aquellos que se presten a sus manipulaciones mentirosas o les den cobertura!
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