Por : Alfredo M. Cepero
Así andan las cosas en esta tierra calcinada por el odio de una izquierda empecinada en convertir a la Casa Blanco en una Fortaleza de la Bastilla.Comienzo por compartir con ustedes el significado de RÉQUIEM según el Diccionario de la Lengua Española que dice: "Composición musical que se canta con el texto litúrgico de una misa de difuntos." Paso entonces a aclarar quién o quiénes son los muertos por los que se celebra una simbólica y virtual misa de difuntos en este artículo. Veamos.
A mediados del Siglo XVIII, año 1748 para ser exactos, los regidores y vendedores de la ciudad de París decidieron erigir una estatua en honor de Luis XV para celebrar el restablecimiento del rey de una desconocida enfermedad que padeció en la ciudad francesa de Metz. Dicha estatua fue erigida en el centro de una plaza situada al comienzo de la avenida de los Campos Elíseos y cuyo nombre sería Plaza de la Concordia.
Irónicamente, la concordia duraría muy poco tiempo entre unos franceses cansados del despotismo de la monarquía y ansiosos de libertad. Como sabría cualquier sociólogo, la concordia conduce a la armonía entre personas que contienden o litigan sobre temas en los cuales discrepan. Pero lo más importante es que evita la confrontación violenta entre personas con ideas contrarias.
La realidad es que cuando las palabras fallan las balas hablan. Eso es lo que pasó en la Francia del Siglo XVIII y podría pasar en estos Estados Unidos del Siglo XXI. Porque la izquierda en este país está consciente de que sus argumentos no convencen a las mayorías y que no les queda otra alternativa que recurrir a la violencia para conseguir el poder por medio del terror. Un Reino del Terror que se manifestó en Francia entre septiembre de 1793 y la primavera de 1794.
Por otra parte, aunque la concordia cayó herida de muerte por la violencia de la Revolución Francesa, la Plaza de la Concordia se convirtió en escenario de los hechos que cambiaron radicalmente a la sociedad francesa. La Plaza de la Concordia sería uno de los grandes lugares de reunión del período revolucionario, sobre todo cuando la guillotina estuvo allí instalada.
Allí fue donde Luis XVI y María Antonieta fueron ejecutados. Se estima que más de 1,000 personas fueron decapitadas públicamente en dicha plaza. Otro dato interesante es que el 13 de julio de 1789 los revolucionarios encontraron en la plaza un alijo de armas con las cuales tomaron la Bastilla el día siguiente.
Paso ahora al tema de la revolución que está teniendo lugar en este momento en los Estados Unidos. Ya este no es el pueblo que gobernaron Franklin Delano Roosevelt y Dwight Eisenhower. Aquel era un pueblo con orgullo de patria, respetuoso de la ley, responsable de su destino, celoso de sus derechos y amante de la libertad. Por eso se enfrentaron con éxito a las plagas diabólicas del nazismo y el comunismo. El pueblo americano de este momento es muy diferente a aquel pueblo y ha elegido a gobernantes carentes de aquellos principios. Por eso tenemos hoy la corrupción y la maldad de esa cosa pestilente que es el pantano de Washington.
El reino del odio en la política americana comenzó con la elección de Richard Nixon. La entonces incipiente izquierda demócrata nunca le perdonó a Nixon la pateadura que le propinó a George McGovern en 1972. Cuando no pudieron derrotarlo en las elecciones de 1976 lo sacaron de la Casa Blanca con la crisis manipulada del Watergate. Nadie se habría atrevido a hacerle lo mismo al Mesías Barack Obama.
Y ha sido el siniestro Barack Obama quién más ha contribuido a la división y al odio entre los americanos de todas las razas. Los multibillonarios blancos que lo financiaron tuvieron la idea peregrina de que la elección de un presidente negro pondría fin al racismo tanto por parte de los negros como de los blancos. Hoy ya sabemos que se equivocaron de medio a medio. Por el contrario, con el apoyo de Obama los mercaderes del racismo como Al Sharpton y Jesse Jackson se envalentonaron para seguir viviendo del chantaje y del cuento.
Ahora el cáncer ha hecho metástasis en una izquierda que utiliza el racismo como bandera para esconder su verdadera meta de obtener el poder absoluto. Me refiero a los movimientos de Antifa y de Black Lives Matter, ambos apoyados por líderes del Partido Demócrata como Nancy Pelosi, Chuck Schumer, Bernie Sanders, Adam Schiff, Jerry Nadler y Alexandria Ocasio-Cortéz. La presión de la izquierda dentro del partido es tan intensa que hasta la momia de Joe Biden, para congraciarse con esta gentuza, ha dicho que él pasará a la historia como el presidente más izquierdista de los Estados Unidos.
La chusma callejera apoyada por esta gente se ha dado ahora a la tarea de derribar monumentos y borrar la historia de una nación que es ejemplo de libertad, estabilidad y prosperidad para el resto del mundo. Tengamos bien claro que un pueblo sin historia es como un barco sin brújula incapaz de apuntar al norte del papel y el destino que le corresponde entre las naciones de la Tierra. Cometeríamos un error galáctico si subestimamos la capacidad destructiva de estos maleantes. Luis XVI subestimó a la chusma que tomó la fortaleza de La Bastilla y terminó decapitado en la guillotina.
Como estoy convencido de que un ejemplo es el medio más eficiente de ilustrar cualquier mensaje mencionaré el más reciente. Hace menos de quince días fallecieron dos americanos negros que deben ser ejemplo y estímulo para los americanos de todas las razas. Me refiero al demócrata John Lewis y al republicano Herman Cain. El primero dedicó su vida a la política y a la defensa de los derechos civiles. El segundo logró grandes éxitos en el campo de la empresa privada. Lewis fue uno de los seis líderes que organizó la gran marcha a Washington de 1963 que lideró el Dr. Martin Luther King. Cain tenía 40 años de experiencia en el sector privado como ejecutivo de la Coca-Cola y presidente de Godfather’s Pizza. Ambos nacieron en familias de limitados recursos y los dos fueron ejemplos del éxito que pueden lograr quienes se esfuercen en hacer realidad el sueño americano.
Cualquiera diría que estos dos hombres se hicieron acreedores al respeto y la admiración de todos sus conciudadanos. Pero no fue así. Para la prensa zurda y la izquierda vitriólica, Herman Cain había cometido el pecado capital de militar en el Partido Republicano. Mientras Lewis fue ensalzado, Cain fue atacado con furia por la tontería de haberse negado a usar una mascarilla contra el contagio del coronavirus. Mientras el demócrata Lewis fue elogiado por líderes republicanos como Mitch McConnell, el republicano Herman Cain no recibió reconocimiento ni elogio alguno por ningún miembro del Partido Demócrata. Así andan las cosas en esta tierra calcinada por el odio de una izquierda empecinada en convertir a la Casa Blanco en una Fortaleza de la Bastilla.
¿Cuál es entonces el recurso que nos queda a quienes rechazamos la violencia pero nos negamos a caer víctimas de esta chusma totalitaria? La estrategia más eficiente contra esta pandemia del odio es mantener los ojos abiertos y convertirnos en soldados de la libertad y la democracia. Es defender los derechos que nos han sido garantizados por la constitución y las leyes.
Es, asimismo, apoyar a los candidatos que se comprometan a defender los mismos principios y valores que profesamos. Es participar en todas las elecciones para cualquier cargo, hasta los más pequeños. Es votar el 3 de noviembre a favor de mantener a Donald Trump en la Casa Blanca. Él es el único muro que nos separa de la chusma comunista escondida en el vientre del Caballo de Troya en que se ha convertido Joe Biden. Si queremos seguir siendo libres no podemos bajar la guardia porque, ignorar el peligro, equivaldría a suicidio.
A mediados del Siglo XVIII, año 1748 para ser exactos, los regidores y vendedores de la ciudad de París decidieron erigir una estatua en honor de Luis XV para celebrar el restablecimiento del rey de una desconocida enfermedad que padeció en la ciudad francesa de Metz. Dicha estatua fue erigida en el centro de una plaza situada al comienzo de la avenida de los Campos Elíseos y cuyo nombre sería Plaza de la Concordia.
Irónicamente, la concordia duraría muy poco tiempo entre unos franceses cansados del despotismo de la monarquía y ansiosos de libertad. Como sabría cualquier sociólogo, la concordia conduce a la armonía entre personas que contienden o litigan sobre temas en los cuales discrepan. Pero lo más importante es que evita la confrontación violenta entre personas con ideas contrarias.
La realidad es que cuando las palabras fallan las balas hablan. Eso es lo que pasó en la Francia del Siglo XVIII y podría pasar en estos Estados Unidos del Siglo XXI. Porque la izquierda en este país está consciente de que sus argumentos no convencen a las mayorías y que no les queda otra alternativa que recurrir a la violencia para conseguir el poder por medio del terror. Un Reino del Terror que se manifestó en Francia entre septiembre de 1793 y la primavera de 1794.
Por otra parte, aunque la concordia cayó herida de muerte por la violencia de la Revolución Francesa, la Plaza de la Concordia se convirtió en escenario de los hechos que cambiaron radicalmente a la sociedad francesa. La Plaza de la Concordia sería uno de los grandes lugares de reunión del período revolucionario, sobre todo cuando la guillotina estuvo allí instalada.
Allí fue donde Luis XVI y María Antonieta fueron ejecutados. Se estima que más de 1,000 personas fueron decapitadas públicamente en dicha plaza. Otro dato interesante es que el 13 de julio de 1789 los revolucionarios encontraron en la plaza un alijo de armas con las cuales tomaron la Bastilla el día siguiente.
Paso ahora al tema de la revolución que está teniendo lugar en este momento en los Estados Unidos. Ya este no es el pueblo que gobernaron Franklin Delano Roosevelt y Dwight Eisenhower. Aquel era un pueblo con orgullo de patria, respetuoso de la ley, responsable de su destino, celoso de sus derechos y amante de la libertad. Por eso se enfrentaron con éxito a las plagas diabólicas del nazismo y el comunismo. El pueblo americano de este momento es muy diferente a aquel pueblo y ha elegido a gobernantes carentes de aquellos principios. Por eso tenemos hoy la corrupción y la maldad de esa cosa pestilente que es el pantano de Washington.
El reino del odio en la política americana comenzó con la elección de Richard Nixon. La entonces incipiente izquierda demócrata nunca le perdonó a Nixon la pateadura que le propinó a George McGovern en 1972. Cuando no pudieron derrotarlo en las elecciones de 1976 lo sacaron de la Casa Blanca con la crisis manipulada del Watergate. Nadie se habría atrevido a hacerle lo mismo al Mesías Barack Obama.
Y ha sido el siniestro Barack Obama quién más ha contribuido a la división y al odio entre los americanos de todas las razas. Los multibillonarios blancos que lo financiaron tuvieron la idea peregrina de que la elección de un presidente negro pondría fin al racismo tanto por parte de los negros como de los blancos. Hoy ya sabemos que se equivocaron de medio a medio. Por el contrario, con el apoyo de Obama los mercaderes del racismo como Al Sharpton y Jesse Jackson se envalentonaron para seguir viviendo del chantaje y del cuento.
Ahora el cáncer ha hecho metástasis en una izquierda que utiliza el racismo como bandera para esconder su verdadera meta de obtener el poder absoluto. Me refiero a los movimientos de Antifa y de Black Lives Matter, ambos apoyados por líderes del Partido Demócrata como Nancy Pelosi, Chuck Schumer, Bernie Sanders, Adam Schiff, Jerry Nadler y Alexandria Ocasio-Cortéz. La presión de la izquierda dentro del partido es tan intensa que hasta la momia de Joe Biden, para congraciarse con esta gentuza, ha dicho que él pasará a la historia como el presidente más izquierdista de los Estados Unidos.
La chusma callejera apoyada por esta gente se ha dado ahora a la tarea de derribar monumentos y borrar la historia de una nación que es ejemplo de libertad, estabilidad y prosperidad para el resto del mundo. Tengamos bien claro que un pueblo sin historia es como un barco sin brújula incapaz de apuntar al norte del papel y el destino que le corresponde entre las naciones de la Tierra. Cometeríamos un error galáctico si subestimamos la capacidad destructiva de estos maleantes. Luis XVI subestimó a la chusma que tomó la fortaleza de La Bastilla y terminó decapitado en la guillotina.
Como estoy convencido de que un ejemplo es el medio más eficiente de ilustrar cualquier mensaje mencionaré el más reciente. Hace menos de quince días fallecieron dos americanos negros que deben ser ejemplo y estímulo para los americanos de todas las razas. Me refiero al demócrata John Lewis y al republicano Herman Cain. El primero dedicó su vida a la política y a la defensa de los derechos civiles. El segundo logró grandes éxitos en el campo de la empresa privada. Lewis fue uno de los seis líderes que organizó la gran marcha a Washington de 1963 que lideró el Dr. Martin Luther King. Cain tenía 40 años de experiencia en el sector privado como ejecutivo de la Coca-Cola y presidente de Godfather’s Pizza. Ambos nacieron en familias de limitados recursos y los dos fueron ejemplos del éxito que pueden lograr quienes se esfuercen en hacer realidad el sueño americano.
Cualquiera diría que estos dos hombres se hicieron acreedores al respeto y la admiración de todos sus conciudadanos. Pero no fue así. Para la prensa zurda y la izquierda vitriólica, Herman Cain había cometido el pecado capital de militar en el Partido Republicano. Mientras Lewis fue ensalzado, Cain fue atacado con furia por la tontería de haberse negado a usar una mascarilla contra el contagio del coronavirus. Mientras el demócrata Lewis fue elogiado por líderes republicanos como Mitch McConnell, el republicano Herman Cain no recibió reconocimiento ni elogio alguno por ningún miembro del Partido Demócrata. Así andan las cosas en esta tierra calcinada por el odio de una izquierda empecinada en convertir a la Casa Blanco en una Fortaleza de la Bastilla.
¿Cuál es entonces el recurso que nos queda a quienes rechazamos la violencia pero nos negamos a caer víctimas de esta chusma totalitaria? La estrategia más eficiente contra esta pandemia del odio es mantener los ojos abiertos y convertirnos en soldados de la libertad y la democracia. Es defender los derechos que nos han sido garantizados por la constitución y las leyes.
Es, asimismo, apoyar a los candidatos que se comprometan a defender los mismos principios y valores que profesamos. Es participar en todas las elecciones para cualquier cargo, hasta los más pequeños. Es votar el 3 de noviembre a favor de mantener a Donald Trump en la Casa Blanca. Él es el único muro que nos separa de la chusma comunista escondida en el vientre del Caballo de Troya en que se ha convertido Joe Biden. Si queremos seguir siendo libres no podemos bajar la guardia porque, ignorar el peligro, equivaldría a suicidio.
8-5-20
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