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martes, 24 de abril de 2012

Mirta, mi vecina

                                                Río Las Casas, Nueva Gerona, Isla de la Juventud.

Hoy me han contado que ha muerto de un infarto. Me he mirado a mí misma y no he sentido ni la más minima pena, ni siquiera me conmueve la orfandad de su única hija.

Fue mi vecina por más de diez años en Nueva Gerona. Siempre supe que vigilaba cada uno de mis pasos dentro de mi casa, en el barrio y en la Isla. Diariamente se esmeraba, cual perra sabuesa, en descubrir los olores que salían de mi cocina. Siempre supe que tenía una libreta de notas donde apuntaba con esmero los orígenes de aquellos olores tan seductores en medio de una terrible época de hambruna generalizada. Creo que el olor de las colas de langostas que mi amigo marinero me llevaba cada cierto tiempo, la sacaban de quicio. Sé que ella sufría amargamente porque le faltaba  valor para violar las leyes absurdas que le prohibían (y todavía le prohiben) a los cubanos comer langostas, carne de res y otras cosas que sólo pueden consumir los elegidos de la élite gobernante.

En aquellos años del eufemístico Período Especial en Tiempo de Paz, quizás por su cobardía y su latente mediocridad, Mirta  se conformaba con el picadillo de soya mientras yo saboreaba una rica ensalada de langosta. Supongo cuánta alegría sentía cada vez que se le presentaba la ocasión para denunciarme ante la seguridad (policía política cubana) por mis constantes violaciones de las leyes.

Como conocía de sus malas costumbres de chivata barata, un buen día decidí jugarle una mala pasada. La invité con toda su familia a mi casa a celebrar mi supuesto cumpleaños  número 38. Me esmeré y me gasté unos cuantos pesos cubanos. Les preparé un buen trozo de  carne de res asada, una ensalada fría de langosta y mayonesa, ensalada de tomate y aguacate, arroz moro, plátanos fritos y como postre un tocinillo del cielo, luego les colé un buen café, de ese que aún se cultiva en las lomas de Oriente y que llegaba a mi casa de contrabando. Comieron y se hartaron de lo lindo, se rieron con las travesuras de mi niña más pequeña  (la mayor no estaba en casa, estaba en La Habana), hicimos chistes y luego los invité a que viéramos juntos la novela de las nueve.

Algo cambió a partir de ese día. Mi vecina comenzó a visitar mi casa con más frecuencia. Ya no me espiaba desde el patio. Creo que estaba tratando de agarrarme con las manos en la maza para que sus denuncias tuvieran efectos. Para desgracia de ella cada vez que los segurosos venían a mi casa encontraban el regrigerador como un coco: blanco por dentro y con mucha agua... Por supuesto nunca sospecharon que yo tenía un refrigerador en el  closet del cuarto de mi pequeña niña, porque si lo hubieran sabido, hoy tal vez no estaría contando esta historia.

 Un buen día me cansé de tanta espiadera  y la llamé cuando estaba preparando unos bistecs. Corté tres bien grandes y se los di. Ella puso los ojos más grandes que un fondo de botella pero los agarró bien fuerte, sin saber que decir. Como soy tan atrevida, le dije:

_ Mirta, me da pena que tú y los tuyos no puedan comer carne por no tener dinero, pero si tú quieres yo hablo con la persona que me la consigue  y a lo mejor te trae algo que tú puedas comprar.

Si grande había puesto los ojos cuando le di la carne, cuando me escuchó decir lo anterior, su boca y su mirada la traicionaron. Sus negros ojos brillaron y sus escuálidos labios esbozaron una leve sonrisa propia del H de P victorioso.

Enseguida le comenté:

-Digna, la Presidenta de los CDR Municipal, la esposa del "general"*  García, Jefe del Estado Mayor del Comité Militar, es quien me puso en contacto con Manuel. El es buen amigo de la familia y se defiende traficando con carne de res, langostas, café, pescado, tasajo, bacalao y hasta jamón. El te puede conseguir lo que tú quieras y a lo mejor no te sale tan caro. Aunque si te da pena, yo puedo hablar con él. A mi me vende la libra de carne de res a 25 pesos, pero puedo hablarle para que te la deje en 20.

Ella titubeando me dijo:

- Pero si Jesús (su marido) se entera de lo que me acabas de decir le da un "soponcio" Tú sabes que él trabaja en el comedor del Comité Militar y no se atreve a llevarse ni una lata de carne rusa**

Yo, firme en mis propósitos, le respondí

- Hija, con razón ustedes se comen ese picadillo de soya que venden en el mercado. Si Jesús fuera como Manuel a ustedes no les faltaría nada. Pero no te preocupes, como Jesús es tan entretenido, le puedes inventar cualquier cosa cuando te pregunte de dónde sacaste la comida que le pones en la mesa. Hoy si quieres le dices que esos bistcs te los di yo y que me llegaron gracias a Manuel.

Mirta se quedó confundida. Se fue a su casa y creo que se comieron la carne esa misma tarde.

Unos días después vino a mi casa a pedirme que le consiguiera una libra de café y un pollo para llevárselo a su madre enferma en La Habana. Se los conseguí y se los cobré unos pesos más por encima de lo que  a mi me costaron. A partir de entonces su cocina cambió. Ya no olía tanto a picadillo de soya. Mirta me compraba los cartones de huevo, los pescados y algunas colas de langostas que Arquimedes me traía cuando pasaba por mi casa. También me compró unas cuantas libras de carne de res en ocasiones especiales.

No sé si se creyó la historia de Digna y Manuel, o si su estómago pudo más que su lengua de chivata. Yo, por si acaso me seguí cuidando de ella, pero eso sí, me aproveché de su supuesta amistad para mantenerla desinformada. Jamás me confié de ella. Sabía que por tal de que no sospecharan de ella era capaz de delatarme por cualquier cosa, menos por la comida porque entonces ella también tendría que confesar que compraba carne y langostas en el mercado negro.

Me cuentan que hace unos días murió de un infarto. Ya estaba vieja y cansada. Con sus 68 años y una vida de mentiras y miserias, a pesar de su hija doctora, no creo que haya alcanzado alguna vez ese futuro luminoso que le prometió la revolución castrista, futuro por venir por el que tanto se esmeró chivateando a todos los vecinos del barrio y defendiendo con uñas y dientes a esos líderes mafiosos, castro moncadistas que tanto la usaron.

Dura debe haber sido su vida, sobre todo desde que enviudó hace diez años y desde que su hija, mayorcita ya y divorciada, es la comidilla del barrio precisamente por no ser ese dechado de virtudes que su madre esperaba. Estoy segura que  desde hace quince años, la pobre Mirta no tenía quien le resolviera carne, ni huevos, ni café, ni nada. Ya no tenía  cerca a la vecina que ella tanto difamó y chivateó, la misma que un día le regaló un pedazo de carne a cambio de su silencio, mientras  que, los vecinos del barrio como le  temian tanto,  ni siquiera se atrevían a pasar por el frente de su casa cuando iban con sus jabas repletas de comida conseguida en el mercado negro.

Que en paz descanse Mirta, si es que los chivatos pueden alcanzar el perdón de Dios.


* García no era General. No pasaba de Capitán de las FAR

** lata de carne rusa, para esa época ya en Cuba no entraban latas de carne rusa, Mirta usó esa expresión quizás por costumbre (como todavía se usa en Cuba)o por desconocimiento.

Esperanza E Serrano
Land O Lakes
24 de abril 2012

viernes, 14 de octubre de 2011

Memorias de la Isla


Revisando  viejos álbumes de fotos familiares, me he encontrado con ésta del 2 de marzo de 1976. ¿El escenario? Pasillo "aéreo" del IPUEC #24,"Cristóbal Labra", Carretera del Júcaro, La Fe, Isla de Pinos (todavía no la habían robo-bautizado como Isla de la Juventud).

Ahí estoy con mi pequeñita (mi hija mayor) en brazos. En esa época yo formaba parte del claustro de profesores de ese pre universitario en el campo.

El IPUEC "Cristóbal Labra" se inauguró junto con el IPUEC "José Carlos Mariátegui" en septiembre de 1975. Eran los años en que la Isla de Pinos, Municipio Especial, estaba destinada a poblarse de escuelas en el campo como parte del plan castro comunista   de formar al hombre nuevo. Hombre nuevo, formado lejos del hogar, en centros de estudios de nuevo tipo, internados en el campo; la nueva escuela basada en la combinación del estudio en las aulas con el trabajo en el campo.

En pocos años la isla se llenó de escuelas, (a finales de la década del 80 había un total de 90 escuelas en el campo) ubicadas en las plantaciones de cítricos.  Plantaciones fundamentalmente de toronja y de naranja que eran altamente cotizadas en el ex campo socialista de Europa del Este.

Los alumnos de las escuelas eran los encargados de mantener los campos limpios de malas hierbas con el uso de guatacas (azadón)  y machetes además de recolectar los frutos, tanto los que estaban en el piso como otras que aún se mantenían en las ramas, en los meses invernales, en la etapa en que ya estaban listos para cosechar. Con sus morrales atados a la cintura, iban los niños y jóvenes adolescentes recogiendo las toronjas y las naranjas que encontraban en las largas hileras de matas. Cuando llenaban el morral llevaban los frutos al sitio donde estaban los grandes contenedores del Combinado de Cítricos (empresa  estatal encargada de seleccionar los mejores  y empaquetarlos para la exportación y de distribuir el resto para consumo nacional) La empresa situaba los contenedores a la entrada de los campos, cerca de la carretera. En esas jornadas de recogidas de toronja o de naranja, los estudiantes caminaban largos tramos, a veces hasta de un km, recogiendo y otro de vuelta para depositar lo cosechado en los contenedores.

 Los alumnos trabajaban en los campos  cuatro horas diarias, bajo el sol abrasador de los mediodías y tardes en la Isla, o durante las mañanas frías y húmedas, en dependencia del horario que les correspondiera. Generalmente los alumnos de los grados superiores trabajaban por las tardes y los menores por las mañanas, alternando así el uso de las aulas.

De todas las provincias llegaban los niños y adolescentes a estudiar becados con un régimen de 24 días en la escuela y cuatro días de "pase" o permiso de descanso. Los padres los matriculaban confiando en que allí sus hijos recibirían la mejor educación. Muchos de esos padres y madres gustosos becaban a sus hijos para tener más tiempo disponible para cumplir con las exigencias en sus respectivos puestos de trabajo.

Digo esto porque el Estado Cubano, único empleador de la isla en aquella época, exigía horas extras de trabajo voluntario en todas las ramas socioeconómicas  del país. Trabajos extras que se realizaban en horas de la noche, los sábados y los domingos y la mayor parte de las veces  por "pura moda", por el  formalismo de cumplir con lo ordenado, porque lejos de aportar sustancialmente algo que realmente ayudara al desarrollo económico del país, la mayoría de las veces los trabajos voluntarios dejaban  pérdidas, por el derroche de recursos y por los hurtos a manos llenas de "todo lo que estuviera al alcance de la mano". 

Eran los años de “trabajo, estudio  y fusil”. No había descanso ni tiempo para atender a los hijos y a la familia. No bastaba con la jornada de ocho horas malamente pagadas, siempre los jefes (directores, administradores, dirigentes del PCC, de la UJC, y de la CTC) exigían    trabajar más y más, ya que mientras más movilizaciones de ese tipo hacían, mejor las altas esferas del gobierno valoraban sus gestiones administrativas y políticas en las empresas o centros de estudios donde ejercían su mando. Órdenes y exigencias que cumplían los trabajadores que aspiraban a ser vanguardias o los que querían destacarse para poder adquirir el derecho a comprar un artículo de primera necesidad para el hogar: Un refrigerador, un televisor, un ventilador, una lavadora, un radio, una grabadora, etc. Todos equipos rusos de pésima calidad.

En aquel entonces yo estudiaba por curso dirigido en la Escuela de Letras y Arte de la Universidad de la Habana. Como no tenía el título universitario me pagaban 150 pesos cubanos al mes por impartir clases de Literatura y Español a cuatro grupos de alumnos de onceno grado. En cada grupo había alrededor de 40 estudiantes.

A los profesores se nos exigía permanecer en la escuela de 10 a 11  horas al día, trabajando en todo lo relacionado con la docencia y ayudando en todo lo que hiciera falta: nos convertían en ayudantes de cocina, auxiliares  en el comedor, mozos y mozas de limpieza, además de cuidar a los alumnos y trabajar con ellos en las labores agrícolas, y en los albergues velando por la disciplina y por la higiene individual y colectiva.

 De lunes a viernes, la guagua de la escuela pasaba por el punto de recogida del Gran Panel de la Fe,a las 6:30 am y nos devolvía a las 6:00pm o más tarde. Los sábados nos recogía a esa misma hora pero nos regresaba a las 2:00 pm. Dos fines  de semana al mes había que dedicarlos a las guardias, una en los albergues de la escuela, velando por la disciplina, el orden y la limpieza de los mismos y para resolver cualquier imprevisto que pudiera presentarse con los alumnos y la otra  era la guardia en el "Pinero" o en el "Comandante Pinares", barcos que transportaban a los alumnos de las escuelas  hasta el puerto de Batabanó. En fin, como profesores de esas nuevas escuelas trabajábamos más de cuarenta y cuatro horas a la semana, que era la jornada formalmente establecida. De lunes a viernes trabajábamos como mínimo 50 horas más las horas extras de los fines de semana.

Como yo no aspiraba a ser vanguardia, ni me interesaba participar en la emulación socialista,  me limitaba a dar mis clases, a usar el tiempo para estudiar cada vez que tenía un chance y por supuesto, cada vez que podía me escapaba a media tarde para recoger a mi niñita del Circulo Infantil* "Florecitas de Azahar" de La Fe, donde la dejaba a las 6:30 de la mañana los días que usaba el transporte de la escuela (de lunes a jueves) para poder llegar a tiempo y cumplir con mi horario de clases.

Los viernes usaba el transporte público que me dejaba a dos kms de la escuela, y así mi hija podía dormir una hora más en la casa. Todos los sábados, y los días de guardia de albergue, así como  cada vez que  podía en los días de la semana, me la llevaba conmigo para el trabajo, para tenerla cerca y cuidar de ella por mí misma.

Trabajar con los hijos pequeños no estaba permitido en el reglamento de trabajo, pero yo lo hacía a riesgo de que me botaran o de que me mancharan el expediente laboral. Yo sabía hasta donde podía llegar sin correr grandes riesgos de quedarme fuera  porque   escaseaban los profesores dispuestos a trabajar en aquellas escuelas, a pesar de todo el plan de estímulo a técnicos y profesionales establecido para atraer fuerza laboral calificada a la Isla. Plan de estímulos en el que se incluía la entrega de apartamentos de dos y tres cuartos para uso como vivienda familiar mientras se permanecía en la Isla trabajando como profesionales.

Los apartamentos  eran medios básico del organismo que los entregaba. La mayoría de los edificios tipo gran panel que se construyeron en esa época pertenecían a Educación, ya que la prioridad número uno del gobierno cubano en la Isla, eran las escuelas en el campo en las décadas del 70 y parte del 80. Esos apartamentos los entregaban amueblados y con derecho a compra de un fogón de gas, un refrigerador y un televisor en blanco y negro, ruso.

Por esa época la Fe, o Santa Fe, La Demajagua, (anteriormente llamada Santa Bárbara) y  Nueva Gerona, se llenaron de edificios tipo gran panel, donde vivían los profesores, médicos, ingenieros y otros técnicos que trabajaban en la Isla. Los militares y dirigentes tenían sus propios barrios, conformados por casas individuales algunas del tipo chalet, mejor construidas, más elegantes y funcionales que los apartamentos de gran panel.

En el "Cristóbal Labra" mensualmente se hacían las asambleas evaluativas dirigidas por el sindicato y por la administración de la escuela.  En esas asambleas se daban públicamente  los resultados de las evaluaciones individuales de los trabajadores. Se informaba de todo lo que se había hecho, incluyendo el cumplimiento o incumplimientos de los parámetros de la emulación socialista, la disciplina laboral, la disciplina estudiantil, los resultados en el trabajo en el campo y los  resultados académicos de los alumnos en las diferentes asignaturas.

 A mí me salvaba que a mis alumnos les gustaban mis clases y generalmente los resultados académicos de ellos eran buenos, por lo demás siempre me criticaban por mis salidas antes de tiempo, por mis llegadas tardes y por llevar la niña a la escuela en horarios de trabajo. Me pusieron el cartelito de mujer problemática, conflictiva y sobreprotectora por no querer dejar a mi  niña en el círculo infantil, como hacían otras madres con sus hijos, a las 6:00 am, para luego recogerla a las 6:00 pm, cuando regresara del trabajo. Como desde el primer mes me pusieron ese  “cartelito”, lo disfruté todo el curso. Cumplía estrictamente con mi horario de clases, que era lo que realmente me interesaba y por lo que me pagaban ese mísero sueldo, lo demás lo hacía como algo secundario. Unos días trabajaba siete horas y otros menos. Al final ellos siempre me descontaban algo de mi salario. Pero así sobreviví ese año, hasta que me gradué y me fui de allí.

Otro día escribiré más sobre mis experiencias como profesora en una escuela en el campo. Muchos han contado las suyas, pero pocos conocen lo que sufrimos en esas escuelas los profesores que las inauguramos y trabajamos en ellas como esclavos, por míseros salarios que a penas alcanzaban para comer y mal vestir...
Esperanza E. Serrano

 Nota para los que me leen y no conocen algunos t'erminos coloquiales cubanos:

*Circulo infantil en Cuba se les llama a las guarderías tipo Daycare, o centros de cuidados de niños menores de 5 años.
Guagua, asi llamamos en Cuba a los omnibús.