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sábado, 19 de diciembre de 2009

Sueños de Navidad

Aquella mañana Laura salió de su casa más temprano que de costumbre. Miró el reloj: eran las cuatro de la madrugada. A pesar de los ejercicios de calentamiento y del baño, todavía tenía sueño.

Afuera todo estaba en calma. Todas las luces de la cuadra estaban apagadas, solo en los portales de algunas casas unas pequeñas bombillas desafiaban la oscuridad. La luna estaba en su cuarto creciente.


El aire frío de la madrugada la obligó a regresar a la casa. Diciembre recién comenzaba y ya la temperatura en la isla se sentía fresca. La muchacha sintió que debía abrigarse un poco o de lo contrario podría resfriarse. Al parecer el invierno llegaba temprano este año. Sacó el abrigo del closet. Lo miró con cariño. Estaba un poco gastado por las tantas lavadas, pero todavía se podía usar. Se sintió feliz. Pocas de sus amigas podían contar con un abrigo como aquel: “viejo, pero útil” Todavía servía para enfrentar los escasos frentes fríos del invierno cubano.


Salió nuevamente decidida a “luchar el pan del día a día y algo más”. La muchacha caminaba con pasos firmes, sin preocupaciones ni miedos a pesar de la hora. En el vecindario todos la conocían. No había nada que temer. Llevaba meses haciendo lo mismo. Ya estaba acostumbrada a salir por las madrugadas a buscar la mercancía que luego repartiría entre sus confiables clientes.


Manuel le garantizaba los cartones de huevos cada vez que llegaban a la carnicería. Era un negocio redondo para ambos, se repartían las ganancias a la mitad. El separaba los huevos y ella se encargaba de recogerlos y venderlos a precio de mercado negro a su gente de confianza que le pagaban muy bien, sin regateos; clientes fijos desde hacía más de dos años.


Después de los huracanes todo se había complicado por la escasez de los alimentos y por la consiguiente falta del suministro de los mismos a las bodegas. Los riesgos eran mayores porque la persecución policiaca a los vendedores y compradores clandestinos, había aumentado considerablemente Al que cogieran "in fraganti, nadie le quitaba de arriba unos cuantos años de cárcel. A Laura no le gustaba pensar en los riesgos. “Los malos pensamientos hacen daño”, se decía para contra restar cualquier intento de “flojera” Una y otra vez se repetía a sí misma que sí valía la pena arriesgarse para conseguir los dólares que necesitaba para cubrir los gastos más elementales de su familia. Su salario de maestra no le alcanzaba para nada.


Mientras caminaba se auto estimulaba calculando las posibles ganancias: la docena de huevos en el mercado negro estaba a $4.00, si lograba sacar todos los que Manuel le había separado, podría darse el lujo de celebrar las navidades con sus padres y sus dos pequeños. Quizás hasta le alcanzaría hasta para comprarle un pequeño juguete a cada uno de sus hijos.


Laura pensaba en su hijita de cinco años que nunca había tenido ni siquiera un osito de peluche de verdad, ni un solo juguete de fábrica... y el niño, con sus tres añitos, sólo conocía los juguetes de palo que su tío Ramón le regalaba.


Con nostalgia recordaba su infancia. Antes, (tres décadas atrás), por los menos una vez al año vendían juguetes por la libreta para los niños menores de doce años. Aunque ella nunca conoció de Los Reyes Magos ni de Santa , al menos tuvo una muñeca china y dos Loretas cubanas que su mamá le consiguió después de varios días de colas. Una muñeca por cada año que tuvieron la suerte de estar entre los primeros grupos de compra con la letra A.


"Total, _pensó _ tanto que las cuidé y terminé regalándoselas a mi sobrinita sin pensar que un día tendría una hija. Si lo hubiera pensado bien, mi hija hoy tuviera con que jugar. Ella no tiene una tía, ni nadie, que le regale sus muñecas usadas."


Cuando dobló la esquina vio dentro de la shopping un arbolito de navidad. Pocas veces en su vida había visto uno así, tan grande y tan brillante. Le pareció muy lindo, con sus luces de colores intermitentes, sus bolas de cristal, su estrella de colores allá en la punta, casi tocando el techo. Se detuvo a contemplarlo fascinada. No sabía por qué los arbolitos de navidad le hacían pensar en cosas prohibidas: en los turrones de Jijona y el mazapán que su madre siempre mencionaba cuando llegaba esta época del año. También le venía la imagen del puerco asado en púa que solo había visto en fotos de familia, de cuando se celebraban las navidades en Cuba.


_ "Este año si que será difícil que alguien pueda asar un puerco entero, como están las cosas, cuando más, si se consigue, habrá que conformarse con un pollo para todos", pensó.


Este pensamiento la hizo volver a la realidad. Tenía que apurarse todavía debía caminar un par de cuadras más para llegar a donde Manuel la estaba esperando con los huevos, ya estaba casi amaneciendo y no le convenía que la vieran con el maletín. Los curiosos le preguntarían si se iba de viaje o si regresaba de alguna visita.


Se alejó de la vidriera con el firme propósito de traer a los niños por la noche para que vieran el arbolito. A lo mejor hasta les inventaba alguno para que aprendieran a celebrar la navidad y no le pasara como a ella, que creció sin arbolitos y sin canciones navideñas.


Laura caminaba de prisa sin dejar de pensar ..."Las vueltas que da la vida,_ se decía_ tuve hasta más de tres juguetes al año, y un televisor ruso en blanco y negro con Elpidio Valdés y el payaso Ferdinando que daba más deseos de llorar que de reir pero no tuve arbolito, ni navidades, ni reuniones familiares con un puerco asado en púa, ni turrones de Alicante y menos de Jijona..."


Sus hijos nacieron en una época en que ya no le venden ni tres juguetes al año a cada niño por la libreta. Solo por dólares se consiguen en la shopping y están carísimos.


Nuevamente pensó en su salario de maestra. No le alcanzaba ni para empezar, mucho menos para gastos extras por las navidades aunque fuera una vez al año. Si quería darle de comer a sus hijos y a sus padres, no le quedaba otra alternativa que seguir traficando con las cosas robadas que le traían sus amigos y compañeros de estudios y de trabajo. Sumando las pensiones de retiro de sus padres, y su salario, solo disponían para todos los gastos de un total de 870 pesos cubanos, no llegaban a $35.00 al mes. El dólar no se bajaba de los 25 pesos y para colmo con esa moneda nacional no se conseguía nada. Con eso no hay quien viva, sobre todo cuando hay niños pequeños.


Pensó en Andrés, el padre de sus hijos. No pudo evitar que las lágrimas se le escaparan. Quiso ser fuerte, respiró profundo… De un manotazo se limpió el rostro, tratando de olvidarlo todo, pero los recuerdos no se arrancan así como así, por más que intentemos caerle a puñetazos. Ahí estaban otra vez, lacerando..Hacía tres años que su esposo se había lanzado al mar en una balsa con la idea de reclamarlos. Nunca más se supo de él…


Apuró el paso. Otra vez logró cambiar el rumbo de su pensamiento gracias a sus cálculos matemáticos, y a las disyuntivas a las que tendría que enfrentarse una vez que tuviera el dinero.


"Para celebrar estas fechas navideñas hay que inventar de verdad. Los turrones cuestan muy caros. Tendré que escoger entre un turrón o un pedazo de puerco...Deja ver cómo me sale el negocio de los huevos... A lo mejor Tico me puede traer las cajas de tabaco Cohiba que le encargué para vendérselas al tío de María que vino de Estados Unidos y quiere llevarse tabacos cubanos de calidad.. Todo depende de que la suerte me acompañe…”



Después de caminar por más de cuarenta minutos, al fin llegó hasta el patio del viejo almacén, el cual se comunicaba con las ruinas de lo que antaño fue el teatro municipal, y que ahora era el punto preferido de los traficantes para recoger las mercancías que luego venderían a escondidas a sus clientes.


Se tropezó con Fulgencio que salía apurado con una jaba llena de sobres de café. Se saludaron con una sonrisa y un guiño cómplice, sin detenerse. La muchacha pudo distinguir en la penumbra la silueta de Manuel con el maletín.


Apresuró el paso hasta llegar a él. Lo saludó con la sonrisa de siempre. El le reclamó que llevaba horas esperando por ella, que se estaba arriesgando para ayudarla, que la cosa estaba muy delicada que tuviera cuidado al salir, y que acabara de cumplir lo que le había prometido. Volvió otra vez con la cantaleta de siempre y con las mismas mañas de toquetearla un poco, le dijo que tenía deseos de estar con ella, que se acabara de decidir, que la esperaría por la noche en uno de los cuartos que su amiga Luisa alquilaba para esos menesteres en su propia casa. Para recordar los viejos tiempos. Solo que esta vez, si le fallaba, se acabarían los huevos, los pollos y la carne que le conseguía.


La muchacha agarró el maletín, le pasó la mano por la cara y le dio un ligero beso en los labios. Lo miró zalamera mientras le decía:


_ "Lo que tú quieras, papito. Si le puedo dejar los niños a mi mamá, allí estaré a las nueve. No te olvides de llevar música y una botella de Habana Club. Piensa en lo que le inventarás a tu mujer porque esta vez quiero pasar la noche entera contigo. Si es por un ratico nada más, y apurado, no hay trato. Tú sabes que yo, cuando me embullo, me gusta a lo grande, y no de corre corre."


Siguió mirándolo coqueta y picarona, por un par de minutos mientras él se volvía todo nervios y balbuceos. Le dio otro beso de despedida mientras le acariciaba el pecho con zalamería femenina.



Por experiencia Laura sabía que él no iría a casa de Luisa. Juana, su mujer, era demasiado celosa o lo conocía muy bien y no le permitía dormir fuera del hogar. Estaba más que segura que las cosas no pasarían de ser, si acaso, un deseo reprimido de parte de él..Quien sabe si el decía esas cosas por pura costumbre machista, típica del cubano que piensa que debe enamorar a cuanta mujer se le para delante y más en un caso como el de ellos que tuvieron una relación de años cuando ambos no tenían hijos ni estaban casados.


Afuera la luz del alba se iba adueñando de todo. Laura salió precipitada de las ruinas del teatro, cruzó la calle y dobló en dirección contraria a su casa. A última hora había decidido repartir primero la mercancía, aunque tuviera que faltar al trabajo. Recorrió los puntos entregando los encargos apresuradamente.


Intencionalmente dejó para el final a la Dra. Rosa. La gente la vería salir de su consultorio. Eso podía ayudarla en caso de que alguien dudara de su "enfermedad". Con la Dra. no había problemas. Si le dejaba los huevos en $3.95 seguro que le daba un papel de justificación para presentarlo en la escuela. Por un momento pensó mejor pedirle un certificado de reposo por una semana aunque tuviera que rebajarle cincuenta centavos a cada docena de huevos. Pero no. Imposible..Esta vez tenía que conformarse con la justificación del día. No podía darse el lujo de perder ni un centavo más en el negocio.


Pensó en sus alumnos. Otro día más que pasarían con la auxiliar de limpieza, sin recibir clases y haciendo cualquier cosa. A lo mejor tenían suerte y los llevaban para el museo o para el parque a jugar. "Allá la escuela que se las arregle como pueda". Luego continuo con su soliloquio:


"Si pagaran mejor yo no anduviera en estos rollos. Estaría todavía en mi cama acurrucada, sin este frío que me cala los huesos, sin estos huevos que me traen sofocada y sin esta angustia de no tener ni un quilo para celebrar la navidad aunque sea una vez en la vida, como se hacía antes, para que nadie me cuente, y para que mis hijos vivan la ilusión de que existen tres Reyes Magos que una vez al año recorren las calles del pueblo, entran en las casas con sus sacos llenos de juguetes para dejarles regalos a los niños buenos".



Mientras caminaba con la mente ocupada en las navidades y en los Reyes Magos se olvidaba de todo... Como de costumbre, tocó en la puerta del consultorio para dejar los últimos cartones...Solo que esta vez llegó en un momento totalmente inoportuno. Adentro, dos policías estaban haciendo un registro. Alguien le había informado a la jefatura de la unidad que en el refrigerar del consultorio la Dra. tenía pomos de puré de tomate hecho en casa para venderlos a sus pacientes a precios del mercado negro.


Esperanza E. Serrano


Dic. 2008