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miércoles, 15 de noviembre de 2017

Yo tuve un sueño




I HAD A DREAM.
Justo Salas.
 Me contaba mi madre que una mañana me llevó donde la Señorita Marusa, la profe de Kindergarten, y le pidió que me dejara un rato en la clase, porque yo quería ir a la escuela y no dejaba de llorar. Mi hermano Isauro andaría por el sexto grado y Jorge estaría probablemente en tercero o cuarto. Yo no había cumplido los 5 años. La "seño" lo dudó porque le parecía que yo era muy pequeño, pero accedió a que me quedara un rato y cuando después de una hora mi madre me fue a buscar, la seño le dijo que me dejara y me llevara todos los días, que yo era muy bueno y me portaba de maravillas. Ese fue el comienzo de mi largo periplo en el recién remodelado sistema educacional de la naciente Revolución cubana. Era 1961 y la escuela se llamaba Mariana Grajales, en el central Baltony.
A los 7 u 8 años participé en mi primer trabajo voluntario; recuerdo que fue despajando y apilando caña para que la alzadora la cargara limpia al central y contribuir al rendimiento de la molienda. La Unión de Pioneros de Cuba (UPC) fue la primera organización revolucionaria a la que pertenecí y justo en aquella época me contaron una "Película" con un final feliz. Mi participación en ella sería decisiva para conseguirlo, me dijeron, y dependería de mí y de mi entrega que pudiera conseguirse o no. Aprendí a leer, escribir, sumar, multiplicar. Aprendí historia y descubrí lo terrible que había sido la civilización que nos habían traído casi 500 años atrás. Aprendí de la justicia y de la injusticia en el mundo y de cómo habría que ser para cambiarlo. Todo lo que me rodeaba emanaba entusiasmo y entrega, aunque también escuchaba quejas por el cambio, por la falta de comida, por la crisis de Octubre y el hambre que la acompañaba. En casa comíamos arroz de fideos cocinados con manteca de buey y mi madre se desesperaba ante el niño que no quería comer aquello. Pero mi cabecita iba sumando información y acumulando espíritu de sacrificio.
La secundaria y los planes La escuela al Campo, la UJC y las ganas de pertenecer a la "Vanguardia", los "Domingos Rojos", los recibimientos a dirigentes del campo socialista, las guardias cederistas, las guardias por barrios contra la delicuencia, iban creando ese hombre del siglo XXI del que tanto se hablaba y del que yo quería ser digno representante.
La Isla de la Juventud fue probablemente el sitio donde mejor comí en esos primeros 20 años de mi vida. El campamento Palo Seco era un hervidero de creatividad y de entrega. Estudiábamos todos en una escuela que formaba artistas, pero sentíamos el compromiso con el desarrollo de la "película" y Jorge Luis Prat llegaba de arrancarle malas yerbas a las posturas de toronja, se quitaba los guantes y nos deleitaba a todos con una ejecución magistral de la Danza del Fuego y las muchachitas de ballet y danza estiraban los músculos y hacían puntas en la cola del comedor, y el cocinero Partagás hacía maravillas en la cocina rememorando sus viejos tiempos en la cocina del Country Club, y los músicos hacían sonar sus instrumentos en sus sesiones de estudio, para que el duro bregar del día en el campo no les hiciera perder lo alcanzado en el curso anterior. La brigada de la Estiba, donde me colé con mi hermano "El mosquito" sin que estuviéramos físicamente preparados para estar, era el sitio donde me sentía mas comprometido con mi tiempo. Iwasaki, Elio Orta, Cutiño, Mata, Okendo y una larga lista de "tipos duros" cargaban y descargaban sacos de abono y no importaba el tiempo ni el esfuerzo, la toronja era un renglón importante de la economía y yo no podía dejar de ser parte de aquello.
La década del 80 fue decisiva, fue mi década prodigiosa y aunque a muchos no les gustaba el filme y su estilo de Realismo Socialista, yo viví un un sueño y sentía que me estaba acercando a aquella meta en que todos seríamos iguales y tendríamos un futuro de tranquilidad y seguridad en la vejez. No fui de los que aspiré a tener un carro, soñaba conque hubiera un transporte público estable y confortable, como paradójicamente y en contra de lo que siempre me contaron, he visto posteriormente en el mundo capitalista, que no por tenerlo ha sido mejor ni mas justo. Habían pasado 30 años y yo presentía que la película estaba llegando a su final feliz. Me había comprometido hasta el hueso, había dejado una importante cuota de sacrificios, me había ido incluso, a una guerra, porque el mundo estaba mal repartido y había que luchar contra la injusticia.
Y llegaron los 90 y después de tan largo período de entrega me contaron que probablemente tuviéramos que cambiar el final de la película. Al principio lo entendí, y seguí el camino que me había trazado, y el plan alimentario en Horquita me tuvo como hijo obediente por mas de 45 días, pero de pronto los personajes del filme empezaron a cambiar y empezó a no gustarme el papel que me estaban asignando y los personajes protagónicos empezaron a tener un mejor tratamiento que los secundarios, o por lo menos la diferencia era mucho mas notable de lo que siempre lo había sido y a los dos años de edad mi hijo desayunaba un pan (el mío) y merendaba otro (el suyo) solo, o con mucha suerte, con aceite y sal , mientras que los hijos de los otros personajes tenían acceso a lo inexplicable.
Me salí de la filmación, aquella no fue la película que me contaron a los 7 años y el final definitivamente no me gustaba.
En mi último viaje a La Habana conocí a un chófer a quien le conté mi amarga experiencia en aquella obra resumiéndola en una sola frase. "A los siete años me contaron una película, y 30 años después me cambiaron el final" Él, con ese inmenso sentido del humor del cubano de a pié, del que todos los días va de un "invento" a otro para mantener a los suyos, me dijo: "No, y menos mal que tu pudiste salir del cine"