En marzo de 1955, la revista Bohemia publicó un artículo de Fidel Castro enviado desde la prisión de Isla de Pinos titulado Carta sobre la amnistía, en la que
expresa: “Nosotros no somos perturbadores de oficio, ni ciegos
partidarios de la violencia, la patria mejor que anhelamos se puede
realizar con las armas de la razón y la inteligencia”.
El colmo del cinismo. Fidel Castro fue liberado
dos meses después, el 15 de mayo de 1955, y al mes siguiente fundó una
organización terrorista: el Movimiento 26 de Julio
(M-26-7), siendo desde entonces su máximo líder.
Durante los años 1957 y 1958, el Movimiento 26 de Julio realizaría centenares de acciones terroristas en lugares públicos, que se correspondían con su consigna de las tres C: 0 Cine, 0 Compra y 0 Cabaret.
En esta foto que publicó la revista Bohemia en septiembre de 1957 se muestra al terrorista Odón Álvarez de la Campa
Sotolongo –segundo Jefe de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio en La Habana-, con las dos manos
amputadas y el cuerpo lleno de heridas, al explotarle la bomba que intentaba colocar en el popular barrio de Santos Suárez.
Una bomba detonada por el
Movimiento 26 de Julio en la concurrida esquina de Galiano y San Rafael,
destruyó el frente de la tienda.
(Revista Bohemia, 5 de mayo de 1957, p. 72)
En el Ten Cent situado en Galiano
y San Rafael, uno de los lugares frecuentados por los niños pobres como
yo, fue herida una señora que hacía compras con su
nieta.
El terrorista Domingo René García Collazo perdió las dos piernas y una mano, mientras colocaba una bomba el 12 de junio de 1957
(Revista Bohemia, 12 de julio de 1959, p. 8)
El 27 de mayo de 2002, cuarenta y tres años después de que le tomaran esa fotografía, el exterrorista Domingo René García Collazo reconoce:
“Aquí sí se ha hecho terrorismo”. Véase la entrevista que le hizo el periodista independiente José Antonio Fornaris:
En una casa de Artemisa, poblado de donde salieron muchos de los asaltantes del cuartel Moncada en 1953, Domingo René García Collazo habla de su época de revolucionario desde el
sillón de ruedas al que está unido hace décadas, cuando le explotó una bomba en las manos.
“Nosotros teníamos distintos trabajos a realizar, mandados por
la organización desde La Habana (se refiere al Movimiento 26 de Julio de
Fidel Castro, conocido por las siglas M-26-7). Poníamos
bombas, quemábamos caña y (hacíamos) otros tipos de sabotajes.
Aquello era terrorismo. En todo el circuito norte (provincia Pinar del
Río) teníamos esta forma de operar de acción y sabotaje.
El señor Fidel Castro dice que aquí no se ha hecho terrorismo, pero aquí sí se ha hecho terrorismo”.
¿Recuerda usted en cuántas acciones de este tipo participó?
“En varias. A muchos otros miembros de Acción y Sabotaje yo les preparaba las bombas, se las hacía. Cuando
se iba a hacer un ‘trabajo’ en un pueblo, en teatros, en fiestas
... a dos
miembros se le daba una bomba en un cartucho para que la pusieran en
los baños ... pero siempre se trataba de evitar que fueran a cometer un
crimen, que hubiera muertos”.
Pero eso podía suceder, como sucedió que murieron inocentes.
“Sí, lógico. Dentro de toda esa cosa, era lógico que tenía que suceder. Me sucedió a mí. Cuando fui a poner las bombas que me quedaban, puse siete primero y me quedaban dos, eran nueve”
¿Qué día, en qué momento sucedió esto?
“Sí, mira, cuando fui a poner las bombas que me quedaban, que
eran para hacerle daño a las casas de la fábrica La Calera, la fábrica
de cemento y la del hermano de Manuel Pérez Galán,
había una niña en la puerta de una de las casas y le dije al chofer del ‘yipi’ que diera la vuelta para esperar a que la niña se retirara, porque
si ponía la bomba la niña iba a morir. El daño lo íbamos a hacer en un pasillo entre las dos casas, para que las bombas tumbaran las paredes.
Pero, bueno... cuando dimos la vuelta, la bomba era para (que
explotara a) las nueve de la noche, eran las nueve en punto y la bomba
me hizo contacto. Me desbarató las dos piernas, que no
pudieron salvarme ninguna, y la mano izquierda”.
¿Recuerda la fecha exacta?
“Sí, el 12 de junio de 1957”.
¿Qué edad tenía usted en ese momento?
“Tenía 26 años. Yo nací en 1930. Hacía un mes que me había casado”.
¿Qué sucedió después?
“Estuve preso en Pinar del Río. Estuve bien todo el tiempo,
porque siempre estuve con presos políticos. Luego me celebraron el
juicio. Me pedían 17 años y
me echaron 14. Luego vino una libertad condicional”.
Pudiéramos decir que rápidamente después de esto llegó Fidel Castro
al poder y usted, en alguna medida, comenzó a formar parte de ese
gobierno, ¿fue así?
“Bueno, vino Castro (a Artemisa) el 17 de enero de 1959, habló
con un capitán ayudante que yo tenía en el cuartel, le dijo que yo
pasara al parque, que él quería hablar conmigo. Pude entrar
al parque, los compañeros me llevaron. Me abrazó y, delante del pueblo, anunció que me daba el grado inmediato, que era el de comandante (grado máximo del
ejército rebelde). Ese mismo día me nombró segundo jefe del regimiento de Pinar del Río. Escalona (Juan) era el jefe del regimiento”.
¿Cuáles eran sus ideas políticas cuando usted comenzó a luchar contra el gobierno de Fulgencio Batista?
“Yo no tenía idea política alguna. Mi padre tenía camiones. Yo
tenía cinco camiones. Yo fui agente de tres agencias de refrescos
(soda), entre ellas la Orange Crush y la Royal Crown Cola, que
eran compañías americanas. No me interesaba para nada la política”.
¿Por lo que narra infiero que usted era uno de los jefes del M-26-7 en Artemisa?
“Sí, yo era uno de los jefes”.
¿Sabía usted lo que era el comunismo en esa etapa, simpatizaba con el comunismo?
“No, yo no sabía lo que era el comunismo ni lo que era el socialismo. Ese tipo de sistema nunca me interesó. Yo aspiraba a una democracia. Por eso luché,
para vivir en democracia, para vivir en libertad”.
A más de 40 años de haber pertenecido usted al Grupo de Acción y
Sabotaje del Movimiento 26 de Julio, de haber construido artefactos
explosivos y de haber colocado muchos de ellos en distintos
lugares, ¿cree que el terrorismo es un método válido de lucha?
“No, fue un error. Considero que nunca se debió haber hecho. Aunque aquí se dice que no se utilizó el terrorismo, esta
revolución se hizo a base de terrorismo. Y lo tengo
por experiencia propia, te lo puedo demostrar... te lo estoy
demostrando. Mi estado físico, como quedé ..., deprimente. Eso, el
terrorismo, lo detesto completamente”.
El hombre hace una pausa y ratifica: “No creo que el terrorismo conduzca a ningún gobierno a nada. Aquí se
dice que no hubo terrorismo pero sí, aquí se hizo esta revolución a base de terrorismo”.
Urselia Díaz Báez
Una tarja colocada en el cine-teatro América, ubicado en la calle Galiano, Centro Habana, recuerda que el 3 de septiembre de 1957 murió destrozada la terrorista
Urselia Díaz Báez -estudiante del Instituto de La Habana e integrante de los grupos de Acción y Sabotaje
del Movimiento 26 de Julio-, cuando le explotó la bomba que iba a poner en el cine.
“Urselia llevaba un bonito vestido confeccionado con una
tela estampada, de falda amplia, en la que podía ocultar, sin que se
notara, la bomba-reloj que
tenía muy bien atada al muslo con una cinta adhesiva. Según el plan, el artefacto se pondría en el salón del servicio sanitario para mujeres del teatro
América”
Esta es una foto de la tarja colocada en el cine-teatro América. En ella se expresa:
“A la memoria de Urselia Díaz Báez, que murió heroicamente luchando
contra la tiranía el 3 de septiembre de 1957. ‘La muerte es una victoria
y cuando se ha sabido vivir bien, el féretro es un
carro de triunfo.’ José Martí.
‘A todos los compañeros de mi tierra os pido buenas acciones
ciudadanas como prueba de vuestro recuerdo.’ Urselia. Tus compañeros de
lucha. M.R.26-7.”
Cine-Teatro América
situado en Galiano entre Neptuno y Concordia
Aunque Urselia Díaz Báez solamente tenía dieciocho años de edad al momento de morir, ya había realizado varios actos
terroristas en lugares públicos de La Habana, donde asistía un gran número de personas inocentes, como se muestra en el libro Tras las
huellas de los héroes, escrito por la investigadora Nidia Sarabia y publicado en 1980 por la editorial Gente Nueva. En sus páginas se puede leer:
“Cierto día se le dio la
encomienda de realizar una misión peligrosa: tenía que hacer explotar
una bomba en el edificio Bacardí. Mientras, otra compañera
realizaría una acción similar en el edificio de la Manzana de Gómez
Un miembro de su célula fue
detenido. Los padres de Urselia, temerosos de ser delatados,
consiguieron que su hija se trasladara a la casa de un familiar,
pero ella accedió con tal de llevar a cabo una misión que se le
había encomendado. Se trataba de realizar un sabotaje en un bar situado en las calles Ángeles y
Estrella, a pocos metros de la
casa de su tía, donde se escondía. Urselia llevó a cabo el mismo y se
mezcló entre el público y la policía para observar el
resultado de su operación.
Otro día realizó semejante operación en el Ten Cent de la calle Obispo”.
El terrorista Sergio González López, ‘El Curita’,
Jefe de Acción y Sabotaje
del Movimiento 26 de Julio en La Habana
El periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista
–único partido legal en la Cuba de Fidel Castro, publicó el 19 de marzo
de 2008 un artículo titulado: Un curita que
“estremeció” La Habana. En ese
artículo se evidencia que las acciones realizadas por Sergio González
López, ‘El
Curita’, formaban parte de la estrategia terrorista de Fidel Castro
Ruz. Ese artículo ha desaparecido de internet, pero si en google usted
escribe Un curita que
“estremeció” La Habana, comprobará que quedó el rastro de que fue publicado en el Granma pero ahora no puede visualizarse
Fwd: [granma] Boletín digital diario AÑO VI No. 65 - Yahoo! Grupos
es.groups.yahoo.com/group/unidad_latinoamericana/.../11185
1 entrada - 20 Mar 2008
Un curita que "estremeció" La Habana Si la prensa de entonces les negó justicia, la nuestra no deja de agradecerles que en la Cuba de hoy, ...
Los terroristas Enrique Hart Dávalos -Jefe de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio en la provincia de
Matanzas-, Juan Morales Bayona y Carlos García Gil murieron el 21 de abril de 1958, cuando estaban
“preparando unas bombas”.
El artículo ‘Mi hermano Enrique’, publicado en Granma el 21 de abril de 2008, cuyo autor es Armando Hart Dávalos
-miembro del Buró Político del Partido Comunista de Cuba y uno de los principales colaboradores de Fidel
Castro desde los años cincuenta-, ha desaparecido del Granma. Si en google usted escribe: “El 21 de abril de 1958 murió mi hermano Enrique”, comprobará que ni el rastro
quedó de que fue publicado por el Granma, pero sí puede verse en tres sitios, dos en Matanzas y otro en México, a donde lo envió su autor:
Mi hermano Enrique
Armando Hart Dávalos
21 de abril de 2008
El 21 de abril de 1958 murió mi hermano Enrique. El Movimiento
26 de Julio lo había nombrado Jefe de Acción y Sabotaje en la provincia
de Matanzas. Ese trágico día se hallaba en una casa de
la calle Yara, en el reparto Cumbre, de la ciudad yumurina,
preparando unas bombas para su empleo generalizado en la insurrección y
les explotaron los artefactos que destrozaron su vida y la de
los jóvenes combatientes Carlos García Gil y Juan A. González
Bayona.
Mi hermano ofrece la imagen del combatiente revolucionario de
la etapa insurreccional, que pude apreciar en otros muchos compañeros
durante aquellos años. Desde el mismo 10 de marzo de 1952
nos identificamos políticamente y comenzamos a relacionarnos con los
grupos más activos, sobre la base de una doble condición: que se
mantuvieran firmes las posiciones insurreccionales contra la
tiranía, y que no estuvieran responsabilizados con el gobierno
derrocado ni con los partidos tradicionales de la oposición.
El cuartelazo lo situó de súbito y sin que vacilara un segundo
dentro de la vanguardia combatiente. Aquel día estaba de vacaciones en
casa de unos tíos, en Trinidad, y tan pronto escuchó
por radio la noticia, hizo las maletas, regresó a La Habana y empezó
a interesarse activamente por la lucha contra la tiranía.
Él mismo me brindó la explicación de este hecho. Me dijo que
antes del golpe no veía solución a la situación de Cuba, pero que el
cuartelazo le había abierto al país el camino de la
Revolución. Recordé entonces que meses antes, él había criticado a
los máximos dirigentes ortodoxos porque no habían convertido el entierro
de Chibás en un movimiento encaminado a la toma
revolucionaria del poder.
Enrique fue uno de los jóvenes que acudieron a la Colina en
aquellos memorables días después del golpe, aunque debe decirse que sus
vínculos más fuertes no eran universitarios, porque
desarrolló relaciones más estrechas con los trabajadores bancarios y
después con los del Movimiento.
Para Enrique, la posición insurreccional contra el gobierno
era una cuestión de principios. El problema clave de la definición
política había pasado a ser la insurrección popular y la
independencia política.
Se unió como todos nosotros a Fidel y al Movimiento 26 de
Julio, pues fue allí donde encontró el lugar exacto para encauzar su
rebeldía y sed de justicia social. Con la posibilidad que
abría la jefatura política de Fidel y el ansia de acción que existía
dentro de las masas juveniles y trabajadoras, Enrique se convirtió en
uno de los hombres más intrépidos y audaces del
movimiento clandestino.
En 1956 viajó por unos meses a Estados Unidos. Durante el
tiempo que permaneció allí estuvo trabajando como obrero en una
factoría, y cuando regresó a Cuba volvió más antimperialista que
antes.
Estos son algunos de los recuerdos más queridos de aquel
hermano que murió por sus ideales y convicciones, y a quien, como le
dije a Faustino Pérez una vez, lo mató su exceso de
dinamismo.
Murió luchando por desarrollar la insurrección popular, con un
odio profundo hacia el medio político y social burgués, con un claro
sentimiento antimperialista y con la idea muy firme de
que esta era la Revolución de los trabajadores y los explotados.
Fidel y Raúl Castro ordenaron
los primeros secuestros aéreos del mundo
Por
órdenes de Raúl Castro, terroristas integrantes del M-26-7 secuestraron
2 DC-3 de vuelos nacionales
cubanos, para incorporarlos a la Fuerza Aérea Rebelde que radicaba
en la Sierra Cristal. Esos aviones fueron posteriormente destruidos por
la aviación del régimen tiránico de Fulgencio Batista en
sendos raids aéreos.
El primer secuestro de avión en vuelos internacionales fue ordenado por Fidel
Castro.
Cuando
Omara González sintió que a su vida le quedaban pocos minutos, sacó de
su cartera un rosario de
cuentas de madera que le regaló su padre y se lo puso en el cuello.
Uno de los asaltantes que llevaba un brazalete del Movimiento 26 de
Julio, le ordenó a los pasajeros que se apretaran el
cinturón de seguridad y que doblaran el tronco del cuerpo hacia
delante con la cabeza sobre las piernas.
En
medio de un forzado descenso, el avión Viscount de cuatro turbohélices
de Cubana de Aviación se
partió en dos y Omara González salió volando por el agujero del
fuselaje hasta caer en las aguas infestadas de tiburones de la bahía de
Nipe, cerca al pueblo de Preston en la provincia de
Oriente, Cuba. Eran aproximadamente las 9 de la noche del primero de
noviembre de 1958. El mundo no sabía lo que era el secuestro de un
avión en vuelo internacional. La palabra más cercana a
terrorismo era sabotaje.
En
algún lugar de la Sierra Maestra, el comandante Fidel Castro esperaba
noticias del desvío del vuelo
495 que había salido de Miami con destino a Varadero y que él había
ordenado secuestrar. En el interior de la aeronave, sus compañeros de
causa, Edmundo Ponce de León, Erasmo Aponte, Raúl Rolando
y Pedro Lázaro Valdés, llevaban pistolas, carabinas, granadas,
varios litros de repelente para mosquitos R-33 y otros pertrechos que
serían usados en la ofensiva final contra el gobierno de
Fulgencio Batista. La encomienda jamás llegó a su destino. Los
piratas anunciaron a los pasajeros que su acción “nunca se había
producido en el mundo”.
Omara
González Rodríguez, sobreviviente del desvío y caída de un vuelo de
Cubana de Aviación, 47 años
después de ese acto terrorista quiso poner la tragedia del vuelo de
Cubana de Aviación, -donde murieron tantas personas- en los radares de
la historia del terrorismo. Ella y sus familiares creen
que un mundo en el que la gente está oscultando en el pasado el
origen de las amenazas terroristas de hoy, este episodio tiene que ser
rescatado.
Por
ahora, Omara González Rodríguez espera que el mundo sepa que Fidel
Castro fue el primer profesor de
los secuestros aéreos, y que a los pocos meses de la tragedia,
cuando el Movimiento 26 de Julio llegó al poder, Castro la llamó para
justificar la acción en nombre de la revolución.
Fidel Castro me pide que le relate qué había pasado. Y entonces me dice:
“Mira, el sabotaje es así, te tocó a ti y te tocó,
yo estoy ahora con una bomba en un cine y mi mamá llega y está ahí, pues le tocó a ella”.
González
ha presentado su caso ante la fundación Judiciary Watch con la
esperanza de que sea anexado
como antecedente grave del patrocinio del gobierno de Cuba al
terrorismo. En su casa de Coral Gables, acompañada por su madre y un
primo hermano que la despidió en el aeropuerto de Miami de la
calle 36, esa tarde del primero de noviembre de 1958, Omara relató
en frases frenadas por su miedo inconsciente a revivir el drama, las
horas de angustia a bordo del Viscount secuestrado.
Omara
tenía 16 años. Regresaba con su maleta llena de ropa nueva a su casa en
Varadero, de donde había
salido dos días antes en compañía de su abuelo José Manuel Atanasio
Rodríguez y su primo de 12 años Luis Sosa para pasar un fin de semana de
compras en Miami. Era un viaje corto y barato. El
pasaje de ida vuelta costaba 45 dólares y el vuelo se demoraba 25
minutos. Sólo se necesitaba la visa americana. La tía Julia los esperaba
en Miami.
En
esos años, el sur de La Florida era un hervidero de disidentes y
perseguidos de Batista que enviaban
armas y municiones a Cuba, algunas veces con el apoyo secreto del
gobierno de Estados Unidos, para apoyar a la guerrilla de Fidel Castro.
“En el negocio de la compra de armas, decía una crónica de la
época, los rebeldes veían a Miami como una ama de casa mira al supermercado”.
El
vuelo de Cubana salió retrasado del Aeropuerto Internacional de Miami,
situado entonces en la calle
36. Estaba programado para las tres de la tarde y despegó a las
4:46. Las sillas no estaban entonces numeradas. Como todos querían tener
asiento con ventana, González se sentó en la segunda fila,
su primo en la primera y su abuelo de 62 años en la tercera. Los
últimos en subir fueron el empresario norteamericano Osiris Martínez, su
esposa Betty Jane y sus hijos Tony, de dos años, Byron de
cuatro y Carl de cinco. Martínez había sido trasladado por una
compañía estadounidense a gerenciar una fábrica de papel en Cuba.
González
recuerda que cuando la azafata Ana Reina terminó de repartir las
declaraciones de aduana,
cuatro jóvenes se pusieron de pie y pistola en mano gritaron a los
pasajeros que no se movieran. Uno de ellos se apostó en la parte
delantera del avión y le apuntó con una pistola en la cara. A
los pocos minutos los secuestradores levantaron la alfombra del
pasillo delantero del avión, y abrieron una escotilla de la cual
extrajeron unos uniformes verde oliva con brazaletes alusivos al
26 de Julio. Según un reporte de la revista Gente, uno de los
secuestradores dijo:
“No se muevan de sus asientos. Estamos haciendo algo que nunca
se ha producido en el mundo. Podrán contarlo porque nos apearemos en una pista mejor que la de Varadero”.
Los
secuestradores se desnudaron hasta quedar en calzoncillos y se pusieron
los uniformes delante de
los aterrorizados pasajeros. Uno de los piratas, el más agresivo,
recuerda González, llevaba zapatos blancos. Desde un comienzo, insistía
en que quería tomar el mando del avión. Aparentemente se
trataba de Edmundo Ponce de León, expiloto de la Fuerza Aérea de
Estados Unidos. Pero el veterano capitán de la aeronave, Ruskin Medrano,
se negaba a cederle el puesto. “Tendremos que matarlo”, escuchó la muchacha. Uno de ellos dijo que le daría un tiro, pero los demás le ordenaron que lo hiciera con cuchillo..
Osiris Martínez dice que en sus pesadillas de la tragedia aún escucha el grito de dolor intenso que dio
debajo del agua al golpearse brutalmente contra un objeto que le abrió tres agujeros en la cabeza.
Quizás
por el trauma de ese golpe olvidó lo que ocurrió minutos antes cuando
el avión de Cubana de
Aviación secuestrado en el que viajaba se partió en dos al caer en
la Bahía de Nipe en la noche del primero de noviembre de 1958.
Por puro impulso de supervivencia, no porque supiera nadar, Martínez logró salir a la superficie, y
cuando ya su boca estaba libre, despidió un chorro de agua.
“Me salía y me salía agua como si fuera una manguera sin parar”, recuerda Martínez sentado en el sofá
de su casa del suroeste de Miami donde vive con su tercera esposa.
Finalmente
con la garganta libre, sacó alientos de donde no tenía y empezó a
llamar como un loco los
nombres de su esposa y su tres niños, rogándoles en español, sin
reparar que solo hablaban inglés, que le dieran una señal de vida en
medio de esa sopa negra de mar oscuro y combustible en la que
escasamente flotaba.
Como
no podía mantenerse a flote, logró asirse a un objeto que brillaba con
el resplandor de las luces
del cercano pueblo de Preston, al oriente de Cuba. Era una de las
puertas del avión Viscount turbohélice que minutos antes un grupo de
secuestradores intentaba aterrizar en un pequeña pista del
ingenio azucarero de Preston para llevar a Fidel Castro armas,
municiones y pertrechos comprados en Miami.
En medio de una ordalía demencial de sobrevuelos rasantes por pistas sin iluminación del oriente de
Cuba, el avión se quedó sin combustible y se fue a pique en la bahía.
Edmundo
Ponce de León, otro de los sobrevivientes y a quien testigos y
documentos señalan como uno de
los presuntos secuestradores del avión, sostiene que la aeronave
cayó en la bahía como consecuencia de una confusión que se creó en la
cabina.
Según Ponce de León, el piloto Ruskin Medrano intentó aterrizar en la pista sin iluminación del ingenio
azucarero de Preston pero en su descenso descubrió que había sido bloqueada con unos barriles y debió alzar vuelo.
En
medio de esa maniobra, la fragata Antonio Maceo, que estaba en la
bahía, disparó una ráfaga de balas
trazadoras al avión, lo que hizo que el piloto, confundido y
nervioso, diera un viraje brusco hacia la bahía donde el Viscount se fue
a pique, agregó Ponce de León. Los proyectiles no hicieron
impacto en la aeronave, según Ponce de León.
Los demás sobrevivientes han declarado que el avión se precipitó en la bahía por falta de
combustible.
Martínez explicó a El Nuevo Herald que uno de los secuestradores que estaba en la cabina se
sentó en un asiento cercano a él y ordenó que se ajustaran los cinturones, porque el avión se había quedado sin combustible.
Ponce
de León sostuvo que el avión tenía combustible de sobra, tanto así que
el vuelo se retrasó en la
plataforma del aeropuerto de Miami porque el líquido se salió de los
tanques y la compañía de seguros no permitía su salida por cuestiones
de seguridad. Empleados de Cubana de Aviación en Miami
le dijeron a The Miami Herald horas después del accidente que la aeronave tenía suficiente combustible.
Mientras
trataba de mantenerse a flote, Martínez se quitó la ropa desgarrada que
llevaba y se quedó en
calzoncillos, no sin antes sacar la billetera con su identidad
impulsado por un presentimiento de que lo fuesen a confundir con uno de
los secuestradores.
De pronto sintió una mano en el hombro, dice, y se percató que era Juana María Méndez, una pasajera embarazada que tampoco sabía nadar y trataba de salvarse.
“Me dio un gran susto cuando la vi, y le dije que me iba a
hundir a mi también. Ella se soltó y se hundió”, dijo Martínez.
La
puerta del avión amenazó con sumergirse y Martínez trató de mantenerse a
flote infructuosamente
abrazando una almohada que pasó cerca. Entonces confió de nuevo en
la puerta flotante sin apoyar mayor peso en ella, solo la barbilla, y
volvió a gritar desesperadamente.
Nadie le respondió. Sobre la bahía caía una tenue lluvia.
Se tocaba la cabeza y se preguntaba cómo era posible que estuviera vivo si podía meter sus dedos en los
agujeros que tenía en el cráneo.
Sobre
un ala del avión que quedó inclinada por fuera de la superficie, dos
hombres luchaban por no
resbalar y caer al mar infestado de tiburones. Martínez sostiene que
eran dos de los piratas aéreos. Más tarde los vio lanzarse al mar.
Cuando
se fueron apagando los últimos quejidos, Martínez escuchó lo que
parecía ser un chapuceo de
remos. De pie, sobre una canoa rudimentaria iba hacia él un
campesino de la región que le pidió que subiera, pero Martínez no tenía
fuerzas y se había fracturado la mitad de las costillas por el
cinturón de seguridad, que terminó rompiéndose.
Finalmente
lo logró, pero como el bote tenía en el fondo agua fría de lluvia
acumulada, el cuerpo
corpulento del hombre de 5 pies 10 pulgadas de estatura que estaba
en las aguas tibias del mar empezó a convulsionar, lo que hacia bandear
peligrosamente la canoa.
“‘Nos vamos a virar, nos vamos a virar’, me decía el guajiro
mientras yo temblaba sin control y él me ponía la luz de la linterna en la cara”.
La embarcación llegó a las playas de la bahía, adonde luego el mismo barquero llevó a Omara González y
a su primo Luis Sosa, otros pasajeros sobrevivientes del avión.
El coronel Rodríguez, un primo de Martínez y oficial del Ejército de Fulgencio Batista que combatía en
la zona contra los alzados de Raúl Castro, le envió 10 soldados que lo llevaron al hospital de Preston.
Con las heridas suturadas y envuelto en un escudo de esparadrapo alrededor de las costillas, Martínez
se presentó en el primer piso del hospital a reconocer los cadáveres de su familia.
Alrededor del tobillo de una pierna amputada que le mostraron vio una cadena con el nombre de su esposa
Betty Haney, con quien planeaba mudarse a Varadero.
“La reconocí porque yo le había regalado una cadenita con el
nombre de ella y dije sí, ésa es mi esposa”, expresó.
Los cuerpos de sus tres hijos no se los mostraron por las condiciones terribles en
las que estaban.
Martínez se quería morir también.
A
partir de ese instante no sólo ha tenido que cargar con el peso de la
pena, ligeramente amortiguado
por dosis diarias de antidepresivos, sino con el remordimiento que
le producen los recuerdos de su mujer rogándole que no se fueran a vivir
a Cuba.
Martínez aceptó un cargo de inspector de una gigantesca planta de conversión de bagazo de caña de
azúcar en papel en la ciudad de Cárdenas, a pocos kilómetros de Varadero.
Le ofrecían un sueldo de $615 mensuales, una muy buena suma para la época, el triple de lo que ganaba
en el mismo cargo, en la Bowaters Southern Paper Corporation de Tennessee.
A pesar de que había nacido en Cuba, Martínez no conocía Varadero, el lugar que escogió para alquilar
una casa en la que comenzaría su nueva vida, lejos de los aletargadas parajes de Tennessee que tanto le aburrían.
“Llamé a mi esposa y le dije: ‘Vende o regala la casa que
tenemos y vente con los niños’”, recuerda Martínez.
Ella aceptó a regañadientes y se citaron en Miami. El vendría de La Habana y ella de Chattanooga,
Tennesee, con los tres niños.
Contagiados quizás por la tristeza de su madre, los niños tampoco querían viajar a ese lugar remoto y
extraño donde su papá había encontrado un mejor trabajo.
Martínez recuerda que los padres de Betty tuvieron que arrastrar a los niños que lloraban y gritaban
hasta el avión que los llevó de Chatanooga hasta Atlanta. De allí tomaron un vuelo a Miami, donde los esperaba Martínez.
Los obstáculos que el destino le interpuso a su familia para no viajar a Cuba aumentaron a la llegada a
Miami, relató Martínez.
Empleados
de la oficina de Cubana de Aviación en el aeropuerto se negaron a que
la familia abordara el
avión alegando que los documentos de Martínez no estaban en regla.
Martínez era ciudadano estadounidense. Después de la tragedia, el
sobreviviente concluyó que el verdadero motivo de los
impedimentos era que algunos de los empleados eran cómplices de la operación.
“Ellos sabían que iban a poner en riesgo a una familia americana
y por eso no querían embarcarnos, quizás no querían niños a bordo, pero sus excusas para no llevarnos eran estúpidas”, dijo Martínez.
Al
subir al avión de Cubana de Aviación en el Aeropuerto de Miami esa
tarde del primero de noviembre de
1958 con sus hijos de 5, 4 y 2 años, Betty le entregó a Martínez una
póliza de seguro de vida firmada por ella, advirtiéndole
melancólicamente “y con cierta
rabia”, recuerda Martínez, que si moría en Cuba que no la enterraran allí.
El vuelo, que debía salir para Varadero a las 2 de la tarde, despegó alrededor de las cinco como
consecuencia de la larga discusión de los empleados con Martínez.
Cuando el avión iba a la altura de los cayos de La Florida, recuerda Martínez, unos cuatro o cinco
hombres jóvenes se pusieron de pie, sacaron armas y apuntaron a los pasajeros.
“Entonces
se fueron hacia adelante y... se vistieron como de
combate. Uno de ellos salió corriendo y entró a la cabina, y
entonces en vez de ir a Varadero, que era un vuelo tan corto, desviaron
el avión para Mayarí Arriba, en las montañas de
Oriente”, relató Martínez.
Al llegar a esa zona el avión empezó a buscar pistas de aterrizaje y hacer aproximaciones suicidas,
agregó el sobreviviente “Trataron de aterrizar no se cuántas veces, los motores aquellos rugían porque parecían que íbamos a chocar porque ya estaban
tocando la tierra”, dijo Martínez. “Hasta que uno dice ‘pónganse los cinturones porque no hay más gasolina’ y entonces explotó el
avión. Era que había caído en la playa de la Bahía de Nipe”.
Martínez salió de Cuba a los pocos días con la ayuda de Wayne Smith, quien por entonces era funcionario
de la embajada de Estados Unidos en Cuba y luego llegó a ser jefe de la Oficina de Intereses de Washington en La Habana.
Un mes después, Martínez volvió a Cuba. Esta vez con la idea de matar a uno de los secuestradores que,
se había enterado, había sobrevivido.
Martínez
se consiguió una pistola pequeña y visitó al secuestrador, cuyo nombre
no recuerda con
certeza. Lo visitó en una casa humilde de Puerto Padre. Su hermano
le había ayudado a localizarlo. Pero al ingresar a la casa, se
arrepintió de su misión.
“Aquello era tan miserable, niños alrededor, que yo me olvidé de
la pistola en el bolsillo”, relató.
Martínez se identificó.
“El hombre se puso pálido... Hablamos muy poco y me
marché”, dijo.
Fidel Castro había llegado al poder en enero de 1959 y Martínez no hacía ningún esfuerzo por callar su
tragedia. Se la comentaba a quien fuese, afirmando que el gobierno revolucionario le debía una explicación.
Un día, recuerda, recibió una carta en su casa. Estaba firmada por Raúl Castro, quien comandaba el
Segundo Frente, donde supuestamente dos de los piratas aéreos se reportaron. Castro quería hablar con él sobre el accidente.
“Yo leí la carta y empaqué mis cosas y me fui de Cuba. Tenía el
presentimiento de que algo malo me podía pasar”.
El secuestro de Fangio por los castristas
Alfredo Relaño
17 de marzo de 2013
En
España todo el mundo recuerda el secuestro de Di Stéfano en Caracas.
Pero son muchos menos los que
saben que esa operación estuvo inspirada por el secuestro, cuatro
años antes, del pentacampeón de Fórmula 1 Juan Manuel Fangio por parte
del Movimiento 26 de julio que dirigía Fidel Castro,
entonces guerrillero en Sierra Maestra.
Al
poco del accidentado desembarco del Granma, en diciembre de 1956,
Castro envió a La Habana a uno de
sus barbudos, Faustino Pérez, a fin de difundir el movimiento y
crear agitación en La Habana. Su primer éxito fue enviar a Sierra
Maestra a un periodista del New York Times, Hebert
Matthews. También consiguió en los primeros meses enviar allí un equipo de televisión de la CBS.
Pero
lo que de verdad hizo célebre la guerrilla de Castro fue el secuestro
de Juan Manuel Fangio,
entonces de lejos el deportista más célebre del mundo. La NBA no era
seguida fuera de Estados Unidos, Pelé aún no había estallado, Joe Louis
llevaba años retirado… Fangio había ganado los
Mundiales de Fórmula 1 de 1951, 54, 55, 56 y 57, con cuatro marcas
distintas: Alfa Romeo, Mercedes, Ferrari y Maserati. Había sido segundo
en 1950 y 1953. En 1952 no había podido participar por
un gravísimo accidente en la primera de las carreras.
La
dictadura de Batista introdujo el Gran Premio de Cuba en 1957 para
darle más brillo al Día de la
Fiesta Nacional, el 24 de febrero. Ya en esa edición Faustino Pérez
proyectó el secuestro, pero el mismo día hubo una caída de militantes,
lo que le hizo aplazar la operación. La idea quedó viva
para la edición siguiente: se trataba de secuestrar al piloto,
tenerlo retenido hasta el final del premio y luego soltarlo. Eso haría
su causa internacionalmente conocida. Y darles un golpe así a
las autoridades les añadiría calor popular y prestigio.
Faustino
Pérez encargó el operativo a Óscar Lucero, capitán de milicias, que
cuenta con varios hombres
para llevarlo a cabo. Colaborará con ellos Elio Constantin,
periodista deportivo de la revista Carteles, que en la anterior edición
ha hecho amistad con Marcelo Giamberto, apoderado del piloto. A
Constantin le resulta fácil saber dónde va a estar Fangio en cada
momento. Éste llega a La Habana el viernes 21 (la carrera es el lunes
24) y se hospeda en la habitación 810 del hotel Lincoln, en
el centro de la ciudad. En la puerta de la habitación hay una
guardia armada del SIM (la policía especial del régimen), así que ni
pensar en capturarlo en la habitación. Por la noche tiene una
entrevista en la televisión CQM, pero la compañía es mucha. Regresa
al hotel a cenar y no sale más. Imposible. Se ha perdido el viernes.
El
sábado se dispone un seguimiento: un coche tras él donde vaya. Otros
dos vehículos esperan junto a
un teléfono. Cuando cambia de lugar, el primer coche dice a uno de
los otros el nuevo destino y éste le reemplaza. Así, con el seguimiento
rotatorio, no se llama la atención. El sábado descansa
toda la mañana. Luego, acude a un cóctel al Hotel Nacional. Parece
un lugar propicio, pero una bronca entre un fotógrafo y un policía crea
un alboroto. Regresa al Lincoln. Después de cenar, ya de
noche, recorre caminando el circuito, pero de nuevo acompañado de
seguridad, amigos y curiosos. Imposible actuar. Regresa al hotel. Otro
día perdido. El domingo por la mañana, mientras Fangio
hace las sesiones de entrenamiento (ganará la pole), Faustino Pérez
se ve con Óscar Lucero, al que acusa de irresoluto. “¡Hay que hacerlo!
¡Si es preciso tomamos el Lincoln con los hombres que
haga falta!”.
La
ocasión se presenta cuando saben por Constantin que, ya al atardecer,
Fangio va a bajar al hall del
hotel a tomar un refresco junto a otros pilotos. Le esperan a la
puerta del ascensor. Cuando ésta se abre, aparecen Fangio y Giamberto.
Se adelanta un comando, Manuel Uziel, que primero quiere
asegurarse:
—¿Quién de ustedes es Fangio?
—Yo.
—Acompáñeme. Está usted secuestrado por el Movimiento 26 de julio.
Fangio sonríe, pensando que es la broma de un admirador, pero Uziel saca una pistola del bolsillo y se
la clava en las costillas.
—Es en serio. No haga nada y no le pasará nada.
Al tiempo amenaza a los acompañantes.
Suben
a Fangio a un Plymouth verde. La obsesión de los secuestradores es
tranquilizarle y convencerle
de sus buenas intenciones, porque les preocupaba mucho la imagen que
diera de ellos al soltarle. Así que Uziel le lleva primero a su propia
casa, a presentarle a su mujer y a su bebé. Luego, con
otro coche, a un piso franco en el que convalece un militante,
Ramoncín, con graves quemaduras cuando intentaba fabricar un lanzallamas
casero. Finalmente, a un chaletito de dos plantas en El
Nuevo Vedado, propiedad de la viuda de un revolucionario, que vivía
con sus dos hijas, de 17 y 21 años. Llegaron a las diez de la noche. El
chalet contiguo es de una bailarina del Tropicana,
amante de un pez gordo del régimen, siempre muy custodiado. Los
secuestradores pensaron que nadie iba a suponer que lo escondieran en
tal vecindad.
Le
dieron la mejor habitación. Cenó filete con patatas. La mañana
siguiente le llevaron el desayuno a
la cama. Comió arroz con pollo con los secuestradores. Mientras, la
ciudad era un pandemónium de registros y falsas noticias. Aunque había
televisión, Fangio no quiso ver la carrera, ni
escucharla por radio. Prefirió escuchar música.
La
carrera fue un fracaso y tuvo un desarrollo trágico. Los organizadores
retrasaron la salida, en la
esperanza de que Fangio fuera rescatado. Empezó media hora tarde. En
la sexta vuelta, el piloto local García Cifuentes pierde el control y
su coche arrolla al público, con resultado de seis
muertos y 40 heridos. Se da por terminada, con victoria para
Stirling Moss, que en ese momento estaba en primera posición. Le avisan a
Fangio, que entonces sí oye la radio y se muestra muy
afectado.
Todo
había acabado… O no. Ahora llega lo más difícil: devolver a Fangio.
¿Cómo, dónde? No estaba
previsto. Un informador de los revolucionarios en el gobierno les
avisa de que la intención de este es matarlo cuando aparezca, para
cargarles el crimen. Se piensa en el mediador de la entrega:
en un cura, en el director de la revista Bohemia… Ninguna
alternativa parece buena. Mientras, se suceden los llamamientos de
Giamberto y de la esposa de Fangio por la radio pidiendo su
devolución. Hay nervios.
El
propio Fangio sugiere que le entreguen a su embajador. Pero las
proximidades de la embajada están
custodiadas. El periodista mexicano Manuel Camín, amigo de los
revolucionarios (y que gozará de la gran exclusiva de la entrevista al
piloto), monta la entrega no en la embajada, sino en el
apartamento del agregado militar de la misma, Mario Zaballe, que
está de viaje, así que su apartamento no está vigilado. Allí acudirá el
propio embajador, Raúl Aurelio Lynch, por una rara
coincidencia primo del padre del Ché Guevara (Ernesto Guevara
Lynch). Lynch sale de su embajada escondido en la trasera de un coche,
para no ser seguido. Arnol Rodríguez, que luego contará la
peripecia en su libro Operación Fangio (que inspiraría una película
del mismo título, no fiel en todos los detalles, en la que Darío
Grandinetti incorpora a Fangio), es el encargado de la
entrega. A Fangio le intentan poner un sombrero. Todos le quedan
pequeños. Sólo le colocan unas gafas para disimular su aspecto y le
suben a un Cadillac con Arnol y dos chicas. Antes de
medianoche está en el apartamento del agregado militar, donde le
recibe su embajador. Arnol le despide con estas palabras: “Fangio, usted
será nuestro invitado de honor cuando triunfe la
Revolución”.
El
golpe estaba dado. La revolución se aceleró. Fidel Castro ganó adeptos y
su guerrilla saltó de
Sierra Maestra para extenderse al resto de Cuba. Al amanecer del 1
de enero de 1959, Batista abandonaría Cuba. El 8 de enero, menos de 11
meses después del secuestro, Fidel Castro entraba en La
Habana.
Fangio
se retiró aquel mismo año de 1958. Siempre habló bien de sus
secuestradores, pero no cumplimentó
la invitación hasta 1981, cuando regresó, como presidente de la
Mercedes. Se reencontró con Faustino Pérez y Arnol Rodríguez y conoció a
Fidel Castro.
El Hotel Lincoln aún existe. Su habitación 810 está dedicada a Fangio.
Manuel Uziel
Este fue el integrante del Movimiento 26 de Julio (M-26-7) que el 23 de febrero de 1958 encañonó con
una pistola calibre 45 a Juan Manuel Fangio -cinco veces campeón mundial de automovilismo- y lo conminó a que lo acompañara porque era un secuestro.
Entrevista a Manuel Uziel,
el hombre que sacó a Fangio
a punta de pistola del Hotel Lincoln.
Armando López
25 de febrero de 2009
En la puerta del Hotel Lincoln, de La Habana, una placa de bronce recuerda: “En
la noche del 23 de
febrero de 1958, fue secuestrado por un comando del Movimiento 26 de
Julio, dirigido por Oscar Lucero, el cinco veces campeón mundial de
automovilismo Juan Manuel Fangio. La habitación 810, donde
se hospedó el campeón, es un museo para turistas”.
Arnold Rodríguez, el conductor del auto que trasladó al secuestrado, fue invitado a Buenos Aires a un
aniversario de la inauguración del museo en honor del corredor.
Pero a Manuel Uziel, el hombre que sacó al campeón del Hotel Lincoln a punta de pistola, Argentina
nunca lo invitó. Cuba no lo menciona. Vive frente al mar en una fría playa de Nueva Jersey.
A
los 16 años, Manuel Uziel tuvo su bautismo de fuego. Eran tiempos de
Ramón Grau San Martín. Los
problemas se resolvían a balazos. Su primera pistola la compró con
los fondos de la Asociación de Alumnos del Instituto de la Víbora.
Militaba ya en las filas de la juventud auténtica.
A
Manuel Uziel le decían el Moro por su color moreno. Sus padres eran
judíos turcos. Se crió en Luyanó.
Iba a la sinagoga. Con 19 años era guaguero [empleado de autobuses]
de la ruta 19. Era difícil entrar de cobrador de guaguas porque el
sindicato era muy fuerte. Entró porque era el guardaespaldas
del jefe del sindicato.
En
las guaguas, enviaban a Uziel a cada problema. En un enfrentamiento en
los muelles, le clavaron un
gancho en la espalda. De ahí se lo llevaron preso para la Segunda
estación de policía. Lo sacó una supuesta llamada del senador Eusebio
Mujal. Cuando lo soltaron, supo que el que había llamado
era Samuel Powell, un extroskista.
Fue
Powell el que lo conectó con Mujal. El recién electo secretario general
de los trabajadores lo
haría su guardaespaldas, y lo sumaría al asalto de la sede de la
Juventud Comunista, bajo las órdenes de Chico el Loco (Narciso
Rodríguez). La acción desató profundos odios entre auténticos y
comunistas. Narciso sería asesinado pocos meses después.
Mujal
apoyó el golpe de Estado de Batista. Los comunistas ex aliados de
Mulato Lindo, cuando el 4 de
septiembre, callaron. Pero Uziel, fiel a los auténticos, por coraje,
volvió a cobrar pasajes en las guaguas. Y se hizo amigo de Luis Miguel
Hernández, ex jefe del Buró que operaba contra las
bandas. Trabajaron juntos. Y en el proceso fue aprendiendo.
¿Aprendiendo a qué?
A
ser revolucionario. Los grupos de acción y sabotaje no nacen del acaso.
Si tú pones bombas, alguien
tiene que enseñarte a ponerlas, a utilizar la dinamita. Había
aprendido a preparar bombas en el Instituto de la Víbora, con Pepe
Azeña, mi profesor de Educación Física. Con Mujal aprendí lo que
era politiquear. Con Luis Miguel aprendí tácticas de sabotaje,
aprendí a colocar una bomba.
¿Qué hacías cuando el asalto al Cuartel Moncada?
Eso fue cosa del 26 de Julio. Yo por entonces pertenecía a la Triple A de Aureliano Sánchez Arango. Y
enseñaba a los novicios en la Escuela de Medicina de la Universidad de la Habana, en el manejo de armas.
¿Tuviste que ver con la balacera de la Escuela de Medicina?
Luis
Miguel había estado medio asociado con Masferrer, pero al sumarse éste a
Batista, querían matarse
uno al otro. Nunca supe por qué Luis Miguel invitó a los Tigres a la
Escuela de Medicina. Fue una provocación. El caso es que cuando los
hombres de Masferrer llegaron al aula, nos tirotearon.
Hirieron a Luis Miguel en el hígado. Yo escapé de milagro.
¿No era de locos todo esto?
El ambiente en Cuba era de violencia, de revolución. Me asocié con un grupo de resistencia cívica que
dirigía Manolo Ray. Se cumplía un año del asesinato de Frank y Josué País y, para recordarlos, me ordenaron volar el túnel del río
Almendares.
Pero ese atentado no ocurrió. ¿Qué pasó?
Ray era ingeniero. Me enseñó cómo se volaba un túnel. Pero mis gentes estaban empezando en la lucha… Lo
único que hicimos fue poner un petardo de cuatro libras en el centro del túnel, que ni se enteró.
La Triple A fue de las organizadoras del ataque al Palacio Presidencial. ¿Participaste en este?
Ni por asomo. Los que participaron los metieron en una nave y no podían salir de ahí, por eso no se
filtró a la Policía. Yo pasé el ataque a Palacio bañándome en el mar en el club Cubanaleco.
¿Complicó a la resistencia contra Batista el fallido ataque a Palacio?
La policía se apareció a registrar la casa de mis padres. Yo no estaba ahí. Pero no pude ir más a
trabajar a las guaguas. No podía comprometer a mi familia. Tuve que pasar a la clandestinidad.
¿Cuándo ingresas en el 26 de Julio?
Cuando
me encuentro en la Clínica Marfán (convertida en casa de huéspedes) con
Oscar Lucero. Fue
cómico. El grupo de la Triple A desconfió de la gente del 26. Y
ellos de nosotros. Ambos grupos cargamos nuestras armas. Lucero y yo nos
reímos mucho. Luego me llevó con Faustino Pérez. Así
comencé con el 26 de Julio.
¿Con qué tiempo antes te avisaron que debías secuestrar a Fangio?
Unos minutos. William, el jefe de mi capitanía, se apareció y nos dijo: “Prepárense, vamos a secuestrar
al corredor argentino que se hospeda en el Hotel Lincoln”.
¿Ocurrió algo inesperado durante la acción?
Cuando
llego a eso de las 8:00 de la noche a la puerta del Lincoln, con una
granada y una ametralladora
bajo el saco, alguien me llama: “Manolo”. ¡Tremendo susto! Era un
muchacho joven. Me lo había presentado un compañero del Instituto.
Quería pertenecer al 26. Pero no le tenía confianza, parecía
muy alocado.
¿Cómo saliste del atolladero?
El
muchacho conocía a medio hotel porque los dueños eran de Camagüey, de
donde era su familia. Y le
dije: “Vamos adentro”. Pasamos al bar Los Tres Monitos. En la
cantina oigo que le dicen a una mujer: “Prepárate, tu hombre va a
bajar”. Y ahí le pregunté al muchacho: “¿Todavía quieres pertenecer
al 26 de Julio?”. Pues cuida la puerta. En la acera de enfrente
estaban Oscar Lucero con su mujer, Blanca Muir. Me entregaron una
pistola.
¿No te sentías como en una película?
Fangio
caminaba hacia la mujer, cuando lo agarré por un brazo y pegándole el
cañón de la pistola en las
costillas, le dije: “Esto es un secuestro, usted se viene conmigo
ahora”. Casi me derrumbo cuando los que lo rodeaban se echaron a reír.
El único que no se reía era yo. Tuve que darle un empujón
al mulato que protegía a Fangio para que me tomaran en serio.
¿Por dónde andaba Arnold Rodríguez?
Arrimó
el auto. El chico de Camagüey (Primitivo Aguilera) montó a mi lado.
Primero llevamos a Fangio a
mi cuarto. Un pasajito en la avenida Ayestarán, donde estaban mi
mujer y mi hijita. Después a casa de las americanitas, donde apareció
Faustino Pérez y otros mandones del 26 de Julio. Me pasé la
noche en un balconcito con una ametralladora vigilando al corredor.
Al otro día, Faustino, Emma Montenegro (la hija de Carlos Montenegro, el
novelista) y Arnold Rodríguez se ocuparon de entregar
a Fangio al embajador argentino.
¿Qué hiciste después del secuestro?
Me
escondí. Habían metido presos a mis padres y mis hermanos. Cuando los
soltaron, me asilé en la
Embajada de Paraguay y me fui para Venezuela. Al triunfo de la
revolución regresé a Cuba. Fidel me nombró al frente de la Caja del
Retiro del Transporte. Estuve ahí un año. Pero cuando la
invasión de Bahía de Cochinos me metieron preso. Nunca confiaron en
mí. Me sacaron para llevarme ante el comandante Manuel Piñeiro, alías
Barbarroja, que me propuso que ingresara en el G2.
¿Por qué no aceptaste?
No
quería nada con esa gente. Le dije que quería volver a Venezuela y me
propuso que me integrara a las
brigadas para derribar a Rómulo Betancourt. “¡Ni muerto!”, le dije.
Dejé para siempre Cuba, rumbo a Venezuela, en 1961. De ahí pasé a Puerto
Rico, a Miami, a las Islas vírgenes, a Nueva
York.
¿Crees que Fidel en sus inicios era comunista?
Ni lo fue ni lo es. Es un pandillero enamorado del poder al que le salieron bien las cosas.
¿Valió la pena que secuestraras a Fangio?
En aquel momento era lo que había que hacer. Además, eso no es lo peor que yo he hecho.
Los grupos de acción y sabotaje del 26 de Julio, ¿eran terroristas?
No implantábamos el terror indiscriminado. Apuntábamos a un objetivo específico. No para implantar el
terror en la población.
La pregunta que no le hice a Uziel:
¿No es terrorismo el secuestro del vuelo 495 de Cubana de Aviación,
Miami-Varadero, el 3 de noviembre de 1958,
por un comando del 26 de Julio, que provocó que el Viscount cayera
en picada en la Bahía de Nipe, donde hallaron la muerte 17 personas,
entre ellas mujeres embarazadas y niños?
Residencia situada en las afueras de La Habana donde Juan Manuel Fangio permaneció
secuestrado
Los terroristas Fidel Castro y Faustino Pérez
Las
palabras del comandante Faustino Pérez -jefe nacional de Acción y
Sabotaje del M-26-7 y miembro del
Comité Central del Partido Comunista de Cuba hasta su fallecimiento
el 24 de diciembre de 1992-, demuestran el proceder terrorista del
M-26-7: “Otro gran
impacto se produjo una noche en la capital: las nueve de la noche, exactamente a una hora, 100 bombas en la capital”
Faustino Pérez, miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba estaba muy orgulloso de un
acto terrorista cometido el 28 de mayo de 1957: “aquí una vez se voló un registro de electricidad: se alquiló una casa, se hizo un túnel desde la casa hasta
la calle, hasta el registro de electricidad, se coloca una bomba, y estuvo tres días sin electricidad la mayor parte de la capital.
Eso produjo su tremendo impacto también, figúrense lo que significa
eso, las fábricas paradas, la Cía. Eléctrica, los refrigeradores no
andan, todas esas
cosas”
Generales castristas
orgullosos de su historial terrorista
Varios
integrantes de los grupos de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de
Julio dirigido por Fidel
Castro que ahora son generales del ejército castrista realizaron un
sinnúmero de actos terroristas, relatados por ellos para el libro Secretos de Generales de Luis Báez,
publicado en Cuba en 1996. Por ejemplo, el general Demetrio Montseny, ‘Villa’, narra sus experiencias como terrorista: “quemamos dos guaguas, se inutilizaron algunos otros transportes, saboteamos el tendido eléctrico y colocamos varios petardos”.
“En
varias ocasiones logramos paralizar la ciudad. Saboteamos el
transporte por carretera y ferrocarril, pusimos petardos y bombas,
lanzamos cocteles Molotov, dejamos la ciudad sin electricidad ajusticiamos chivatos y
traidores, incluyendo al gallego
José Morán. También tuvimos que lamentar la explosión de un arsenal de
explosivos que teníamos en la calle Aguilera que le
llamábamos el laboratorio de ‘fabricar bombas’”, nos dice el general Demetrio Montseny, demostrando que se siente orgulloso del terrorismo que realizó el Movimiento 26 de
Julio, bajo las órdenes de Fidel Castro.
El hoy general Samuel Rodiles Planas narra:
“En unión de varios
compañeros puse petardos y bombas, la más importante fue en la Compañía
Cubana de Electricidad, la que dirigí como Segundo Jefe de
Acción y Sabotaje en Guantánamo. También tiré cócteles Molotov”.
Algunos destrozos ocasionados en La Habana
por los terroristas integrantes
de los grupos de Acción y Sabotaje del M-26-7
Clandestinos es una película que le
rinde culto al terrorismo en Cuba
Los terroristas
Agustín Gómez-Lubián Urioste y Julio Pino Machado murieron el 26 de mayo de 1957, al estallarles la bomba que iban a colocar en el edificio del Gobierno Provincial de Las Villas
Julio Pino Machado era el jefe de los grupos de Acción y
Sabotaje del Movimiento 26 de Julio en la provincia de Las Villas.
Agustín Gómez-Lubián Urioste era el jefe del Directorio
Revolucionario 13 de Marzo en la provincia de Las Villas.
En la pared del frente de la casa natal de Pino Machado fue develada una tarja en su honor el 7 de febrero de 1989.
En dicho acto hicieron
uso de la palabra la madre de Pino Machado y el secretario
ideológico del Partido Comunista de la actual provincia de Villa Clara.
Además
de los integrantes de los grupos de Acción y Sabotaje del Movimiento 26
de Julio que resultaron muertos o heridos al colocar
bombas como les pasó a la estudiante Urselia Díaz Báez y al
dirigente sindical Odón Álvarez de la
Campa que perdió las manos cuando le explotó la bomba en la barriada obrera de Santos
Suárez, otras personas inocentes murieron o resultaron lisiadas
Cuba tenía una larga tradición de espectáculos de cabaret, esos lugares no escaparon al terror castrista: Magaly Martínez perdió un brazo en
Tropicana, cinco coristas y el coreógrafo Alberto Alonso resultaron heridos en Sans Souci.
En el cine Payret cuatro personas quedaron gravemente heridas por la explosión de una bomba.
En el ten cent de Galiano, uno de los lugares más frecuentados por niños pobres como yo, fue herida una señora que hacía compras con su
nieta.
Sólo quien desconozca la realidad cubana o sea un estalinista de pura cepa, puede pretender negar el historial terrorista de Fidel Castro.
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