"El Profe"
Otra
vez siente la piedra caer… Rodando al vacío… El calor y el sol le han
quemado la piel. Su boca está seca. Quiere levantarse, lo intenta varias
veces...
La
playa... Bellísima! el agua azul, transparente; tibia,
limpia, seductora. Las olas serenas besan la blanca arena y las gaviotas
vuelan en busca de un pedazo de pan.Bulliciosas revolotean alrededor de
los indiferentes bañistas que a penas les prestan atención. Niños y
jóvenes ríen, retozan, corren por la arena, se zambullen, nadan,
gritan, gesticulan, se alejan en busca de los arrecifes. Los novios se besan, se abrazan, se aman, cómplices y felices a la vista de todos.
El
está allí, aunque nadie le hable. Siente su traje de baño desteñido,
raído en algunas partes, fuera de moda, pegado a su piel. Su viejo y
gastado short que aun le sirve para cubrir su pelvis y sus genitales
gastados por el tiempo y el desuso. Sufre la inestabilidad de la cuerda
floja en que se ha convertido su vida miserable. Nunca supo ser un buen
acróbata. Se siente atrapado por los hilos que le ha tendido su propio
destino y se tambalea borracho de alcohol y de amarguras.
Veinticinco años atrás se hizo
maestro por vocación, convencido de que había nacido para educar al
hombre nuevo. En sus clases de literatura insistía en la importancia de
la solidaridad humana, la honestidad, el valor, el amor, la sencillez,
el respeto, el orden, la disciplina, el sacrificio, la entrega
desinteresada a una causa justa; la belleza espiritual inherente al
hombre honrado y la fortaleza del ser humano para forjar su propio
destino, bla bla, bla...
En sus clases de hace algunos años, resaltaba el valor de la
honestidad y de la sencillez. Combatía la altanería, la arrogancia la
hipocresía, la envidia, la deshonestidad, la falta de carácter, la
pobreza de espíritu, la doble moral. Trató de enseñarle a sus alumnos
que todos los seres humanos son iguales, sin importar la raza, el color, la
nacionalidad, ni el sexo.
Nunca
se atrevió hablar de religión ni de afiliaciones políticas ajenas a la
revolución cubana para no complicarse. Abordaba los temas politicos en
sus clases cumpliendo las orientaciones metodológicas centrando las
discusiones en las diferencias entre socialismo y capitalismo; la URSS y
USA, Cuba y el bloqueo imperialista, siempre a favor del socialismo.
Otros temas políticos- por desgracia más que por suerte- no formaban parte del programa de estudio.
Allá por los años 80 creía ciegamente en el internacionalismo proletario y
en otras cosas que protagonizaban las grandes campañas ideológicas de
aquellos tiempos. Creía que trabajaba y sacrificaba su juventud formando
al hombre nuevo para erradicar de Cuba los rezagos del pasado: las
desigualdades sociales, el hambre, la miseria, la prostitución, los
malos vicios, la corrupción, el desempleo.
Hablaba con entusiasmo de las
luchas del proletariado por barrer las viejas instituciones burguesas
tomando como ejemplo el realismo socialista, el cual enfatizaba los
valores éticos y estéticos inherentes al socialismo, reflejados en las
obras de la literatura soviética que conformaban los programas de
literatura de la enseñanza media en Cuba en aquellos años. Pobre desgraciado feliz en su ignorancia
Cuando pocos hablaban de la conservación del medio ambiente, discutía
con sus contertulios acerca de la necesidad de proteger los recursos
naturales haciendo un uso racional de los mismos. Se manifestaba a favor
de proteger y conservar el patrimonio cultural de cada región, de cada
país.
En las tertulias discutía con entusiasmo ciego con sus amigos tratando de convencerlos de la necesidad imperiosa de
trabajar en aras de lograr un mundo mejor, nuevo, distinto, diferente,
justo, sin clases sociales antagónicas. El mundo que sería creado por el
hombre nuevo al que, con orgullo creían que estaban formando en la nueva escuela cubana: la escuela en el campo.
Han pasado los años y la realidad es otra. Ahora
sufre porque se ha quedado solo, fuera de grupo y no puede descifrar en
qué maleza se quedaron enredados sus sueños de educador. La conducta de
sus alumnos lo defraudan. Lo aplasta mirar de frente este presente que
es el futuro de aquellos años setenta, por el que sacrificó las mejores
oportunidades de su vida personal al lado de su familia.
Siente
en carne propia la inutilidad de su empeño. Piensa en las tantas horas
trabajadas en la escuela en el campo, fuera de su jornada laboral, lejos
de su esposa y de sus hijos, para cumplir con las tareas importantes
asignadas por sus jefes como continuidad del proceso docente educativo.
Horas de trabajo voluntario que muchas veces le hicieron sentirse
orgulloso de sí mismo cuando lo seleccionaban vanguardia nacional en la
emulación socialista de la escuela y del Municipio Especial Isla de la
Juventud.
A veces la nostalgia por aquellos tiempos juveniles lo lleva a pensar en las tantas noches de guardia, en las tantas tardes perdidas
en los campos de toronja tratando de inculcarle a los muchachos el amor
por el trabajo agrícola. Estos recuerdos inevitables, le hieren. No
puede evitar las lágrimas rodando por su mejillas. Sufre por él y por
los otros tantos profesores que dedicaron más de un cuarto de siglo de
sus vidas tratando de formar al hombre nuevo, ideal que se les escapó de
las manos sin saber cómo ni cuando.
Sufre
por ellos y por las noches y por las tardes que pasó fuera de su hogar,
lejos de sus hijos, y de su esposa. Siente la culpa por los besos que
no supo dar en el momento oportuno. La
cruda realidad lo golpea sin piedad. Aun no puede asimilar el
comportamiento de la gente en las colas, en las paradas de los
autobuses, en las cafeterías, en los escasos mercados del pueblo, en las
calles, en los vecindarios. Le duele el lenguaje chabacano de su pueblo
que ha cambiado hasta la forma de saludarse. Ya no responden que están bien, mal o regular de salud, ahora la respuesta al
- ¿Comó estás? es el invariable:
-Aquí, asere,ahí ahí... En la lucha a ver qué se me pega... La jama está acurralá y los chamas piden más
Al viejo Profe le
molesta la falta de sensibilidad humana, la desconsideración de los
jóvenes con los viejos y los desvalidos. Le avergüenza el desenfado y la
falta de pudor de esas muchachas, casi niñas, traficando con sus
cuerpos, vendiéndose a los turistas extranjeros en plena calle y a plena
luz del día sin que nadie proteste.
Siente
rabia cada vez que le dicen que los padres de una de sus mejores
alumnas tienen tratos con traficantes humanos para casar a su hija con
un viejo extranjero que la ayude a salir del país o para que la visite
dos o tres veces al año. Esos padres mal nacidos negocian el cuerpo de
sus hijas con los turistas a cambio de dólares para comprar en las
tiendas de recaudación de divisas en las que hay casi de todo pero no aceptan el peso cubano, moneda con la que paga el gobierno a sus
trabajadores.
Quién le iba a decir al Profe, allá por los años sesenta, que los turistas extranjeros de los países capitalistas serían recibidos con loco entusiamo y muchas esperanzas, por parte de las familias cubanas, revolucionarias orgullosas de sus cartelitos de "Esta es tu casa Fidel"... En aquella época era condenable, recriminable pensar en el turismo extranjero como negocio, esa era una de las peores lacras del capitalismo... Los tiempos han cambiado. Las cosas ahora son diferentes aunque el páis sigue gobernado por el mismo grupo de rebeldes moncadistas que una vez se adueñaron de todo. Están viejos los jefes pero siguen con su uniforme verde olivo y sus grados fieles a sus principios: "Con la nosotros (la revolución): Todo! Contra nosotros, Nada.
Los tiempos cambian, Venancio, ahora los turistas extranjeros, capitalistas o socialistoides, no pagan hoteles, se quedan
en las casas con las muchachas con el consentimiento de sus padres. Al Profe le dan ataques de histeria cada vez que piensa que muchos hogares cubanos se han convertido en burdeles de
pacotillas, por eso y por mucho más busca alivio en el ron, su aliado, su medicina que lo eleva y lo anajena de esa realidad que le golpea y lo deja desnudo en plena
calle, aunque lleve puesto sus harapos de siempre y del "todos tenemos"
El Profe está fuera de los cambios, se ha quedado detenido en el tiempo. Siente
rabia por la degradación humana de aquellos que un día trató como
amigos. No puede entender los gustos de esta nueva sociedad por las
cosas de afuera. No puede entender ese afán de la juventud por salir del
país en busca de ciudades opulentas, brillantes, repletas de bienes de
consumo, ciudades desconocidas y lejanas. No sabe de dónde surgió de
repente ese afán de todos por tener ropas extranjeras, vistosas
elegantes.. Ese amor desmesurado por la sociedad de consumo no lo puede
asimilar. No entiende ese desenfrenado deseo de la gente de tener y
tener de todo: carros del año, ropas, zapatos, aparatos electrónicos, CD
Player, VCR, y hasta antenas para coger canales y emisoras de radio
extranjeras.
No.
El Profe, no entiende nada. Su capacidad no le da para entender qué
es lo que está pasando a su alrededor. Para esto no fue que estudió cinco años en
la universidad pasando hambre y haciendo sus propios zapatos para no ir
descalzo al aula. Piensa que no estudió, quemándose las pestañas y
pasando hambre en las becas, para ver cómo decenas de miles de muchachos
jóvenes se están tirando al mar en balsas inseguras arriesgando sus
vidas para llegar a la Florida en busca de una libertad que sienten no
tener aquí. En ningún libro de literatura ha leido que padres
desesperados pongan a sus hijos pequeños en riesgos lanzándose al mar
con ellos en embarcaciones precarias repletas de seres humanos
hambrientos, desquiciados, enloquecidos para llegar al otro lado sin
medir las consecuencias del intento, ignorando lo que sucedió con el
Remolcador 13 de marzo.
No
puede olvidarse de Xiomara, su alumna soñadora que demostró ser muy
buena para la actuación. Ella amaba tanto al Quijote que quería ser su
Dulcinea. Ahora está enferma de SIDA, recluida en los Cocos, alejada de
todos, hasta de los molinos de viento. Piensa en Alejandro, tan
atlético, tan brillante, tan alegre y varonil cuando estaba en la
escuela y ahora tan afeminado y delicado paseándose con ese viejo
italiano por estas arenas tan blancas, sin importarle que lo vean cogido
de la mano con ese asqueroso turista.
Las
olas bañan su cuerpo. Está sediento. Se ha bebido las últimas dos
botellas de ron que consiguió con su socio Manolo a cambio del arroz y
los frijoles de la cuota de este mes. Borracho
o no, no puede evitar que su mente se entretenga siempre en busca de un
reencuento de su vida haciendole sentir que en algún lugar se ha
quedado extraviada su brújula. Maestro por vocación y por decisión
propia. Padre de familia, esposo y amante en otra época. Ahora se ha
quedado sin mujer y sin hijos desde que ellos tomaron el camino de la
salida ilegal del país.
Sigue impartiendo clases de literatura, no en el campo sino en una escuela de Nueva Gerona, desparecieron las escuelas nuevas en el campo, están en ruinas los edificios, la gente se han llevado hasta las tazas de los baños. Sus nuevos alumnos ahora son sus consejeros. Le dicen que no
pierda su tiempo leyendo esos libros estúpidos y que mucho menos aspire a
que ellos se los lean. La vida de la calle es muy distinta a lo que
aparece escrito en blanco y negro en esos libros. Por ellos aprendió que lo más
práctico es copiar en la pizarra las preguntas y respuestas de los
exámenes y así cada cual puede dedicarse a lo suyo con más tiempo. La
vida cada día es más dura y hay que salir a la calle a luchar, como
dicen todos, porque las cosas no caen del cielo. No puede negar que le
gusta la filosofía de sus nuevos muchachos. Gracias a ellos ahora tiene
más tiempo para buscar el azúcar y lo que necesita para fabricar su
propio ron casero, y sobre todo para disfrutarlo a sus anchas, desde su
apartamento, mientras mira la vida pasar bajo su balcón despintado de sueños.
Ah, pero la embriaguez no le da felicidad, no le da respiro... Su embriaguez termina elevándose como juez de
sí mismo, autoacusándose de culpable por el fracaso del hombre nuevo.
Se le cocina el hígado al creerse responsable por esa crisis de
valores de la sociedad. Lo consume la impotencia por no saber cómo
cambiar su mediocre destino. Su mujer se fue cansada de tanta
invalidez, de tantas mentiras y de tantas peroratas con olor a alcohol
barato. Sus hijos llegaron a decirle que se sentían avergonzados de él
por ser uno más de esos borrachos apestosos que no saben adaptarse a los
nuevos tiempos y solo creen que en el alcohol y el cigarro está la solución.
A
pesar de todo “el Profe”, no entiende nada de lo que sus ojos ven a diario. No entiende el derrumbe del socialismo cubano con su hombre
nuevo. Siente que ya no merece ni un minuto de silencio porque solo sabe
balbucear palabras sin sentido ni lógica. Debería estar alegre porque
su socio Manolo, el director de la escuela, lo mantiene en su plaza de
profesor de Literatura, pero se avergüenza cuando se queda a solas y
piensa que no es por amistad, ni lealtad a otros tiempos, sino porque
ninguno de sus alumnos ha suspendido ni una sola prueba. Todos tienen
notas sobresalientes. Todos escriben sin faltas de ortografía en los
exámenes y lo más importante, todos responden las preguntas
perfectamente, tal como lo exigen los objetivos de los programa de
estudio.
El
profe está cansado. A estas horas ya no puede disfrutar el lindo
paisaje de la playa. Está completamente ebrio, como todo un fracasado
tirado a la orilla del mar. Ni las gaviotas se le acercan porque
presienten que no tiene un mendrugo de pan para llevarse a la boca. Los
que lo conocen saben que será el último en abandonar la playa o el
primero en despertar en ella cuando el alba se asome en el horizonte.
Alejandro
pasa nuevamente y no quiere mirarle. Le da pena confesar que el fue su
profe de literatura. Su amigo italiano siente pena por aquel viejo
tirado en la arena bañado por las olas y quemado por el indolente sol
del mediodía. El muchacho le aclara que es inútil intentralo. En el
hotel Colony no lo dejaran entrar aunque lo conocen de cuando era el
vanguardia, pero ahora allí no aceptan cubanos, ni perros, solo turistas
extranjeros. Pero es bueno aclarar que, con suerte y un poco de discreción, se aceptan algunos jineteros agradecidos y
simpáticos que regalan sonrisas y dólares a su paso.
Siguen
corriendo las horas y el sol se pone a lo lejos. La brisa abrazada
con las olas refresca su cuerpo adolorido. Se hace tarde. Trata de
abrir los ojos. Intenta incorporarse, pero le faltan fuerzas. Otra vez
siente el vértigo al mirar la piedra rodando hacía el vacío.
Vuelven las antiguas voces del realismo socialista acuñadas en su cuerpo, en sus células, en su cerebro. Su propia voz otra vez le grita : “Si tú no te quieres a ti mismo, nadie te querrá ni nadie querrá hacer nada por ti.
Solo tú eres dueño de tu suerte. Tu sabrás si te quedas tirado,
borracho en esta orilla de la playa, bajo el cómplice silencio de todos,
o te levantas de ti mismo, desde la nada donde te encuentras
combatiendo tus miedos, para que puedas recuperar lo que has perdido.” Maldita voz que solo condena y no ayuda a levantarse!
Esperanza E Serrano
Nueva Gerona, Isla de la Juventud, 1996