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domingo, 15 de mayo de 2016

Desempolvando archivos: "Los hijos que nadie quiso"

Asesinos, cómplices y vítimas

Por Angel Santiesteban-Prats

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Por estos días se cumplió otro aniversario del fusilamiento de los jóvenes que en 2003 intentaron secuestrar la Lancha de Regla y fueron fusilados por la dictadura. Como es sabido, ha sido uno de los más viles asesinatos de la mal llamada “Revolución Cubana”, dentro de esa extensa lista que acumula en sus cinco décadas de totalitarismo. Sesgó las vidas de un grupo de jóvenes indefensos que solo anhelaban alcanzar un horizonte que les ofreciera una vida digna.
Los ejecutaron, pese a que las autoridades responsables en la negociación los engañaron, asegurándoles que no les ocurriría absolutamente nada si se entregaban, especialmente al existir el atenuante de que no habían dañado a ninguno de los pasajeros. Tras un juicio sumario, fueron fusilados. Esta es la historia en su versión más breve.
Recuerdo que, entre los primeros post de este blog, expresé que sería una vergüenza para cualquiera ─sobre todo, si se trataba de un intelectual de renombre, en este caso de un buen poeta─ mancharse las manos con sangre inocente. Lo dije cuando, quien redacta este post, no era perseguido por la policía política, o al menos, no del modo tan evidente como lo harían después. El escritor en cuestión es Roberto Fernández Retamar, que formaba entonces parte del Consejo de Estado, y que tuvo que confirmar la sentencia, plasmar su nombre apoyando aquella ejecución, pues así lo estatuyen las leyes del régimen. Dije en esa oportunidad ─y lo sostengo hoy más─, que él no necesitaba haberse ensuciado sus manos con sangre, cuando su deber era hacerlo con tinta. Sostuve entonces que también Retamar había sido sacrificado por la dictadura; que aquella era una manera de obligarlo a ser parte del crimen, para que luego callara.

No quería compartir con asesinos
Se sabe de intelectuales que han vendido sus almas al diablo. Ese es el caso de Retamar. Y quizá lo que no supieron quienes leyeron aquel primer post, fue que expresé mis críticas con dolor, porque una vez me dijo que, desde hacía años, heredaba las amistades de sus hijas, y que me consideraba su amigo. Pero, una vez que publiqué en mi blog lo que pensaba al respecto, fui tachado de la lista de “bienvenidos” a sus fiestas familiares, algo que acepté con orgullo porque no quería compartir con asesinos.
A su vez, cuando en la UNEAC comenzaron a recoger aquellas firmas de apoyo al fusilamiento, como suele suceder ante esos llamados oficialistas, muchos, casi la mayoría, fueron a estampar su nombre en aquel cobarde documento, aunque luego, en la sala de mi casa, dijeran que no deseaban firmar, pero que el miedo a que “nos enseñen los instrumentos” (el modo en que estos “intelectuales” se refieren en silencio a la represión oficial), los inducía a traicionar sus pensamientos, sus verdaderos credos. Negarse a estampar su firma de apoyo a tan sádico crimen era, para ellos, algo similar al suicidio. Por mi parte, es obvio, cuando me hicieron la respectiva llamada desde la oficina de la Asociación de Escritores solicitando mi firma, dije que me negaba y recuerdo que la funcionaria escuchó en total silencio mi desacato a la dictadura, seguro que para informarlo después; o, al menos, para no verse involucrada en mi diatriba en caso de ser escuchada.
Todos los que conocemos a Laidi Fernández de Juan, sabemos que idolatra a su padre, como corresponde hacer a los buenos hijos, por supuesto, y en este caso, a partir de que publicara yo dicho post criticando a su padre, comenzó desde su pináculo oficialista una persecución implacable contra mi persona. Se olvidó de los cumpleaños sorpresivos que me dedicó, de sus cartas de amor por el correo Cubarte ─antes de que me lo clausuraran─, de sus dedicatorias en los libros en las cuales me exaltaba como uno “de los pocos caballeros que conoce”, entre otros lances que “no quiero decir, por hombre, las cosas que ella me dijo. La luz del entendimiento me hace ser muy comedido”, cuando quiso que la llevara al río.
Lo cierto es que, como la dama soez que hoy encarna ─y quienes la conocen me darán la razón, pues saben que fuma, bebe y dice palabrotas como un arriero─, trepadora del oficialismo y ventajista que siempre ha sido, comenzó su labor de sátrapa en mi contra, en contubernio con la Seguridad del Estado, Abel Prieto y Retamar, quienes fueron en mi caza y esperaron el mejor momento. Querían más sangre, la mía ─en alguna parte leí que, una vez que se prueba, se sufre un síndrome de vampirismo, e imaginé a Retamar deleitándose con la mía─. Pero más allá de cualquiera de mis imaginaciones, ese absurdo proceso me hace recordar siempre las acusaciones y persecuciones contra Hannah Arendt, cuando cuestionó el papel de los “consejos judíos” en el holocausto. Y, como ha he dicho, Laidi Fernández comenzó a intrigar en mi contra. Y, junto a ella, hasta los amigos y conocidos, temerosos, pues por salvar sus traseros o hacerle la corte al régimen, son capaces de denunciar a sus propias madres.

Un acto cínico de aquellas “Damas de la UNEAC”
A los pocos días de que la dictadura me llevara a prisión, ya tenían previsto un “Encuentro contra la Violencia de Género”, que estaba ubicado en el mejor lugar del guión: una vez que terminó la Feria Internacional del Libro en La Habana y partieron los extranjeros, me citaron para que ingresara en prisión, y justo en ese momento, cuando comenzara la protesta internacional contra mi encarcelamiento, salían aquellas “Damas de la UNEAC”, como se les llamó, recogiendo firmas para apuntalar esta injusticia perpetrada por el régimen.
El clan de los Retamar, como he denunciado en ocasiones anteriores, fue el gran promulgador de aquella recogida de firmas en mi contra. El viejo, instigó en los predios de la Casa de las Américas, donde funge como Director vitalicio, ─algo tiene que cobrar por ensuciarse las manos, además de estar emulando con los Castro, como si fuera una apuesta de quién dura más en sus poderes. También es sabido que usó a esa institución cultural para convencer a algunos intelectuales extranjeros, que sí se dejaron engañar y los acompañaron en aquella campaña injusta, pese a que en internet estaban (colgadas en mi blog y circulando en cientos de sitios webs y medios sociales) todas las pruebas de mi inocencia.
Y hubo también, triste es decirlo, personas que firmaron sin conocer nada sobre el asunto, y siguiendo ciegamente solo el rumor de la oficialidad, que en realidad a cualquier costo político necesitaba acallar mi voz luego de las dos Cartas Abiertas que escribí al dictador Raúl Castro, y de mis acciones públicas en defensa de los derechos y libertades que deberíamos tener según se establece en la Carta Magna de Derechos Humanos de la ONU.
Esas “Damas” eran mujeres que nunca han condenado las golpizas salvajes que asestan los órganos represivos de la dictadura a las Damas de Blanco, pero el colmo es que tampoco defendieron a Ana Luisa Rubio, cuando fue golpeada salvajemente y sus fotos con el rostro desfigurado fueron exhibidas en todas la redes del mundo, incluyendo la cubana: no se conmovieron ni siquiera porque era miembro del gremio al ser una actriz popularmente conocida. Volvieron a callar, en un acto de vergonzoso cinismo, porque para ellas los abusos del gobierno no son violaciones. Ellas solo funcionan cuando la dictadura le da luz verde, como animales amaestrados para agredir al recibir la orden de atacar.

Las fullerías de papá Retamar
También son públicamente conocidos los miedos del viejo lobo cuando Fidel Castro lo mandaba a citar para que acudiera a Palacio. Dicen que Retamar se enfermaba del estómago. No era para menos, seguro temeroso de que el tirano hubiera decidido infringirle algún castigo. Estoy seguro de que la vida y la historia le pasará la cuenta al poeta, sobre todo por su cobardía, que es su gran enfermedad; la misma enfermedad de todos aquellos que se alían al poder para salvaguardar sus traseros.
Alguien me comentó hace pocos días que había visto en la calle a Laidi Fernández y que cierta maldad se le estaba reflejando ya en el rostro, al punto de parecer una bruja. Ese, estoy seguro es el resultado devastador del peso de conciencia, en caso de poseerla, por todos los planes sucios que se cocinan en su casa.
También puede ser consecuencia de saberse una escritora inflada, inventada, pues ha ganado los premios literarios que ostenta en su currículum únicamente por la presión de su padre a los jurados. Eso es conocido públicamente por el gremio de escritores. Y todos aquellos que han participado junto a ella en esos concursos, lo sufrieron, aunque prefieran callarlo porque sería enfrentar a todo el poder de ese apellido y la oficialidad que representan y ejercen. Además de las presiones de su padre para que su Laidi fuera aceptada en los medios culturales cubanos, a la oficialidad le convenía la cuota de cobardía que llevan en sangre, pues inferían que sería una aliada más para sus actos ruines, como efectivamente luego ha sido. Pero si ella tiene algún talento es el de conseguirse algunos beneficios extra, brincando de cama en cama de funcionarios y de cuanta persona con poder se le pare delante, si ese poder le interesa a ella para su autopromoción.

Retamarismos, pero esta vez no de sangre, sino de excreta
Conozco una anécdota convincente, contada en primera persona. Alguien que aún trabaja en la Casa de las Américas hizo una antología de mujeres que escribían el género de cuento. Y, cuando se supo la noticia, fue convocado a la oficina de Retamar. El crítico, sin saber de qué se trataba aquella convocatoria, acudió presuroso pues de todas maneras era su jefe y fue recibido por la secretaria. Apenas segundos después, se vio, intrigado, frente al Director.
─Me han dicho ─comenzó Retamar─ que estás preparando una antología de mujeres narradoras.
El hombre movió la cabeza, confirmando, aún extrañado, pues no tenía la más remota idea del interés de su jefe.
─También me han dicho que usted no escogió ningún cuento de Laidi ─dijo, con cierta suspicacia─. En cambio, sí seleccionó un cuento de la escritora Mylene Fernández ─y lo miró con arrogancia─; ellas son muy amigas, ¿sabe?
El antologador no entendía qué estaba sucediendo. De hecho, no sabía quién era la tal “Laidi” que a la sazón Retamar mencionaba, pues recuerden que en el inicio de su “carrera literaria” utilizaba su verdadero nombre: Adelaida.
─Pues mi hija no tendrá ningún inconveniente ─le hizo saber Retamar con la mayor autoridad─ en que usted sustituya el cuento de MYlene y ponga el suyo… Ni Mylene tampoco, se lo aseguro; son muy amigas, ya le dije.
Me contó el antologador que, de inmediato, a su cabeza llegó, silenciosa, una pregunta: en aquellas condiciones ¿continuaba su interés por seguir laborando en la Casa de las Américas?, y se respondió que sí, con lo cual sólo le quedaba un camino: remplazar los cuentos o pedir la baja de la institución.
Todo terminó con un movimiento afirmativo de cabeza y se retiró. Y así fue que apareció un cuento de Laidi Fernández en aquella antología.
Pero esto es solo una de las tantas maniobras de papá Retamar para que reconozcan a su niña. Nadie olvida tampoco lo ocurrido en el concurso David y el disgusto entre los participantes, cuando en realidad el premio, según la calidad del libro, lo merecía Michel Perdomo, que luego descubrió que su libro ni siquiera había sido leído por el jurado amigo del viejo poeta. Esa vez, por suerte, no le admitieron sus fullerías para potenciar a su Laidi.

El silencio de los corderos
El viejo poeta no fue capaz de protestar ante los otros miembros del Consejo de Estado, al que pertenecía, y no se negó a estampar su firma de muerte para aquellos jóvenes que merecían vivir, que eran hijos de otras madres y padres que luego sufrieron y padecen hasta lo indecible aquel horrible acto. Manchó así su imagen para la posteridad. En lo particular, no creo que unos buenos versos borren el color de la sangre.
No hay que olvidar que cuando unos vándalos agredieron a su hijo en la barriada de El Vedado, donde viven, Laidi se olvidó de los lazos de intereses que la unen a la dictadura y saltó como una loba escribiendo una declaración de ataque al sistema que hizo pública sabiendo que su sangre es intocable. Como ya es costumbre, la gente apoya al totalitarismo mientras no se siente perjudicado directamente, sin importarle que otros sí lo sean. Pero luego, a los dos días, cuando bajó el nivel de enervación y lo releyó, pues ya los funcionarios que ella bien conocía le habían conversado al respecto sobre su mala decisión de criticar al Estado, rescribió el texto para aflojarlo, y volvió a publicarlo con la nueva versión.
Esta es la calidad de mis enemigos. Estos son los sabuesos de la tiranía que me tocaron. Cubiertos de bajeza, de falta de amor propio que presionaron cuanto y a cuantos pudieron por dañarme. Solo por expresar mi pena ajena con la poesía de Retamar, al caer sobre un artista la culpa de haberse cubierto las manos, y el alma, de sangre joven e inocente.

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