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sábado, 28 de enero de 2012

En el natalicio de un hombre sincero



Yo soy un hombre sincero
de donde crece la palma
y antes de morirme quiero
echar mis versos del alma.

Yo vengo de todas partes,
y hacia todas partes voy:
arte soy entre las artes,
y en los montes, monte soy.

Yo sé los nombres extraños
de las yerbas y las flores,
y de mortales engaños,
y de sublimes dolores.

Yo he visto en la noche oscura
llover sobre mi cabeza,
los rayos de lumbre pura
de la divina belleza.

Alas nacer vi en los hombros
de las mujeres hermosas,
y salir de los escombros
volando las mariposas.

He visto vivir a un hombre
con el puñal al costado,
sin decir jamás el nombre
de aquella que lo ha matado.

Rápida, como en un reflejo,
dos veces vi el alma, dos:
cuando murió el pobre viejo,
cuando ella me dijo adiós.

Temble una vez- en la reja,
a la entrada de la viña-
cuando la bárbara abeja
picó en la frente a mi niña.

Gocé una vez, de tal suerte
que gocé  cual nunca:-cuando
la sentencia de mi muerte
leyó el alcaide llorando.

Oigo un suspiro, a través
de la tierra y la mar,
y no es un suspiro,-es
que mi hijo va a despertar.

Si dicen que del joyero
tome la joya mejor,
tomo a un amigo sincero
y pongo a un lado el amor.

Yo he visto al águila herida
volar al azul sereno,
y morir en su guarida
la víbora del veneno.

Yo sé bien que cuando el mundo
cede, lívido, al descanso,
sobre el silencio profundo
murmura el arroyo manso.

Yo he puesto la mano osada,
de horror y júbilo yerta,
sobre la estrella apagada
que cayó frente a mi puerta.

Oculto en mi pecho bravo
la pena que me lo hiere:
el hijo de un pueblo esclavo,
vive por él, calla y muere.

Todo es hermoso y constante,
todo es música y razón,
y todo como el diamante
antes que luz es carbón.

Yo sé que al necio se entierra
con gran lujo y con gran llanto,-
y que no hay fruta en la tierra
como la del camposanto.

Callo, y entiendo y me quito
la pompa del rimador:
cuelgo de un árbol marchito
mi muceta de doctor.
José Martí.

jueves, 27 de enero de 2011

Homenaje al maestro en su natalicio.



He seleccionado para hoy, 28 de enero del 2011,158 aniversario del natalicio de José Martí, este poema revelador del concepto martiano sobre la poesía y sus nexos con ella.

MI POESÍA

Muy fiera y caprichosa es la Poesía,
a decírselo vengo al pueblo honrado:
La denuncio por fiera. Yo la sirvo
con toda honestidad: no la maltrato;
no la llamo a deshora cuando duerme,
quieta, soñando, de mi amor cansada,
pidiendo para mí fuerzas al cielo;
no la pinto de gualda y amaranto
como aquesos poetas; no le estrujo
en un talle de hierro el franco seno;
y el cabello dorado, suelto al aire,
ni con cintas retóricas le cojo.
No, no la pongo en lindas vasijas
que morirían; sino la vierto al mundo
a que cree y fecunde, y ruede y crezca
libre cual las semillas por el viento.
Eso sí: cuido mucho de que sea
claro el aire en su torno; musicales,
—puro su lecho y limpio surtido—
los rasos que la amparan en el sueño,

Y limpios y aromados sus vestidos.
Cuando va a la ciudad, mi Poesía
me vuelve herida toda, el ojo seco
y como de enajenado, las mejillas
como hundidas, de asombro: los dos labios
gruesos, blandos, manchados; una que otra
luta de cieno — en ambas manos puras
y el corazón, por bajo el pecho roto
como un cesto de ortigas encendido.
Así de la ciudad me vuelve siempre;
más con el aire de los campos cura
bajo del cielo en la serena noche
un bálsamo que cierra las heridas.
¡Arriba, oh corazón!: ¿Quién dijo muerte?

Yo protesto que mimo a mi Poesía;
jamás en sus vagares la interrumpo,
ni de su ausencia larga me impaciento.
¡Viene a veces terrible! ¡Ase mi mano,
encendido carbón me pone en ella
y cual por sobre montes me la empuja!
Otras ¡muy pocas! viene amable y buena,
y me amansa el cabello; y me conversa
del dulce amor, ¡y me convida a un baño!
Tenemos ella y yo, cierto recodo
púdico en lo más hondo de mi pecho:
¡Envuelto en olorosa enredadera!—
Digo que no la fuerzo, y jamás la adorno,
y sé adornar; jamás la solicito,
aunque en tremendas sombras suelo a veces
esperarla, llorando, de rodillas.
Ella ¡oh coqueta grande! en mi nube
airada entra, la faz sobre ambas manos
mirando como crecen las estrellas.

Luego, con paso de ala, envuelta en polvo
de oro, baja hasta mí, resplandeciente.
¿Viome un día infausto, rebuscando necio,
perlas, zafiros, ónices, cruces
para ornarle la túnica a su vuelta?
Ya de un lado, piedras tenía
cruces y acicaladas en hilera,
octavas de claveles, cuartetines
de flores campesinas; tríos, dúos
de ardiente licor y pálida azucena.
¡Qué guirnaldas de décimas! ¡qué flecos
de sonoras quintillas! ¡qué ribetes
de pálido romance! ¡qué lujosos
broches de rima rara! ¡qué repuesto
de mil consonantes serviciales
para ocultar con juicio las junturas;
Obra, en fin, de suprema joyería!—
Más de pronto una lumbre silenciosa
brilla; las piedras todas palidecen,
como muertas, las flores caen en tierra
lívidas, sin colores: ¡es que bajaba
de ver nacer los astros mi Poesía!—
Como una cesta de caretas rotas
eché a un lado mis versos. Digo al pueblo
que me tiene oprimido mi Poesía;
yo en todo la obedezco: apenas siento,
por cierta voz del aire que conozco,
su próxima llegada, pongo en fiesta
cráneo y pecho; levántanse en la mente,
alados, los corceles; por las venas
la sangre ardiente al paso se dispone;
¡El aire limpio, alejo los invitados,
muevo el olvido generoso, y barro
de mí las impurezas de la tierra!
¡No es más pura que mi alma la paloma
Virgen que llama a su primer amigo!
Baja; vierte en mi mano unas extrañas
flores que el cielo da, flores que queman;—
como de un mar que sube, sufre el pecho,
Y a la divina voz, la idea dormida,
royendo con dolor la carne tersa
busca, como la lava, su camino:
de hondas grietas el agujero luego queda,
como la falda de un volcán cruzado;
precio fatal de los amores con el cielo.
Yo en todo la obedezco: yo no esquivo
estos padecimientos, yo le cubro
de unos besos que lloran, sus dos blancas
manos que así me acabarán la vida.
Yo ¡qué más! cual de un crimen ignorado
sufro, cuando no viene: yo no tengo
otro amor en el mundo ¡oh mi Poesía!
¡Como sobre la pampa el viento negro
cae sobre mí tu enojo!
a mí, que te respeto.
De su altivez me quejo al pueblo honrado:
de su soberbia femenil. No sufre.
Espera. No perdona. Brilla, y quiere
que con el limpio brillo del acero
ya el verso al mundo cabalgando salga;
¡tal, una loca de pudor, apenas
un minuto al artista el cuerpo ofrece
para que esculpa en mármol su hermosura!—
¡Vuelan las flores que del cielo bajan,
vuelan, como irritadas mariposas,
para jamás volver, las crueles vuelan...
José Martí

jueves, 28 de enero de 2010

Quiero rendirle homenaje...

Quiero rendirle homenaje hoy, 28 de enero del 2010, 157 aniversario de su nacimiento, a ese hombre extraordinario llamado José Julián Martí Pérez: poeta, orador, periodista, escritor, patriota, ideólogo y organizador de la guerra de 1895, guerra necesaria para la independencia de Cuba.
José Martí, prócer, guía, maestro, pero, sobre todo, un hombre con una capacidad excepcional para amar, sufrir y luchar por un ideal: la libertad de Cuba, la patria sangrante, en aquel entonces colonia de España, que una vez libre, debía ser la patria construida por todos, con todos y para el bien de todos los cubanos. Una patria sin odios, sin discriminacion, sin resentimientos, levantada sobre los escombros y gobernada con leyes propias resultantes y acordes con las características del pais, leyes basadas en el respeto a la dignidad plena del hombre, en sus derechos y deberes ciudadanos como parte de una república libre, en una sociedad democrática. Sueños martianos que todavía no se han hecho realidad para el sufrido pueblo cubano.
En Cuba, de una forma u otra, por razones políticas o tal vez por un exceso de nacionalismo, en la primera mitad del siglo XX se sobre dimensionó, a través de la prensa, la radio, la comunicación oral directa, etc, la figura de José Martí de tal modo que el pueblo llegó a considerarlo un ser extraterrenal, apostólico, místico, ideal, perfecto. Un José Martí muy lejos del ser humano, que con sus virtudes y defectos, puso su vida en función del bien común de la patria, pero que como ser humano al fin, no era perfecto ni mucho menos tenía en sus manos la verdad absoluta sobre cómo enfrentarse a la nueva realidad cubana del naciente siglo XX (que no conoció por morir prematuramente en combate) y sobre ella construir lo que tanto soñó.
A pesar de las constantes tergiversaciones y sobre valoraciones a conveniencias, vale aclarar que Martí tuvo una gran visión sobre los principales problemas de Cuba, y sobre el mundo en general, en el momento histórico que le tocó vivir. Su pensamiento revolucionario, transformador, está impregnado de un notable carácter humanista, democrático, algo superior al de muchos pensadores y figuras públicas de su época. En el caso de Cuba, sus aportes a la guerra inevitable y necesaria, la cual organizó con extraordinario esfuerzo desde el exilio renunciando a la satisfaccion de sus propias necesidades individuales, son de un valor extraordinario, sobre todo porque logró, a pesar de las diferencias, la reconciliación y unión de los principales líderes de la guerra y la unión y cooperación entre los cubanos, fundamentalmente en el exilio, independientemente del estatus social de los mismos, para la lucha definitiva por la libertad de Cuba.
La mistificación y mitificación de Martí como el apóstol de Cuba fue utilizada por todos los politiqueros de turno en las primeras décadas del siglo pasado, pero, sin lugar a dudas, quienes con mayor cinismo han usado (y se han escudado tras ella para sus fines y ansias de poder) la figura de José Martí tergiversándola en todos los sentidos, son Fidel Castro, su élite moncadista y sus lacayos.
Cinismo y vil miseria humana caracterizan al que osó llamarle a José Martí "autor intelectual "del asalto al cuartel Moncada el 26 de Julio de 1953. Cruel, cínica y despiadada es la forma en que el gobierno totalitarista de la dinastía castrista sigue usando y desvirtuando la esencia del pensamiento martiano, que nada tiene que ver con la ideología ni con la metodología fidelista-comunista, ni con el sistema político impuesto en nuestro país en contra de la voluntad de una buena parte de la población cubana.
Martí luchó por la libertad de Cuba como un medio necesario para la creación de una patria soberana, democrática, construida por todos, con todos y para el bien de todos los cubanos. Una patria incluyente, no excluyente, una patria solidaria, americanista, pero no guerrerista, ni mucho menos injerencista en los asuntos internos de otros países, como es el caso de la dictadura castrista que ha extendido sus tentáculos por toda América Latina y otras partes del mundo, incluyendo a Estados Unidos. Tentáculos que están sembrando odio, violencia, injusticia, corrupción... Basta con mirar el panorama venezolano y profundizar en su crisis actual para entender lo que significa esa intromisión castrista en América Latina y su afán de imponer el socialismo del siglo XXI enarbolando consignas populistas en nombre de próceres de la talla de José Martí, Simón Bolivar, Antonio José de Sucre, José de San Martín, y otros.
Por eso, en su aniversario 157, he querido publicar estas breves notas para dejar bien claro que José Martí, desde mi punto de vista, fue un hombre extraordiario pero por encima de todo un ser humano, lleno de amor, forjado en el sacrificio de toda una vida dedicada a una causa justa: la libertad de Cuba, no para el enriquecimiento personal de unos pocos ni para el ejercicio de un poder totalitarista creador de ruinas y esclavizador del pueblo cubano, sino para la creación de una república democrática, defensora de los derechos humanos universales a los que llamó: el culto a la dignidad plena del hombre, lo cual significa tambien el respeto de su condición humana y de sus deberes y derechos civiles en una patria levantada con todos, por todos y para el bien de todos los cubanos.
Para finalizar este post y a modo de tributo a nuestro José Martí, les propongo a mis lectores que lean :
Foto: Marti con los tabaqueros
cubanos de Tampa en 1893
Con todos y para el bien de todos
Discurso pronunciado por José Martí el 26 de noviembre de 1891 en Tampa, Florida, Estados Unidos

Cubanos:
Para Cuba que sufre, la primera palabra. De altar se ha de tomar a Cuba, para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal, para levantarnos sobre ella. Y ahora, después
de evocado su amadísimo nombre, derramaré la ternura de mi alma sobre estas manos generosas que ¡no a deshora por cierto! acuden a dármele fuerzas para la agonía de la edificación; ahora, puestos los ojos más arriba de nuestras cabezas y el corazón entero sacado de mí mismo, no daré gracias egoístas a los que creen ver en mí las virtudes que de mí y de cada cubano desean; ni al cordial Carbonell, ni al bravo Rivero, daré gracias por la hospitalidad magnífica de sus palabras, y el fuego de su cariño generoso; sino que todas las gracias de mi alma les daré, y en ellos a cuantos tienen aquí las manos puestas a la faena de fundar, por este pueblo de amor que han levantado cara a cara del dueño codicioso que nos acecha y nos divide; por este pueblo de virtud, en donde se prueba la fuerza libre de nuestra patria trabajadora; por este pueblo culto, con la mesa de pensar al lado de la de ganar el pan, y truenos de Mirabeau junto a artes de Roland, que es respuesta de sobra a los desdeñosos de este mundo; por este templo orlado de héroes, y alzado sobre corazones. Yo abrazo a todos los que saben amar. Yo traigo la estrella, y traigo la paloma, en mi corazón.
No nos reúne aquí, de puro esfuerzo y como a regañadientes, el respeto periódico a una idea de que no se puede abjurar sin deshonor; ni la respuesta siempre pronta, y a veces demasiado pronta, de los corazones patrios a un solicitante de fama, o a un alocado de poder, o a un héroe que no corona el ansia inoportuna de morir con el heroísmo superior de reprimirla, o a un menesteroso que bajo la capa de la patria anda sacando la mano limosnera. Ni el que viene se afeará jamás con la lisonja ni es este noble pueblo que lo reciba pueblo de gente servil y llevadiza. Se me hincha el pecho de orgullo, y amo aún más a mi patria desde ahora, y creo aún más desde ahora en su porvenir ordenado y sereno, en el porvenir, redimido del peligro grave de seguir a ciegas, en nombre de la libertad, a los que se valen del anhelo de ella para desviarla en beneficio propio; creo aún más en la república de ojos abiertos, ni insensata ni tímida, ni togada ni descuellada, ni sobreculta ni inculta, desde que veo, por los avisos sagrados del corazón, juntos en esta noche de fuerza y pensamiento, juntos para ahora y para después, juntos para mientras impere el patriotismo, a los cubanos que ponen su opinión franca y libre por sobre todas las cosas,-y a un cubano que se las respeta.
Porque si en las cosas de mi patria me fuera dado preferir un bien a todos los demás, un bien fundamental que de todos los del país fuera base y principio, y sin el que los demás bienes serían falaces e inseguros, ese sería el bien que yo prefiriera: yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre. En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre: envilece a los pueblos desde la cuna el hábito de recurrir a camarillas personales, fomentadas por un interés notorio o encubierto, para la defensa de las libertades: sáquese a lucir, y a incendiar las almas, y a vibrar como el rayo, a la verdad, y síganla, libres, los hombres honrados. Levántese por sobre todas las cosas esta tierna consideración, este viril tributo de cada cubano a otro. Ni misterios, ni calumnias, ni tesón en desacreditar, ni largas y astutas preparaciones para el día funesto de la ambición. O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercico íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre,-o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos. Para verdades trabajamos, y no para sueños. Para libertar a los cubanos trabajamos, y no para acorrararlos. ¡Para ajustar en la paz y en la equidad los intereses y derechos de los habitantes leales de Cuba trabajamos, y no para erigir, a la boca del continente, de la república, la mayordomía espantada de Veintimilla, o la hacienda sangrienta de Rosas, o el Paraguay lúgrube de Francia! ¡Mejor caer bajo los excesos del carácter imperfecto de nuestros compatriotas, que valerse del crédito adquirido con las armas de la guerra o las de la palabra que rebajarles el carácter! Este es mi único título a estos cariños, que han venido a tiempo a robustecer mis manos incansables en el servicio de la verdadera libertad. ¡Muérdanmelas los mismos a quienes anhelase yo levantar más, y ¡no miento! amaré la mordida, porque me viene de la furia de mi propia tierra, y porque por ella veré bravo y rebelde a un corazón cubano! ¡Unámonos, ante todo en esta fe; juntemos las manos, en prenda de esa decisión, donde todos las vean, y donde no se olvida sin castigo; cerrémosle el paso a la república que no venga preparada por medios dignos del decoro del hombre, para el bien y la prosperidad de todos los cubanos!¡De todos los cubanos! ¡Yo no sé qué misterio de ternura tiene esta dulcísima palabra, ni qué sabor tan puro sobre el de la palabra misma de hombre, que es ya tan bella, que si se la pronuncia como se debe, parece que es el aire como nimbo de oro, y es trono o cumbre de monte la naturaleza! ¡Se dice cubano, y una dulzura como de suave hermandad se esparce por nuestras entrañas, y se abre sola la caja de nuestros ahorros, y nos apretamos para hacer un puesto más en la mesa, y echa las alas el corazón enamorado para amparar al que nació en la misma tierra que nosotros, aunque el pecado lo trastorne, o la ignorancia lo extravíe, o la ira lo enfurezca, o lo ensangriente el crimen! ¡Como que unos brazos divinos que no vemos, nos aprietan a todos sobre un pecho en que todavía corre la sangre y se oye todavía sollozar el corazón! ¡Créese allá en nuestra patria, para darnos luego trabajo de piedad, créese, donde el dueño corrompido pudre cuanto mira, un alma cubana nueva, erizada y hostil, un alma hosca, distinta de aquella alma casera y magnánima de nuestros padres e hija natural de la miseria que ve triunfar al vicio impune, y de la cultura inútil, que sólo halla empleo en la contemplación sorda de sí misma! ¡Acá, donde vigilamos por los ausentes, donde reponemos la casa que allá se nos cae encima, donde creamos lo que ha de reemplazar a lo que allí se nos destruye, acá no hay palabra que se asemeje más a la luz del amanecer, ni consuelo que se entre con más dicha por nuestro corazón, que esta palabra inefable y ardiente de cubano!
¡Porque eso es esta ciudad; eso es la emigración cubana entera; eso es lo que venimos haciendo en estos años de trabajo sin ahorro, de familia sin gusto, de vida sin sabor, de muerte disimulada! ¡A la patria que allí se cae a pedazos y se ha quedado ciega de la podre, hay que llevar la patria piadosa y previsora que aquí se levanta! ¡A lo que queda de patria allí, mordido de todas partes por la gangrena que empieza a roer el corazón, hay que juntar la patria amiga donde hemos ido, acá en la soledad, acomodando el alma, con las manos firmes que pide el buen cariño, a las realidades todas, de afuera y de adentro, tan bien veladas allí en unos por la desesperación y en otros por el goce babilónico, que con ser grandes certezas y grandes esperanzas y grandes peligros, son, aun para los expertos, poco menos que desconocidas! ¿Pues qué saben allá de esta noche gloriosa de resurrección, de la fe determinada y metódica de nuestros espíritus, del acercamiento continuo y creciente de los cubanos de afuera, que los errores de los diez años y las veleidades naturales de Cuba, y otras causas maléficas no han logrado por fin dividir, sino allegar tan íntima y cariñosamente, que no se ve sino un águila que sube, y un sol que va naciendo, y un ejército que avanza? ¿Qué saben allá de estos tratos sutiles, que nadie prepara ni puede detener, entre el país desesperado y los emigrados que esperan? ¿Qué saben de este carácter nuestro fortalecido, de tierra en tierra, por la prueba cruenta y el ejercicio diario? ¿Qué saben del pueblo liberal, y fiero, y trabajador, que vamos a llevarles? ¿Qué sabe el que agoniza en la noche, del que le espera con los brazos abiertos en la aurora? Cargar barcos puede cualquier cargador; y poner mecha al cañón cualquier artillero puede; pero no ha sido esa tarea menor, y de mero resultado y oportunidad, la tarea única de nuestro deber, sino la de evitar las consecuencias dañinas, y acelerar las felices, de la guerra próxima, e inevitable,-e irla limpiando, como cabe en lo humano, del desamor y del descuido y de los celos que la pudiesen poner donde sin necesidad ni excusa nos pusieron la anterior, y disciplinar nuestras almas libres en el conocimiento y orden de los elementos reales de nuestro país, y en el trabajo que es el aire y el sol de la libertad, para que quepan en ella sin peligro, junto a las fuerzas creadoras de una situación nueva, aquellos residuos inevitables de las crisis revueltas que son necesarias para constituirlas. ¡Y las manos nos dolerán más de una vez en la faena sublime, pero los muertos están mandando, y aconsejando, y vigilando, y los vivos los oyen, y los obedecen, y se oye en el viento ruido de ayudantes que pasan llevando órdenes, y de pabellones que se despliegan! ¡Unámonos, cubanos, en esta otra fe: con todos, y para todos: la guerra inevitable, de modo que la respete y la desee y la ayude la patria, y no nos la mate, en flor, por local o por personal o por incompleta, el enemigo: la revolución de justicia y de realidad para el reconocimiento y la práctica franca de las libertades verdaderas.
¡Ni los bravos de la guerra que me oyen tienen paces con estos análisis menudos de las cosas públicas, porque al entusiasta le parece crimen la tardanza misma de la sensatez en poner por obra el entusiasmo; ni nuestra mujer, que aquí oye atenta, sueña más que en volver a pisar la tierra propia, donde no ha de vivir su compañero, agrio como aquí vive y taciturno; ni el niño, hermano o hijo de mártires y de héroes, nutrido en sus leyendas, piensa en más que en lo hermoso de morir a caballo, peleando por el país, al pie de una palma!¡Es el sueño mío, es el sueño de todos; las palmas son novias que esperan: y hemos de poner la justicia tan alta como las palmas! Eso es lo que queríamos decir. A la guerra del arranque, que cayó en el desorden, ha de suceder, por insistencia de los males públicos, la guerra de la necesidad, que vendría floja y sin probabilidad de vencer, si no le diese su pujanza aquel amor inteligente y fuerte del derecho por donde las almas más ansiosas de él recogen de la sepultura el pabellón que dejaron caer, cansados del primer esfuerzo, los menos necesitados de justicia. Su derecho de hombres es lo que buscan los cubanos en su independencia; y la independencia se ha de buscar con alma entera de hombre. ¡Que Cuba, desolada, vuelve a nosotros los ojos! ¡Que los niños ensayan en los troncos de los caminos la fuerza de sus brazos nuevos! ¡Que las guerras estallan, cuando hay causas para ella, de la impaciencia de un valiente o de un grano de maíz! ¡Que el alma cubana se está poniendo en fila, y se ven ya, como al alba, las masas confusas! ¡Que el enemigo, menos sorprendido hoy, menos interesado, no tiene en la tierra los caudales que hubo de defender la vez pasada, ni hemos de entretenernos tanto como entonces en dimes y diretes de localidad, ni en competencias de mando, ni de envidias de pueblo, ni en esperanzas locas! ¡Que afuera tenemos el amor en el corazón, los ojos en la costa, la mano en la América, y el arma al cinto! ¿Pues quién no lee en el aire todo eso con letras de luz? Y con letras de luz se ha de leer que no buscamos, en este nuevo sacrificio, meras formas, ni la perpetuación del alma colonial en nuestra vida, con novedades de uniforme yanqui, sino la esencia y realidad de un país republicano nuestro, sin miedo canijo de unos a la expresión saludable de todas las ideas y el empleo honrado de todas las energías,-ni de parte de otros aquel robo al hombre que consiste en pretender imperar en nombre de la libertad por violencias en que se prescinde del derecho de los demás a las garantías y los métodos de ella. Por supuesto que se nos echarán atrás los petimetres de la política, que olvidan cómo es necesario contar con lo que no se puede suprimir,-y que se pondrá a refunfuñar el patriotismo de polvos de arroz, so pretexto de que los pueblos, en el sudor de la creación, no dan siempre olor de clavellina. ¿Y qué le hemos de hacer? ¡Sin los gusanos que fabrican la tierra no podrían hacerse palacios suntuosos! En la verdad hay que entrar con la camisa al codo, como entra en la res el carnicero. Todo lo verdadero es santo, aunque no huela a clavellina. ¡Todo tiene la entraña fea y sangrienta; es fango en las artesas el oro en que el artista talla luego sus joyas maravillosas; de lo fétido de la vida saca almíbar la fruta y colores la flor; nace el hombre del dolor y la tiniebla del seno maternal, y del alarido y el desgarramiento sublime; y las fuerzas magníficas y corrientes de fuego que en el horno del sol se precipitan y confunden, no parecen de lejos a los ojos humanos sino manchas! ¡Paso a los que no tienen miedo a la luz: caridad para los que tiemblan de sus rayos
Ni vería yo esa bandera con cariño, hecho como estoy a saber que lo más santo se toma como instrumento del interés por los triunfadores audaces de este mundo, si no creyera que en sus pliegues ha de venir la libertad entera, cuando el reconocimiento cordial del decoro de cada cubano, y de los modos equitativos de ajustar los conflictos de sus intereses, quite razón a aquellos consejeros de métodos confusos que sólo tienen de terribles lo que tiene de terca la pasión que se niega a reconocer cuanto hay en sus demandas de equitativo y justiciero. ¡Clávese la lengua del adulador popular, y cuélguese al viento como banderola de ignominia, donde sea castigo de los que adelantan sus ambiciones azuzando en vano la pena de los que padecen, u ocultándoles verdades esenciales de su problema, o levantándoles la ira:-y al lado de la lengua de los aduladores, clávese la de los que se niegan a la justicia!¡La lengua del adulador se clave donde todos la vean,-y la de los que toman por pretexto las exageraciones a que tiene derecho la ignorancia, y que no puede acusar quien no ponga todos los medios de hacer cesar la ignorancia, para negarse a acatar lo que hay de dolor de hombre y de agonía sagrada en las exageraciones que es más cómodo excomulgar, de toga y birrete, que estudiar, lloroso el corazón, con el dolor humano hasta los codos! En el presidio de la vida es necesario poner, para que aprendan justicia, a los jueces de la vida. El que juzgue de todo, que lo conozca todo. No juzgue de prisa el de arriba, ni por un lado: no juzgue el de abajo por un lado ni de prisa. No censure el celoso el bienestar que envidia en secreto. ¡No desconozca el pudiente el poema conmovedor, y el sacrificio cruento, del que se tiene que cavar el pan que come; de su sufrida compañera, coronada de corona que el injusto no ve; de los hijos que no tienen lo que tienen los hijos de los otros por el mundo! ¡Valiera más que no se desplegara esa bandera de su mástil, si no hubiera de amparar por igual a todas las cabezas.
Muy mal conoce nuestra patria, la conoce muy mal, quien no sepa que hay en ella, como alma de lo presente y garantía de lo futuro, una enérgica suma de aquella libertad original que cría el hombre en sí, del jugo de la tierra y de las penas que ve, y de su idea propia y de su naturaleza altiva. Con esta libertad real y pujante, que sólo puede pecar por la falta de la cultura que es fácil poner en ella, han de contar más los políticos de carne y hueso que con esa libertad de aficionados que aprenden en los catecismos de Francia o de Inglaterra, los políticos de papel. Hombres somos, y no vamos a querer gobiernos de tijeras y de figurines, sino trabajo de nuestras cabezas, sacado del molde de nuestro país. Muy mal conoce a nuestro pueblo quien no observe en él como a la par de este ímpetu nativo que lo levanta para la guerra y no lo dejará dormir en la paz, se ha criado con la experiencia y el estudio, y cierta ciencia clara que da nuestra tierra hermosa, un cúmulo de fuerzas de orden, humanas y cultas,-una falange de inteligencias plenas, fecundadas por el amor al hombre, sin el cual la inteligencia no es más que azote y crimen,-una concordia tan íntima, venida del dolor común, entre los cubanos de derecho natural, sin historia y sin libros, y los cubanos que han puesto en el estudio la pasión que no podían poner en la elaboración de la patria nueva,-una hermandad tan ferviente entre los esclavos ínfimos de la vida y los esclavos de una tiranía aniquiladora,-que por este amor unánime y abrasante de justicia de los de un oficio y los de otro; por este ardor de humanidad igualmente sincero en los que llevan el cuello alto, porque tienen alta la nuca natural, y los que lo llevan bajo, porque la moda manda lucir el cuello hermoso; por esta patria vehemente en que se reúnen con iguales sueños, y con igual honradez, aquéllos a quienes pudiese divorciar el diverso estado de cultura-sujetará nuestra Cuba, libre en la armonía de la equidad, la mano de la colonia que no dejará a su hora de venírsenos encima, disfrazada con el guante de la república. ¡Y cuidado, cubanos, que hay guantes tan bien imitados que no se diferencian de la mano natural! A todo el que venga a pedir poder, cubanos, hay que decirle a la luz, donde se vea la mano bien: ¿mano o guante?-Pero no hay que temer en verdad, ni hay que regañar. Eso mismo que hemos de combatir, eso mismo nos es necesario. Tan necesario es a los pueblos lo que sujeta como lo que empuja: tan necesario es en la casa de familia el padre, siempre activo, como la madre, siempre temerosa. Hay política hombre y política mujer. ¿Locomotora con caldera que la haga andar, y sin freno que la detenga a tiempo? Es preciso, en cosas de pueblo, llevar el freno en una mano, y la caldera en la otra. Y por ahí padecen los pueblos: por el exceso de freno, y por el exceso de caldera.
¿A qué es, pues, a lo que habremos de temer? ¿Al decaimiento de nuestro entusiasmo, a lo ilusorio de nuestra fe, al poco número de los infatigables, al desorden de nuestras esperanzas? Pues miro yo a esta sala, y siento firme y estable la tierra bajo mis pies, y digo: ¡Mienten! Y miro a mi corazón, que no es más que un corazón cubano, y digo:-¡Mienten!¿Tendremos miedo a los hábitos de autoridad contraídos en la guerra, y en cierto modo ungidos por el desdén diario de la muerte? Pues no conozco yo lo que tiene de brava el alma cubana, y de sagaz y experimentado el juicio de Cuba, y lo que habrían de contar las autoridades viejas con las autoridades vírgenes, y aquel admirable concierto de pensamiento republicano y la acción heroica que honra, sin excepciones apenas, a los cubanos que cargaron armas; o, como que conozco todo eso, al que diga que de nuestros veteranos hay que esperar ese amor criminal de sí, ese postergamiento de la patria a su interés, esa traición inicua a su país, le digo:-¡Mienten!
¿O nos ha de echar atrás el miedo a las tribulaciones de la guerra, azuzado por gente impura que está a paga del gobierno español, el miedo a andar descalzo, que es un modo de andar ya muy común en Cuba, porque entre los ladrones y los que los ayudan, ya no tienen en Cuba zapatos sino los cómplices y los ladrones? -Pues como yo sé que el mismo que escribe un libro para atizarel miedo a la guerra, dijo en versos, muy buenos por cierto, que la jutía basta a todas las necesidades del campo en Cuba, y sé que Cuba está otra vez llena de jutías, me vuelvo a los que nos quieren asustar con el sacrificio mismo que apetecemos, y les digo:-¡Mienten!
¿Y temeremos a la nieve extranjera? Los que no saben bregar con sus manos en la vida, o miden el corazón de los demás por su corazón espantadizo, o creen que los pueblos son meros tableros de ajedrez, o están tan criados en la esclavitud que necesitan quien les sujete el estribo para salir de ella, esos buscarán en un pueblo de componentes extraños y hostiles la república que sólo asegura el bienestar cuando se le administra en acuerdo con el carácter propio, y de modo que se acendre y realce. A quien crea que falta a los cubanos coraje y capacidad para vivir por sí en la tierra creada por su valor, le decimos: ¡Mienten!
Y a los lindoros que desdeñan hoy esta revolución santa cuyos guías y mártires primeros fueron hombres nacidos en el mármol y seda de la fortuna, esta santa revolución que en el espacio más breve hermanó, por la virtud redentora de las guerras justas, al primogénito heróico y al campesino sin heredad, al dueño de hombres y a sus esclavos; a los olimpos de pisapapel, que bajan de la trípode calumniosa para preguntar aterrados, y ya con ánimos de sumisión, si ha puesto el pie en tierra este peleador o el otro, a fin de poner en paz el alma con quien puede mañana distribuir el poder; a los alzacolas que fomentan, a sabiendas, el engaño de los que creen que este magnífico movimiento de almas, esta idea encendida de la redención decorosa, este deseo triste y firme de la guerra inevitable, no es más que el tesón de un rezagado indómito, o la correría de un general sin empleo, o la algazara de los que no gozan de una riqueza que sólo se puede mantener por la complicidad con el deshonor o la amenaza de una turba obrera, con odio por corazón y papeluchos por sesos, que irá, como del cabestro, por donde la quiera llevar el primer ambicioso que la adule, o el primer déspota encubierto que le pase por los ojos la bandera,-a lindoros, o a olimpos, y a alzacolas, -les diremos:-¡Mienten¡ Esta es la turba obrera, el arca de nuestra alianza, el tahalí, bordado de mano de mujer, donde se ha guardado la espada de Cuba, el arenal redentor donde se edifica, y se perdona, y se prevé y se ama!
¡Basta, basta de meras palabras! Para lisonjearnos no estamos aquí, sino para palparnos los corazones, y ver que viven sanos, y que pueden; para irnos enseñando a los desesperanzados, a los desbandados, a los melancólicos, en nuestra fuerza de idea y de acción, en la virtud probada que asegura la dicha por venir, en nuestro tamaño real, que no es de presuntuoso, ni de teorizante, ni de salmodista, ni de melómano ni de cazanubes, ni de pordiosero. Ya somos uno, y podemos ir al fin: conocemos el mal, y veremos de no recaer; a puro amor y paciencia hemos congregado lo que quedó disperso, y convertido en orden entusiasta lo que era, después de la catástrofe, desconcierto receloso; hemos procurado la buena fe, y creemos haber logrado suprimir o reprimir los vicios que causaron nuestra derrota, y allegar con modos sinceros y para fin durable, los elementos conocidos o esbozados con cuya unión se puede llevar la guerra inminente al triunfo. ¡Ahora, a formar filas! ¡Con esperar, allá en lo hondo del alma, no se fundan pueblos! Delante de mí vuelvo a ver los pabellones, dando órdenes; y me parece que el mar que de allá viene, cargado de esperanza y de dolor, rompe la valla de la tierra ajena en que vivimos, y revienta contra esas puertas sus olas alborotadas... ¡Allá está, sofocada en los brazos que nos la estrujan y corrompen! ¡Allá está, herida en la frente, herida en el corazón, presidiendo, atada a la silla de tortura, el banquete donde las bocamangas de galón de oro ponen el vino del veneno en los labios de los hijos que se han olvidado de sus padres! ¡Y el padre murió cara a cara al alférez, y el hijo va, de brazo con el alférez, a pudrirse a la orgía! ¡Basta de meras palabras! De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno ni el malo. Allí está, de allí nos llama, se la oye gemir, nos la violan y nos la befan y nos la gangrenan a nuestros ojos, nos corrompen y nos despedazan a la madre de nuestro corazón! ¡Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla para la república verdadera; lo que por nuestra pasión, por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla; alcémonos para darles tumba a los héroes cuyo espíritu vaga por el mundo avergonzado y solitario; alcémonos para que algún día tengan tumba nuestros hijos! Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: ¡Con todos, y para el bien de todos!
José Martí