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viernes, 7 de octubre de 2011

"Cuba tiene la receta del desastre"

Enrique Krauze. (foto tomada de internet)

El historiador mexicano presenta en España su libro 'Redentores; Ideas y poder en América Latina'.

El historiador mexicano Enrique Krauze cree que los mayores desafíos de las democracias en Latinoamérica forman un triángulo: consolidar el Estado de derecho, persistir en la atención a los más necesitados y reformar las economías para que sean más competitivas.
Porque el futuro democrático en la región debe estar acompañado de "esa doble pero no imposible combinación de modernidad económica y vocación social", dijo hoy Krauze en una conversación con EFE.
Cuba, aseguró Krauze, "tiene la receta del desastre" porque "la vocación social está acompañada de una política económica de estatización y centralismo brutal y de abandono y persecución de la iniciativa privada".
El ensayista (Ciudad de México, 1947) es el autor del libro Redentores; Ideas y poder en América Latina, que sale a la venta hoy en España y en el que reúne el pensamiento político de una docena de intelectuales que se anticiparon en el tiempo al pensamiento revolucionario latinoamericano.
Enrique Krauze cree que esas condiciones de las que habla se dan en Brasil, donde "el éxito de un Gobierno de izquierda" ha estado acompañado de instituciones democráticas, de políticas económicas visionarias, responsables y agresivas, y de programas de apoyo social eficaces".
Sin embargo, el ensayista considera que ese triángulo de democracia política, modernidad económica y vocación social "no se cumple en Venezuela ni en Bolivia" porque sus gobiernos "desvirtúan las instituciones democráticas".
En el caso de Venezuela, "Chávez lleva a cabo una política económica tan ineficaz que ha tenido por cuarto año consecutivo la inflación más alta del continente, y el país -dice Krauze- vive la paradoja de ser el más rico del mundo en reservas de petróleo, pero tiene una deuda pública creciente y escasez de alimentos".
"Un caso en el que el triángulo mantiene cierto equilibrio, sin ser el extremo nicaragüense ni el boliviano y mucho menos el venezolano o el cubano" es Ecuador, aunque, según el ensayista, "el daño a uno de los tres vértices está "en la forma preocupante en que (el presidente, Rafael) Correa acosa a la libertad de expresión".
El escritor mexicano reitera su convencimiento de que en Latinoamérica "la salida" hacia el progreso político, que considera tan importante como el económico, está "en esa franja entre el liberalismo y la socialdemocracia".
Precisamente de Latinoamérica y de los "profetas" que han imaginado y teorizado sobre la redención de sus sociedades habla Kreuze en su libro y para ello echa mano de una docena de personajes influyentes del último siglo.
Como el cubano José Martí, el uruguayo José Enrique Rodó, el mexicano José Vasconcelos o el peruano José Carlos Mariátegui, cuatro "profetas laicos de un pensamiento revolucionario que, como el de otros muchos, se fue desarrollando con traducciones prácticas a la realidad" a lo largo del siglo veinte.
"Los guerrilleros o revolucionarios de la segunda mitad del siglo Veinte se inspiraban, a sabiendas o no, con las ideas de los pensadores de principios de siglo".
Krauze cita el ejemplo de Mariátegui, el profeta del indigenismo marxista que tuvo influencia directa sobre el Comandante Marcos, de modo que "se diría que (el revolucionario mexicano) llevó a cabo en el México de los años 90 el sueño de Mariátegui de los años veinte".
O el Ché Guevara y su "antiamericanismo cultural típico del cono sur latinoamericano", expuesto en la obra de Rodó.
Para Enrique Krauze, su compatriota Octavio Paz (1914-1998), testigo de la Revolución Mexicana (1910-1917) y del zapatismo que empezó en enero de 1994, es "el puente entre unos y otros", desde su acercamiento a las revoluciones y su "paulatino desencanto" con ellos, no sólo las latinoamericanas.
Los novelistas Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez también ocupan una parte de libro, como dos intelectuales que tuvieron simpatía en los años sesenta por la "fuerza redentora" de la revolución cubana.
Sin embargo, recuerda Krauze, Vargas Llosa, "como Octavio Paz", se decepcionó hasta convertirse en un crítico profundo de Fidel Castro, mientras que García Márquez "siguió siendo fiel al hombre fuerte y providencial, al caudillo que también fue su amigo".
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