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jueves, 6 de agosto de 2020

Carta de un escritor cubano al presidente Miguel Díaz-Canel

 

Por: Pedro Junco López

Señor presidente Diaz-Canel:

En su último discurso ante el Consejo de Ministros, televisado y expuesto en la Mesa Redonda, usted hace públicas las determinaciones tomadas al más alto nivel, considerando de antemano la aprobación del pueblo sin consultársele, poniendo en tela de juicio la popularidad de estas medidas.
Cierto es que los sistemas autocráticos son libres en el accionar de sus ordenanzas y que ya es costumbre atávica en los cubanos resignarse a acatar y obedecer los decretos estatales. Pero me sentí profundamente señalado cuando usted dijo –con otras palabras, desde luego, pues no tengo grabadora en mi casa– que los enemigos de la Revolución utilizan las redes sociales para mentir y confundir a la ciudadanía. Y es precisamente la palabra “enemigos” la que nos ha echado en el mismo saco a los que desean el derrocamiento del sistema que hoy nos dirige, junto a los ciudadanos cívicos que declaramos nuestra verdad y proponemos nuestras opiniones públicamente, por cualquier medio de expresión como reza en el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como instituye la nueva Carta Magna cubana y, sobre todo, como el Apóstol de nuestro país nos dejó por herencia: pensar y hablar sin hipocresía y trabajar para que nuestro gobierno sea bueno cuando consideramos que nuestro gobierno se equivoca.
Es lamentable que la situación económica de mi país, que es su país, haya colapsado y los haya obligado a tomar medidas que desde hace décadas todos sabemos constituyeron errores económicos garrafales, como la penalización del USD. Y más lamentable aún que se abran tiendas especializadas solo para quienes tengan divisas extranjeras, dando una bofetada humillante a la moneda salarial de todos los cubanos y ahora, hasta al injusto CUC, ayer equivalente del dólar y hoy tan segregado como el peso cubano tradicional.
Es lamentable, señor presidente, que lleguemos a tal extremo de abyección ciudadana y que usted nos tilde de enemigos cuando nosotros somos los verdaderos amigos de la Patria. Somos los que alertamos el cierre del turismo y de las escuelas y universidades al comienzo de la pandemia –reconocido, inclusive por el Primer Ministro–. Somos los que decimos hoy que abran la economía. Si existen enemigos de la Revolución, búsquelo entre los directivos de cuellos blancos, dirigentes militantes del Partido que se prestan a las menos pensadas ilegalidades, y castíguelos. Pero deje de perseguir a los productores: permita que el pescador, pesque; que el agricultor siembre, que el ganadero críe… Pero deje al pescador que venda libremente su producto del mar, que el cosechero se las ingenie y comercialice sus siembras sin que medie el Estado, que el campesino mate su res y la venda al precio que le venga en ganas y se la compre el que pueda; porque por muy injusto que parezca, mayor injusticia es venderle al proletariado en una moneda que no circula en Cuba y a la que solo quienes tienen apoyo desde el exterior, pueden adquirirla.
Lea con detenimiento este exergo del discurso de Ignacio Agramonte en la Universidad de la Habana hace 158 años:
“La administración que permite el franco desarrollo de la acción individual a la sombra de una bien entendida concentración del poder, es la más ocasionada a producir óptimos resultados, porque realiza una verdadera alianza del orden con la libertad.”
Únase a nosotros, señor Presidente. Escúchenos a todos por igual: a quienes le adulan, a quienes pretenden destruirlo y a los que nos rompemos la cabeza buscando una salida feliz a la crisis económica que nos envuelve. Y tome luego sabias decisiones.
Evite el presagio del poeta:
"…porque los pueblos que sufren
como la ortiga que llora
cuando de sufrir se aburren
echan veneno en las hojas."

 Mas información:

 https://www.cubanet.org/noticias/expulsan-de-la-uneac-a-escritor-cubano-que-critico-a-diaz-canel/?fbclid=IwAR3yMZgHMMTt7jE-Tc9vcS5dN1n0yJEaZsD0Yx


lunes, 10 de octubre de 2011

"Ser cultos para ser libres", como decía José Martí.

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TOTALITARISMOS

Robespierre, Lenin y los yihadistas

Por Mauricio Rojas

Pedro J. Ramírez ha escrito un extraordinario relato acerca de El primer naufragio, es decir, sobre el corto ensayo democrático francés que terminó despeñándose en las profundidades del totalitarismo en junio de 1793. El segundo gran naufragio ocurriría más de un siglo después, en aquella Rusia que en 1917 se deshizo del régimen autoritario de los zares para terminar dando paso a un totalitarismo terrorista que de lejos superaría al de Robespierre y sus jacobinos.
La diferencia más notable entre el régimen instaurado por Lenin y su antecedente francés no reside en las intenciones del primero de realizar un sueño utópico mediante el terror más despiadado, sino en su capacidad de mantenerse en el poder e instaurar no solo una dictadura totalitaria, también una sociedad totalitaria, que destruye sistemáticamente toda individualidad y toda sociedad civil independiente del control colectivo ejercido por el Estado. Los jacobinos detentarán el poder omnímodo apenas un año y pico, mientras que los bolcheviques crearán un régimen que perdurará más de siete décadas.
Este hecho diferencial tiene una explicación clave: la existencia de un tipo de partido político de nuevo cuño, conformado, según la expresión de Stalin, como una especie de "orden militar-religiosa", que exige de sus miembros una negación plena de su propia individualidad y una entrega absoluta al partido o movimiento, por el cual y del cual se vive. Comparados con los revolucionarios profesionales de Lenin, los jacobinos de Robespierre no eran más que un partido de diletantes unidos por su fervor mesiánico, pero sin la cohesión que dan años de formación ideológica revolucionaria, una férrea organización y un liderato vertical indisputado.
Esta fue la gran creación de Lenin y la llave de su éxito. Una vez hallado, otros, con coartadas ideológicas muy diversas, pudieron utilizar para sus fines este verdadero prototipo de la acción revolucionaria totalitaria. Vendrían muchos marxistas-leninistas, que alcanzarían el poder en una multitud de naciones, pero el discípulo más aventajado de Lenin no fue otro que Hitler, que provocó el tercer gran naufragio de una democracia naciente: el hundimiento de la República de Weimar ante el embate furioso del nazismo.
He dedicado mi nuevo libro, Lenin y el totalitarismo, a estudiar la historia de la creación de esta herramienta esencial del totalitarismo moderno. Se trata de una historia terrible pero aleccionadora: el relato de la transformación de idealistas convencidos en genocidas políticos sin escrúpulo alguno, capaces de sacrificar masivamente a los seres humanos para salvar a la humanidad.
La historia de esta creación siniestra comienza casi veinte años antes del golpe de estado que llevaría a los bolcheviques al poder en noviembre de 1917. Es la obra de un joven marxista exiliado por entonces en Siberia que buscaba la palanca revolucionaria que le permitiese mover al mundo. Su respuesta será la creación de lo que el mismo Lenin llamaría "una red de agentes" (agente era su palabra favorita, y muy precisa para describir a sus bolcheviques), conformada por "hombres que no consagren a la revolución sus tardes libres, sino toda su vida", como dice ya en el primer número de su periódico revolucionario, Iskra ("La chispa"), en diciembre de 1900. Estos agentes serían luego los famosos revolucionarios profesionales, los hombres-partido de la obra en que sintetiza su teoría del partido revolucionario: ¿Qué hacer? (marzo de 1902). Lenin define allí su misión y la clave de su futuro éxito con una frase célebre:
¡Dadnos una organización de revolucionarios y removeremos a Rusia en sus cimientos!
La respuesta de Lenin tuvo una inspiración directa en la historia del así llamado populismo ruso y sus organizaciones terroristas de la década de 1870. Esto lo dirá Lenin explícitamente en ¿Qué hacer? al aludir a "la magnífica organización que tenían los revolucionarios de la década del 70, y que debería servirnos a todos de modelo".
El modelo que Lenin tiene en mente es la organización Tierra y Libertad (Zemlya i Volya), creada en 1876. Avrahm Yarmolinski, en su magnífica obra sobre las corrientes revolucionarias rusas del siglo XIX (Road to Revolution), nos da la siguiente descripción del modelo organizativo y revolucionario del referido grupo:
Esta organización era en efecto un cuerpo de revolucionarios profesionales fuertemente unidos. Hombres y mujeres completamente dedicados, que no podían ser dueños de ninguna propiedad y estaban sometidos al control de la organización en sus asuntos personales, pero a los que no se les exigía que adoptasen las formas de vivir del pueblo.
He allí el modelo de Lenin, la organización centralizada de revolucionarios profesionales que no tienen otra vida que la del partido; hombres que, literalmente, son del partido y para los cuales no habrá nada ni nadie que sea superior a la famosa orden de partido. Se había encontrado así la célula esencial del cuerpo totalitario del futuro, su prototipo humano: una anticipación plena de la futura sociedad comunista, donde la propiedad privada no existe y la vida del individuo se subsume en la del colectivo.
Pero no es solo eso lo que Lenin aprenderá de los populistas de los años setenta. Como es bien sabido, las organizaciones populistas de entonces encontraron en los atentados terroristas un arma plenamente aceptada. Con otras palabras, todos los medios eran buenos para alcanzar el fin revolucionario. El usar uno u otro era solamente una cuestión práctica. Este punto de vista absolutamente carente de moral será plenamente adoptado por Lenin, que en el número primero de Iskra escribirá:
La socialdemocracia no se ata las manos, no limita sus actividades a un plan cualquiera previamente preparado o a un solo procedimiento de lucha política, sino que admite como buenos todos los procedimientos de lucha, siempre que correspondan a las fuerzas de que el partido dispone y faciliten el alcanzar los mejores resultados posibles, dadas unas determinadas condiciones.
Y por si alguna duda hubiese quedado acerca de que "todos los procedimientos de lucha" incluían el terrorismo, Lenin volverá, en el número cuarto de Iskra, sobre el tema:
En principio, nunca hemos rechazado, ni podemos rechazar, el terror. El terror es una de las formas de acción militar que puede ser perfectamente adecuada e incluso esencial en un momento definido de la batalla.
Ahora bien, la pieza clave de todo el plan organizativo de Lenin es el revolucionario profesional. Es el eslabón del que depende la fuerza de la cadena, de la "red de agentes". Lenin no deja la menor duda sobre sus intenciones:
La organización de los revolucionarios debe englobar ante todo y sobre todo a gentes cuya profesión sea la actividad revolucionaria (...). Hombres entregados profesionalmente a las actividades revolucionarias (...). Hombres que se consagren especial y enteramente a la acción socialdemócrata.
Esto es lo esencial para Lenin, el poder contar con hombres-partido, hombres que lleguen a ser, como expresaría Jan Valtin en su célebre autobiografía (La noche quedó atrás), "un pedazo del partido" y para los cuales el partido se transforme en "familia, escuela, iglesia, albergue", para decirlo con Ignazio Silone.
Robespierre no dispuso de nada parecido. Su partido fue sin duda algo único para su época, pero había un océano de distancia entre el partido leninista y la Société des Jacobins Amis de la Liberté et de L'égalité que se reunía en el Convento de los Jacobinos situado en la calle Saint Honoré de París. Su obra de terror fue por ello mismo relativamente efímera. De ese fracaso en hacer permanente el terror y construir una sociedad totalitaria aprendió Lenin. Por ello no tuvo duda en proclamarse jacobino, pero agregando a su jacobinismo la ligazón "indisoluble" al partido: "El jacobino, indisolublemente ligado a la organización del proletariado consciente de sus intereses de clase, es precisamente el socialdemócrata revolucionario" (cursivas de Lenin).
Hoy, tanto los jacobinos como los bolcheviques son historia y sangriento recuerdo. Pero la figura creada por ellos no ha desaparecido de ningún modo. Los yihadistas de nuestro presente viven en el mismo universo mental que impregnó a jacobinos, bolcheviques y nazis. Además, se definen literalmente como una "orden militar-religiosa", una vanguardia, como diría inspirándose en Lenin su principal teórico, el egipcio Sayid Qutb, que exige una entrega total de parte de sus militantes, su absoluto sometimiento al islam y su plena separación del mundo pagano y pervertido (el mundo de la yahiliya, o ignorancia de Dios, como dicen los islamistas) que los rodea. Así sería posible crear el prototipo de la Umma o comunidad islámica universal y total del futuro. Son los leninistas de hoy, los jacobinos de siempre. Probablemente no serán tampoco los últimos en encarnar los desvaríos de esa terrible bondad extrema que Robespierre, característicamente, llamó virtud.

MAURICIO ROJAS, escritor. Su próximo libro, Lenin y el totalitarismo, aparecerá en el sello Sepha en marzo de 2012. 
http://revista.libertaddigital.com/robespierre-lenin-y-los-yihadistas-1276239430.html

Nota:
Las semejanzas que el lector encuentre en lo expuesto anteriormente con el castro comunismo imperante en Cuba, no son por puras coincidencias.
Esperanza E Serrano