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domingo, 29 de noviembre de 2015
jueves, 26 de noviembre de 2015
El ocaso de la dinastía Bush
Alfredo Cepero. La Nueva Nación
Ha llegado la hora de que
Jeb y el resto de la dinastía Bush renuncien a futuros e inalcanzables sueños y confronten la realidad que tienen ante sus
ojos.
Jeb
Bush quiere desesperadamente ser presidente. El padre, la madre y el
hermano de Jeb quieren que éste sea presidente. La vieja guardia del
partido lo tiene como su candidato preferido y le ha proporcionado un
tesoro de campaña de 127 millones de dólares--103 del "superpac" y 24 en
donaciones directas--suficientes como para pulverizar a sus
adversarios en las primarias republicanas. En un principio pareció en
camino de ser coronado por su partido como lo ha sido Hilary Clinton por
los demócratas. Pero las cosas se le complicaron porque el huracán
político de este 2016 ha desafiado todos los vaticinios y
echado por el piso todos los pronósticos.
Después
de un presidente arrogante e inepto que ha hecho del
sarcasmo su arma preferida para insultar a sus adversarios y que ha
dividido a la sociedad norteamericana como ningún otro residente de la
Casa
Blanca, el pueblo ha perdido la paciencia y la confianza en los
políticos tradicionales. La hasta ahora "mayoría silenciosa" se ha
vuelto vociferante. La mayoría conservadora de este país ha decidido
arrancarle el poder a toda costa a la minoría de izquierda
que ha llevado a los Estados Unidos a la ruina económica y al
desprestigio internacional. No quieren diálogo sino confrontación,
no quieren negociadores sino vengadores. Y el traje de vengador le queda
grande a John Ellis "Jeb" Bush.
Al
igual que otros observadores del panorama político, pensé
en un principio que los principales obstáculos de Jeb para obtener la
postulación del partido eran su preferencia por el sistema
educativo del "common core" y su posición compasiva en asuntos de
inmigración. Pero, después de ver su pobre desempeño en
los debates y su forzada actuación en sus anuncios de campaña, he
concluido que el problema es el carácter y la personalidad del
propio Jeb. En los debates se le contempla incómodo y en los anuncios
parece ficticio cuando se quiere mostrar agresivo. Y eso no lo arreglan
ni los asesores más capacitados ni los millones de dólares para vender
su candidatura. Como diría mi abuelo, este caballo tiene
las patas "espiadas" y no hay jinete que lo pueda hacer cabalgar hasta
la victoria.
Ha llegado la hora de que
Jeb y el resto de la dinastía Bush renuncien a futuros e inalcanzables sueños y confronten la realidad que tienen ante sus
ojos. Tuvieron sus momentos de gloria y sirvieron al país con honestidad y
patriotismo pero se les pasó su cuarto de hora. Una retirada a tiempo preservaría su prestigio y pondría fin al ridículo
que ya están haciendo. Como ese de poner a un anciano depauperado a llorar en entrevistas televisivas. George
Herbert Walker Bush merece ser recordado como el hombre que organizó
una gran
coalición para liberar a Kuwait de las garras de Sadam Hussein y no como
una figura patética que no es la sombra de lo que fue.
Bárbara Bush debió haber aprendido de la forma en que Nancy Reagan
protegió a su "Roni" de miradas impertinentes cuando su marido
entró en la etapa final de su enfermedad.
Pero
el poder parece ser un virus que se
resiste a todo tipo de antibiótico. Por eso los Bush han sacado todos
sus cañones para lograr lo que sería un record digno del
libro de Guinness, con el padre y dos de sus hijos como presidentes del
país. En la historia de la democracia norteamericana solamente dos
familias, los Adams--John Adams y John Quincy Adams-- y los Bush--George
H.W. Bush y George W. Bush--han alcanzado el honor de que padre e hijo
fueran
presidentes de los Estados Unidos.
Esa
parece ser la razón por la
cual la dinastía Bush ha llegado al colmo de poner al patriarca a hacer
campaña. En su halagadora biografía "Destiny and Power",
el escritor Jon Meacham cita a Bush padre culpando a Donald Rumsfeld y a
Dick Cheney de los errores de George W. en la conducción de la guerra
de Irak. Un gesto fuera de carácter para un hombre moderado como Bush y
un esfuerzo desesperado por salvar del naufragio a la aspiración
presidencial de Jeb.
Por
otra parte, esta aspiración de
Jeb desafía tanto la lógica como la historia política de los Estados
Unidos. Resulta paradójico que en un país de
300 millones de habitantes no haya otro ciudadano con la capacidad para
ser presidente aún cuando no se apellide Bush. Además, tres
presidentes Bush en 27 años constituye, en el mejor de los casos, una
anomalía y, en el peor, una aberración. Jeb tendría
que dar razones muy sólidas para que los votantes norteamericanos
decidan perpetuar una dinastía que rompe las tradiciones
políticas del país y, en gran medida, niega esa virtud de la democracia
de la rotación periódica de los gobernantes. Hasta
ahora Jeb no ha sabido hacerlo y todo indica que no podrá hacerlo.
Las
encuestas, por otra parte, no dejan
lugar a dudas. En todos los sondeos a nivel nacional Jeb no ha logrado
jamás superar los números singulares, generalmente alrededor del
6 por ciento, que lo sitúan casi siempre en cuarto o quinto lugar entre
los aspirantes republicanos. Las encuestas sobre las primarias de New
Hampshire, donde tendrán lugar las segundas primarias republicanas, han
arrojado resultado devastadores. Jeb se encuentra en cuarto lugar, por
debajo de Trump, Carson y Marco Rubio, con el 9 por ciento de
aprobación. Todo esto a pesar de haber gastado 14 millones en anuncios
en ese
estado.
Sin
embargo, Jeb y la familia insisten en
el fracasado empeño. No han aprendido la lección de la vida de que,
sobre todo en política y en deportes, es tan importante saber
entrar como saber salir. Que retirarse con elegancia y en el momento
cumbre de la carrera preserva el legado y mantiene la dignidad. Pero,
como esos
boxeadores que insisten en subir al cuadrilátero cuando han mermado sus
energías, Jeb trató de minimizar las calificaciones de un
potente Marco Rubio e hizo el más soberano ridículo. Un ridículo que se
multiplicaría en proporciones geométricas
si llegara perder las primarias de la Florida, el estado donde realizó
una buena labor como gobernador.
Si
tuviera la oportunidad de hablarle a
los Bush les diría que, aunque les cueste reconocerlo, por su propio
bien y por el bien de la nación que han servido y amado, deben de
aceptar la realidad de que los nuevos tiempos y las nuevas
circunstancias los han convertido en una dinastía obsoleta.
11-23-2015
La Nueva Nación es una
publicación independiente cuyas metas son la defensa de la libertad, la preservación de la democracia y la promoción de la libre
empresa. Visítenos en : http://www.lanuevanacion.com
miércoles, 25 de noviembre de 2015
El fin de la revolución cubana
"Sálvese el que pueda" Esto se jodió”, es la expresión que más usan los cubanos para referirse a la gravísima situación en que se encuentra el país
LA HABANA, Cuba.- “El mundo, tal cual lo conocemos, muy pronto llegará a su fin”, esta es más o menos la traducción al español del parlamento de uno de los personajes de 2012, la famosa película de catastrofismo dirigida por Roland Emmerich. Thomas Wilson, presidente de los Estados Unidos en el filme, anuncia la noticia a sus homólogos de otras naciones que, de inmediato, vuelcan todos los recursos en el diseño de una vía de escape que solo admite a unos cuantos elegidos, es decir, a aquellos con suficiente poder y capital para comprar un cupo en una especie de bote salvavidas.
No hace mucho, un vecino, militante del Partido Comunista y ex
miembro de las Fuerzas Armadas, me comentaba que, al ver el filme,
aunque fantasioso en sus teorías y muy alejado de nuestro contexto, no
podía dejar de pensar que podía ser visto como una parábola de lo que
sucedía con eso que algunos aún se atreven a nombrar como “revolución
cubana” pero solo porque no encuentran otro nombre con el que bautizar
el engendro en que ha devenido ese proyecto social de los años 60 que,
mediante promesas, fintas y malabares, encandiló a algunos y encegueció a
multitudes.
Debido a la propia experiencia personal de mi vecino, el secretismo con que los “elegidos” manejaron la debacle en el filme le hacía pensar en una Cuba donde estuviera pasando algo parecido, no tanto por los pactos y conversaciones secretas de los últimos meses (con norteamericanos, rusos, chinos, coreanos del norte y europeos) ―que para nada son moda en nuestras relaciones internaciones―, sino más bien porque había asistido a un par de reuniones partidistas, muy confidenciales, donde algunos altos dirigentes habían hablado de la situación cubana actual con un tono que le “sonaba a fin del mundo”, muy similar al de Thomas Wilson y, en consecuencia, muy distante del entusiasmo que proyectan los medios de propaganda oficiales donde a los cubanos del futuro, es decir, aquellos elegidos que logren ponerse a resguardo y sobrevivan a las medidas de choque actuales, les espera un porvenir próspero y sostenible pero tan distante en el tiempo como el mismísimo Reino de los Cielos de las Sagradas Escrituras.
“Parece que ahora la cosa realmente no tiene remedio”, se lamentaba mi vecino para más tarde preguntarse: “¿Pero cómo se le dice al pueblo que esto ya no aguanta más?”. Una pregunta que, según la práctica habitual del gobierno, pudiera haber sido esta otra: “Y ahora, ¿qué más les inventamos?” O, peor aún, “¿cómo les decimos que no están incluidos en nuestros planes de salvación?”, lo que evidencia no solo la desfachatez de la aceptación del engaño colectivo como acción “benefactora” sino la desconexión de aquellos que integran la cúpula del poder con la realidad que conocen los cubanos.
La gente, en el día a día, ya no necesita de esclarecimientos; ha descubierto por sí misma que viven en un sálvese quien pueda y que la construcción del socialismo es solo otro globo inflado, por no decir una canción de cuna que provoca más desvelos que sueños porque solo hay que sentarse a la mesa perpetuamente desierta y tocarse los bolsillos vacíos para percatarse de que el país avanza cuesta abajo, con prisa y sin pausa, hacia el más despiadado de los sistemas sociales donde cada cual, con los recursos que tiene a mano y sin pensar en el bien común, se construye su propia balsa de salvamento o se dispone a dar brazadas y a patalear para mantenerse a flote hasta que pase lo peor.
“Esto se jodió”, es la expresión que más usan los cubanos (después de aquella otra, mucho más sonora, de “esto está de p…”) para referirse a la gravísima situación en la que se encuentra el país, a la que algunos analistas, engañados con la palabra “cambio”, quisieran llamar “camino a la transición” pero que los más lúcidos no titubean en denominar por su verdadero nombre: “final definitivo”, basados, sobre todo, en cientos de síntomas y datos alarmantes como el incremento del número de personas que han decidido emigrar a pesar de las promesas de mejoría, el aumento de las ideas y expresiones anexionistas entre los más jóvenes, el decrecimiento de la natalidad a causa de la incertidumbre, el inmovilismo social y la imagen negativa que proyectan el Partido Comunista, sus “cuadros de dirección” y las instituciones que ellos administran, todas secuestradas por la corrupción y devastadas por el pillaje.
“No están construyendo el socialismo, están diseñando una pequeña balsa de salvación donde solo caben unos pocos. A nosotros nos queda esperar por un milagro”, me dice con resignación este viejo vecino al que también le oigo calificar a los dirigentes, a los que tanta lealtad juró cuando era militar, como a unos grandes “infladores”: “Han inflado tantos globos para mantener esto a flote que nuestro escudo debería ser un gran zepelín y nuestro héroe nacional, Matías Pérez”.
Ernesto Pérez Chang
Ernesto Pérez Chang (El Cerro, La Habana, 15 de
junio de 1971).
Escritor.
Licenciado en Filología por la Universidad de La Habana.
Cursó estudios de Lengua y Cultura Gallegas en la Universidad de
Santiago de Compostela.
Ha publicado las novelas: Tus ojos frente a la nada están (2006) y
Alicia bajo su propia sombra (2012).
Es autor, además, de los libros de relatos: Últimas fotos de mamá
desnuda (2000); Los fantasmas de Sade (2002); Historias de seda (2003);
Variaciones para ágrafos (2007), El arte de morir a solas (2011) y Cien
cuentos letales (2014).
Su obra narrativa ha sido reconocida con los premios: David de Cuento,
de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en 1999; Premio de
Cuento de La Gaceta de Cuba, en dos ocasiones, 1998 y 2008; Premio
Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, en su primera convocatoria en
2002; Premio Nacional de la Crítica, en 2007; Premio Alejo Carpentier de
Cuento 2011, entre otros. Ha trabajado como editor para numerosas
instituciones culturales cubanas como la Casa de las Américas
(1997-2008), Editorial Arte y Literatura, el Centro de Investigaciones y
Desarrollo de la Música Cubana. Fue Jefe de Redacción de la revista
Unión (2008-2011).
Debido a la propia experiencia personal de mi vecino, el secretismo con que los “elegidos” manejaron la debacle en el filme le hacía pensar en una Cuba donde estuviera pasando algo parecido, no tanto por los pactos y conversaciones secretas de los últimos meses (con norteamericanos, rusos, chinos, coreanos del norte y europeos) ―que para nada son moda en nuestras relaciones internaciones―, sino más bien porque había asistido a un par de reuniones partidistas, muy confidenciales, donde algunos altos dirigentes habían hablado de la situación cubana actual con un tono que le “sonaba a fin del mundo”, muy similar al de Thomas Wilson y, en consecuencia, muy distante del entusiasmo que proyectan los medios de propaganda oficiales donde a los cubanos del futuro, es decir, aquellos elegidos que logren ponerse a resguardo y sobrevivan a las medidas de choque actuales, les espera un porvenir próspero y sostenible pero tan distante en el tiempo como el mismísimo Reino de los Cielos de las Sagradas Escrituras.
“Parece que ahora la cosa realmente no tiene remedio”, se lamentaba mi vecino para más tarde preguntarse: “¿Pero cómo se le dice al pueblo que esto ya no aguanta más?”. Una pregunta que, según la práctica habitual del gobierno, pudiera haber sido esta otra: “Y ahora, ¿qué más les inventamos?” O, peor aún, “¿cómo les decimos que no están incluidos en nuestros planes de salvación?”, lo que evidencia no solo la desfachatez de la aceptación del engaño colectivo como acción “benefactora” sino la desconexión de aquellos que integran la cúpula del poder con la realidad que conocen los cubanos.
La gente, en el día a día, ya no necesita de esclarecimientos; ha descubierto por sí misma que viven en un sálvese quien pueda y que la construcción del socialismo es solo otro globo inflado, por no decir una canción de cuna que provoca más desvelos que sueños porque solo hay que sentarse a la mesa perpetuamente desierta y tocarse los bolsillos vacíos para percatarse de que el país avanza cuesta abajo, con prisa y sin pausa, hacia el más despiadado de los sistemas sociales donde cada cual, con los recursos que tiene a mano y sin pensar en el bien común, se construye su propia balsa de salvamento o se dispone a dar brazadas y a patalear para mantenerse a flote hasta que pase lo peor.
“Esto se jodió”, es la expresión que más usan los cubanos (después de aquella otra, mucho más sonora, de “esto está de p…”) para referirse a la gravísima situación en la que se encuentra el país, a la que algunos analistas, engañados con la palabra “cambio”, quisieran llamar “camino a la transición” pero que los más lúcidos no titubean en denominar por su verdadero nombre: “final definitivo”, basados, sobre todo, en cientos de síntomas y datos alarmantes como el incremento del número de personas que han decidido emigrar a pesar de las promesas de mejoría, el aumento de las ideas y expresiones anexionistas entre los más jóvenes, el decrecimiento de la natalidad a causa de la incertidumbre, el inmovilismo social y la imagen negativa que proyectan el Partido Comunista, sus “cuadros de dirección” y las instituciones que ellos administran, todas secuestradas por la corrupción y devastadas por el pillaje.
“No están construyendo el socialismo, están diseñando una pequeña balsa de salvación donde solo caben unos pocos. A nosotros nos queda esperar por un milagro”, me dice con resignación este viejo vecino al que también le oigo calificar a los dirigentes, a los que tanta lealtad juró cuando era militar, como a unos grandes “infladores”: “Han inflado tantos globos para mantener esto a flote que nuestro escudo debería ser un gran zepelín y nuestro héroe nacional, Matías Pérez”.
Acerca del Autor
viernes, 20 de noviembre de 2015
Estados Unidos le otorga visa al grafitero cubano El Sexto
El gobierno de Estados Unidos cambio su decisión y otorgo visa al grafitero El Sexto después de habérsela negado inicialmente.
Según informó el grafitero a través de Facebook, los funcionarios le han explicado que la negación de la visa la semana pasada fue “por error”, que ya ha sido solventado.
El grafitero El Sexto estuvo preso durante varios meses por realizar burlas de Fidel y Raúl Castro.
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