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jueves, 17 de julio de 2014

La comparsa de los crédulos y de los apátridas



"La única fórmula digna de un pueblo que después de medio siglo sigue en pie de lucha es exigir la salida de los Castro y el castigo ejemplarizante de quienes han sido sus cómplices."
 
De un tiempo a esta parte se ha desatado, tanto dentro de la Isla como en el exilio, una erupción de frentes, foros y encuentros que dicen representar una alternativa moderada y pragmática a la brutal tiranía que nos ha oprimido por 55 años. Basan sus argumentos en la premisa de que la confrontación y la violencia no han logrado derrocar a la tiranía cubana. Según estos señores, como los cubanos no hemos sido capaces de derrocar a los tiranos por las "malas", nuestra única alternativa es que nos entendamos con ellos por las "buenas". De hecho, lo que proponen los promotores de esta comparsa del apaciguamiento es que confiemos en la comprensión y la compasión de una gente que se hizo del poder por la fuerza y que ha logrado mantenerlo por el asesinato y la violencia. Algo tan inaudito como pedirle a Satanás que nos dé la bendición y nos abra las puertas del cielo.
En un foro realizado recientemente en una universidad del sur de la Florida, sus promotores se refieren a los recientes cambios cosméticos de la tiranía como si fueran reales y "consideran apropiado y oportuno capitalizar y aprovechar esos cambios para fortalecer la incipiente sociedad civil cubana, impulsar mayores cambios y fortalecer el emergente sector privado. Para lograr esto, proponen flexibilizar las sanciones norteamericanas". Lo de "flexibilizar las sanciones" es una forma solapada de hacer causa común con los Castro en su desesperada aspiración de que le levanten el embargo con el mínimo de concesiones por parte del régimen.
Para despejar el enigma y desenredar el acertijo analicemos esta descabellada propuesta. Estos señores dicen que van a "capitalizar y aprovechar esos cambios". Se olvidan de que el objetivo de esos cambios ficticios no es otro que prolongar la tiranía y de que resulta irónico hablar de "capitalizar" en una sociedad cerrada donde los únicos "capitalistas" y mandamases son y han sido siempre los Castro y sus apandillados. Se refieren en el mismo párrafo a "fortalecer la incipiente sociedad civil cubana". En esa gigantesca cárcel la sociedad civil está integrada por ciudadanos presos de un régimen totalitario que monopoliza todos los recursos en su propio beneficio. Los carceleros tienen las llaves y deciden quienes entran y quienes salen según las conveniencias del régimen. Quienes se fortalecen no son los miembros de la inexistente sociedad civil sino la gentuza corrupta y asesina que integra los cuadros de la tiranía castrista.
Más allá de sus intenciones, los proponentes de esta forma de lidiar con la tiranía castrista demuestran ser unos sinvergüenzas o unos ignorantes de nuestra historia reciente. En octubre de 1978 se produjo el llamado "primer diálogo" entre un sector del exilio y la tiranía de Fidel Castro. Los farsantes que promovieron aquel diálogo se adjudicaron el mérito de haber logrado la liberación de 3,600 presos políticos. La realidad, según lo demostró el Dr. Antonio de la Cova y lo publicó Baracutey Cubano, aquellos presos fueron liberados por gestiones de representantes diplomáticos del entonces presidente Richard Nixon. Dieciséis años más tarde, en junio de 1994, 225 arrepentidos exiliados cubanos se prestaron a participar en la misma patraña. Bajo el título de "La Nación y la Emigración", viajaron a La Habana a proferir sandeces en elogio del régimen y estrechar la mano ensangrentada del asesino de millares de cubanos. Hoy sabemos que ninguno de esos diálogos condujo al derrocamiento de la tiranía castrista.
En un contexto más amplio, los diálogos con ideólogos de la izquierda totalitaria han terminado siempre en un rotundo fracaso. En los últimos 30 años tres gobiernos colombianos han sostenido conversaciones con las FARC para poner fin a su horrible tragedia de más de medio siglo. En 1984, cuando el gobierno de Belisario Betancur y las FARC firmaron el Acuerdo de la Uribe. A mediados de 1991, cuando el gobierno liberal de César Gaviria dio inicio en Caracas a unos diálogos con la guerrilla que terminaron finalmente en México sin resultado alguno. En 1999, cuando el gobierno del presidente Andrés Pastrana acordó con las FARC lo que se denominó la agenda del Caguán, cuyas conversaciones fracasaron por las excesivas demandas de Tiro Fijo. Las actuales conversaciones de La Habana, utilizadas por Santos como argumento de campaña electoral, constituyen una interrogante para la que todavía no hay una respuesta definitiva.
En la Venezuela del chavismo, y a pesar de declaraciones en contra de algunos miembros de la Mesa de Unidad Democrática, el diálogo ha terminado también en el más absoluto fracaso. El discípulo de los Castro ha utilizado las mismas mentiras y falsas promesas de sus mentores para ganar tiempo y promover el desgaste de la oposición. Con el encarcelamiento de estudiantes y líderes opositores sin proceso debido han descabezado a la oposición y neutralizado la embestida brutal de un pueblo valiente y enardecido que parecía al borde del triunfo. Leopoldo López, con su llamado a reclamar el control de las calles por el pueblo venezolano, parece ser la única esperanza de que algún día se logre la libertad.
Pero si descabellada es la idea de que se puede negociar con tiranos, desconcertante es la lista de quienes, sin compartir ni promover la idea, otorgan credibilidad a sus promotores participando en debates que sólo benefician a quienes tienen una agenda de colaboración con los Castro. Quienes se oponen al levantamiento del embargo no van a cambiar la posición de quienes desean su levantamiento. Quienes favorecen su levamiento ganan terreno sembrando dudas entre multitudes que ignoran la realidad cubana, incluyendo a muchos cubanos.
Quienes promueven el levantamiento del embargo son los únicos que saben lo que quieren y hacia donde van. Son los mismos apátridas de siempre que persiguen el enriquecimiento personal o la notoriedad que sólo pueden lograr por el tamaño de su cuenta bancaria y no por la dimensión de su intelecto o su servicio desinteresado a la libertad de la patria.
Estoy convencido de que, quienes, sin compartir sus ideas, acceden a participar en estos debates inútiles son unos crédulos que están perdiendo el tiempo y debilitando la causa de nuestra libertad verdadera. Una libertad sin compromisos con el pasado tenebroso y sin la presencia de los mismos que nos han esclavizado por tantos años. En Cuba no podemos resignarnos a un Vladimir Putin tropical que prolongue de manera indefinida la tiranía castrista. Porque una tiranía con careta de democracia duraría más tiempo y sería más difícil de derrocar que una tiranía a cara descubierta como la que sufrimos en estos momentos.
Hemos luchado durante muchos años, han padecido cárcel demasiados cubanos, y han muerto innumerables patriotas para que ahora, cuando la tiranía se tambalea, vayamos a alzar la bandera blanca de una rendición ignominiosa. La única fórmula digna de un pueblo que después de medio siglo sigue en pie de lucha es exigir la salida de los Castro y el castigo ejemplarizante de quienes han sido sus cómplices.
No propongo ningún tipo de masacre sino el justo castigo que merece ese 5 por ciento del pueblo cubano que, junto a los Castro, oprime en estos momentos al otro 95 por ciento que sólo desea libertad para ganarse el pan y para labrarse su propio destino. Y esa libertad se acelera negando a la tiranía los recursos para mantenerse en el poder. Cualquier otra cosa sería una fórmula para el desastre y una alta traición a la patria. 

Alfredo Cepero, Director de www.lanuevanacion.com
La Nueva Nación es una publicación independiente cuyas metas son la defensa de la libertad, la preservación de la democracia y la promoción de la libre empresa. Visítenos en : 

viernes, 4 de julio de 2014

Happy Fourth of July: Día de la Independencia de Estados Unidos de América

 
El 4 de julio es considerado el día de la Independencia de los Estados Unidos en conmemoración y celebración por el 4 de julio de 1776 en que fue firmada la Declaración de la Independencia de las trece colonias de la metropoli inglesa.
Declaración que fue escrita y firmada por todos los miembros del Congreso Continental, en Philadelfia, Pensylvania.
El Congreso Continental, en dicha Declaración de Independencia explica detalladamente las causas por las cuales las trece colonias consideran que deben independizarse de Inglaterra y la decisión unánime de hacerlo de inmediato. Una vez firmada la Declaración, las trece colonias se declaran como Estados Unidos de América´.
Oficialmente el 4 de julio fue declarado día de fiesta nacional (holiday) en 1941

 

Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América


Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América
Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario para un pueblo disolver los vínculos políticos que lo han ligado a otro y tomar entre las naciones de la tierra el puesto separado e igual a que las leyes de la naturaleza y el Dios de esa naturaleza le dan derecho, un justo respeto al juicio de la humanidad exige que declare las causas que lo impulsan a la separación.

Sostenemos que estas verdades son evidentes en sí mismas: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad. La prudencia, claro está, aconsejará que no se cambie por motivos leves y transitorios gobiernos de antiguo establecidos; y, en efecto, toda la experiencia ha demostrado que la humanidad está más dispuesta a padecer, mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia aboliendo las formas a que está acostumbrada. Pero cuando una larga serie de abusos y usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo, demuestra el designio de someter al pueblo a un despotismo absoluto, es su derecho, es su deber, derrocar ese gobierno y establecer nuevos resguardos para su futura seguridad. Tal ha sido el paciente sufrimiento de estas colonias; tal es ahora la necesidad que las obliga a reformar su anterior sistema de gobierno La historia del actual Rey de la Gran Bretaña es una historia de repetidos agravios y usurpaciones, encaminados todos directamente hacia el establecimiento de una tiranía absoluta sobre estos estados. Para probar esto, sometemos los hechos al juicio de un mundo imparcial.

El Rey se ha negado a aprobar las leyes más favorables y necesarias para el bienestar público.

Ha prohibido a sus gobernadores sancionar leyes de importancia inmediata y apremiante, a menos que su ejecución se suspenda hasta obtener su asentimiento; y una vez suspendidas se ha negado por completo a prestarles atención.

Se ha rehusado a aprobar otras leyes convenientes a grandes comarcas pobladas, a menos que esos pueblos renuncien al derecho de ser representados en la Legislatura; derecho que es inestimable para el pueblo y terrible sí, para los tiranos.

Ha convocado a los cuerpos legislativos en sitios desusados, incómodos y distantes del asiento de sus documentos públicos, con la sola idea de fatigarlos para cumplir con sus medidas.

En repetidas ocasiones ha disuelto las Cámaras de Representantes, por oponerse con firmeza viril a sus intromisiones en los derechos del pueblo.

Durante mucho tiempo, y después de esas disoluciones, se ha negado a permitir la elección de otras Cámaras; por lo cual, los poderes legislativos, cuyo aniquilamiento es imposible, han retornado al pueblo, sin limitación para su ejercicio; permaneciendo el Estado, mientras tanto, expuesto a todos los peligros de una invasión exterior y a convulsiones internas.

Ha tratado de impedir que se pueblen estos Estados, dificultando, con ese propósito, las Leyes de Naturalización de Extranjeros; rehusando aprobar otras para fomentar su inmigración y elevando las condiciones para las Nuevas Adquisiciones de Tierras.

Ha entorpecido la administración de justicia al no aprobar las leyes que establecen los poderes judiciales.

Ha hecho que los jueces dependan solamente de su voluntad, para poder desempeñar sus cargos y en cuanto a la cantidad y pago de sus emolumentos.

Ha fundado una gran diversidad de oficinas nuevas, enviando a un enjambre de funcionarios que acosan a nuestro pueblo y menguan su sustento.

En tiempos de paz, ha mantenido entre nosotros ejércitos permanentes, sin el consentimiento de nuestras legislaturas.

Ha influido para que la autoridad militar sea independiente de la civil y superior a ella.

Se ha asociado con otros para someternos a una jurisdicción extraña a nuestra constitución y no reconocida por nuestras leyes; aprobando sus actos de pretendida legislación:

Para acuartelar, entre nosotros, grandes cuerpos de tropas armadas.

Para protegerlos, por medio de un juicio ficticio, del castigo por los asesinatos que pudiesen cometer entre los habitantes de estos Estados.

Para suspender nuestro comercio con todas las partes del mundo.

Para imponernos impuestos sin nuestro consentimiento.

Para privarnos, en muchos casos, de los beneficios de un juicio por jurado.

Para transportarnos más allá de los mares, con el fin de ser juzgados por supuestos agravios.

Para abolir en una provincia vecina el libre sistema de las leyes inglesas, estableciendo en ella un gobierno arbitrario y extendiendo sus límites, con el objeto de dar un ejemplo y disponer de un instrumento adecuado para introducir el mismo gobierno absoluto en estas Colonias.

Para suprimir nuestras Cartas Constitutivas, abolir nuestras leyes más valiosas y alterar en su esencia las formas de nuestros gobiernos.

Para suspender nuestras propias legislaturas y declararse investido con facultades para legislarnos en todos los casos, cualesquiera que éstos sean.

Ha abdicado de su gobierno en estos territorios al declarar que estamos fuera de su protección y al emprender una guerra contra nosotros.

Ha saqueado nuestros mares, asolado nuestras costas, incendiado nuestras ciudades y destruido la vida de nuestro pueblo.

Al presente, está transportando grandes ejércitos de extranjeros mercenarios para completar la obra de muerte, desolación y tiranía, ya iniciada en circunstancias de crueldad y perfidia que apenas si encuentran paralelo en las épocas más bárbaras, y por completo indignas del Jefe de una Nación civilizada.

Ha obligado a nuestros conciudadanos, aprehendidos en alta mar, a que tomen armas contra su país, convirtiéndolos así en los verdugos de sus amigos y hermanos, o a morir bajo sus manos.

Ha provocado insurrecciones intestinas entre nosotros y se ha esforzado por lanzar sobre los habitantes de nuestras fronteras a los inmisericordes indios salvajes, cuya conocida disposición para la guerra se distingue por la destrucción de vidas, sin considerar edades, sexos ni condiciones.

En cada etapa de estas opresiones, hemos pedido justicia en los términos más humildes: a nuestras repetidas peticiones se ha contestado solamente con repetidos agravios. Un Príncipe, cuyo caracter está así señalado con cada uno de los actos que pueden definir a un tirano, no es digno de ser el gobernante de un pueblo libre.

Tampoco hemos dejado de dirigirnos a nuestros hermanos británicos. Los hemos prevenido de tiempo en tiempo de las tentativas de su poder legislativo para englobarnos en una jurisdicción injustificable. Les hemos recordado las circunstancias de nuestra emigración y radicación aquí. Hemos apelado a su innato sentido de justicia y magnanimidad, y los hemos conjurado, por los vínculos de nuestro parentesco, a repudiar esas usurpaciones, las cuales interrumpirían inevitablemente nuestras relaciones y correspondencia. También ellos han sido sordos a la voz de la justicia y de la consanguinidad. Debemos, pues, convenir en la necesidad, que establece nuestra separación y considerarlos, como consideramos a las demás colectividades humanas: enemigos en la guerra, en la paz, amigos.

Por lo tanto, los Representantes de los Estados Unidos de América, convocados en Congreso General, apelando al Juez Supremo del mundo por la rectitud de nuestras intenciones, en nombre y por la autoridad del buen pueblo de estas Colonias, solemnemente hacemos público y declaramos: Que estas Colonias Unidas son, y deben serlo por derecho, Estados Libres e Independientes; que quedan libres de toda lealtad a la Corona Británica, y que toda vinculación política entre ellas y el Estado de la Gran Bretaña queda y debe quedar totalmente disuelta; y que, como Estados Libres o Independientes, tienen pleno poder para hacer la guerra, concertar la paz, concertar alianzas, establecer el comercio y efectuar los actos y providencias a que tienen derecho los Estados independientes.

Y en apoyo de esta Declaración, con absoluta confianza en la protección de la Divina Providencia, empeñamos nuestra vida, nuestra hacienda y nuestro sagrado honor.

Firmantes:

Nueva Hampshire: Josiah Bartlett, William Whipple, Matthew Thornton

Massachusetts: Samuel Adams, John Adams, John Hancock, Robert Treat Paine, Elbridge Gerry

Rhode Island: Stephen Hopkins, William Ellery

Connecticut: Roger Sherman, Samuel Huntington, William Williams, Oliver Wolcott

Nueva York: William Floyd, Philip Livingston, Francis Lewis, Lewis Morris

Nueva Jersey: Richard Stockton, John Witherspoon, Francis Hopkinson, John Hart, Abraham Clark

Pensilvania: Robert Morris, Benjamin Rush, Benjamin Franklin, John Morton, George Clymer, James Smith, George Taylor, James Wilson, George Ross

Delaware: George Read, Caesar Rodney, Thomas McKean

Maryland: Samuel Chase, William Paca, Thomas Stone, Charles Carroll of Carrollton

Virginia: George Wythe, Richard Henry Lee, Thomas Jefferson, Benjamin Harrison,
Thomas Nelson, Jr., Francis Lightfoot Lee, Carter Braxton

Carolina del Norte: William Hooper, Joseph Hewes, John Penn

Carolina del Sur: Edward Rutledge, Thomas Heyward, Jr., Thomas Lynch, Jr., Arthur Middleton

Georgia: Button Gwinnett, Lyman Hall, George Walton

jueves, 3 de julio de 2014

Limosneros:empleo fijo


 José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba. -Nadie los colocó, ellos solos se inventaron el empleo, apremiados por el imperativo de sobrevivir: Vendedores callejeros de cigarros al menudeo o de turnos en las colas, o de jabas en las afueras de los agro-mercados, buquenques, revendedores de periódicos, acopiadores en los basureros de sancocho para alimentar puercos, recogedores de laticas vacías de refresco y cerveza… Sólo en La Habana suman cientos de miles estos limosneros con empleo fijo.
Según los tecnócratas del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS), el socialismo cubano no sería un hecho consumado mientras uno solo de sus ciudadanos permanezca sin empleo. No en balde se dedicaron durante más de medio siglo a falsear las estadísticas oficiales y a inflar plantillas, hasta que la realidad les pasó por arriba. Pero ni aun así escarmientan.
Cuando se dijo que Cuba había alcanzado la condición de país con pleno empleo, al registrar tasas de 2.3 %, en 2004, y de 1.9 %, en 2005, pululaban ya en las calles estos limosneros con empleo fijo, más otros cientos de miles de desempleados, pero al parecer los tecnócratas del MTSS no se enteraron, consagrados como han vivido siempre al trabajo y a la seguridad social, sin salir de sus elegantes oficinas ubicadas nada menos que en plena Rampa, del Vedado.
No hace mucho, volvieron a la carga al afirmar que el empleo no estatal creció aquí en 9 % sólo en la primera mitad del año pasado, olvidando divulgar el altísimo por ciento de aquellos que, desestimulados por las pérdidas y acosados por los inspectores y la policía, renuncian a sus licencias para engrosar las huestes de la bolsa negra. También obviaron a los limosneros con empleo fijo.
Se trata de gente que vive al margen, invisible para los efectos de las estadísticas oficiales. No sólo son ancianos e impedidos físicos a los que los mendrugos de la seguridad social (si es que les llegan) no les alcanzan ni para el desayuno. Junto a éstos, alinea también un contingente interminable de alcohólicos, parias, retrasados mentales, ex presidiarios a los que nadie da empleo.
Los buquenques (pregoneros que presuntamente atraen al cliente en las piqueras de los taxis “almendrones”), son en mayoría procedentes de las provincias orientales y sin residencia ni algún otro respaldo legal en la ciudad. Los revendedores de periódicos y los que se dedican a vender ropas y objetos viejos, extraídos de los contenedores de basura, son ancianos menesterosos y abandonados. Los acopiadores de sancocho para puercos o de latas de aluminio vacías, constituyen el último eslabón en la cadena de nuestros perdedores.
Investigadores independientes -es decir, mucho más realistas y honestos que los tecnócratas del MTSS, aunque no sean oficiales-, calculan que de los 5,5 millones de personas económicamente activas que hay en la Isla, entre 3 y 4 millones no trabajan formalmente, lo que significa que no disponen de una fuente de sustento segura y fluida, bien porque son parásitos que viven a costa de otras personas (sobre todo de parientes emigrados), o porque se ganan el sustento en forma ilícita. Dentro de este impresionante batallón, nuestros limosneros con empleo fijo tal vez no hagan mayoría, pero sí conforman un renglón especialmente vergonzoso y una calamidad social que se expresa por sí sola.
Y ya que hablamos de situaciones vergonzosas, el sábado 7 de junio el noticiero de la televisión nacional exhibió imágenes de un pobre anciano revendedor de periódicos acorralado por una periodista idiota, que al parecer no se ha enterado de que las calles y los ministerios y las corporaciones y las instancias del poder político en La Habana están repletos de bandidos y de auténticos infractores de la ley, así es que se dedica a gastar recursos económicos y a poner en entredicho su ética pretendiendo matar moscas con escopeta.

Nota sobre el autor:
José Hugo Fernández
José Hugo Fernández es autor, entre otras obras, de las novelas El clan de los suicidas, Los crímenes de Aurika, Las mariposas no aletean los sábados y Parábola de Belén con los Pastores, así como de los libros de cuentos La isla de los mirlos negros y Yo que fui tranvía del deseo, y del libro de crónicas Siluetas contra el muro. Reside en La Habana, donde trabaja como periodista independiente desde el año 1993.

 Los libros de este autor pueden ser adquiridos en las siguientes direcciones: http://www.amazon.com/-/e/B003DYC1R0 y www.plazacontemporaneos.com Su blog en: http://elvagonamarillo.blogspot.com.es/

lunes, 23 de junio de 2014

Cuba mirada por una extranjera: la realidad es más fuerte que el discurso

Este video me ha hecho llorar. Este es el futuro presente por el que se sacrificaron millones de cubanos. Cuba es un país de indigentes. "El lado oscuro de Cuba"

sábado, 21 de junio de 2014

Olvido involuntario



“Olvido involuntario”


Autora: Esperanza E Serrano
Corrían los meses del verano caribeño con sus estragos de lluvias, mosquitos, calor, humedad, aburrimiento…
Sebastián se paró detrás de la ventana. Miró a través del cristal la suave lluvia besando las calles. Le dijo a sus compañeros que necesitaba leer un buen libro. La humedad y el  bochorno  de la tarde no le dejaban  concentrarse en su nuevo  proyecto de investigaciones en la Academia de Ciencias de la localidad donde trabajaba desde hacía varios años. Un buen pretexto para acudir de nuevo a la vieja biblioteca.
Siempre encontraba una excusa para buscar en los viejos estantes de la Sala de Arte y Literatura de la Biblioteca Municipal el libro inexistente, sabía que en corto tiempo la joven bibliotecaria se acercaría a preguntarle si necesitaba ayuda. Pregunta cuya respuesta era siempre la misma.
-No, ese libro no lo tenemos pero te sugiero que leas a…
Por ahí comenzaba otra amena conversación sobre cualquier tema relacionado con la literatura local, nacional, universal, o bien podría ser un comentario sobre la última exposición de pintura o de historia en el museo. A veces bastaba una simple broma para comenzar a disertar sobre Freud y el Psicoanálisis, o sobre Ivan Petrovich  Pavlov y los reflejos condicionados. Los temas variaban, pero nunca perdían su encanto.
Las visitas de Sebastián a la biblioteca cada vez eran más frecuentes. Ya ni siquiera necesitaba dar una excusa para escaparse de la Academia a cualquier hora de la tarde. Al llegar las compañeras de Nancy lo saludaban y le indicaban donde podía encontrarla en ese momento. Bien sabían que no buscaba un libro en específico sino un pretexto para conversar con la joven.
Cada vez se sentía más atraído por los encantos de la muchacha que siempre lo recibía con su sonrisa  seductora mirándolo directamente a los ojos como diciéndole: “Te esperaba”. Cada encuentro le producía la misma sensación, una mezcla de alegría y de miedo.
Miedo por las consecuencias si su esposa Estela llegara a enterarse de sus fugas, de sus encuentros y prolongadas conversaciones con la joven bibliotecaria. Si su esposa llegara a saber o a sospechar  de cuánto le atraía aquella muchacha, seguramente le armaría un gran escándalo, además de involucrar a los hijos en la “bronca”.
 Nancy se le estaba convirtiendo  en una obsesión. Cada tarde sentía la imperiosa necesidad de verla. Le atraía su figura larguirucha, pálida, soñadora, su andar sensual, su dulce voz, su sonrisa, sus grandes ojos siempre brillantes, sus manos, su largo pelo rubio… Le atraía descomunalmente su elegancia, su exquisita educación y su capacidad para hablar o escuchar sobre cualquier tema de interés. Sabía que estaba jugando con fuego, pero estaba dispuesto a quemarse antes que renunciar a la compañía de la muchacha.
Demetrio, su amigo de toda la vida, le había advertido que actuara con discreción. Ya en muchos círculos de amigos, conocidos y compañeros de trabajo se comentaba con picardía sus visitas a la biblioteca y sus prolongados encuentros con Nancy. Se hablaba de un romance entre ellos y del gran escándalo que se armaría cuando Estela se enterara de su infidelidad.  Sería una bomba explosiva en el pueblo y su reputación como miembro de la Academia de Ciencias y como figura pública se afectaría grandemente.
Sólo Sebastián sabía de sus luchas internas por las tantas veces que se repitió  a sí mismo que no debía verla, no debía pensar en ella, debía alejarse antes de que fuera demasiado tarde. Sabía que estaba en juego  no sólo su prestigio de hombre serio, de padre y esposo ejemplar, sino su estabilidad matrimonial y sus relaciones con sus dos hijos, casi adultos pero aún adolescentes y dependientes de ellos. Estaba en juego todo lo relacionado con sus hijos, su familia, el hogar que él había fundado veintidós años atrás con Estela… Lo que dijera la gente no era lo que más le preocupaba. Le preocupaban sus hijos, Estela y la misma Nancy. No quería herir a nadie. Se sentía culpable, egoísta. Inconforme consigo mismo, pero a la vez incapaz de poner punto final a lo que ya se estaba convirtiendo en una necesidad vital para él.
Una fuerza desconocida, un llamado interno, sobrenatural, delicioso y la vez lacerante lo llevaban cada tarde a la biblioteca. Era un acto ya enfermizo, involuntario. Se comportaba como un adicto. Buscaba la compañía de la muchacha con la misma vehemencia con la que el alcohólico busca el primer trago de ron con el pretexto de  calmar  la sed, asegurando que sólo tomaría una pequeña cantidad a sabiendas  de que sería incapaz de cumplir  sus promesas al dejarse llevar por el placer de saborear un trago de licor,  para luego caer dominado por el vicio saboreando uno y otros muchos tragos más hasta perder el juicio.
Con el paso de los meses los temas fueron tomando un carácter más personal, más íntimo. Comenzaron las anécdotas sobre los pasajes de sus vidas cuando eran niños, adolescentes, sobre el seno familiar en el que habían crecido, sus experiencias estudiantiles… Comenzaron a encontrar coincidencias en gustos musicales a pesar de los quince  años de diferencias entre ellos, ambos preferían la música clásica, joyas musicales de todos los tiempos, las baladas  románticas, la música ligera… Les gustaban los mismos autores, las mismas obras literarias. Coincidían en sus posiciones políticas, en sus conceptos morales, en la forma de ver la vida como un gran regalo de Dios que hay que disfrutar y enfrentar con coraje. Cada encuentro propiciaba nuevas confidencias. Alguna que otra vez unas lágrimas se escapaban de los ojos de la muchacha. Él la escuchaba con atención cuando ella le hablaba de su infancia de niña triste abandonada por sus padres, mimada por sus abuelos y mortificada por sus hermanos y primos  celosos.
 Le hablaba de sus fracasos amorosos, de sus desajustes con el medio, de sus desequilibrios emocionales, de cuánto disfrutaba refugiarse en la literatura para olvidarse del gran dolor que llevaba por dentro… Le habló de su pequeño hijo, y de su gran tragedia como viuda y madre soltera. Su hijo  no conoció a su padre, era un bebé  cuando éste murió en el  Estrecho de la Florida  a los tres días de haber salido de Cuba en una balsa tratando de llegar a Estados Unidos, tierra de libertad, de promesas, de posibilidades, pero también tierra de refugio, de penas, de sacrificios y de muchos riesgos.
Su esposo, Ángel, tenía  la ilusión de una mejor vida en aquel país, estaba convencido que era la única forma de asegurar un mejor futuro para el niño, para ellos y para la familia. En Cuba todo estaba perdido. Él no tenía esperanzas de que las cosas mejoraran algún día. La historia le daba la razón. En siete años las cosas estaban peor que cuando él se fue Le habló de sus sueños y de sus luchas en contra del gobierno y todo el daño que todo eso le había ocasionado indirectamente a ella y al niño. Le contó cuánto lo amó y cuánto sufría por su pérdida. Le confesó sus miedos, sus angustias, le habló de su soledad, de su tristeza y de sus ruegos a Dios para que la ayudara a criar a su hijo lo mejor posible. El niño era la razón de su vida, su ancla y su desvelo.
Le confesó su angustia por vivir en la Isla lejos de la familia, sin amigos verdaderos.  Ocupaba su tiempo en el cuidado del niño, en el trabajo y en la lucha diaria por la sobrevivencia o más bien por la pervivencia. Le contó de sus insomnios y de sus largas noches leyendo o escribiendo para olvidarse de todo.
Él nunca había imaginado  cuántos sufrimientos escondían aquellos ojos negros que lo miraban con dulzura y aquellos labios que le sonreían cada vez que él llegaba. La historia de Nancy lo conmovía infinitamente, quería protegerla, ayudarla, mimarla, apoyarla. Quería convertirse en su principal aliado, en su más seguro refugio. Sabía que cada día la amaba más y más aunque no tuviera el valor de decírselo.
Una tarde estaban solos en el gran salón de lectura de la biblioteca. Ella le mostró el último cuento de aventuras  que había escrito para su hijo. Él lo leyó con atención y lo encontró fabuloso. Le recomendó que lo enviara al próximo concurso nacional de literatura infantil. Ella le respondió que no perdería su tiempo en eso, sabía que nunca le publicarían ni una línea, y mucho menos le otorgarían un premio. Prefería conservarlo para su hijo, para que al menos tuviera un buen recuerdo de su infancia.
No tuvo valor de contradecirla y mucho menos el valor para evitar abrazarla. La estrechó en sus brazos y la besó. Ella quedó totalmente confundida. Se sonrojó y no supo qué hacer. Él le pidió que lo perdonara, que entendiera lo que le estaba sucediendo. Se había enamorado de ella y no podía evitarlo.
Comenzó a regalarle flores, le enviaba tarjetas con mensajes amorosos y le pidió que le permitiera ser parte de su vida, no como amante sino como amigo, como alguien que la amaba incondicionalmente sin esperar ser correspondido. Le prometió respetarla por encima de todo.
Los encuentros en la biblioteca disminuyeron. Ella trataba de evitarlo cuando lo veía llegar. Temía que sus compañeras notaran el breve temblor que la sacudía cuando él se le acercaba. Temía que todo aquello se convirtiera en un gran escándalo, otro problema más en su vida.
El comenzó a visitarla los fines de semana en horarios diurnos. Le ayudaba a podar el jardín de su modesta casita en las afueras de Nueva Gerona. Poco a poco se fue encargando de los arreglos de puertas y ventanas, de tuberías tupidas, de fachadas descoloridas a las que les dio vida con nuevos colores de pinturas caseras inventadas por él mismo.
El niño se acostumbró a su presencia dominguera. Le llamaba por su nombre aunque  en más de una ocasión quiso decirle tío o papá. Cuando se acabaron las reparaciones y los almuerzos compartidos se hicieron más comunes, volvieron las tertulias y otra vez hubo tiempo para la literatura y también para jugar con el niño e incluso para llevárselo a pescar al río Las Casas, o para llevarlos a la hermosa playa de Punta del Este donde algunas fines de semana debía ir por sus investigaciones sobre el medio ambiente. Allí la Academia de Ciencias tenía un albergue donde se podían quedar a pernoctar la noche del sábado.
Los vecinos de Nancy se acostumbraron a verlo. Las ventanas y puertas de la casita de Nancy nunca se cerraron cuando él llegaba, no había motivos para sospechar de adulterio, ni de la seriedad y compostura de la joven a la que no le conocían ninguna aventura amorosa desde que se mudó para el barrio. Algunas vecinas más voluptuosas sospechaban que algo no andaba bien con la joven bibliotecaria. O era lesbiana o tenía algún problema. Ese “viejo” cuarentón que la visitaba tenía cara de todo menos de galán.
Estela por su parte se acostumbró a las salidas domingueras de su marido. Hasta sintió alivio por no tener que preocuparse por el almuerzo. Podía dormir ampliamente las mañanas, sus hijos estaban creciditos y cada cual podía prepararse su desayuno, o calentar la comida que había quedado de la noche anterior. También se acostumbró a su falta de deseo sexual. Ya ni siquiera recordaba la última vez que él la besó. Su mirada siempre estaba ausente. Cuando le hablaba le respondía con monosílabos. Todo lo que ella hacía  le parecía bien. Nada le exigía ni nada compartía. Con frecuencia Estela le comentaba a sus hijos,  a sus amistades y a su familia que desde que su esposo se metió a escritor, la literatura lo mantenía en otro mundo. Los premios que él había ganado  en diferentes concursos con sus cuentos y noveletas bastaban para entenderlo y dejarlo vivir su “mundo”, cuando salía o cuando pasaba noches enteras tecleando en su vieja Remington.
Fueron pasando los meses, más de un  año, y el matrimonio ya no tenía ni temas de conversación excepto las relacionadas con la vida cotidiana o con los hijos. A penas salían juntos. No iban al cine, ni al teatro, ni a la playa ni a visitar a los amigos o a la familia.
Una mañana de marzo sonó el primer campanazo de lo que vendría después. Estela había encontrado una carta que alguien había colado por debajo de la puerta la noche anterior. Se trataba de una carta escrita por un anónimo en la que le contaba de las visitas domingueras de su marido a la casa de una mujer joven, viuda, madre soltera trabajadora de la biblioteca…
A partir de ese día no hubo paz para nadie. Por todas partes se difundió la noticia. Hubo días de tres o cuatro papeles colados por debajo de la puerta. Al parecer aquellas cartas eran escritas por varias personas que no se atrevían a poner sus nombres pero sí eran capaces de contarle a la esposa ultrajada los detalles de las tardes de Sebastián  fuera de la Academia, metido en la biblioteca escondido en un rincón hablando y riéndose con la muchacha larguirucha, la zorra con carita de ángel que le estaba robando el marido. Otros papeles menos cuidadosos le relataban los pormenores de las visitas a la casita de las afueras donde vivía la “zorra”, de las pesquerías con el niño y hasta de las caminatas por las playas, en la que los tres  aparecían como  una familia feliz, disfrutando del verano y de las maravillas naturales caribeñas.
Poco a poco se fue desmoronando el hogar. Estela ya no era la misma. Siempre estaba de mal humor y no era solo por los síntomas propios de la menopausia. Los hijos comenzaron a preocuparse. Estelita, más que su hermano Sebastián, temía lo peor: el divorcio de los padres. Ella no quería ser una más en la lista de los jóvenes con   “familias” rotas por la infidelidad de uno de los padres. La jovencita lloraba a escondidas. Fueron meses de mucha angustia, de altas tensiones en el hogar, tirones de puertas, insultos y dormideras en el sofá de la sala.
Sebastián sufría más que nadie su propia situación atrapado en sus indecisiones, sus miedos y sus sentimientos contradictorios. Nancy no era su amante pero la amaba con un amor desmedido, extraterrenal. Por verla sonreír  era capaz de cualquier cosa. Pero estaba Estela, su esposa, su compañera de tantos años, la madre de sus hijos. Mujer buena, intachable, que había estado con él en las buenas y en las malas, apoyándolo en todo, incluso en eso de dedicarse horas y horas a escribir. No podía fallarle a aquella buena mujer que ya no amaba con la pasión amorosa de antes, ya no la deseaba como mujer, pero le tenía un gran afecto. Se había acostumbrado a vivir con ella, a sus atenciones y cuidados hogareños. Por mucho que pensara no encontraba una excusa fuerte para abandonarla. El malo era él no ella, ni Nancy.
Sebastián deseaba mantener ambas relaciones. Con Nancy se nutría de fuerzas, de ilusiones y de motivos para escribir, era  su musa, su inspiración. Nancy había irrumpido en su vida llenándolo de alegrías, rejuveneciendo sus deseos y sus fantasías  sexuales. Era tan linda, tan joven, tan angelical, tan suave, tan dulce, tan irresistible que no podía alejarse de ella.
Su vida había dado un vuelco de 180 grados desde las tardes en la biblioteca. Los domingo en casa de Nancy, los paseos por la playa, el tiempo compartido con el niño huérfano que lo admiraba y lo buscaba para contarle sus travesuras, o pedirle que le hablara de su trabajo en la Academia o de sus premios literarios. Sentía más empatía con Ángel Andrés que con su propio  hijo. Ángel Andrés, con sus ocho años recién cumplidos, tenía más inquietudes intelectuales que su hijo Sebastián que ya andaba cerca de los  veinte y todavía no sabía qué quería hacer con su vida.
Renunciar o alejarse de Nancy era también perder el encanto de las noches de tertulia en casa de Demetrio,  animadas y conducidas  por la joven bibliotecaria. Era perderse las lecturas de poemas, de cuentos, o de relatos cortos; era perderse los debates en torno a las obras presentadas, o sobre las nuevas y viejas corrientes literarias; era como perder el contacto con otras personas cercanas que compartían sus mismas inquietudes.
Nancy era la ilusión, la esperanza, lo idílico, lo deseado, lo prohibido, lo soñado, lo que un día seria completamente suyo por ley de vida. El brillo en sus ojos y la manera de ella mirarlo le habían revelado lo que él significaba para ella. Sabía que ella le correspondía de la misma manera, sospechaba de sus luchas internas. Entre ellos dos había surgido, crecido y madurado un sentimiento de pertenencia, eran el uno para el otro más allá de las circunstancias. Sabía que en cualquier momento la pasión contenida por tanto tiempo se impondría por encima de prejuicios y perjuicios. La gran pregunta que le atormentaba era,  llegado ese momento  de la entrega total, ¿Qué pasaría?
 Los anónimos se adelantaron a los acontecimientos. Estela con sus cuarenta y cinco años, sus canas, su cuerpo más que explorado por él, su mirada sin brillo, su apatía, su mal humor, lo llenaban de pena. ¿Cómo decirle que ya no la amaba como antes? ¿Cómo separase de ella sin hacerle daño? ¿Cómo explicarles a los hijos lo que estaba sucediendo? ¿Cómo enfrentar un divorcio y sus consecuencias con sus consabidos cambios de vida, de rutinas, de costumbres, de relaciones familiares?
Es normal que todo cambio en nuestras vidas nos llene de terror, pero un divorcio puede ser tan desastroso como la pérdida de un ser querido por muerte brusca o esperada. Sebastián estaba consciente que cualquier decisión que tomara traería sus lamentables consecuencias.
Le resultaba muy difícil concentrarse en su trabajo en la Academia. Ya apenas escribía. Nancy en más de una ocasión le había preguntado si estaba enfermo. Sus ojeras y su falta de apetito lo denunciaban. Se sentía culpable y a la vez incapaz de hablar claramente con alguna de las dos.
Sabía que había llegado la hora de las definiciones. Era hora de romper el desequilibrio, era el momento impostergable para el cambio. Por momentos continuaba con las ensoñaciones. Con la solución idílica de mantener las apariencias en su hogar, continuar al lado de su esposa y sus hijos y a la vez mantener o hasta incrementar sus encuentros con Nancy. Poseerla, amarla, hacerla feliz… Pero ¿cómo podría la muchacha ser feliz si la sociedad la condenaría por ser la amante, concubina de un hombre casado? Se sentía egoísta,  culpable y en deuda con las dos mujeres. 
Nancy lo observaba. Se imaginaba la gran tragedia interna que estaba sufriendo pero no se atrevía hablarle directamente  de ese tema. Trataba de distraerlo, de transmitirle confianza en sí mismo. Con mimos y atenciones le demostraba que confiaba en él y que no debía preocuparse por ella. Todo estaba bien entre ellos. Ella no le exigía nada, se conformaba con todo lo que él le podía dar en ese momento, le agradecía sus atenciones y el tiempo y actividades compartidas en su casa, en las tertulias, en la playa en las orillas del río. Le agradecía infinitamente sus atenciones y tiempo dedicado a Ángel Andrés. La palabra Estela y lo que ella representaba entre ellos era un tabú que Nancy no pensaba romper en ningún momento. Su amor por Sebastián estaba por encima de todo, incluso de ella misma.
El tiempo seguía corriendo, los anónimos fueron desapareciendo paulatinamente. No se había producido el gran escándalo. La gente se ocupaba de otros chismes de barrios, o se habían acostumbrado al triángulo. Parecía que la calma había regresado. Estelita ya no lloraba tanto escondida por los rincones. Ahora tenía un novio que la hacía olvidarse de sus padres y sus problemas.
Un anoche, justo a las 3:30  de la madrugada, sonó el teléfono. Comenzó un nuevo infierno. Las llamadas anónimas se  multiplicaban a cualquier hora del día o de la noche. Siempre era la misma voz y la misma pregunta acompañada de la misma risa sarcástica, irónica, insultante:
_ ¿Está su marido en  su casa o está con su amante? ¿Le revisó los calzoncillos? ¡Cuídese, señora, que las enfermedades venéreas matan…. Jajajajajajajaja. 

Cuando Sebastián estaba en su casa desconectaba el equipo. Si Estela lo mantenía conectado en su ausencia era su problema. Él no estaba dispuesto a escuchar aquella maldita grabación que lo sacaba de sus casillas. No le contó a Nancy lo que estaba sucediendo. Tampoco le había dicho lo de las cartas anónimas. Ese era su problema y no el de ella. No le gustaba el rumbo que habían tomado las cosas pero se había acostumbrado a postergar la gran decisión de su vida.
Las llamadas telefónicas se habían convertido en una obsesión para él. No quería escucharla de nuevo hasta que no descifrara en su cerebro el tono de aquella voz y de aquella risa que le parecían conocidas. ¿Quién se había prestado para semejante bajeza?
¿Nancy? ¿Alguna amiga o compañera de ella? ¿Alguien de la Academia? ¿La esposa de Demetrio?. Esa voz le era conocida, esa risa era inimitable ¿pero de quien se trataba? ¿su hermana, amiga entrañable de Estela? ….
Pasaban los días y él seguía observando con atención las voces y risas de todas las mujeres que de una forma u otra se encontraban cerca de él.
Un día, inesperadamente lo descubrió todo. Había llegado sin avisar. Por un olvido involuntario no le había comunicado su salida urgente para La Habana por cuestiones de trabajo. Estaría ausente por varios días. Partía en el último vuelo de esa noche y aún debía preparar el equipaje.
Cuando se acercó  a la puerta de entrada se detuvo, escuchó la misma risa una y otra vez, las mismas preguntas: “ ¿Está su marido en su casa o en casa de su amante?...” Alguien manipulaba la grabadora. La cinta corría una y otra vez repitiendo lo mismo…
La ira lo llevó a empujar la puerta, la derrumbó con fuerzas rompiendo la cerradura y el marco que la sostenía…
Demetrio en calzoncillo, sentado en el sof'á,  jugaba con la grabadora. Estela, sonriente,  semi desnuda,cubierta solamente por una bata de dormir totalmente transparente, salía de la cocina con una tacita de café en cada mano.
Esperanza E Serrano.
Nueva Gerona, Isla de la Juventud,
abril 1993

 Imágenes de la Isla





miércoles, 18 de junio de 2014

Tristeza

"Llevo una profunda tristeza en el corazón
que de vez en cuando debe estallar en sonido"
Franz Listz
 Tristeza
Tristeza dueña de mis latidos,
guerrera victoriosa de mis desvelos,
sombra de vida usurpada
en un instante desgarrador y frío.
Tristeza detenida en el tiempo,
lacerante, iracunda,
absoluta soberana de mis días,
te cobijas en las noches 
y con la lujuria propia
de los tiranos prepotentes,
te cuelas por mi ventana,
arrasando con tu siniestro andar
la armonía y la paz de mis instintos.
Tristeza que anidas
mis horas de hastío,
¿Quién te dijo que eres buena compañía?
Eres la enemiga fatal de mi alegría,
la inoportuna agorera de mis males,
la que llega sin avisar y aquí se queda
tan segura  de sí misma,
que no escucha mis reclamos.
He tratado en vano de decirte
que no gastes tus energías
hurgando en mis heridas,
son tantas que no necesito
tu presencia
para saber que aún estoy viva.
Esperanza E Serrano
Land O Lakes, Fl.
June/12/2014

Angel Carromero pide en Ginebra la creación de una comisión internacional para investigar la muerte de O.Payá y H. Cepero.

El dirigente de la rama juvenil del PP español, Angel Carromero, solicitó el martes una comisión internacional de investigación auspiciada por la ONU para que “quede esclarecido lo ocurrido” en el accidente de tráfico que sufrió en el 2012 en Cuba y en el que falleció el disidente cubano Oswaldo Payá.
Si las autoridades cubanas no tienen nada que ocultar, “que permitan a una comisión de la ONU que investigue lo que realmente ocurrió”, afirmó Carromero en un evento paralelo al Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, organizado en Ginebra por la entidad observadora no gubernamental UN Watch.
El 22 de julio del 2012 Angel Carromero conducía el coche accidentado en el que murieron los opositores cubanos Oswaldo Payá y Harold Cepero.
En octubre del 2012, Carromero fue condenado en Cuba a cuatro años de prisión por homicidio imprudente, pena que está cumpliendo en España en virtud del acuerdo alcanzado entre La Habana y Madrid en aplicación del convenio bilateral vigente desde 1998.
El dirigente de Nuevas Generaciones (la rama juvenil) del Partido Popular español pudo salir de España y viajar a Ginebra gracias a un permiso de tres días otorgado por las autoridades españolas.
Al relatar las circunstancias en que se produjo el accidente, Carromero manifestó: “Íbamos de camino a Santiago de Cuba cuando fuimos embestidos por otro coche que nos sacó de la carretera. Inmediatamente apareció una furgoneta de la nada y me llevaron a un hospital militarizado.”
“Si los otros pasajeros estaban peor, ¿Por qué me llevaron a mí primero? ¿De dónde surgió la furgoneta?”, se preguntó de manera retórica.
Carromero señaló varias “incongruencias de la versión oficial”, como el hecho de que supuestamente habían chocado con un árbol que no sufrió ningún daño, o el hecho de que conducía a 100 kilómetros por hora “en una carretera llena de agujeros”.
“Después organizaron un juicio-farsa en el que mis abogados no pudieron tener acceso a una fotocopia del expediente, ni inspeccionar el vehículo, ni hacer pública la autopsia de los dos fallecidos”, manifestó.
Ante esta situación, Carromero reiteró la necesidad de que “la verdad salga a la luz” y solicitó una vez más una investigación a nivel internacional.
Más sobre Cuba


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martes, 17 de junio de 2014

Cuba: Hora de definiciones



Por:Jorge Hernández Fonseca

La llamada “Carta de los 40” dirigida a Obama ha decantado un importante
proceso de definiciones en el terreno político cubano, porque la misiva
indica inexorablemente la derrota de la ideología comunista en Cuba.


La “siempre fiel” isla de Cuba, se prepara para un cambio –todavía
indefinido-- pero muy trascendente. Indefinido porque las fuerzas del
oficialismo quieren ejecutar una operación de transición hacia el
capitalismo sin dar libertad a su pueblo, contradicción que lógicamente
deja en abierto el resultado final. Trascendente porque la Nación cubana
sale de una autoritaria y empobrecedora revolución socialista y aspira a
iluminar los caminos de un futuro de libertades.

El campo político cubano, tradicionalmente maniqueo, de repente ha
explotado en disímiles tendencias, ahora que el fracaso del socialismo
real se hace evidente para griegos y troyanos. Incluso el cardenalato de
la Iglesia Católica Cubana, que hasta el presente se nos presentaba como
colaboracionista, comienza a desprenderse de “editores” indeseables al
atisbar en el horizonte la clarinada libertaria que sustituirá la larga
noche que sufre el pueblo de la isla.

De repente se suceden frecuentes polémicas entre los castristas
reciclados, que oportunamente han marcado distancia ideológica de la
línea dictatorial, con la esperanza de encontrar un lugar en el futuro
democrático que se vislumbra. Nada en contra de defender un “socialismo
democrático” --si es que tal entelequia existe-- el problema es hacerlo
ahora, cuando la lucha de los opositores y las realidades que antes
estos “intelectuales” negaban, ha terminado demostrando la inutilidad
marxista que llevo al país a un callejón sin salidas. Levantar la voz
ahora todavía es meritorio, pero es criticable no haberlo hecho cuando
fusilaban a demócratas.

La llamada “Carta de los 40” dirigida a Obama ha decantado un importante
proceso de definiciones en el terreno político cubano, porque la misiva
indica inexorablemente la derrota de la ideología comunista en Cuba.
Derrota por la cual han luchado cientos de miles de cubanos, muchos ya
fusilados, otros sobreviviendo en el mayor ostracismo dentro de la isla,
o sufriendo los rigores del destierro. Esos son los verdaderos
visionarios, a los que se le quiere escamotear el triunfo, y como “la
patria es de todos”, encontramos otra razón para no olvidar a esos
patriotas.

Es ingenuo pretender un apoyo popular masivo a negociar con Raúl y sus
generales una transición fraudulenta, que implique la continuación de un
régimen demostradamente represivo y autoritario. La Nación cubana no son
sólo los 40 firmantes de una inconsulta “petición a Obama”. Cuba somos
todos. Para cualquier cubano digno es imposible apoyar un equipo
gobernante que ha destruido moral y físicamente su país. No va a ser la
ambición económica de un negocio fácil para unos pocos la carnada que
engañe a la mayoría del pueblo cubano de dentro y fuera de la isla. Sí
hay rendición, ¡tienen que irse! Si no la hay, ¡la lucha continúa!

Intentos no han faltado dentro del variopinto escenario actual de la
oposición cubana: pidiéndole a Europa un lugar en la mesa de
negociaciones; argumentando las ventajas de un cambio fraude que
garantice desayuno, almuerzo y comida, pero sin libertad; teorizando
sobre la necesidad de un “socialismo democrático” a tono con la
izquierda mundial; pidiéndole a Obama el perdón de los opresores de la
patria… Todo de última hora. Cuando los miles de campesinos cubanos
alzados en armas a lo largo y ancho de la isla en los 60 y los 70 eran
fusilados “in situ” ninguna de esas voces se escuchó. Repito, la patria
es de todos, y ¡más vale tarde que nunca! pero sin pretender imponer
--de nuevo y con otro nombre-- la ideología que destruyó al país.

Ésta es hora de definiciones: ningún cubano digno, ningún opositor
consiente del fracaso del socialismo puede apoyar la continuidad en el
gobierno de la isla del Partido Comunista Cubano, ni la primacía de la
familia Castro y de sus generales, entregándoles la economía cubana para
administrar a una dinastía familiar, sin libertades para el resto de la
Nación. El problema cubano no es debatir si se debe o no aliviar el
embargo contra el opresor; el problema es discutir si se ayuda o no a
Raúl y sus generales a continuar oprimiendo a un pueblo sin libertades.

"Cubaverdad" cubaverdad


Source: Cuba: Hora de definiciones -
http://www.martinoticias.com/content/cuba-hora-de-definiciones/37035.html