El poeta.
Autor: Ramón Valentín Díaz Marzo
Ayer me encontré con un viejo amigo en la calle del Obispo. Es un tipo con buenos sentimientos. Escribe bellos poemas que podrían pasar por canciones. Tiene 55 años de edad y recientemente vendió su casa.
Durante 6 meses derrochó el dinero porque tenía el viejo anhelo de vivir como un turista. Ahora anda por las calles de la Habana Vieja sin casa, sin dinero, y un manojo de poemas bajo el brazo. Cuando entabla conversación con los turistas (y él sabe conversar) se proyecta como uno de los grandes poetas desconocidos de Cuba; que por supuesto, lleva la vida bohemia como corresponde a todo gran artista.
El poeta tiene labia. Envuelve. Adormece. Habla bien de la Revolución (a algunos turistas le gustan más los cubanos que estén a favor del gobierno). El turista no quiere saber nada de miserias ni asuntos políticos; está de vacaciones con sus dólares que convierten a Cuba en un paraíso tropical. Se toma unas cuantas cervezas y unas cuantas comidas con el cubano o la cubana que le ofrezca algún tipo de placer. Y el Poeta ofrece el extraño placer de improvisar poemas delante del turista cuando lo invitan a un refrigerio. El Poeta es un cabrón de la calle. Durante la conversación obtiene la información que necesita sobre el turista: país, edad, sexo, aficiones, nivel cultural, y cualquier otro detalle, como por ejemplo: si recientemente encontró al amor de su vida o lo perdió. Entonces el Poeta saca una hoja en blanco. El turista piensa que está ante un dibujante callejero, pero sólo ve cómo el Poeta garabatea en el papel palabras de su propio idioma (el Poeta domina 4 idiomas) y finalmente le entrega al extranjero o extranjera el escrito.
Normalmente el turista se sorprende y reacciona favorablemente. Y llega el momento más difícil para el Poeta; más difícil que escribir el poema: contar la historia de su vida de poeta incomprendido, de poeta maldito a punto de morir de hambre (lo que es absolutamente cierto). Y el turista apenado le pregunta qué puede hacer por él. Entonces el Poeta pone la cara de un padre que no tiene otra opción que vender a uno de sus hijos, y dice:
-Dame lo que quieras. Es un original lo que te estoy entregando. Algún día ese papel valdrá dinero.
El turista está visiblemente emocionado, se ha tomado varias copas, y balbucea:
-Es que se trata de una obra maestra.
-La vie, c’est-à-dire, la existence, seul excrément pour moi.
Y el turista, según sea su posición económica, extraerá de su billetera un dólar, cinco dólares, y hasta diez dólares.
-¡Tremendo negocio, compadre! -le digo al poeta.
-Pero hay que tener cara, compay. En realidad soy un actor –me responde mi amigo honestamente.
Es cierto. El poeta tiene un rostro especial, como si las manos del sufrimiento le hubieran apretujado la cara hasta reducirla una expresión de indefensión; y su mejor virtud para hacerse de los fulas es que despierta lástima. Además, después que se gana el interés del turista sabe escuchar y deja que el otro despliegue su ego, y todo el tiempo sabe mantenerse por debajo de la personalidad del cliente.
Por las calles de la Habana Vieja deambulan fantasmas que han tenido que echar a un lado el pudor para poder sobrevivir. No les importa el futuro porque en el eterno presente de la Cuba de estos tiempos el futuro nunca ha llegado.
Viven su existencia como si el Mundo se fuera a terminar al siguiente día. Y no están lejos de la verdad. Ni aquí ni en ninguna parte nadie sabe cuándo llegará el futuro de Cuba.
La ciudad de La Habana también ha cambiado su personalidad. A veces me demoro en mirarla por la tristeza que causa el espectáculo de sus edificios deteriorados.
En el rostro de las gentes hay como una ausencia de pensamiento. Es la huella de la desesperación, aunque hayan "hecho el pan “con "la mecánica nacional". Saben que los pocos o muchos dólares que han podido ganar nada les garantiza, como no sea el instante mismo en que lo gastan en bebidas alcohólicas, alguna comida más sofisticada que el pan con croqueta y el refresco de polvo mezclado con agua que el Estado le oferta a la población.
Conozco de vista a varios fantasmas. He sido testigo de cómo, desde los primeros años del Periodo Especial (allá por el año 91 del siglo pasado) comenzaron a sufrir un proceso de descomposición interior y exterior parecido al que hoy, de modo evidente, la ciudad oculta a los ojos del turista que en una semana de vacaciones jamás conocerá nuestra dura realidad.
Recientemente hablé con uno de estos fantasmas que ya no puede ocultar su estado depresivo. Apenas se baña y apenas tiene dinero para el pan con croqueta. Le sugerí que en una clínica siquiátrica o en el mismo Mazorra podría llevar una vida mejor.
Y me contestó que en La Habana más rápido se sale del país antes que conseguir un ingreso en el manicomio.
-Para ingresar en Mazorra hay listas de espera -me dijo este otro fantasma-. Hay una gran demanda por parte de los "locos” que no soportan más la realidad a la que nos están sometiendo.
Yo vivo anhelando ese ingreso. Pero el ingreso sólo lo logran los "locos" que tienen "palanca". Para ingresar sin "palanca “tienes que realizar un acto de demencia mayor. Y en tal caso no vas para Mazorra, sino para una prisión.
Pero regresando al poeta que nos ocupa. Ayer tarde lo encontré de lo más desilusionado. Dijo que cada día se le hace más difícil vender sus poemas.
-Tal vez el pozo se me secó -me dijo el Poeta-. Tendré que transcribir poemas de grandes poetas; y vender más barato.
-Pero si es un poema famoso el extranjero descubrirá el plagio-dije.
-En este mundo ya nadie lee poesía.
-¿Y no podrías dedicarte a otra cosa? -pregunté.
-¿Bromeas? ¿Cuba no es una potencia cultural?
-Por supuesto -respondí.
-Entonces, compadre. Lo único que sabemos hacer tipos como yo es conocer a casi todos los grandes autores de la literatura universal. Claro, de comida ni hablar. Pero si los libros alimentaran seríamos uno de los pueblos más poderosos del mundo.
Ante semejante razonamiento tuve que rendirme. Al despedirme del poeta sólo se me ocurrió sugerirle:
-Busca en la biblioteca aquellos poetas cubanos más olvidados, y selecciona de sus obras aquellos poemas menos conocidos. Incluso, podrías copiar poemas de poetas que aún están vivos y en estos precisos momentos, en que se está celebrando la XI Feria del Festival del Libro en La Habana, ya nadie se acuerda de ellos y se encuentran en sus casas muriéndose de hambre -y añadí-. Vendiéndole al turismo estos poemas, entre cerveza y almuerzos que te inviten, tu suerte mejoraría. Además, el peligro de que te descubran es mínimo; especialmente si son los propios autores. Estos poetas ya no salen de sus casas y jamás descubrirán que el "jineterismo" cubano también se ha adueñado de la literatura.
-No es mala la idea. Ahora nos despedimos, Ramón. Son las tres de la tarde y aún no he almorzado. Y hoy tengo que "hacer un pan" que me dure para varios días.
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