Foto Sonia Pérez. 1980
"Yo vivía en Empedrado, y después viví en la esquina de la Catedral,
en Mercaderes. De niña había vivido en Muralla entre Cuba y San
Ignacio. Ese era mi barrio."
Foto tomada de
http://zoevaldes.net
Entrevista exclusiva con Zoé Valdés
POR IVÁN GARCÍA
ESPECIAL PARA DIARIO LAS AMÉRICAS
LA HABANA.- Hablar de Zoé Valdés en Cuba es cruzar un campo minado. El
régimen ya hizo lo suyo. La eliminó de su catálogo literario y poético.
No existe para los estudiantes de literatura en la isla, y sin embargo
aparece en casi todos los programas de estudio europeos. Aunque escapó
de la censura en una antología del cine cubano, que la reconoce como
guionista del filme Vidas paralelas, premio al mejor guión
cinematográfico inédito en el XII Festival Internacional del Nuevo Cine
Latinoamericano en 1990. Poco más. Una mañana cualquiera, un talibán
ideológico o un amanuense de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba,
carga su pluma e intenta descalificarla. Pero no solo la autocracia
verde olivo es vitriólica con la escritora cubana residente en París. En
un sector de la nueva generación de disidentes, Zoé Valdés es una
versión menor de Lucifer. Por su postura polémica recibe metralla de los
dos bandos. Que van desde el insulto a la amenaza.
Nació en La Habana, el 2 de mayo de 1959. En pleno apogeo de la
primavera, aguaceros tropicales, guerrilleros y barbudos. Se crió en la
parte antigua de la ciudad, entre solares, callejuelas estrechas y
penurias materiales. Años después, esos suburbios pobres y duros serían
cuna de jineteros, estafadores y buscavidas. Los barrios de San Isidro,
Jesús María y Belén -a espaldas de la restauración arquitectónica que ha
convertido a la zona colonial en postal turística y caja recaudadora de
divisas del régimen- se convirtieron en la ruta diaria de Zoé Valdés.
Todavía algunos recuerdan a aquella hermosa china amulatada, siempre con
una sonrisa y un libro bajo el brazo. Como el resto del vecindario,
cargaba cubos de agua, hacía largas colas para comprar alimentos y
cuando llegaban los apagones, aprovechaba para criticar la ineficiencia
de la revolución castrista. En estas barriadas no se puede ser manso.
Los habaneros saben a qué me refiero. Debes dominar el amplio registro
de las peores malas palabras recogidas por el castellano y de vez en
cuando, si es preciso, dar una buena bofetada. Demostrar que no eres un
pendejo.
De sitios tan atractivos como volátiles es oriunda una de las mejores
novelistas cubanas del siglo XX. Ha parido 26 libros. En sus alforjas
tiene un racimo de premios literarios. El último, el Azorín de Novela
2013, por La mujer que llora, sobre Dora Maar, una de las amantes de
Pablo Picasso. Junto a su esposo Ricardo Vega, administra una galería de
arte en una calle parisina. Cuatro veces al año, en colaboración con su
hermano Gustavo, edita la revista Ars Atelier City. En 1998, Francia la
hizo Chévalier de las Artes y las Letras y fue miembro del Gran Jurado
del Festival de Cannes. Es Doctor Honoris Causa de la Universidad de
Valenciennes. En mayo de 2012, la Alcaldía de París le otorgó su máxima
distinción, la Grande Médail de Vermeil. Ha publicado en diversos
periódicos y revistas de Francia, España, Alemania, Suiza... Además de
un blog personal que a ratos se convierte en un campo de batalla, tiene
tres más, en El Economista, Libertad Digital y El Universal de Caracas.
Cuando hace periodismo o redacta un post, sustituye el teclado por un
látigo. Prosa directa. Diplomacia escasa. Los Castro son una constante
en sus escritos. Tampoco se calla y critica el desempeño de algunos
disidentes de nuevo cuño. Es su carácter y un derecho que tiene. A pocos
días de cumplir 54 años, Diario de las Américas conversó con Zoé
Valdés.
Cuéntame los mejores y peores recuerdos de tu infancia y juventud. ¿Perteneciste a alguna organización política o de masas?
Los únicos recuerdos hermosos de mi infancia transcurren fuera de mi
casa, como 'pandillera' del Parque Habana (a diferencia de la pandilla
tal como la conocemos, sólo nos dedicábamos a brincar azoteas y recoger
'tesoros' abandonados en los derrumbes, a criar palomas), o sentada en
el borde del estanque de la iglesia de La Merced, o en un bembé de las
esquinas de Paula y Merced, en la Casa Natal de José Martí, en el Museo
Bellas Artes, a donde iba con mi abuela, o en los parques. Soy muy
parquera. En el Parque Zayas (que ya no existe, lo demolieron para hacer
el horrendo monumento al barco ése desgraciado que trajo a esos ochenta
delincuentes o terroristas desde México, y que acabaron con el país),
en el Parque de los Enamorados. Mi abuela y yo amábamos la estatua tan
impoluta de José de la Luz y Caballero, a veces la cagaba un gorrión, lo
que era normal, y mi abuela se encaramaba o me obligaba a que yo me
subiera, para limpiarla con su pañuelito de encaje.
Nos gustaba mucho Cojimar, a donde fui con frecuencia y donde viví un
período de mi infancia y otro de mi adolescencia, y Regla y Casablanca.
Allí íbamos a menudo a la iglesia de Regla, o a sentarnos a la sombra
del Cristo, en Casablanca. Me encantaba jugar a pisotear los boliches
que caían de los árboles o usar como sonajeros las vainas secas que
luego le dedicábamos a Elegguá. Mi abuela era santera, una irlandesa
santera, se había casado con un chino, y yo soy buena parte de esa
mezcla. Me encantaba recoger los almendros maduros y mordisquearlos, y
escupirlos. Patinaba mucho, mi tío me hizo una chivichana de palo, yo
era muy mataperra y marimacha. Siempre andaba subida a los árboles,
sobre todo a los ciruelos de la casa de mi tía en Cojimar, sonsacando a
los varones. Me iba a nadar sola, hasta tarde, y la paliza no me la
quitaba nadie luego. Siempre recuerdo el salitre entre las nalgas y los
verdugones del cinto de mi abuela, ella lo llevaba en la cartera,
Farolito, el amansaguapo, así lo llamaba, y un alfiler de criandera para
pinchar a los rescabuchadores en las guaguas y en los cines.
Los peores recuerdos, mezclados con buenos también, son los del solar,
la estrechez del cuarto, la falta de agua, la cocina de luz brillante o
queroseno, que me hacía mucho daño porque soy asmática; el baño
colectivo de paredes mohosas, o el baño en una palangana cuando se coló
un rescabuchador en el solar. La cochambre, y la lucha por limpiar cada
día, pero era imposible sin productos para hacerlo, sin agua en
abundancia; teníamos que usar capas de aquellos nailons de polietileno
negro con el cual envolvían las posturas de café caturra, para bajar las
escaleras porque las tuberías se pudrieron y la mierda y el orine se
filtraba por el techo de la escalera, y aquello era una tremenda
asquerosidad. Recuerdo la peste, todavía la tengo pegada a mi nariz. Ya
escaseaban los alimentos, siempre faltó comida. Mi mamá quejándose de la
falta de dinero. Yo no podía ver a mi padre. Y eso creo que me hizo más
fuerte. Tenía que volverme el hombre de esas tres mujeres enloquecidas,
mi primo era más pequeño. Cargábamos cubos de agua del parqueo del
Parque Habana.
Cuando se derrumbó el solar, mi abuela y yo estábamos dentro, teníamos
muchos animales entre el cuarto y la azotea: once jaulas de canarios, un
palomar con palomas, un perro, un gato, un gallo, una cotorra,
jicotea... los animales que los santeros tienen o tenían normalmente. Lo
perdimos todo. Nos dio tiempo a recoger los santos, y correr hacia la
calle. Detrás de nosotros se derrumbó todo. Durante años, solo quedó una
pared donde yo había sembrado semillas y había crecido un gajo y mis
dibujos, y las figuras que hacía, descascarando la pared con las uñas.
Mi mamá me dejaba pintar y escribir en la pared. Estuvimos dos años en
el albergue de Montserrate, aquello fue terrible para todos, perdimos
nuestras pertenencias. Pero lo que más sentía era haber perdido los
animales, mis libros, mis libretas del colegio, tampoco tenía grandes
libros, ¿en qué espacio? En el albergue de Montserrate sólo nos daban
almuerzo, jurel y un arroz insípido, y agua. Dormíamos en literas
apestosas a yute húmedo. Los niños y las mujeres en un piso, los hombres
en otros, las fajazones a machetazo limpio eran muy frecuentes, por
celos, por la comida, por una ropa que se perdía, robos diarios, o por
una colchoneta que alguien quemaba con una colilla. No había baños para
bañarse, entonces cada cual tenía que conseguir dónde hacerlo.
Mi abuela habló con la taquillera del cine Actualidades para pedirle que
nos permitiera usar el baño del cine. Allí nos aseamos unos doce o
trece niños durante dos años, después hacíamos las tareas en los
parques, o en las lunetas del cine antes que empezara la tanda de las
seis. Ese cine siempre abrió a las seis. Nos íbamos a comer a la
pizzería de Obispo, el 'palacio de las moscas', mi madre trabajaba allí y
nos echaba más queso en el plato, aquel queso boronilloso y rancio.
Luego volvíamos al cine, la taquillera nos dejaba ver películas gratis
para adultos. A veces dormíamos en el cine, mi abuela tiraba las
colchonetas en el piso. A la una de la madrugada el trasiego de
colchonetas del albergue hacia el cine era tremendo. Lo malo era que
después había que levantarse muy temprano, oscuro, de madrugada, porque
las colchonetas no podían quedarse ahí durante el día. Mi madre empezó a
salir con un tipo que detesté siempre, y él a mí. Sufrí mucho cuando
ese hombre se metió entre nosotras. Para colmo, mi abuela murió y me
quedé sola, más sola que nunca.
Mami trabajaba y yo me pasaba la vida sola, leyendo, en las bibliotecas,
o en los parques, o cogía la guagua hacia Cojimar. Me encantaba el
libro de Dora Alonso, Las aventuras de Guille, y Moby Dick, entre otros,
claro. Como iba sola en la guagua, y muchos militares iban hacia La
Cabaña, tenía que andar gata, porque una niña sola en una guagua de
noche, con esos tipos, no era fácil. Bueno, no me puedo quejar, estoy
viva, estoy aquí. Ocultar que era católica, ocultar que mi abuela era
santera, espiritista, ocultar que mi padre había estado preso, ocultar
esto o aquello se convirtió en una pesadilla, luego lo asumí; para mí
como para muchos la vida no podía ser de otra manera. Mi madre llegaba
con las botellas de aceite escondidas debajo de la falda negra de
camarera, y sin embargo como cualquier madre me decía a mí que no debía
robar en las tiendas, pero ella robaba comida en su trabajo. Nunca robé,
otros sí lo hacían.
Para nosotros los libros eran muy caros, mi madre ganaba 138 pesos, y en
aquella época yo leía libros de medicina sin entender ni pitoche. Me
gustaba uno particularmente sobre las enfermedades glandulares donde
había fotos de mujeres con más de dos pechos. O los libros sobre los
museos de pintura en Leningrado y en la antigua URSS. Eran libros que
tenían un papel brilloso y olían distinto. Como te dije, era muy
marimacha. Mi tío me apuntó en el ring de boxeo que quedaba frente a la
iglesia de La Merced, y jugaba al taco con los varones de mi aula, y a
las cuatro esquinas, y a las bolas. Me fajaba a los piñazos cuando
maltrataban físicamente a mi primo, y siempre llegaba a la casa con la
blusa gris del uniforme descosida por la costura del medio, el corpiño
roto, y la pañoleta rajada en dos mitades. Todavía era aquella pañoleta
azul y blanca.
En cuanto a mi paso por las organizaciones de masas, no fui más que
pionera, como cualquiera, y hasta eso me costó trabajo, porque como era
católica y asistía al catecismo... Nunca fui joven comunista ni del
partido comunista. No reunía los requisitos, y mi madre muy temprano me
advirtió que tratara de no destacarme y de mantenerme en silencio, que
toda esa "destacadera" de los demás lo único que hacía era perjudicarlo a
uno. Tuve muchos problemas en las escuelas al campo, broncas a
galletazos por otros, escapadas a los albergues de los varones por la
noche. Padecí el acoso de algunos profesores, pero no fui la única, ni a
la que más se lo hicieron, yo no estaba tan desarrollada, y más bien
siempre fui feúcha. Me encantaba, sin embargo, bañarme en las turbinas,
desnuda, montar a caballo, hacer carrera a ver quién subía más rápido
con un cuje en la espalda repleto de hojas de tabaco hacia el techo de
una casona de tabaco en Pinar del Río, escaparme a los bohíos de los
guajiros, pero comparado con los ratos de abulia, apatía y rechazo
generalizados, esos ratos duraban poco. De esa experiencia salió mi
novela Querido primer novio.
Alfredo Guevara, viejo amigo de Fidel Castro, acaba de fallecer. Lo conociste muy de cerca. ¿Qué obituario le dedicarías?
Conocí muy de cerca a AG, o al menos conocí lo que él quiso que
conociera de él. Otros lo han conocido más profundamente que yo, y desde
otros ángulos. Durante dos años en París fui la persona que le llevó
sus papeles personales en su casa, no en la oficina, la que le rehízo y
ordenó su biblioteca, así como la biblioteca de Alejo Carpentier que
heredó AG en París. Al principio fue muy rudo conmigo, me trataba de
forma antipática, yo era la mujer de su mejor amigo. De modo que de
cierta manera tuvimos un acercamiento intelectual tardío, pasajero y
difuso de su parte. El obituario está en mi blog. No sé hacer
obituarios, ni me interesan cuando se trata de gente así. Un día
escribiré una novela porque cualquier tipo como AG es un personaje
novelesco y novelero, ya escribí una especie de noveleta titulada El
hombre profundo. Pero si escribo esa novela seré más precisa.
Era un ser detestable, racista, misógino, pero a veces podía convertirse
en un seductor. Y nos quiso creer, como digo en mi blog, que la única
opción liberadora pasaba por él, estaba en su poder. No contó con que
algunos, o al menos yo, aprendimos a fondo el sentido de la palabra
libertad en esa primera estancia en París, pese a que nos mantenían muy
controlados por la seguridad del estado de la embajada y de la UNESCO.
Guillermo Cabrera Infante lo inmortalizó como el comisario político en
su libro Delito por bailar el cha cha chá. Y en Retrato de familia con
Fidel, Carlos Franqui escribió que "era el cerebro gris del castrismo".
Llegué a quererlo, también lo digo en mi blog, debido a esa visión de
hereje que nos vendió.
¿Cómo valoras tu paso por el ICAIC? Háblame de la experiencia como empleada en la sede cubana de la UNESCO en París, en 1984-88.
Alteraré el orden, si me permites. Mi paso por París fue importantísimo
para mí, aprendí mucho, sobre todo aprendí a acariciar una cierta idea
de la libertad. Nadie podía impedirme que entrara en una librería,
aunque los libros eran prohibitivos para mis ahorros, y Alfredo sólo le
regalaba libros a sus elegidos, no a mí. De esos regalos me beneficiaba,
claro, porque podía leerlos, pero no pasaba de ahí. Yo me vestía en las
Pulgas, en el pulguero, mis abrigos olían a viejo, entonces los
perfumaba con colonias baratas de Tati y les colocaba un adornito aquí y
otro allá, para modernizarlos.
Me compraba la ropa de los muertos en los Guerrisolds, comía del Ed
L'Épicier cuando Alfredo no nos invitaba a su casa a comer, fue
dejándolo de hacer cada vez más. Pero me hice amiga de unos venezolanos,
una de ellos es todavía una gran amiga, y ella me invitaba a los
museos, los pagaba en muchas ocasiones, y con ellos aprendí que París
podía ser menos tortuoso y torturante, con tantas cosas maravillosas y
sin poder disfrutarlas.
Aunque de solo sentarme al borde del o de la Sena (es ría hembra y no
río) durante la primavera ya mi espíritu se engrandecía. Iba a leer y a
dormir a los viejos sofás de la librería Shakespeare and Company, allí
descubrí a Alba de Céspedes, Djuna Barnes, James Joyce (allí Sylvia
Beach publicó Finnegans Wake, y allí iban Hemingway y John Dos Passos),
descubrí también a Anaïs Nin. París me dio alas.
Y no iba a dejar que nadie me las cortara. Sin embargo, regresé a Cuba,
quería cambiar las cosas desde dentro, no quería irme de Cuba, aunque lo
pensé y hasta inclusive medio que lo preparé en silencio, pero no pudo
ser. Dentro de la Misión de Cuba en la UNESCO que supiéramos, cuatro
personas eran policías con cargos diplomáticos para embajarar; en la
embajada, existían muchos más.
En el ICAIC empecé acompañando a artistas franceses, hacía de intérprete
durante los festivales de cine, no me pagaban. Pero podía comer en los
hoteles, ver películas e ir a las fiestas. Trabajé con Michel Legrand,
Eric Bertok, Dominique Sanda, Tcheky Karyo, Agnès Vardá, aunque con ella
menos. Luego, durante un breve tiempo, trabajé de dialoguista en los
guiones de algunos directores, tampoco me pagaban, pero podía ir
haciendo curriculum para entrar allí bajo contrata.
Así fue que entré, bajo contrata, sustituyendo al periodista Antonio
Conte como jefa de redacción de la revista Cine Cubano, cuando él se fue
para Colombia. Luego no había medios para contratar a un subdirector, y
asumí los dos cargos, por un salario de contratada de 320 pesos
mensuales.
Entre una cosa y otra trabajé cuatro años en la revista y cinco en la
UNESCO, siempre por contrata. En la revista hasta enero de 1995. Dejé un
número preparado, y me fui definitivamente el 22 de enero del 95. No
imprimieron ese número nunca. Además, mi libro Todo para una sombra, de
poesía, que estaba casi listo, y había sido publicado en España porque
había ganado el accésit Carlos Ortiz, fue destruido, lo hicieron pulpa.
Nunca he cobrado derechos de autor de la Sociedad General de Autores de
España pese a que el guión de Vidas paralelas realizado por Pastor Vega
ganó el Primer Premio de Guión con mi guión, según me dicen sólo aparece
como autor el ICAIC y no yo.
Pero mi nombre está en los créditos como guionista. También ellos, los
que me censuran y dicen todo lo que se les ocurre, venden mi primer
libro de poesía y mi primera novela Sangre Azul en las ferias
internacionales de libros, nunca me han pagado derechos de autor. Son
unos ladrones, ya es sabido.
En el ICAIC pude respirar más o menos tranquila, dentro de toda la
basura de aquel país, el ICAIC era una especie de oasis. Los jóvenes que
allí estábamos no habíamos conocido nada mejor antes, y al menos
podíamos participar una vez al año de mundos diferentes, cuando llegaban
los extranjeros al festival de cine anual o cuando se organizaban
semanas de cine francés, alemán u de otro país.
¿Qué motivó tu exilio? ¿Venías fraguando el plan hacía tiempo o de pronto se te presentó la ocasión?
Mi exilio lo motivó la falta de libertad en general. La coacción y
presión constantes. Los horrores de los que fui testigo personal y en
colectivo durante años, la copa se colmó con las gotas del remolcador
Trece de Marzo y con la crisis de los balseros, en 1994.
Sí, yo había pensado mil veces en irme, pero al mismo tiempo no quería
dejarles el país, no quería dejar a mi madre sola, muy común. Ya mi
padre se había ido, con mis hermanos. Creía que desde el arte, desde la
cultura, desde ese mundo algo distinto del cine, se podía empezar a
cambiar las cosas.
En aquella época, ser ingenuos todavía podía ser creíble, porque el muro
de Berlín acababa de ser derrumbado, los soviéticos empezaban a
quitarnos el pie. Pensamos que podíamos iniciar nuestra propia
perestroika, y más temprano que tarde aquello acabó con la
"pereztranca", que fue como se llamó popularmente. No pensábamos ni en
sueños que acabaría con el exilio de toda la generación artística de los
ochenta. Mis broncas y enfrentamientos con Alfredo Guevara no fueron
tantas como tuvieron otros, pero las que tuve fueron esenciales, y muy
violentas. Y bueno, ahí entendí que tenía que asumir mi vida de otra
manera. Mi relación con Ricardo Vega influyó mucho en mis decisiones.
Él era un disidente del grupo ARDE (Arte y Derecho), había firmado la
Carta de los Diez. En fin, las broncas políticas con los vecinos, el
Comité, y lo demás... pero por encima de todo nuestra hija, que
queríamos evitar que le formatearan el cerebro como a nosotros. Ricardo
siempre lo decía, había que impedirlo.
Cuando llegué a París en esa segunda ocasión, con mi familia, me dije
que observaría desde lejos, y que vería tras la publicación de La nada
cotidiana, que ya se estaba fraguando a escondidas, o medio oculta, qué
pasaría. Y pasó que recibí amenazas, que me dijeron que no podría
regresar nunca más a Cuba si seguía haciendo las declaraciones que hacía
en los periódicos del mundo entero tras el éxito de la novela.
No me lo mandaron a decir con nadie, no, vinieron a la casa donde yo
estaba alquilada y me lo dijeron de frente. Y entonces después sobrevino
el gran plan para silenciarme, el de acabar conmigo, el de llamarme
pornógrafa, y de todo, insultarme, calumniarme, además de seguir mis
pistas y enviar siempre tras de mis triunfos a alguien para que
recogiera lo que yo sembraba, poniéndome la mala además con las personas
que trabajaron conmigo, por suerte, no todas son tontas ni castristas,
ni siquiera sensibles a serlo.
Sí, ellos son muy astutos y tienen un brazo muy largo, pero a mí se me
dan bien las fintas, también jugué baloncesto, porque antes que
Filología debí estudiar Educación Física.
Cuando la Universidad de Valenciennes me propuso para el doctorado,
ingenuos los profesores, intentaron comunicarse conmigo a través de la
Embajada en París. Lo que hicieron los funcionarios castristas entonces
fue tratar de que desistieran en darme el doctorado y que se lo dieran a
Leonardo Padura. Esto me lo contó el decanato de la Facultad, en pleno,
la misma versión sin una variante, porque le escribieron a uno por uno
para que me quitaran el doctorado a mí y se lo dieran a Padura.
Cosas como ésas me han hecho muchas. He sido más perseguida fuera de
Cuba por anticastrista que dentro de Cuba, y no solamente por los
cubanos, sino por los franceses, algunos, no todos, por españoles,
italianos... Y los escritores de adentro se han prestado para ello.
¿Recuerdas el día de tu debut como escritora?
Sí, fue cuando me publicaron un poema en Cuba, lo publicó Bernardo
Marqués Ravelo en El Caimán Barbudo, en la sección Cartas a los
lectores. Luego, cuando mi libro Todo para una sombra salió en España,
en Taifa, y lo vi, en la vidriera de una librería, junto a un ejemplar
maravilloso de la Correspondencia entre Salvador Dalí y Gala, no sabía
si llorar de alegría, dar saltos, o quedarme tiesa. Nada, me quedé
tiesa, pero muy emocionada interiormente, callada. Compré el libro de la
correspondencia y ese día no comí: o me compraba el libro o comía.
Tu primer gran éxito editorial fue La nada cotidiana, en 1995, época
dura en Cuba. Una vez, un librero de la Habana Vieja me contó que una
señora no tenía dinero para alquilar un ejemplar escondido de tu novela,
y a cambio le ofreció el único par de zapatos de vestir que tenía. ¿Qué
se siente al saber que eres una escritora clandestina dentro de tu
patria?
Esa anécdota me da mucha tristeza, mucha tristeza. Pero al mismo tiempo
dice mucho de la generosidad de esa señora, y también de una parte de
ese país. Yo también cambié cosas de valor por libros, por lecturas.
Copiaba a mano los libros cuando no podía quedarme con el ejemplar,
porque no era mío, me lo habían prestado.
Es una pena que no se lean mis libros ni de los cubanos exiliados en
Cuba, sin embargo, los libros entran de mil maneras, según he sabido por
cartas que recibo. De todos modos, tengo ahora otros públicos que me
dan grandes alegrías, y con los cuales me identifico, a través de ellos
he aprendido mucho del mundo.
Un día llegará en que mis libros, y los de tantos escritores todavía
prohibidos en la isla, se puedan leer de manera natural, y ser
adquiridos por su precio natural por una persona que trabaje de manera
natural y no sea tratada como el peor de los esclavos. Porque eso es lo
verdaderamente triste, la esclavitud en la que viven sumidos los
cubanos, como si esto fuera lo verdaderamente natural, cuando es lo
antinatural, lo inhumano.
Ahora mismo, ¿qué estás escribiendo?
Acabo de terminar mi primer libro en francés, y estoy siempre en esa
novela de Batista, que espero finalizar este año, sólo sea por cumplir
con El Hombre en el ochenta aniversario del 4 de septiembre. El 2 de
mayo saldrá en Francia una novela titulada La noche al revés, en la
editorial Arthaud de Flammarion.
El régimen dice que eres 'batistiana'.
Para haber sido batistiana, como lo fue, por cierto, una gran parte de
la población cubana de a pie, tenía que haber vivido antes del año 1959,
lo que no pudo ser posible porque nací en ese fatídico año. Mi
curiosidad por Fulgencio Batista y Zaldívar viene desde lejos, al igual
que a unos cuantos jóvenes, que tampoco son tantos, me picó la
curiosidad debido a la mala propaganda que siempre le dieron los
castristas al ex presidente, pero mi curiosidad resultó sobre todo
porque ansiaba conocer la verdad, y en esa verdad hay de todo como en
botica, porque el eslabón Batista, el cubano prefirió, para su
comodidad, lanzarlo al olvido; creo que hasta que no nos reconciliemos
con ese fragmento importante de nuestra historia no podremos
reconciliarnos con todo lo demás.
El gobierno de Batista, hoy está comprobado, fue muchísimo mejor que la
tiranía castrista, y sin embargo algunos siguen empecinados en probar lo
contrario y en negar lo que ya es tan evidente, que los Castro han
asesinado a más cubanos que Batista, y que sus crímenes comenzaron
cuando decidieron ser terroristas en la misma época de Batista y cuando a
posteriori se convirtieron rápidamente en dictadores, en cuanto se
aferraron al poder.
No idealizo tampoco la época del batistato, porque ni siquiera ellos
mismos la idealizan, así me lo confirmó el mismo Santiaguito Rey Pernas
cuando lo entrevisté durante seis horas, y Rubén Batista, al que también
entrevisté durante días en Miami, pero sin duda alguna esa época fue
mejor, y había al menos esperanzas. Los que no estaban de acuerdo se
pudieron rebelar.
El error, claro, fue el golpe de estado del año 1952, que rompió con una
Constitución perfecta, o casi, pero al mismo tiempo, el pueblo cubano
estuvo de acuerdo con ese golpe en su gran mayoría, ¿por qué? Pues
porque los pueblos son así, ingenuos o cabrones, mira lo que acaba de
suceder ahora en Venezuela, y nadie dice que eso era un golpetazo a la
cara, y preparado por los hermanos Castro que son unos injerencistas.
Nadie ha robado más en Cuba que los Castro, nadie ha destrozado más a
ese país que los Castro, nadie ha asesinado más cubanos que los Castro y
con la complicidad de esa variante argentina de la crueldad, el bofe
del Che Guevara, nadie ha mandado a más cubanos al exilio que el
castrismo.
Y todavía hay una recua de descarados y desalmados que afirman sin que
les tiemble una pestaña que la época de Batista fue peor. El racismo
imperante bajo el castrismo es horrendo, horrendo. Bueno, era lo que
debieron esperar de un tipo que oía cantos de sirenas cuando la
burguesía le tarareaba aquello de: "Fidel, Fidel, acaba de sacar al
negro del poder". Es una historia maldita la nuestra, por eso el cubano
no llega o se pasa, como dijo Máximo Gómez, él que por cierto se pasó
con Martí, quien, el pobre, no llegó porque escogió el caballo del mismo
color que escogía la página en blanco para escribir.
Soñemos. Mañana anuncian en la radio que Cuba ha iniciado un proceso
genuino de reformas políticas y económicas. ¿Zoé compra un billete en el
primer vuelo rumbo a La Habana? ¿O desde París prefiere esperar a ver
de qué va la cosa? En el hipotético caso de que decidieras regresar
definitivamente, ¿qué planes llevarías bajo el brazo? ¿Te dedicarías a
las letras o tendrías aspiraciones políticas?
¿Comprar un billete yo para regresar a Cuba? ¿A quiénes? ¿A las agencias
que les venden billetes a los pedófilos, a los que juegan y se burlan
de la miseria de los cubanos, a los que le entregan el dinero al
castrismo? Ni de juego.
Regresaré a Cuba el día en que desde el primero de los Castro hasta los
últimos estén fuera del poder, que sean ajusticiados, condenados, y
paguen por las muertes de Boitel, Zapata Tamayo, Villar Mendoza, Laura
Pollán, Payá, Cepero, entre otros. Cuando en la Plaza Cívica no quepan
los monumentos a nuestros muertos a la misma altura que el de Martí,
entonces allí estaré. Aunque encuentro espantoso cualquier tipo de
monumento, es un decir.
Tengo una vida hecha en el exilio, mi madre está enterrada aquí, y mi
tumba está ahí, pero antes de pensar en morirme, mi vida, mi casa, y
todo lo demás, están aquí. El apartamentico de basura que mi madre pagó
en La Habana y que yo terminé de pagarle, se lo quitaron, a mí me
quitaron lo mío, que ni siquiera era mío, que debieron dárselo a los
hijos de mi segundo marido, de quien quedé viuda, ahí está viviendo
ahora un militar, al que por sólo reprimir le han entregado ese
bajareque.
No sé si regresaré definitivamente. Esa isla es cada vez más
decepcionante, y el mundo por el contrario, pese a que los terroristas y
los políticos se empeñen en destruirlo, es hermoso. Por otra parte,
tengo muchos proyectos que hago con niños y gente buena, humilde, de
otros países. Los frutos de esos proyectos los veo in situ, rápidamente,
y claro, pienso cuando lo hago que cuánto podría ayudar yo lo mismo en
Cuba. Pero francamente no me interesa ayudar a gente berraca,
desagradecida, inútil, y con una sonsera que ya es endémica.
Muy poca gente hay en Cuba como tú, o como Luis Cino, o como unos
cuantos más que conozco. Muy poca gente como Sonia Garro Alfonso, como
Ramón Alejandro Muñoz, quienes dedicaban tiempo y vida a los niños, a
que aprendieran de su verdadera historia. Pocos son los que tienen el
coraje de Sara Martha Fonseca Quevedo, como su marido e hijos. En fin,
para qué enredarnos en la misma madeja de la bruja de Blancanieves. Mi
único proyecto es el de escribir, y de hacer periodismo. En una época
dije que haría un periódico cuando regresara, su título sería Libertad y
Vida.
El tiempo ha pasado y no creo que sea posible, ya esos periódicos
existen en la disidencia y seguramente habrá otros. No tengo
aspiraciones políticas de ningún tipo, pero me gustaría apoyar a los
demócratas cubanos en los que creo como posibles figuras políticas que
trabajarán y trabajan en aras de conseguir la libertad, la justicia, la
igualdad y no el igualitarismo, por supuesto, la democracia, con
vergüenza, y por qué no con venganza, como ha ocurrido en otros tantos
lugares.
La polémica tuya con la bloguera Yoani Sánchez ha provocado disímiles
opiniones dentro de la isla y en la diáspora. Para unos, un derecho
natural de una mujer libre que vive en una nación democrática. Para
otros, un pleito donde las bajas pasiones pesan más que los argumentos.
Sánchez despierta sentimientos encontrados dentro de la disidencia
cubana. Por prudencia o autocensura, algunos prefieren callar. En tu
caso, me gustaría saber la génesis de tu discrepancia pública con Yoani.
Nunca he tenido polémica con Yoani Sánchez, hubiera sido saludable
tenerla. YS nunca contestó a ninguna de mis observaciones, ni a mis
emailes. Está en su derecho de no hacerlo. La rareza es que públicamente
en sus twitters ella dice que me admira, que me lee, que me ama, etc.
Pero eso se lo dice a los que intercambian twitters con ella, porque a
mí me tiene bloqueada en sus twitters precisamente, en Voces Cubanas y
en su Facebook. O sea que no entiendo su amor, su admiración, ni todo lo
demás, y su bloqueo después, será que ella piensa que soy masoquista
como al parecer lo es ella. No lo soy. Tampoco he pleiteado con ella.
Mi enemiga no es ella. Son los Castro. Pero desde luego, mientras más se
ponga ella de parte del raulismo light, mientras más siga pidiendo las
boberías de internet, y los cambios cosméticos que pide, más esa
pedigüeñería constante que sólo enfoca mundialmente la atención hacia
ella, y armándose de ese doble lenguaje que usa, como sucedió en Brasil y
luego dijo otra cosa medio camuflada en Miami, no puedo estar de
acuerdo con ella. Vivir en democracia no es fácil, hay que esforzarse y
aprenderla, aprehenderla, hay que saber que uno tiene derechos y
deberes.
Ella tuvo esos derechos cuando vivió en Suiza, su hijo los tuvo, y ella
al parecer salió huyendo de los deberes, porque según su versión cuando
se compraba unos zapatos se culpabilizaba porque con ese dinero habría
podido comer su familia. Eso lo puedo entender, pero ya se ha convertido
en un leit motiv demagógico en sus entrevistas. Conozco a personas que
limpiando piso en este país viven holgadamente, le han dado educación a
sus hijos, y haciendo un esfuerzo enorme o trabajando el doble y hasta
el triple, han sacado a sus familiares de Cuba. Esa es la historia de la
familia cubana: la del esfuerzo en el exilio, y eso es lo que a mí me
vale, el esfuerzo. No pretendo que todo el mundo sea igual, es
imposible. Porque como dicen los gallegos c'a uno es c'a uno. De
cualquier modo, ni YS ni yo somos el centro de la solución en Cuba.
En Cuba, lo he dicho mil veces desde hace años, lo vengo repitiendo e
inclusive ahora veo que me roban las frases y se las apuntan con
tremendo descaro como una cosa novedosa, que los verdaderos líderes y
protagonistas de la historia de Cuba están en las calles, son en estos
momentos anónimos, e incluso a lo mejor ni ellos mismos conocen su
destino. Soy una persona libre, y voy a opinar y a escribir enteramente
en libertad. Mi esfuerzo me ha costado, y he pagado por ello física y
moralmente.
La génesis de mi discrepancia con ella fueron aquellas preguntas a Obama
y las otras a Raúl Castro, situándolos a ambos en el mismo nivel. Con
anterioridad ella había intentado un careo público con Mariela Castro,
traté de aconsejarla, que no le diera tribuna a esa tipeja, que se
preservara, que conservara sus fuerzas para el periodismo, pero al
parecer ella no sólo quiere ser bloguera, periodista, hacker, escritora,
empresaria, una multioficio en fin, también quiere devenir alguien
importante en la Cuba del futuro y con la anuencia de los Castro, tal
vez pactando con ellos, y qué sé yo, ni me importa, pero Cuba sí me
importa. También ella está en su derecho de decir lo que quiere ser, y
yo en el mío de discrepar.
Además sucedieron cosas que no me gustaron, en su entorno, como el
suceso de aquel periodista extranjero que al salir de su casa para ir a
ver a otro disidente, creo que a Antúnez, fue llevado preso, interrogado
en Villa Marista y expulsado de Cuba, y ahí me dije que lo que muchos
sospechábamos podía ser cierto, que en esa Academia Blogger o en su
entorno había chivatos, y hasta ahora puede que los haya. Ahora, como
llevo muchos años en esto, y no soy ninguna advenediza en estos
menesteres, y lo he probado, y mi único interés es la libertad entera de
Cuba, la justicia, la democracia, y nadie me paga por ello, estoy en mi
derecho de decir lo que pienso y de actuar en consecuencia.
¿Cómo crees que será el futuro de Cuba?
El futuro inmediato será duro, la gente será cada vez más pobre y más
sumisa, pero un día veremos la luz. ¿Sabes por qué? Porque nunca que ha
llovido no ha escampado. Y porque no se puede estar más bajo, más
espantosamente denigrado de lo que lo está el cubano hoy en día. Porque
en cualquier parte del mundo la gente tiene el derecho a rebelarse en
contra del horror; salvo en Cuba. Y porque los blancos solos no pueden
seguir haciendo la historia privilegiada de Cuba. Basta ya.
Somos un país mestizo, blanco, negro, mulato, chino, y más, y todos
tienen derecho a expresarse y a existir con sus voces individuales y con
proyectos diversos, comunes o no. No estuve de acuerdo con Oswaldo
Payá, se lo hice saber, lo escribí, pero él siguió en su lucha,
consiguió cosas, y yo seguí en lo mío. Eso no hizo de nosotros
irreconciliables enemigos, de ningún modo.
Era un hombre con el que sin dudas había que contar para el futuro de
Cuba, y así lo escribí en La Ficción Fidel, en el mismo capítulo donde
lo critico duramente. A Payá sin embargo no solo el gobierno le hizo una
guerra sorda hasta asesinarlo, también se la hicieron los blogueros,
eso lo sabe hasta el gato, mediante uno de esos corresponsales
extranjeros que viven en la isla como carmelina, y mediante otros blogs
del exilio, o de supuestos exiliados. Y no fueron solamente críticas
cómo las que yo le hice, fueron ataques donde incluso se dijo que tanto
él como otros disidentes ya eran viejos y obsoletos.
La gran sorpresa, en medio de la tragedia, ha sido la cantera que dejó
Payá, en sus hijos, y en los miembros del Movimiento Cristiano
Liberación, en su hija, Rosa María Payá. Y entonces, Oswaldo Payá
siguió, pese a la lucha de desgaste que le impusieron, hasta el final.
La pandilla que sigue a YS ha tenido la bajeza de acusarme a mí de haber
estropeado la dignidad de Payá con mis críticas, claro, eso lo ven en
función de las críticas que hago a YS, pero no se veían ellos cuando
atacaban y hasta se burlaban de Payá.
Y no se ven cuando me atacan a mí con una virulencia y una chusmería que
dice mucho de su líder y de su entorno. Tú, Iván, también fuiste
crítico con Payá, pero no lo denigraste, y tú seguiste en lo tuyo y él
en lo suyo, y santas pascuas. Tuve y tengo críticas para Oscar Elías
Biscet, por nombrar a otro opositor importante, pero de sólo hablar una
vez con su esposa, con Elsa Morejón, y de ella escribirme una sola
frase, me bastó para darme cuenta de que la errada era yo, y que ellos
están trabajando duro en sus proyectos, igual que otros disidentes. Aquí
la verdad no es propiedad de una sola persona, aquí todos hemos vivido
el castrismo, y los que vivimos fuera conocemos mejor la democracia y la
libertad que los que no la han tenido nunca, o que los que no quisieron
continuar luchando por ella y renunciaron a ella voluntariamente, o que
los no quieren ni siquiera enterarse que viven dentro de ella, como
ocurre con algunos de sus virulentos seguidores.
Yo no tengo ningún proyecto político personal, lo reitero y subrayo -y
esto lo he dejado para el final-, sí tengo uno crucial, el de mi aporte
como cubana y que no me puede negar nadie. Al margen de los que me
interesan como La Rosa Blanca , La Patria es de Todos y El Camino del Pueblo, escribí un
proyecto político: Propuesta para una Cuba verdadera, vital y libre.
Está ahí en mi blogroll, es lo que pienso que debiéramos hacer para
empezar, puedo estar equivocada, no pretendo tener la última palabra. El
florecimiento de proyectos diversos sería lo ideal, y que éstos vayan
en el sentido de acabar con la dictadura y no en darle más respiración
artificial; en definitiva es lo que me interesa y convoca. No pierdo mi
tiempo con dialoguitos, dialogueros, ni con nada de lo que sirva para
eternizar a esta gentuza en el poder. Es como han actuado siempre los
verdaderos demócratas del mundo.
Lo demás es el cuento de la buena pipa de los farsantes, lo de siempre
con Cuba, que das una patada en el suelo y surgen nidos de supuestos
salvadores, a cual más aprovechados. Los cubanos de la isla debieran oír
más, y claro, sopesar en relación a lo que viven ellos dentro, formarse
un juicio real.
Hoy volví del aeropuerto con un taxista iraní, hace treinta años que
vive en el exilio, estuvo preso y torturado en Irán. De lo que me
confesó, de su experiencia, aprendí bastante, porque un taxista conoce
mejor el estado vital de una ciudad, de un país, que probablemente un
escritor. Al final, lo curioso, es que me enteré que en su país había
sido periodista, pero lo mencionó de pasada, normalmente, y ahí nos
despedimos. Es probable que lo siga siendo, al menos en su mente.
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