Discurso pronunciado en el HOMENAJE A OSWALDO PAYÁ Y HAROLD CEPERO
por Ramón Guillermo Aveledo.Secretario Ejecutivo de la Mesa de la Unidad democrática
Para hablar en este acto, significativo en el motivo y en la
concurrencia, tengo quizás un solo título. Soy venezolano, y como tal,
siento lo cubano como propio.
Un venezolano, Narciso López, diseñó la bandera cubana de la estrella
solitaria. Un cubano, Francisco Javier Yánez, es firmante del Acta de
la Independencia de Venezuela. Desde entonces, han ido y venido a través
del Caribe los episodios compartidos. Y hoy, una sola es la lucha de
cubanos y venezolanos por la libertad. Ellos, por recuperar la suya.
Nosotros por defender la nuestra.
“Quiero que me manden al mercenario, al contrarevolucionario, ese es
el que se mete y resuelve los problemas”, son las palabras del director
de un hospital cubano – en testimonio que nos llega por intermedio de
Ofelia Acevedo Maura- cuando exige que el técnico en mantenimiento de
equipos que necesita, el apropiado para la tarea, es Oswaldo Payá. Payá
el activista, el disidente, es también el especialista responsable,
dedicado y capaz, el hombre confiable. No son dos vidas, es una sola y
un solo propósito, el de servir.
La anécdota no es irrelevante, ni siquiera es tan anecdótica. Resulta
que quien se juega la vida a diario por la dignidad y la libertad de
sus compatriotas, nociones inseparables si las hubiera, es al mismo
tiempo el funcionario correcto, diligente, conocedor y cumplidor. En un
país donde nada funciona, con idéntica modestia e igual sentido del
deber, aquel hombre útil pone lo mejor de sí para que funcione el
sistema de gases medicinales que salva vidas y para encontrar un sistema
político que funcione para la vida.
El sentido del deber es el resorte de la valentía, a la que llama Marina “la virtud del despegue”.
Oswaldo Payá es un héroe de nuestro tiempo.
Cuando somos contemporáneos, nos cuesta reconocer el heroísmo. Lo
imaginamos como algo preferiblemente pasado y remoto, que simplemente no
ocurre ante nuestra mirada directa, y a lo cual debemos conformarnos
con acercarnos por la historia, la lectura o el cine.
Resulta así que cuando nos topamos con un héroe de carne y hueso, nos
cuesta identificarlo como tal. Uno se pone a ver a Payá y la figura
casi frágil, el talante sereno, la voz sin estridencia, la sencillez del
atuendo, no lucen heroicos. Pero qué fuerza irradiaba su presencia.
Tuve el privilegio de conocerlo. Lo recibí en Caracas cuando ejercía
la Presidencia de la Cámara de Diputados. Debió ser en 1996 o 1997. Me
habló de Cuba con amor filial. No sentí la menor amargura en sus
palabras. Narraba las dificultades que había escogido enfrentar, con una
naturalidad conmovedora. Explicaba su política con sentido común. Era
un hombre razonable y de fe que no estaba dispuesto a dejarse doblegar.
Era un hombre valiente. Muy valiente. De esa valentía sin
aspavientos, de ese coraje sin maquillaje. Pacíficamente, alzando la
frente sin necesidad de alzar la voz, con argumentos sólidos y
convicciones profundas desafió un sistema entero, con todo su poderío y
toda su falta de escrúpulos. A esa causa entregó la vida, literalmente.
Payá no era un solitario, era un solidario. Tuvo compañeros en la
lucha, compañeros también de valor inmenso. Compañeros leales, hermanos
en una lucha armada de fe para creer, de paciencia para perseverar y de
esperanza para no desfallecer. En el Movimiento Cristiano de Liberación,
a partir de 1988 y, diez años más tarde con más amplitud, en el
Proyecto Varela. En ambos lo acompañó Harold Cepero Escalante, a quien
también rendimos justo homenaje hoy. Harold había nacido en Ciego de
Avila hace 32 años.
Monseñor Rodríguez Díaz, rector del seminario habanero donde estudió
registra que murió en su lucha política pacífica por la inclusión de
todos. Era un hombre modesto para quien no había tarea desdeñable. Había
sido cuidador de los cerdos en un hogar para ancianas, y después
cocinero en un comedor también dedicado a la tercera edad. Vivía para
los otros. La caridad, que es el nombre cristiano del amor y que es el
mandamiento por excelencia tuvo en él un practicante sincero.
La tenacidad de Payá y de Harold, así como la de todos aquellos que
se atreven a luchar dentro de Cuba, su Patria, en condiciones tan
adversas, es un ejemplo y un acicate para todos nosotros. Si ellos
luchan, ¿Cómo no vamos a luchar nosotros? Si ellos no se rinden ¿Cómo
nos vamos a rendir nosotros?
El Proyecto Varela parte de la disposición constitucional cubana que
atribuye iniciativa legislativa a diez mil ciudadanos electores que
suscriban un proyecto. Salieron Payá y sus compañeros a recoger las
firmas para cinco puntos: libertad de expresión, libertad de asociación,
amnistía de los presos políticos para la reconciliación, derecho a la
propiedad y a la iniciativa económica y nueva legislación electoral más
abierta.
La respuesta oficial: La proposición “forma parte de la estrategia de
subversión contra Cuba”, sus promotores tachados de
“contrarevolucionarios” y detenidos en “actividades mercenarias y otros
actos contra la independencia” y, mediante veloz reforma aprobada con el
98.97% de los votantes: modificar la Constitución para hacer permanente
el carácter socialista del Estado.
En la base constitucional para lanzar la idea de cambio, se evidencia
la vocación pacífica, respetuosa de todos, firmemente cívica de Payá y
sus hermanos de lucha. Pero hay algo más profundo todavía.
El patriotismo raizal, la cubanía, del Proyecto Varela se nota desde
la escogencia misma de su nombre, también su inequívoco propósito
democrático.
Félix Varela, nacido en La Habana en 1787, es precisamente quien ha
dicho “el patriotismo es una virtud cívica que, a semejanza de las
morales, suele no tenerla el que dice que la tiene…” y, precisamente por
eso advierte que “jamás ha creído en el patriotismo de ningún pícaro”.
Los elementos del patriotismo son dos muy simples: amor al país de su
nacimiento o elección, e interés en su prosperidad. ¿Cómo pueden decir
que aman a su patria quienes la quieren arruinada?
Las ideas de Varela, inspiradoras de Oswaldo Payá y sus valientes,
suenan con validez a nuestros oídos hoy, en Cuba, en Venezuela y en
donde quiera que los hombres y mujeres luchen por la libertad, la
justicia, la dignidad del hombre, por conquistarlas, por preservarlas o
por desarrollarlas, pues se trata de una tarea que nunca es obra
terminada.
El poder como placer es una “miseria de la naturaleza humana” escribió Varela en sus
Cartas a Elpidio.
La que cito se refiere a “Cómo usa la política de la superstición”. De
aquella miseria deriva la tentación de violar las leyes y sentirse
superior a ellas. “Fórmase pues un
ídolo del poder, que como falsa deidad no recibe sino falsos honores…” ¿Cuántas veces lo hemos visto en la Historia?
El mensaje de Varela, la llamada de Payá desde su tumba sin muerte,
se resumen exactas en el concepto de Francisco de Frías: “En nombre del
patriotismo, alcemos la voz contra la perpetuidad de un orden de cosas
tan contrario a los verdaderos intereses del país.”